Enrique Ubieta Gómez
Estaba casi convencido de la improcedencia de responder el extensísimo y por momentos alucinado artículo de “Liberato” Salinas. Hernández Busto –el admirador confeso de W. Bush–, y Rafael Rojas, sin embargo, cambiaron mi parecer. No pienso proseguir este debate, tengo ocupaciones más placenteras y útiles, y nuestro verdadero enemigo es el imperialismo. Si los anarquistas o socialistas libertarios cubanos se consideran anticapitalistas como yo, supongo que sean también antiimperialistas y disculpen mi desatención. El problema es que los ideólogos de la contrarrevolución –bien definidos en la derecha–, han iniciado una “campaña” de apoyo al anarquismo… Estoy perplejo. O no han entendido nada de los argumentos de “Liberato” Salinas y de Calzadilla, o los entienden mejor que yo. De repente Penúltimos días descubrió “sus coincidencias” con Havana Times, y anuncia con júbilo cada post “libertario”. Rojas, por su parte, hace una lista de quienes, según él, están “a favor de que la reforma económica avance más allá de la entrega de tierras a los campesinos en usufructo, de la ampliación del trabajo por cuenta propia y de la compra y venta de viviendas y autos”. En su español: de quienes quieren que los cambios en Cuba avancen hacia el capitalismo. “Esa presión, ideológicamente plural –escribe en el periódico El País de la empresa transnacional PRISA, con la que “Liberato” no quiere ser asociado (y ya sabemos que pluralidad para Rojas es todo, menos anticapitalismo)–, en la que intervienen católicos, anarquistas, liberales, socialdemócratas, juristas independientes o líderes de la comunidad negra o gay”, se expresa, dice, “en redes o publicaciones electrónicas o impresas, como Espacio Laical, Observatorio Crítico, Havana Times, Estado de Sats, Generación Y o Temas”. La única publicación institucional es Temas, y Rojas la incluye, supongo yo, por deferencia postraumática, después de los palos que le propinaran en ella Arturo Arango e Iroel Sánchez. Pero las otras, ¿qué tienen en común? Proudhon, Bakunin y Kropotkin hubiesen rechazado enérgicamente cualquier vínculo con liberales y socialdemócratas (actuales) y con sectores que eluden cualquier definición ideológica o las expresan en sus alianzas con el imperialismo y sus pretensiones capitalistas.
Pudiera pensar (autocomplaciendo mi ego) que tanto Rojas, como el admirador de Bush junior (Hernández Busto), adoptan a los “desvalidos” libertarios porque yo los ataco, o que estos se han aferrado a mis críticas para obtener visibilidad, ya que me presuponen “vocero” o “ideólogo” del “sistema”; pero no soy ingenuo ni “me creo cosas”, ellos saben que expreso opiniones personales y que el marketing imperial trasciende este intercambio. En todo caso, la polémica es un pretexto bien manejado, y la visita a Cuba de Ted Henken el punto de partida de una operación de acercamiento contrarrevolucionario a ciertos sectores de la sociedad.
