Ernesto Almaguer.
Es usual que ciertas personas se autodenominen “inconformes”, para obtener prebendas del enemigo. Y ejerzan la inconformidad de los conformes con el imperialismo. Los mueve más bien la avaricia, la mentira, usada como prenda de etiqueta, para codearse con el amo que la inspira.
Odio, arrogancia, críticas rutinarias de blanco fácil en cada esquina, llevadas al papel o al teclado, para entregarlas al ciber mundo y trastocar las realidades.
El “inconforme” no está en las colas, no viaja en un transporte lleno, no camina largas distancias, no mira la televisión nacional, no lee la prensa, vive enajenado. El inconforme sueña con grandes supermercados, viajar en la parte trasera de un coche, leer el Nuevo Herald o disfrutar un programa de Univisión, sobre todo aquellos que denigran e insultan a la Revolución.
La inconformidad no es mala, si sus sílabas se traducen en razones oportunas, en soluciones viables, en proyecciones humanas. Pero las “inconformidades” de las que hablamos, son podredumbre que corroe lo bello y lo humano de la vida.
Algunos añoramos la paz y la justicia, la sonrisa de los niños por el mundo, la verdad contra aquel que la aniquila, el fin del imperialismo, ¡nosotros sí somos inconformes!, nos respaldan las innumerables opiniones y sugerencias que por estos días el pueblo realiza en asambleas de debate, para decidir el futuro económico de esta nación.
Mientras el “inconforme”, sigue soñando con entreguismo, el abrazo del dinero, la caricia del imperio. Pasarán los años y la historia sepultará en el olvido a aquellos mal llamados “inconformes”, que por mirar la paja en el ojo ajeno, no vieron los errores de ellos mismos.
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