Enrique Ubieta Gómez
Fotos - E. U. G.
Esta es una historia en dos partes. Nunca antes había presenciado un show mediático de las autodenominadas Damas de Blanco o de Apoyo, entre todas, una treintena, aunque ya las segundas son mayoría. Ayer, los medios callaron. La prensa internacional, siempre dispuesta a sobredimensionar o a construir cualquier hecho insignificante en Cuba, no publicó una palabra. Pero hoy acudió a la cita. Como dijera Carlos Serpa, las Damas son empleadas como punta de lanza para la provocación. Éramos más periodistas que marchantes. Pero, al menos para mí, lo más significativo fue la descarada y ya habitual presencia del “diplomático” norteamericano Lowell D. Lawton (en la Iglesia de Santa Rita, también estuvo un discípulo de la República Checa). Los mercenarios no se ruborizan: aceptan que reciben dinero y apoyo de quien se lo brinde, y reivindican su relación con la Oficina de Intereses de Estados Unidos. Laura Pollán ofreció declaraciones. Pregunté varias veces si consideraba honorable al golpista Micheletti (en las imágenes exhibidas ayer en la televisión, expresaba emoción y agradecimiento por sus declaraciones de solidaridad). No obtuve respuesta, cortó bruscamente el diálogo que con la prensa extranjera había sido amigable. Pero tuve una segunda oportunidad. Mientras caminaban solitarias por el parque que divide a la Quinta Avenida, dos ex reclusos pretendieron provocar a un camarógrafo de la televisión cubana. Y se inició un improvisado intercambio con la prensa. Yo volví a formular mi pregunta, y Francisco Pastor Chaviano, uno de ellos, respondió: cualquiera que nos brinde apoyo es bienvenido. La frase puede interpretarse con toda amplitud, pero la contrarrevolución cubana es muy explícita en sus afectos: solo hay que saber a favor de quién y en contra de quién está el Gobierno estadounidense. ¿No les parece grotesco que el representante de Estados Unidos esté aquí supervisándolos?, pregunté entonces. Pastor Chaviano, más cerca de mí, masculló: “ellos son libres de estar aquí”. “Los revolucionarios cubanos recibieron dinero de otros gobiernos en la década del cincuenta”, agregó como justificación. Pero, repliqué, es el gobierno de un país que históricamente ha pretendido –y pretende-- el dominio de Cuba, que obstaculizó y luego impidió su independencia absoluta, y que hoy es su principal enemigo. “¿Quién dice eso?, eso es falso, ustedes han distorsionado la historia”, dijo descompuesto. Pude haber citado a Emilio Roig o a Ramiro Guerra, dos historiadores respetados y pre-revolucionarios, pero ya mi serenidad periodística llegaba a su fin. Las Damas regresaban y empezaban a gritar por su Zapata, nosotros –éramos unos pocos blogueros y periodistas--, por el nuestro. No sé si sea correcto que un periodista exprese su criterio, pero levanté el puño y exclamé: ¡Viva la Revolución!
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