“Liberato” Salinas, en cambio, me cree muy poderoso; su texto se apoya en las más delirantes especulaciones. Este párrafo es divertidísimo: “Ubieta además de director del oxigenante periódico La calle del medio es autor de un libro publicado en el álgido 1993, con el cual dio una de las primeras señales de la reorientación ideológica del discurso oficial en Cuba, luego de la evaporación histórica del marxismo-leninismo: Ensayos de identidad, texto que como su nombre lo indica tuvo por centro lo que a partir de ese momento se le llamará ‘la identidad’, una instancia a través de la cual los agentes culturales del orden estatal cubano gestionaron el recambio de la fenecida ‘moral comunista’. Una operación que involucró la designación de un nuevo ministro de cultura, la reorganización de la enseñanza de la historia de Cuba y el entramado institucional de la cultura, con la recuperación de figuras como Fernando Ortiz (y su noción de la integración nacional a partir del mestizaje), Cintio Vitier (y su teleología post-origenista del devenir simbólico de la nación) o la adjudicación de un nuevo estatus a la figura de José Martí, con la creación de una instancia cuasi ministerial como la Oficina Nacional del Programa Martiano, con la decorosa figura de Armando Hart Dávalos en calidad de su presidente”. Perdóneme el lector por la extensión de la cita, que solo intenta mostrar la “seriedad” de los razonamientos de “Liberato”: el primer texto de ese libro (“Panhispanismo o panamericanismo…”) obtuvo el Premio UNEAC de Ensayo en 1990, y en 1993, yo era un joven investigador ajeno a cualquier supuesta “reorientación ideológica del discurso oficial en Cuba”. Y sigo siéndolo, aunque ahora no me sienta ajeno, ni sea tan joven. Es muy curioso sin embargo que los argumentos de “Liberato” se parezcan tanto a los del propio Rafael Rojas, quien insiste en diferenciar la “etapa marxista” de la “nacionalista”, para canjear el antisocialismo por el anticastrismo en el discurso contrarrevolucionario –más manejable, porque se asocia a una persona y no a una doctrina revolucionaria–, y que ha considerado necesaria, como premisa política, la defenestración de Cintio Vitier y de José Martí. Para no abrumar al lector con una respuesta igual de extensa –el artículo de “Liberato” tiene 12 cuartillas–, me referiré sucintamente a algunas de sus "notables" afirmaciones.
“Liberato” me acusa de defender… ¡el nacionalismo burgués! Me detengo en este punto, aunque me salte el orden de sus invectivas, para seguir el hilo lógico de estas reflexiones. Su esquemática comprensión de la lucha de clases pasa por alto la existencia de naciones oprimidas y de naciones opresoras. Es más, para él, “el nacionalismo, sea de los grandes o las pequeñas naciones no ha ido más allá de reproducir a distintas escalas los procederes de los grandes Estados opresores que los movimientos de liberación nacional decían combatir”. Ante todo, debo afirmar que no soy nacionalista, de ningún tipo. José Martí no lo fue. Su periódico no se llamó La Nación, sino Patria (“que es Humanidad”, apostillaba). Su Partido no se llamó Independentista o Nacionalista, sino Revolucionario, porque quería construir una República que no se pareciera a la del Norte, ni a la de los restantes Estados latinoamericanos. Quería la unión de “nuestra América”, para fundar en ella un camino alternativo. Para eso Cuba necesita hoy defender su soberanía nacional.
Se es cubano por adopción o nacimiento, sin importar el origen, como lo fueron Máximo Gómez y el Che Guevara, como lo fueron José Martí (hijo de españoles) o Alejo Carpentier (hijo de rusa y francés). Más de mil cubanos fueron a pelear por la España republicana, unas décadas después de conquistada, a sangre y fuego, la mediatizada independencia. Más de 300 000 cubanos pelearon por la independencia de Angola y –no se olvide–, contra los intereses imperialistas, y más de dos mil entregaron su vida en aquel lejano país. Otros miles lo hicieron en muchos “oscuros” rincones del planeta. En más de sesenta países han trabajado los médicos y los maestros cubanos. ¿De qué nacionalismo hablan? En cuanto a mí, después de Ensayos de identidad he publicado dos libros que abordan la rica experiencia internacionalista cubana.
La radicalidad histórica del independentismo cubano no es ajena a la estructura clasista de los principales líderes del 95 y de sus tropas, que emergieron de los estratos más pobres de la sociedad en los primeros diez años de lucha. Esa radicalidad espantaba a las elites autonomistas y anexionistas, y fue aplastada con la intervención norteamericana. Pero el argumento de “Liberato” se extravía todavía más cuando dice: “Ese vaciamiento de contenidos populares de la historia que han estado haciendo los historiógrafos de la nación cubana ha ido creando las condiciones para que hoy no nos asombremos de un cartel gigante que este año ubicaron en el set de la plaza de la revolución el pasado 1 de mayo: ‘socialismo es soberanía nacional’, una definitiva declaración del achatamiento de la idea del socialismo en manos de los promotores de los Lineamientos y una demostración de la inquietante capacidad de reproducción universal de la lógica gubernamental que dio lugar hace casi un siglo a los nacional-socialismos europeos”. “Liberato” deduce la existencia de los nacional-socialismos de una matriz ideológica y no de presupuestos económicos y políticos: es cierto que el nazismo manipula el sentimiento nacionalista burgués, pero su existencia no es solo el resultado del incontrolado desbordamiento de pasiones, sino y sobre todo, de la necesidad imperialista y del instinto de conservación del Capital ante al auge revolucionario. Comparto la frase del cartel, descontextualizada de su origen como bien sabe “Liberato”: la soberanía nacional es hoy premisa para el socialismo, porque es el único escenario que nos permitiría su construcción. Y en sentido inverso, el socialismo es el único escenario posible para la soberanía nacional. ¿Recuerda “Liberato” la existencia del imperialismo norteamericano y su papel en la historia de Cuba?, ¿coincide con este en que debemos abrir las fronteras nacionales y promover un ‘nacionalismo suave’, ‘poroso’, que no impida el predominio de sus empresas transnacionales?
