A propósito del 20 de mayo de 1902, nacimiento de la República neocolonial
cubana, compartimos esta entrevista concedida por el Historiador de La Habana Eusebio Leal,
a la Revista Temas:
Eusebio, ¿República
mediatizada, seudo- república o simplemente República, la cubana que nació el
20 de mayo de 1902 y terminó el Primero de enero de 1959?
Creo que República, y que, además, es una República que nace
bajo las circunstancias de no ser la hija legítima de la Revolución, sino su
aborto. Quiero decir: se había fundado una república en Guáimaro, ahí está
nuestra tradición revolucionaria, democrática. Los principios fundamentales de
nuestras esperanzas futuras se sentaron en Guáimaro, en abril de 1869. Si
observamos el proceso que vino después, vamos a ver cómo a partir de la
creación de ese territorio libre del colonialismo español -el que el Ejército
Libertador pudo sostener y donde, queramos o no, estuvo el gobierno revolucionario
con todas sus luces y sombras-, nace ese proceso.
Y se extingue cuando se declara disuelto el Gobierno
Revolucionario, no el que fenece con la paz de El Zanjón, y ni aun con el
Consejo Revolucionario que se crea después de la Protesta de Baraguá, y
que persuade a Antonio Maceo la necesidad de su partida al exterior,
convenciéndolo de que no perezca en una reyerta inútil, cuando ya no había
esperanzas materiales y solamente quedaba y quedaría el eco y la luz del acto
moral de Baraguá; sino el que termina después de los hitos posteriores, aun el
de 1895, con la disolución del Ejército Libertador más tarde, y con la del
gobierno presidido por Bartolomé Masó.
Podríamos analizar todos y cada uno de estos hitos: la
primera república, la cespediana; la que se extingue con el pacto de El Zanjón;
la que sobreviene con el Consejo Revolucionario, presidido por el venerable
Silverio del Prado, por Manuel Calvar, por Maceo, por Vicente García; la que
sobreviene después, en el 95, con posterioridad a la discusión en La Mejorana entre Martí,
Gómez y Maceo, en la que se debate la forma de gobierno. Esto queda atrás en el
momento en que, de hecho, se declara disuelto el Ejército mambí, se extingue el
gobierno revolucionario, y comienza ese lapso oscuro que es la ocupación
norteamericana, enjuiciada por Máximo Gómez, de forma breve y precisa, en su
anotación del 8 de enero de ese año 1899: “tristes se han ido ellos [los
españoles] y tristes nos hemos quedado nosotros, porque un poder extranjero los
ha sustituido”.
Máximo Gómez reconoce implícitamente que había un poder real
-el español-, que a lo largo de siglos había privado al pueblo cubano de
ejercer, llegado a la madurez de su vida, estando presentes en la sociedad
cubana los elementos formativos que la favorecían, una opción independentista
-a la que nunca tuvimos en realidad acceso-, fallido primero el intento de que
Cuba se incorporase al movimiento de liberación hispanoamericana iniciado en
México, y en todo el sur por Bolívar y por los padres fundadores; el resultado
del 68 después, y finalmente el desastre de la intervención norteamericana, que
Gómez en ese mismo párrafo señala. En esa misma anotación, dice que es una
“intervención impuesta por la fuerza”. En esta entrevista no podemos
explayarnos en criterios diversos sobre el hecho, pero lo cierto es que los norteamericanos
llegan, eso es lo histórico; desconocen al gobierno revolucionario; utilizan al
Ejército Libertador como unos cargadores, como unas tropas de adelanto que van
limpiándoles el camino, hasta que se esfuma la ilusión de que los americanos
vienen a Cuba como aliados.
El propio Gómez -para volver a citarlo- en su célebre carta
de respuesta al Capitán General Ramón Blanco, que le insta a una alianza entre
tropas cubanas y españolas para arrojar fuera a los yanquis, le responde: “Me
asombra su atrevimiento, al proponerme nuevamente términos de paz, cuando usted
sabe que cubanos y españoles jamás pueden vivir en paz en el suelo de Cuba.
