Omar Rafael García Lazo
Convengamos en que es cierto: EE.UU. ha visto debilitada su hegemonía. Pero no perdamos de vista que hablamos de una superpotencia que posee un poder extraordinario y con él defenderá, y así lo hace, su lugar en el mundo.
A pesar de las disonancias internas, en los círculos pretorianos de Washington parece haber consenso: la situación global no amerita grandes guerras por ahora. Además, las arcas domésticas no están como para cubrir los latentes apetitos militaristas.
En su defecto, la línea de acción va por lo que han querido llamar “poder inteligente”, como si todo el accionar anterior de la política exterior de EE.UU. hubiera sido estólida, mediocre y desconectada de su naturaleza imperial. Y para darle más glamur teórico al “nuevo” estilo de la Administración Obama, se habla del “golpe suave” cuya delicadeza aún está por comprobarse.
Sin dudas, el momento imperial postbush o posneocons urgía de un time, de un respiro, para ordenar las cuentas en casa, sin dejar a un lado los sagrados intereses que le asisten a EE.UU. como gendarme mundial. Y la cara de ese período la tenía el joven abogado negro de nombre Barack.
Aclaro que no hablo de transiciones o transformaciones estructurales. Digamos que la alternancia del poder que disfraza a la nueva Roma exigía, tras los estruendos políticos y pecuniarios en Iraq y Afganistán, un descenso en la curva militarista del sistema, para trazar nuevos planes con las vistas puestas en especímenes políticos de altura. Pensemos en un dragón y en un oso.
Pero como la vida es eso que nos pasa mientras planificamos otras cosas, nada en Washington queda a la espontaneidad. Y como en el ajedrez la tendencia es a avanzar, las líneas de influencia de sus enemigos de siempre debían ser desplazadas, contenidas o al menos incendiadas.
Eso explica la insistencia de un escudo antimisiles y las revoluciones de colores, como la Verde en Irán en el 2009; y las llamaradas en Libia, Siria y Ucrania; y las fogatas estilo boyscouts en el Tibet o las chispas alarmantes con cuchillos en mano en Xinjiang hace apenas unas semanas. Solo así se entiende el desplazamiento del foco de atención del Pentágono para el Pacífico con su poderosa US Navy y muchos fierros más.
Siempre ha sido así, salvo en las dos grandes guerras mundiales pretéritas, los grandes se golpean por los flancos y desde lejos.
Cambiar sin necesidad de estar
Comprendida la gran estrategia, desentrañemos entonces las nuevas formas.
Para desplazar las fronteras de influencia en este siglo, lo más económico en términos financieros y políticos es propiciar el cambio desde adentro. Ya mencioné varios ejemplos: Irán, Libia, Siria, Ucrania. Todos están directamente conectados con los actuales “enfrentamientos helados” del águila con el dragón y el oso. Pero también en América Latina se han puesto en escena varios intentos de golpes “endógenos” debido a que la región dejó de ser el traspatio del Tío Sam y se habla con insistencia de CELAC; PETROCARIBE, UNASUR, ALBA y otros “engendros” independentistas y soberanos. “Golpes suaves” exitosos fueron los de Honduras y Paraguay. Derrotados fueron los intentos en Ecuador, Bolivia, y Venezuela.
El objetivo final es el “cambio de régimen” y es régimen porque no se admite el término “gobierno”, para evitar aquello de “legítimamente constituidos” y levantar la menor cantidad posible de polvo.
Lo primero que hacen los servicios de inteligencia estadounidenses es identificar los factores internos que favorecerían la implementación del plan, si no existen, pues los fabrican, y en esto no hay nada nuevo. Se hace necesario, como dirían los científicos, un caldo de cultivo, que puede ser un sector social descontento, grupos empresariales opuestos, un inadecuado comportamiento de alguna autoridad política, la precariedad económica…Cualquier situación potencialmente explosiva que erupcione después de inyectarle combustible a través de grupos organizados de nacionales o mercenarios extranjeros que solo esperan la orden en inglés para actuar y desencadenar las acciones.
Así, el plan se desarrolla conforme a varios pasos comunes: crear o acrecentar el descontento social; deslegitimar al gobierno interna e internacionalmente; construir o alimentar una oposición que reclama “derechos fundamentales”, visibilizarla y magnificarla; debilitar el consenso y la unidad entre las fuerzas afines al gobierno; y estimular una espiral de violencia que potencie el caos, provoque la muerte de personas, no importa del bando que sean, y que resulte en una eventual “guerra civil”.
Paralelamente, se propiciarán pronunciamientos contra el gobierno por parte de organizaciones internacionales y regionales. Recordemos cómo la Liga Árabe, presurosa, se pronunció contra Siria, uno de sus fundadores; o a la Unión Europea, que despertó un día recordando que existían los ucranianos; o la OEA, desprestigiada y desfachatada, que balbuceó sus preocupaciones respecto a la Venezuela chavista y aún enmudece cuando le mencionan las Malvinas.
La herramientas para ejecutar los “golpes suaves” son bien conocidas: la guerra económica en todas sus variantes, desde el boicot interno como en Venezuela, hasta las sanciones internacionales como en Irán; la guerra mediática siempre con fines desinformativos, ideológicos y movilizativos a través de los monopolizados medios tradicionales y de las redes sociales en internet; las acciones político-subversivas, paramilitares y terroristas como en Caracas, Kiev, Teherán o Trípoli; las maniobras político-diplomáticas en los escenarios internacionales; las declaraciones altisonantes de personalidades mundiales y altos cargos de la Administración de turno en EE.UU., incluso del Presidente; y como colofón, si el ambiente lo permite y se hace indispensable para inclinar la balanza, la intervención armada.
La justificación para todo este guión siempre estará garantizada. El establishment ha invertido suficientes recursos en los tanques pensantes para que estén a la altura de las necesidades del imperio.
Atrás quedaron los cínicos pretextos de los años 80 del siglo XX, como aquel de “defender la vida de los estadounidenses” y ya casi no se escucha el de la “lucha contra el narcotráfico”. La moda ahora es el filántropo e inclusivo “responsabilidad de proteger la vida de civiles”. La “lucha contra el terrorismo”, “la proliferación nuclear” y “la amenaza a la seguridad mundial”, son otros pentagramas que también entonan Washington y su comparsa cada vez que se le antoja deshacerse de un gobierno.
Esta es, con unos oropeles más o unos oropeles menos, la esencia del “golpe suave”. Con su naturaleza “delicada y benévola”, no deja de ser un instrumento más que trasciende el enfrentamiento entre potencias. Las acciones que lo componen, actualizadas y reevaluadas en un contexto impactado por los avances de las nuevas tecnologías de la informática y las comunicaciones, lo desnudan como un medio político-subversivo de carácter estratégico que Washington, al menos en el corto plazo, no dejará de utilizar por los beneficios que le reporta.
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