Existe en el discurso de “Liberato” una reveladora tendencia a coincidir en aspectos esenciales con el discurso imperialista. A pesar de que cuestiona mi militancia izquierdista (palabra turbia, ya lo sé), la suya se enreda en definiciones que no son propias del pensamiento anarquista. Por ejemplo, dice que Ichikawa, es un “intelectual orgánico de la centro derecha cubana”. ¿De qué centro habla?, ¿es que un anarquista postmoderno acepta esas clasificaciones que dividen y subdividen los programas de la derecha, como si fuesen opciones diferentes? Por el contrario, iguala de un plumazo a la izquierda sistémica de Zapatero en España, con la que Hugo Chávez representa. ¿No sabe acaso que el Gobierno español es cómplice, junto al de Estados Unidos, de los intentos desestabilizadores del Gobierno bolivariano?, ¿acepta a Zapatero como “izquierda”? Confundir, por último, la defensa del reducto socialista cubano –que incluye sus limitaciones y equivocaciones posibles–, con el tema de la “gobernabilidad” burguesa, es un acto de cinismo. La historia tiene ejemplos muy claros: los “marxistas” granadinos asesinaron al líder heterodoxo Maurice Bishop, y las tropas estadounidenses entraron al país, lo ocuparon y los liquidaron a ellos también. Miradas las cosas así, resulta comprensible el apoyo que este anarquismo recibe del pequeño Bush de Penúltimos días y de Rafael Rojas, entre otros. Y la patada que recibirían, después de desalojado el Gobierno que tan amablemente ayudan a combatir. Esta versión tropical es una caricatura de anarquismo: los que se alzan ahora contra el Estado revolucionario cubano son, con respecto al anarquismo, lo que los jóvenes hegelianos fueron con respecto a Hegel. Obnubilados con el principio del no reconocimiento a la autoridad –como aquellos con la Idea Absoluta–, se alían a las fuerzas más reaccionarias para destruir lo imperfecto e instaurar La Nada. Con citas de autores mal digeridos, el texto de “Liberato” es pobre y, en el mejor de los casos, ingenuo. De los retos que los revolucionarios cubanos tendremos que enfrentar nadie duda. Yo los asumo, sin dejar de defender la soberanía nacional del país, y la integridad del Gobierno revolucionario. Finalmente “Liberato”, te aconsejo que deseches el tono de burla, porque no funciona: no soy doctor, nunca me interesaron los grados académicos, aunque respeto a quienes genuinamente los alcanzan. Soy simplemente un revolucionario cubano, que no necesita apodos para reafirmar su identidad.
VER TAMBIÉN:
LA CONFESIÓN HENKEN / ESCOBAR SOBRE LA BLOGOSFERA CUBANA.
EL FALSO MAPA DE TED HENKEN
ERASMO CALZADILLA Y EL ANARCO-CAPITALISMO
Ubieta, diste en el clavo antes cuando desmontaste los propósitos reconciliadores de los neosociolistos, anarco-capitalistas, bien llamados, de ahí los besitos que les envían Rojas y Bustos, y Yoani en un twitter de hace días. Ahora das en el clavo cuando, del fárrago de Liberato, descontruyes su intención tergiversadora, su lata ironía y su inconsecuente análisis del pasado y el futuro de Cuba. Lo primero que entregan los neosocialistas es la soberanía; con un Estado de Bienestar que negocie la injerencia alguna que otra vez, lez vendría bien.
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