Ernesto Almaguer
Nacer a principios del siglo XX, posibilitó que conociera el verdadero rostro del capitalismo en Cuba. Su padre había sido un mambí a las órdenes de Máximo Gómez –se alzó a los 16 años--, una persona de una honradez extrema y con un alto sentido del decoro. Se indignó con el pago a los mambises, con el que se desmovilizó ese ejército popular: ¡no fuimos a la manigua por dinero!, era su sentir. Le entregó las monedas, que terminaron convertidas en pulso, guardado con celo junto al plomo que una vez lo hiriera en la batalla. No alcanzar la independencia y ver la marcha de aquella república, le causaba más dolor que el proyectil que atravesó su pierna.
Ninguna nación de este planeta tuvo que soportar sobre su espalda, en su Constitución, lo que fue la Enmienda Platt, la injerencia permanente de los Estados Unidos, que al decir del insigne Juan Gualberto Gómez “condenó a los cubanos a un estado de inferioridad bochornoso”. Nuestro José Martí lo había avizorado en su carta-testamento: “Con nuestra sangre estamos cegando, de la anexión de los pueblos de nuestra América al Norte revuelto y brutal que los desprecia”.
Varias veces recordó la historia de un estudiante universitario, a mediados de los años 30, que sólo tenía una muda de ropa para asistir a clases, con medias por suela de zapatos, quien perdió a su amor juvenil porque un político enriquecido gracias a los fondos públicos, le ofreció el futuro que aquel joven no podría darle. Para costear su matrícula, dependía de sus tres empleos. ¿Su sueño?, ser un abogado exitoso, tener un bufete, salir de la miseria. Nunca supo si lo logró.
Fue vecina de un sargento muy pobre, a quien su esposa tenía que zurcirle los uniformes. Sus grados lo frustraban, quería más. Una noche conspiró con otros militares y su sueño se cumplió: en un abrir y cerrar de ojos se convirtió en coronel. Su apetito creció, el imperio le echó el ojo y aunque hombres de razón murieron para evitarlo, llegó a ser Presidente de la República. Años después puso sus botas encima de la Constitución.
¡Todos repetían lo mismo! –me decía--, ¡prometo esto y prometo lo otro, pero lo robaban todo y el próximo lo hacia peor! Los crímenes y abusos eran cotidianos, ser joven era sinónimo de revoltoso y casi siempre se pagaba con la muerte.
Con pesar contaba que dos adolescentes pintores, sentados en una cafetería, revisaban con alegría las ganancias por la venta de sus cuadros, para comprar algunos alimentos, pero fueron sorprendidos por la policía –que sospechaba de todos--; recogieron apresuradamente sus cosas y trataron de huir, dos tiros dieron el alto y sus cuerpos inertes se sumaron a la larga lista de caídos, victimas de aquella dictadura.
Sus asesinos se paseaban por las calles impunemente, con prepotencia y arrogancia, exhibiendo escopetas y ametralladoras largas, persiguiendo esperanzas y sueños, para matarlas.
Congresistas de origen batistiano, descendientes de aquellos esbirros asesinos, desde sus butacas parlamentarias en la Florida, anhelan la devolución de las tierras que la Revolución entregó al pueblo. Sueñan con privatizar la salud y la educación, quieren “democratizar”, ayudar en una transición que nos haga vivir las historias que un día mi abuela me contó.
El Norte sigue siendo el mismo, por nuestras venas corre sangre criolla, mambisa, rebelde; este pueblo es heredero de Martí, seguimos luchando por nuestros sueños y más que alcanzarlos, toca defenderlos de aquellos que intentan convertirlos en pesadillas.
Sería una utopía que los enemigos de la patria reconozcan los logros y virtudes de esta sociedad –no es necesario--, los mambises de este siglo cabalgan por otras tierras, no importan las distancias, extienden su mano amiga llena de esperanza a los más desposeídos, los sueños del Apóstol se hicieron realidad, naciones hermanas repiten el nombre de esta pequeña isla, sus cuatro letras provocan admiración y nostalgia, símbolo de un movimiento liberador, es gritar bien alto: ¡Si hay Revolución, hay esperanza, si no hay Revolución, ni sueños ni esperanzas!
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¡Si hay Revolución, hay esperanza, si no hay Revolución, ni sueños ni esperanzas!
ResponderEliminarHace más de 50 años con la Revolución en Cuba hubo mucha esperanza, hubo muchos cambios en favor del pueblo...en fin, un cambio del cual muchos cubanos nos sentíamos orgullosos.
Pero de eso hace ya, digamos, 50 años y son muchos. Con la caida de mamá URSS el estado cubano se vió huérfano de mámá y papá estado dijo..."con estos 11 millones de hijos yo solo no puedo" y ahora qué pasa, que sin cadaveres en las calles como en la época de Batista, pero con el deteriorado sistema de salud y educación por muy gratis que sea y del que siempre nos hemos vanagloriado la situación del cubano de hoy en día no es como hace 20 años y por mucho que querramos tapar el sol con un dedo y sin sentimentalismos idealistas, todos sabemos de que así es.
Ya no hay esperanzas, no hay sueños, hay conformismo, no hay ilusiones.
¿Será necesaria una nueva revolución?
Es cierto que nuestra situación no es la de hace 20 años, que el derrumbe del llamado campo socialista nos dejó solos en un mundo hostil, empeñado en ponernos de rodillas. Nadie ignora que esos 20 años pesan. Hay jóvenes que creen que la Revolución son sus dos últimas décadas, porque lógicamente no vivieron la etapa anterior. Y hay padres que olvidaron el pasado. Pero no estoy de acuerdo con usted en que no hay esperanzas, sueños o ilusiones. Usted, como yo, sabemos lo que nos jugamos. Y sí, los revolucionarios hacemos una nueva revolución todos los días, que es la misma y es otra. A veces, en una simple conversación, pero siempre con el ejemplo.
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