Nuland repartiendo galletitas a los manifestantes reunidos en la Plaza Maidan de Kiev
Atilio A. BoronEn primer término para aportar algún antecedente más sobre una figura clave de este proceso, Victoria Nuland. Este personaje fue desde mediados del 2011 la vocera del Departamento de Estado de Estados Unidos y, antes, entre el 2005 y el 2008 se había desempañado como representante permanente de su país ante la OTAN. En Mayo del 2013 fue promovida por Barack Obama al rango de Secretaria de Estado Adjunta para Asuntos Europeos y Euroasiáticos, y fue en tal calidad que en una conversación telefónica que se filtró a la prensa le dijo al embajador de Estados Unidos en Ucrania “¡Que se joda la Unión Europea!”, al rechazar de plano la alternativa de que fuera la UE y no la ONU quien “mediara” en el conflicto ucraniano. Tal como lo recordara hace unas pocas semanas Immanuel Wallerstein, Nuland proviene del riñón conservador del partido Republicano. Fue una de las principales asesoras del Vicepresidente de George W. Bush, Dick Cheney, y es la esposa de uno de los más reaccionarios ideólogos neoconservadores norteamericanos, Robert Kagan, acérrimo partidario del unilateralismo de los Estados Unidos y feroz crítico de la “blandura” europea en su tratamiento de la “amenaza” rusa. Wallerstein se pregunta qué es lo que hace una persona con los antecedentes de Nuland en un gobierno supuestamente progresista como el de Barack Obama y por qué no fue removida de un cargo tan importante como el que ejerce actualmente. Mi respuesta es que Obama sólo tiene de progresista algo de su retórica, y esto para asuntos domésticos. Pero en lo que hace a la administración del imperio su presidencia ha continuado y profundizado las políticas establecidas por Bush. Es más, con sus drones el inverosímil Premio Nobel de la Paz ha matado más gente que Bush lo que nos exime de incursionar en más refinadas argumentaciones.
Segundo comentario: para subrayar la enorme importancia de lo que Luzzani dice en el párrafo final de su artículo cuando observa que a pesar de que faltaba apenas un año para las elecciones generales en Ucrania la oposición y la derecha fascista optaron por la vía sediciosa, con el abierto apoyo de Estados Unidos (¡en Diciembre del año pasado Nuland estuvo en la plaza Maidan repartiendo viandas a los manifestantes!) y en menos de tres meses tumbaron a un gobierno que Washington caracterizaba como un obstáculo para sus designios de completar el cerco en torno a Rusia. No está demás recordar que cuando Nuland fungía como Vocera del Departamento de Estado fue reiteradamente acusada de mentir en relación a la ofensiva destituyente iniciada en Benghasi en contra de Gadaffi y que terminaría con su régimen y su atroz linchamiento. Hoy sigue mintiendo en relación a Ucrania y, por supuesto, sobre Venezuela. Dados estos antecedentes, ¿puede haber alguna duda sobre el activo involucramiento de la Casa Blanca en el proceso sedicioso desencadenado en Venezuela desde hace poco más de un mes? ¿O tendremos que esperar la aparición de Roberta Jacobson, Secretaria de Estado Adjunta para Asuntos del Hemisferio Occidental en alguna guarimba de Caracas o Maracaibo para rendirnos ante la evidencia y caer en la cuenta del siniestro papel que Washington desempeña en todos estos procesos?
GOLPE BLANDO
Telma Luzzani
Página/12
En Ucrania, hubo un golpe blando, es decir, esa alternativa de quiebre institucional que las fuerzas golpistas adoptan cuando no cuentan con los ejércitos formales para la toma ilegal del poder.
En Kiev, todo el proceso duró apenas tres meses. En ese tiempo, las manifestaciones de clases medias y universitarios que empezaron a protestar el 20 de noviembre porque el presidente Víktor Yanukovich no firmaba un Acuerdo de Asociación de Libre Comercio (una especie de ALCA) con Europa se convirtieron en pelotones de vándalos: ocuparon ministerios y edificios públicos; incendiaron sedes del partido gobernante, fábricas y sindicatos (en algunos casos con gente adentro), e incluso, el 20 de febrero, hubo un grupo que rodeó la residencia de Yanukovich y quiso lincharlo junto a su familia. ¿Qué pasó en el ínterin?
