Comparto mi sorpresa ante esta magnífica historia que nos cuenta El Diablo Ilustrado, ilustre amigo y Caballero Trovador de La Habana.
Fotos cortesía de Judith
Tomado de El Diablo Ilustrado
Cuando no puedo cantar con el corazón
Sólo puedo decir lo que pienso, Julia
Julia, arma dormida
Nube silenciosa, tócame
Por eso canto una canción de amor, Julia
Julia, Julia…
Es cierto que nos habíamos dado unos tragos de Paticruzao en la íntima fiesta de aquella noche en Santiago, pero no para tanto. Charly Salgado cantaba “Julia”, halagando a la amiga anfitriona. Yo había silviado un poco y lo escuchaba cómodamente en un butacón. La señora de la casa, ya rondando los 70 años, de una belleza sin maquillaje, simpática y abierta en su charla, se sentó a mi lado y, como quien no quiere las cosas, me suelta de sopetón:
—Esa canción me la hicieron a mí.
La miré y traté de ampliar su comentario en el plano idílico, asociando a su hija y el nombre de la pieza. Pero ella insistió:
—No, no; lo que te digo es que esa canción fue hecha para mí.
Miré hacia el techo: no daba vueltas; giré entonces mi rostro, sin apuro, hacia ella; le clavé la mirada, contrayendo los labios, mis cejas hacia arriba… todo para sugerirle que no me cogiera para eso. Y le aclaré pausadamente, por si se trataba de un mal entendido:
—Señora, esa canción no es de nuestro Charly: es de Jonh Lennon, el de los Beatles.
Sonriente, como quien tras una gran apuesta vira la carta oculta que le da el triunfo, me afirma:
—Sí, de John. Hasta Juan lo llamé, en una noche muy parecida a esta.
La mitad de lo que digo no tiene sentido
Pero lo digo sólo para llegar a ti, Julia, Julia, Julia.
Me tomó de la mano y me llevó a un cuartico como de estudio colindante. Me invitó a acomodarme en una butaca de mimbre y me sirvió un doble en strike; se sirvió uno para sí (que no era su primero tampoco). Hizo el gesto típico del brindis y se sentó en una silla a mi lado.
Como aceptándole el juego le enfaticé:
—Pero usted se llama Judith.
—Esa canción era “Judith” hasta que entran a los estudio Abbey Road a grabar. Es Paul Mc Cartney quien aconseja a Lennon, que decide entonces ponerle el nombre de su mamá.
Criatura del océano que me llama
Por eso canto una canción de amor, Julia.
Entre burlón y algo más serio, como quien no sabe si seguirle la rima o frenarla en seco, quise que me reafirmara abiertamente.
—A ver: ¿Lo que me quiere decir es que el mismísimo John Lennon, ¡el de Los Beatles!, hizo la canción “Julia” inspirado en usted? O sea, que conoció a Lennon en persona, y tan bien conocido al punto de inspirarle nada menos que “Julia”.
—Pues sí, muchachito: se la hizo a esta que vez aquí; claro que... con casi 50 años de menos.
Soltó una carcajada que no pude acompañar pues, lógicamente, estaba masticando lo que me contaba. Pero ella, como narrando la telenovela, continuó:
—Tampoco es que tuviéramos un gran romaaaance, pero estuvimos toda una noche conversando, casi hasta al amanecer; de todo un poco, y na’, me sacó luego la canción. Lo cual ignoré hasta unos años después, cuando me llega un mensaje del propio John. Por poco me da un patatús cuando me supe la verdadera “Julia” del Álbum Blanco.
Julia, ojos de concha marina
sonrisa de viento que me llama
por eso canto una canción de amor, Julia, Julia, Julia…
La canturreaba con gozo, pero tuve que interrumpirle ante una contradicción con la que podía cogerla infraganti:
— ¿Y como usted no publicó eso, Judith? Fuera una mujer famosa, oiga: ¡la cubana que inspiró una canción de los Beatles!
— ¿No me digas? ¿Tú te imaginas que yo gritara aquí, en pleno Santiago de Cuba, a inicios de los años 70 —cuando me enteré—, que había tenido relaciones con un músico inglés? ¡Muchacho, el rock era el imperialismo! ¿Tú piensas que es un bonche la canción de Carlos Varela… Y cuando los discos de los Beatles no se podían tener? Me habrían botado hasta del CDR. ¡Me arrollaba la conga de Los Hoyos...!
Se caía del cielo mi nueva sospecha:
— ¿Y… cómo usted se empata con John Lennon, señora mía?
—Cosas de la vida. Fui a La India como parte de una pequeña delegación, entre el 2 y el 10 de abril de 1968. Yo era traductora de inglés, que es también idioma oficial allá. El objetivo creo que era un intercambio o acercamiento a la primera ministra Indira Gandhi —a la que no vi, por cierto, ni en pintura. Era como la niña mimada del grupo. Ni sabía quienes eran Los Beatles. Me enteré allí por el revuelo con ellos. Estaban a orillas del río Ganges, en la hacienda del gurú Maharishi Mahesh, una especie de guía espiritual, famoso por unos ejercicios de meditación para entrar en otro mundo (lo que se dice un trance). Nos hicieron un motivito casi oficial, y uno de la cumbancha con el profeta era de la corte de Indira; Siva —bueno, en realidad se llamaba Sivananda—, se hizo amiguito de nosotros y fue quien llevó a Lennon para que despejara con nosotros, pues estaba en grandes tensiones ya con “Ojo cósmico” —así fue como nombró John al gurú, con aire de burla. Se maravilló cuando supo que había cubanos allí, como quien descubre unos bichos raros y… por alguna razón —enfatizó con pícara coquetería— con quien se quiso sentar fue conmigo. Sabía la leyenda de los Barbudos, de Fidel que escandalizó a la ONU con un discurso de más de cuatro horas, de Bahía de Cochinos, de la Crisis de los misiles… Preguntó mucho por el Che, quien había caído en Bolivia hacía unos meses y el impacto mundial era tremendo. Tuve que explicarle mucho sobre el sentido de aquella guerrilla y la imposibilidad de otra vía, pues John insistía en que las armas tenían que ser borradas de la tierra, era partidario de la lucha pacífica. No se me olvida que me dijo, como un chiste, “desaparecer las armas todas: hasta los cuchillos de mesa”. Habló estremecido de Martin Luther King. Me dijo que había visto su discurso en la Gran Marcha de Washington por allá por el 63, gracias a una filmación en la que aparecen Bob (Dylan) y Joan (Baez) cantando. Que fue estremecedor ver al gran líder negro dialogar con el público mientras repetía I have a dream… (Yo tengo un sueño…). Me lo contaba con indignación. Hacía solo tres o cuatro días que lo habían asesinado; eso tenía tenso el ambiente en los Estados Unidos, con grandes manifestaciones y motines en varias ciudades. John me insistió en la lucha pacífica, como Mahatma Gandhi. Yo no dejé de argumentarle defendiendo la guerrilla como única manera factible.