Andrés Gómez
Durante mi reciente visita a La Habana salí una tarde de paseo con Lía, mi niña predilecta. Lía acaba de cumplir sus cinco años de edad. Es la hija de mi buen amigo Reinier. La conocí el día que nació en el hospital de maternidad de Línea, el América Arias. Desde chiquitica ha sido cariñosa, observadora, cautelosa y presumida; con el correr de sus cortos años ha desarrollado inteligencia e imaginación pocos comunes. Además es muy linda.
Cuando su papá le dejó saber que yo quería llevarla a pasear ese sábado al mediodía, ella le dijo: "mi paseo favorito". Lo que me hizo sentir muy bien, aunque ya yo lo intuía. Cuando la recogí me preguntó que a dónde íbamos. Le contesté que a donde ella quisiera, y le pregunté, ¿quieres ir a un lugar nuevo o a los mismos lugares de siempre? Quiso ir a los mismos lugares de siempre.
Los mismos lugares de siempre son las hermosas calles y edificaciones de La Habana, las de su centro histórico, con tanto amor y esmero poco a poco reconstruidos y mantenidos por los trabajadores y trabajadoras de la Oficina del Historiador de la ciudad.
En los últimos tiempos hemos hecho varios paseos por esas calles y a Lía le encanta comenzarlos por la bella Plaza de Armas, así que ahí esta vez también comenzamos. Lía se recuerda de los lugares por donde y a donde hemos ido y los recuerda en voz alta. Recordó al caminar por ese hermoso parque la tarde que, después de haber comprado sabrosos dulces y panes en la panadería San José en la Calle Obispo, nos sentamos en uno de sus bancos para darle de comer migajas de pan a un montón de las muchas palomas que en sus árboles habitan.
Esta vez también bajamos, entrando a la ciudad, por la concurrida y floreciente Calle Obispo, desde hace años paraíso de peatones ya que está cerrada a carros, camiones y a cualquier otro invento que no sean seres humanos a pie. Al llegar a la esquina de la Calle Mercaderes nos encontramos con su personaje favorito, un muchacho disfrazado de arlequín fantástico con un traje endurecido, que hace de estatua, moviéndose muy lentamente y muy poco, pero con ojos refulgentes.
Después, como de costumbre, en la esquina de la Calle San Ignacio le compré una paleta de helado de fresa, su sabor favorito. Seguimos caminando sobre los nuevos adoquines de la Calle Obispo hasta llegar a la fantástica librería Fayad Jamís, con su bello frente de madera barnizada y vidrio. Este reciente local, inaugurado en agosto de 2010, es realmente de película. Todo el mundo piensa que los libros ahí se deben vender en divisa, en cuc, pero no, para orgullo y placer nuestros, se venden en moneda nacional no convertible, lo que la gente allá llama pesos cubanos.
En la planta baja, entrando a la izquierda, está la literatura infantil, y como ya Lía lo sabe para allí sale disparada. Sus libros favoritos son los de dibujar o los que le parecen a ella que son para dibujarlos. Le gustan esos y los libros que tienen muchas figuras en colores. Aunque Lía asegura que sabe leer fue en septiembre pasado que comenzó el círculo infantil y ahora es cuando está comenzando en serio a aprender a leer y a escribir.
Después, al salir de la librería cruzamos la calle y entramos en la recién reconstruida Droguería Johnson, la más antigua de la ciudad, destruida por un voraz incendio accidental hace pocos años atrás. La primera vez que visitó esta farmacia, Lía se encantó con los grandes estantes, mostradores y sus bancos de caoba barnizados. Le dije, "están hechos de maderas preciosas", ella los tocó con sus manitas y dijo: "maderas hermosas." Y "maderas hermosas" dice cada vez que encuentra un mueble hecho de esas maderas. No la quise corregir, ya que es verdad que son hermosas esas maderas.
En este otro inolvidable paseo fuimos al Palacio de los Capitales Generales sede del extraordinario Museo de la Ciudad. Lía, quien no conocía el museo, quedaba fascinada de salón en salón. De los objetos exhibidos los que más la impresionaron fueron unos cañones pequeños, que ella al correr hacia ellos decía que eran de los niños, y las banderas cubanas veteranas de heroicas batallas de nuestra última guerra por la independencia de España desplegadas en un sobrecogedor salón.
Aunque realmente lo que más le gustó de todo fue el pavo real, "tan azul", como ella decía, que vive en el patio central del palacio.
Tampoco la corregí cuando al pasar por unos de los salones había uno de esos letreros con la señal de "prohibido pasar" por ese lugar específico, que en este caso era una antigua alfombra. Lía interpretó la señal –que tiene una suela de zapatos en medio de un círculo–, como que no se puede dejar huellas. Entonces caminaba y miraba al piso detrás de ella a ver si había dejado alguna huella, diciéndome, "no dejé huellas. ¿viste?".
Mucho pregunta y mucho le gustan mis a veces inverosímiles respuestas. Muy contento me siento al verla disfrutar tanto en nuestros paseos.
En fin muchas más encantadoras cosas pasan en los paseos favoritos con Lía por las calles de nuestra bella Habana. Pero éstas quedarán para otros relatos.
*Andrés Gómez es un periodista cubano residente en EE.UU. Director de Areítodigital
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