El Quijote de 23, La Habana
Cada mes habrá un artículo mío en La Jiribilla. Hoy fue publicado este, que reproduzco con unas horas de diferencia en mi blog. Sobre el mismo asunto pueden ver además mi texto Quijotes latinoamericanos.
Enrique Ubieta GómezTomado de La Jiribilla 608
Johnny Depp quiere interpretar a Don Quijote, y lo hará con la empresa Walt Disney. La noticia puede ser un buen augurio, o no. El loco-cuerdo Quijote y el cuerdo-loco Quijano, ¿hacia dónde mirarán? ¿Qué consejos de cordura o de sensatez nos dará el regordete Sancho? Mientras el Che cabalga (aún) sobre el costillar de Rocinante, Vargas Llosa intenta repensar al personaje cervantino como un liberal, defensor de la propiedad privada. En el prólogo que escribiera para la edición conmemorativa de la Real Academia Española (2004), dice:
"¿Qué idea de la libertad se hace Don Quijote? La misma que, a partir del siglo XVIII, se harán en Europa los llamados liberales: la libertad es la soberanía de un individuo para decidir su vida sin presiones ni condicionamientos, en exclusiva función de su inteligencia y voluntad. (...) en los halagos y mimos de que fue objeto, el Ingenioso Hidalgo percibió un invisible corsé que amenazaba y rebajaba su libertad 'porque no lo gozaba con la libertad que lo gozaría si (los regalos y la abundancia que se volcaron sobre él) fueran míos'. El supuesto de esta afirmación es que el fundamento de la libertad es la propiedad privada, y que el verdadero gozo solo es completo si, al gozar, una persona no ve recortada su capacidad de iniciativa, su libertad de pensar y de actuar."
No cabe dudar de tales asociaciones en Cervantes, que tanto viajó y vio, si se entiende que aquella ideología se enfrentaba al predominio feudal en España. “Un poco más viejos o un poco más jóvenes, vivos o ya desaparecidos, Erasmo y Rabelais, Bacon y Descartes son los hermanos de su pensamiento —escribió Mirta Aguirre del ilustre autor—, en un mundo en el que sobre los ecos de los lances medievales apunta una nueva sociedad de comercio y maquinarias”. Para la escritora cubana, Cervantes es un español de su tiempo, un hidalgo empobrecido, que ha buscado inútilmente la gloria en lejanas guerras, que ha sido héroe y pícaro, sucesivamente, sin las recompensas debidas. Don Quijote, su personaje, compendia esas íntimas aspiraciones —disfrazadas de locura, “relajeadas”, diríamos en Cuba, para que podamos burlarnos de nosotros mismos—, aspiraciones que son las de una España enloquecida, que rinde culto al honor, y muere de hambre. Pero lo estrictamente histórico, contextual, se pierde con los años, con los siglos, y Don Quijote reencarna en cada nueva lectura de época: el quijotismo es una actitud ante la vida. Su locura desnuda la de sus coetáneos. Los locos parecen cuerdos, los cuerdos parecen locos. Y los estudiantes parisinos lo escribieron sobre las paredes, aquel memorable 68: “seamos realistas, hagamos lo imposible”.
El quijotismo no es liberal, es, sencillamente, revolucionario. Lo ideológico es su forma histórica de expresión. Sin embargo, la relación ficticia —y con el tiempo, cada vez más exclusiva— que propugna el liberalismo (uso el término “ficción”, no en el sentido de Vargas Llosa, sino en el de Cintio Vitier: como lo opuesto a la poesía, es decir, a lo real) entre libertad individual y propiedad privada, es para el hispano-peruano lo que establece la supuesta “militancia” del Quijote.
Unamuno lo interpreta al revés, al enfatizar el quijotismo de Bolívar:
"Don Quijote no llevaba consigo blanca, ni se preocupaba de ello, porque ‘él nunca había leído en las historias de los caballeros andantes que ninguno las hubiese traído’ (capítulo III). Bolívar dice: ‘yo no quiero saber lo que se gasta en mi casa’ [...] y renuncia [a] los millones en metálico que decreta para él la gratitud de los pueblos. No. Los servicios de un Don Quijote no pueden ser pagados con dinero. Pero para renunciar a millones, en pleno siglo XIX, se necesita ser un Don Quijote de buena ley, genuino. Washington, que no lo era, aceptaba las modestas dádivas de su país."
También el Che renunciaba, en pleno siglo XX, a su condición de ministro —como antes lo hiciera a cualquiera de los privilegios que el alto cargo entrañara—, para abandonar la Ínsula de libertad conquistada y volver a pelear contra el imperialismo (ese monstruo, descrito por José Martí, en cuyas entrañas vivió): “Que no dejo a mis hijos y mi mujer nada material y no me apena: me alegra que así sea”, escribía. Quijote, sí. Pero, ¿aventurero?, ¿qué tipo de aventurero era el Che? “Muchos me definirán de aventurero, y lo soy, mas de una forma diferente, de aquellos que arriesgan la piel para demostrar las verdades”, respondería él. Mirta Aguirre diferencia al héroe del aventurero (por ejemplo, un Pizarro, o un Cortés) no en grados de valentía, sino de motivaciones: el primero no necesita triunfar, y enfrenta siempre a fuerzas superiores.