Usted representa en este Continente una monarquía vieja y desacreditada y
nosotros combatimos por un principio americano; el mismo de Bolívar y
Washington [...] Yo solo creo en una raza: la Humanidad; y para mí no
hay sino naciones buenas y malas; España habiendo sido hasta aquí mala, y
cumpliendo los Estados Unidos, hacia Cuba, un deber de humanidad y
civilización, en estos momentos”; para, poco después, con aquella agudeza que
tenía, y como hombre que conocía demasiado la cuestión cubana por dentro, y
había oído tanto a Martí, diga: “No veo el peligro de nuestro exterminio por
los Estados Unidos, a que usted se refiere en su carta. Si así fuese: la
Historia los juzgará”. El juicio está montado en la ocupación americana, en ese
período de ocupación -1900-1902-, cuando quedan claras todas las intenciones;
cuando estas se ponen de manifiesto, con brutalidad absoluta, en la asamblea
constituyente de 1901 en el Teatro Martí; cuando se les advierte a los
asambleístas que si no hay enmienda no hay República. Y a la constituyente, que
tenía como único objetivo -para el cual había sido elegida-, preparar una base
constitucional para la
República futura, le impone el deber de legislar sobre cómo
serían las relaciones futuras entre Cuba y los Estados Unidos, y le impone la Enmienda Platt, que
no solamente merma, sino mutila todos los atributos de soberanía de la República que nace el 20
de mayo de 1902.
Sí, fue una República, fue reconocida por las grandes
potencias, por España, por los Estados Unidos; fue reconocida por Europa, por
Japón, por China. Ahí tenemos las cartas de reconocimiento de todas aquellas
personalidades. Fue reconocida por todos los pueblos iberoamericanos; pero en
realidad la República,
como tal, no existió, porque desde el punto de vista jurídico, el gobierno de
los Estados Unidos podía intervenir en Cuba sin consultar al Congreso ni al
Presidente. Y eso lo ejerció entre 1902 y 1905, en todas las presiones sobre el
gobierno de Tomás Estrada Palma, y de una forma brutal cuando ese propio
presidente, prevaricando de sus deberes, llama al gobierno norteamericano, en
una acción en la cual participa el Ministro de Cuba en Washington, Gonzalo de
Quesada, quien pide al presidente de los Estados Unidos la intervención en
Cuba. Ambos, Gonzalo de Quesada y Estrada Palma, eran discípulos amados de
Martí. Hasta el último momento de su vida está refiriéndose con cariño y con
afecto a Estrada, a quien él había llamado “el cenobita de Central Valley”. En
la carta del Secretario de Estado norteamericano está citado el telegrama de
Quesada que dice: “esto aquí nadie lo sabe, solamente el Presidente y yo”.
Es decir, se hizo a espaldas del Congreso, a espaldas de los
sectores de opinión. En medio de un conflicto interno, se solicita la
intervención norteamericana. Es un acto de soberbia del presidente Estrada
Palma, al no querer reconocer los resultados de unos comicios electorales que
estaban viciados, porque la
República que se entroniza nació con todos los vicios de
corrupción propios del modelo que le había sido propuesto como fórmula de
existencia. Dicen que el Presidente norteamericano estaba muy molesto, porque
la torpeza de los políticos cubanos venía a deshacer la imagen “grande y
generosa” que los Estados Unidos habían dado ante el mundo. La nación
norteamericana había cumplido el compromiso solemne de ambas cámaras -expresado
en la fórmula de que el pueblo de Cuba es y de derecho debe ser libre y
soberano- al intervenir en Cuba. Esa libertad había sido conculcada por la Enmienda Platt,
pero quedaba una formulación pública, un teatro montado, y ese teatro venía a
ser disuelto por Tomás Estrada Palma, y eso no convenía a los intereses
norteamericanos. Ellos no querían estar aquí, la escena maravillosa había sido
la partida, la entrega de la
República; pero tuvieron que volver, y cuentan que el
Presidente norteamericano le expresó a Gonzalo de Quesada: “Dígale al
presidente Palma que yo puedo enviar ahora mismo los barcos que me pide, pero
que piense en la mancha imborrable que caerá sobre su nombre”.