Estados Unidos –como en Libia, Siria, Venezuela– fue clave en la escalada de las protestas que pasaron del caos al golpe de Estado. La conversación que mantuvo la funcionaria del Departamento de Estado, Victoria Nuland, con el embajador norteamericano en Kiev, en diciembre de 2013, no deja dudas. Nuland coordinó las actividades de los grupos radicalizados, intervino en la formación del gobierno interino opositor y remató la charla con un sincero: “¡Y que Europa se joda!”. (Está en YouTube: ir a http://www.youtube.com/watch?v=rJ4oj4cwNpw )
Las marchas pacíficas fueron rápidamente cooptadas por grupos violentos como los neonazis del partido Svoboda (Libertad) y su ala ultra Pravy Sektor (sector derechista) abiertamente antijudíos y antirrusos, muchos de ellos fotografiados en la plaza Maidan con cruces esvásticas tatuadas en los brazos y pechos. Llama la atención el silencio de Israel y Estados Unidos. Incluso porque, según la agencia judía JTA, las Fuerzas de Defensa de Israel actuaron en la plaza Maidan bajo las órdenes de los neonazis.
Con estos datos sólo un ingenuo podría creer que lo de Ucrania es sólo un problema entre pro europeos y pro rusos. Aquí se juegan los intereses de la UE y los planes militares de EE.UU.
Europa está altamente interesada en vender al mercado ucraniano los productos que sus ciudadanos empobrecidos ya no pueden comprar. El acuerdo que Yanukovich no firmó implicaba para Ucrania sustituir el sistema legislativo y judicial; reconvertir su esquema económico y adecuarse a los estándares de Occidente (desde los enchufes eléctricos hasta las vías del ferrocarril ¡miles y miles de ítems!). Para que Kiev saldara sus deudas pendientes y encarara estos cambios, el FMI le ofrecía créditos multimillonarios. Hasta ahí los ucranianos aceptaban. Pero entonces Bruselas avanzó más y pidió también la libertad de la opositora Yulia Timoshenko. Por su parte, el FMI advirtió que para conceder los préstamos había que congelar salarios y jubilaciones; aumentar tarifas; reducir el Estado y privatizar empresas estatales. Con el espejo de Grecia y a un año de las elecciones presidenciales, Yanukovich se arrepintió.
En cuanto a EE.UU., tener a Ucrania en la OTAN e instalar bases militares en las fronteras de Rusia fue siempre un objetivo. Colocar en el poder un gobierno de facto ya le está dando frutos. El viernes, el nuevo ministro de Defensa solicitó la asesoría del Pentágono para una “asistencia humanitaria y operaciones de rescate”. La presencia de tropas norteamericanas cerraría el círculo que EE.UU. armó en torno de Rusia desde Afganistán, pasando por el Cáucaso, hasta Europa Oriental.
Además, existen otras vías. Los Tratados de Libre Comercio y los préstamos del FMI son siempre herramientas efectivas para imponer cláusulas que obliguen a los países a aceptar bases militares en su territorio. Se avanza en ese sentido. El director del departamento europeo del FMI, Reza Moghadam, dijo anteayer estar “positivamente impresionado” con el actual gobierno de Kiev y, asombrosamente, en tan sólo en quince días de gestión comprobó su “determinación, sentido de la responsabilidad y compromiso en la agenda de reformas económicas y la transparencia”.
Para el Kremlin, preservar su frontera europea y la península de Crimea, donde tiene su flota más poderosa con acceso al Mediterráneo y a Oriente Medio, es geoestratégicamente vital. Por eso Vladimir Putin ha puesto todo su experiencia como espía soviético y su instinto de conservación en esta pelea. Sabe que Europa no es rival: ni la city londinense va a renunciar a los multimillonarios depósitos de los magnates rusos ni Alemania va a dejar de necesitar gas. También sabe que Washington, además de planes estratégicos, tiene deseos de revancha por dos partidas que Putin le ganó en 2013: el asilo del topo Edward Snowden y las negociaciones de paz con la entrega de armas químicas en Siria.
Pero lo más importante es que en nuestro mundo global lo de Ucrania enciende una alarma. Faltaba apenas un año para elegir otro gobierno en las urnas y todo el proceso destituyente duró sólo tres meses. Venezuela y el resto de América del Sur deben tener los ojos bien abiertos.
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