En su texto introductorio sobre el personaje cervantino, Vargas Llosa incluye una afirmación aparentemente inobjetable, y que simula ser inocua:
"El Quijote no cree que la justicia, el orden social, el progreso, sean funciones de la autoridad, sino obra del quehacer de individuos que, como sus modelos, los caballeros andantes, y él mismo, se hayan echado sobre los hombros la tarea de hacer menos injusto y más libre y próspero el mundo en el que viven. Eso es el caballero andante: un individuo que, motivado por una vocación generosa, se lanza por los caminos, a buscar remedio para todo lo que anda mal en el planeta. La autoridad, cuando aparece, en vez de facilitarle la tarea, se la dificulta."
La autoridad no es un ente abstracto, y en la España de Cervantes, es ejercida por una nobleza decadente y una Iglesia oscurantista. Don Quijote no es un Artista, no es un Santo, no es un Explorador, tres dimensiones de la actividad individual que exalta Vargas Llosa en otros textos. Su acción individual tiene una dimensión social que trasciende el orden impuesto. No se trata entonces de un Superman, o de cualquiera de los superhéroes de los cómics, o incluso de los personajes que la cinematografía hollywoodense pare con sistematicidad, como Rambo, para solo citar a uno. El Quijote es un “perdedor”. ¿Por qué Don Quijote fracasa, una y otra vez? Intenta ser un “súper-héroe”, y no lo logra, porque está solo, sí, y sobre todo, porque equivoca su objeto. No se enfrenta a los ladrones, sino al sistema que engendra ladrones. No defiende la locura, enfrenta la falsa cordura de su tiempo, de todos los tiempos. Por otra parte, el Quijote es un extraño perdedor: su vida genera admiración, y una larga saga de seguidores. No solo expresa la disposición de sus coetáneos; más bien funda, corporiza una razón de vida para las generaciones futuras. El quijotismo es solo locura y consiguiente fracaso, para las clases dominantes; pero es esperanza y cordura para las dominadas. En un discurso de homenaje a Centroamérica, José Martí reconocía el carácter subversivo que adquiría la lectura de ese libro para los americanos: “…a tiempo que entraba en la ciudad la hilera de indios, con la frente ya hecha al mecapal de la bestia de carga, […] el ministril se llevaba preso a un criollo, porque leía el Quijote”.
La diferencia, esencial, es que los súper-héroes son reformistas, no revolucionarios, jamás podrían ser caballeros andantes: defienden el sistema, el orden, el establishment, mientras que Don Quijote, lo sabe Vargas Llosa, no se opone simplemente al poder o a la autoridad, sino al orden establecido. Cuando libera a los presos comunes (que sí han cometido delitos, según el código penal y moral de la época, y son los que Superman y demás personajes enviarían a la cárcel), reta al sistema. Pero Vargas Llosa clava con alfileres la supuesta ideología liberal del Quijote, para que parezca esencial y perdurable y desdibuja el concepto de autoridad que enfrenta, aun cuando hable del rey Felipe III. Llega a decir: “su idea de la libertad anticipa también algunos aspectos de la de los pensadores anarquistas de dos siglos más tarde”. En realidad, Don Quijote se opone a una Autoridad injusta, histórica, concreta. Y Vargas Llosa, que es un lector perspicaz, pese a que trata siempre de traer la sardina a su sartén, agrega: “hay que entrever un anhelo igualitarista que contrapesa por momentos su ideal libertario”. Quizá porque su vocación es genuinamente quijotesca, el Che le dice a los estudiantes cubanos de medicina, sobre su estancia en la Guatemala de Árbenz:
"(...) yo había viajado mucho y había empezado a hacer unas notas para normar la conducta del médico revolucionario. Empezaba a investigar qué cosa era lo que necesitaba para ser un médico revolucionario. Entonces, me dí cuenta de una cosa fundamental, para ser médico revolucionario lo primero que hay que tener es revolución. De nada sirve el esfuerzo aislado, el esfuerzo individual, la pureza de ideales, el afán de sacrificar toda una vida al más noble de los ideales, si ese esfuerzo se hace solo, solitario en algún rincón de América, luchando contra los gobiernos adversos y las condiciones sociales que no permiten avanzar."
Pero me refería al inicio de mi reflexión al anuncio de ese magnífico actor que es Johnny Depp, de que produciría una versión del Quijote, lo que me alegró, claro, aunque la empresa Disney —fábrica de valores capitalistas—, me llene de inquietudes. ¿Cómo será ese loco rebelde en sus manos? Ahora que La Mancha se ha reubicado en los llanos venezolanos, o en la cordillera andina, ahora que el quijotismo es más hispanoamericano que español, Depp debería visitarnos, husmear en nuestras tradiciones libertarias. Hispanoamérica tiene sus Quijotes —su concepto de Quijote—: Miranda, Bolívar, Martí, el Che, Fidel, Chávez. Por ahora esta abierto el casting: se busca un Quijote para Walt Disney.
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