A partir del 20 de
mayo de 1902 nace un nuevo Estado, y se crea una república que usted dice que
no existió en los primeros años por la vigencia de la Enmienda Platt,
pero que ha dejado una historia con luces y sombras, a partir de Estrada Palma,
pasando por José Miguel Gómez, Menocal, Zayas, Machado…
Nosotros podemos explicar la historia; lo que no podemos
hacer es borrarla. Cuando no se tiene el valor de explicarla, se acude al
expediente de omitirla. Yo pienso que eso es un grave error, que ha costado muy
caro a los que la han negado. Varias veces he escuchado decir al compañero
Fidel que quienes han negado su historia han desaparecido.
No podemos dejar de pensar que el Secretario de Educación
Pública del gobierno interventor, en un período, fue Enrique José Varona. Ya
sabemos qué representa Varona en la historia de la evolución del pensamiento
cubano. Sabemos que en el momento del voto por la Enmienda o contra la Enmienda se escinde la
opinión cubana. Una posición era la de quienes creían necesario rechazarla
-recurriendo a un expediente de heroísmo que no tenía convocatoria, porque se
habían roto las bases de unidad, y la información que podría haber permitido
movilizar a muchos, estaba fragmentada.
Otros creían que debíamos tomar lo que se nos daba y luchar
por lo que aspirábamos, o por lo que habíamos luchado siempre. Esa es una
verdad; y vamos a observar cómo, tanto en el gobierno de Tomás Estrada Palma
como en los posteriores, participa un conjunto de figuras de gran relevancia
para Cuba que no pueden ser, en forma alguna, borradas y tijereteadas de la
historia. Nos quedaríamos sin nadie si no somos capaces de situar lo que usted
ha llamado, con razón, la luz y la sombra de un proceso. No hay posibilidad
ninguna, es un proceso en el cual se forja un sentimiento anti-imperialista, en
que renacen con fuerza, después de la poda, los más valiosos sentimientos
patrióticos. Es un período en el cual figuras como Juan Gualberto Gómez, Manuel
Sanguily, Enrique José Varona, por citar solamente algunos nombres, van a
librar la batalla por el análisis y la búsqueda de una posición cubana frente a
las nuevas amenazas de injerencia norteamericana -que son en muchos casos
rechazadas- y contra las relaciones que se han creado en Cuba, precisamente por
no haber triunfado la revolución martiana “con todos y para el bien de todos”.
No estaba publicada todavía la mayor parte de la obra de
Martí; por eso comprendemos la avidez con que Mella, profundamente flechado por
el Maestro, busca testimonios martianos en las figuras sobrevivientes de la
gran gesta; por eso el papel del doctor Eusebio Hernández, por ejemplo; una
tremenda figura, no solo un gran científico, sino un gran patriota, de
primerísima línea, consejero de Maceo, compañero y amigo de casi todos los
fundadores. Hay un libro precioso con su correspondencia y con todo lo que
significó. Además, Mella lo pondera de forma extraordinaria.
Es la etapa en que nace el movimiento obrero, en que se
llevan a cabo las primeras huelgas, en que va surgiendo, precisamente, una
conciencia proletaria en medio de las necesarias influencias, que venían de
nuestra propia matriz española o europea, como el anarcosindicalismo. Tuvimos
hasta la fortuna de tener en esa corriente a hombres de la talla de Alfredo
López, a quien Mella reverencia como una verdadera figura de primera línea en
el orden humano. Es la etapa en que se forja y nace el primer Partido Comunista
de Cuba, con un Primer Secretario que era español y que es deportado poco
después; lo cual agrega condimento a que nuestra ruptura con España siempre fue
con la España
política, pero no con la de la raíz, de la rabia y de la idea de que hablaba
García Lorca; porque de ahí nos vienen los fundadores de las organizaciones
obreras, de la masonería librepensadora y anticlerical, de las organizaciones
culturales iniciales. No olvidemos que sin esa continua relación con la España vital no se
comprendería la partida a España, apenas treinta años después, de aquella masa
de jóvenes que va a combatir por el sueño democrático de la humanidad, en
defensa de la República,
y que vaya entre ellos uno de los jóvenes más esclarecidos de su generación,
Pablo de la Torriente
Brau.
Esto es muy complejo, no admite simplificación, no admite
decir que todo ha comenzado con nosotros. El movimiento encabezado por Fidel
es, como él mismo lo definió, una continuación de la revolución iniciada por
Céspedes. Esa revolución adopta, desde el 68 hasta el 59, distintas etapas, y
una de ellas es la de la lucha en el período republicano, proclamado luego de
la primera y segunda intervención norteamericana en Cuba, y del terrible amago
de intervención que sobreviene a la revolución del 30. Hubo entonces injerencia
política, pero ya no pudo haber intervención militar con desembarco, porque ya
había cristalizado una conciencia que pone al país al borde de una verdadera y
grande revolución.
Tampoco podemos omitir que, en medio de todo eso, hay en la República elementos
vitales que luchan, por ejemplo, de una forma patriótica por deshacer la Enmienda Platt,
desde el punto de vista jurídico, y lo logran cuando hacen que sea finalmente
abolida, no como un acto de generosidad del nuevo trato preconizado por
Franklin D. Roosevelt, sino como resultado de una gran lucha nacional, en la
cual los embajadores, los ministros cubanos -entre ellos Cosme de la Torriente- van a
desempeñar un papel muy importante para la desarticulación del aparato jurídico
de la Enmienda. Ellos
logran barrenarla completamente. Además, estaba delante el proceso
revolucionario, fallido, inconcluso; pero real, en el cual se paga el altísimo
precio del exilio y muerte de Mella, de la partida frustrada y del asesinato de
Guiteras, hechos que nos permiten pensar en el precio que paga el pueblo cubano
por todo esto.
También hay un movimiento obrero que tiene una significación
enorme en este período, con una gran ventaja para Cuba, y es que los grandes
dirigentes obreros del país, formados en el seno de aquel primer Partido
Comunista, lo fueron de una forma muy flexible. Dirigentes muy originales
porque partían de experiencias vividas muy originales, porque cumplían sus
deberes de cara a la clase trabajadora; verdaderos dirigentes,
extraordinariamente queridos por el pueblo cubano. No se puede concebir la
historia de ese movimiento sin hablar, por ejemplo, de Jesús Menéndez, caído en
plena juventud y que logró lo que parecía imposible, en una batalla contra las
más poderosas transnacionales de aquel momento.
No podemos olvidar -en la Habana Vieja en
particular- el papel de Aracelio y de Margarito Iglesias, como no se puede
olvidar el de Miguel Fernández Roig o el de José María Pérez, por solamente
citar los nombres de los mártires.
Durante la República se crea
también la
Federación Estudiantil Universitaria (FEU), y en la Protesta de los 13 hacen
irrupción los intelectuales.
Claro que sí, un movimiento intelectual muy fuerte que se
inicia, precisamente, con aquellos jóvenes libertadores que, al concluir el
proceso independentista, quedan inconformes con el destino incierto de Cuba.
Entonces se produce un movimiento, y ahí está ese fermento intelectual de
hombres de los que hoy estamos conmemorando los centenarios. Con nombres como
Don Fernando Ortiz que, ya desde el comienzo, desde su juventud, está buscando
las raíces y las claves interpretativas de la sociedad cubana; Emilio Roig de
Leuschenring, “el infante terrible”, como lo llamaron; aquella generación que
está en la Protesta;
figuras que conocimos y nos pudieron dar un testimonio tan hermoso de aquellos
años como José Zacarías Tallet y Juan Marinello, por citar algunos nombres.
Tenemos a Rubén Martínez Villena, siguiendo la huella de
Mella, a quien Neruda, con tanta razón, llama “el discóbolo cubano”; detrás de
ellos, Raúl Roa y toda esa gran generación, extraordinariamente elocuente,
dotada de la capacidad de la oratoria, de la conversación, que logran en sus
tertulias en el Naranjal, en el hotel Ambos Mundos, en el Lafayette, en el
corazón de La Habana,
donde se reúnen con los viejos representantes del pensamiento cubano, con el
propio Eusebio Hernández, con Juan Gualberto, con Sanguily, con Varona. Vemos
el fin de la vida de Varona; ahí está Roa describiendo en una semblanza lo que
significó este para la juventud cubana, y cómo van a buscarlo, y cómo Varona
-despojado ya de todo, sin nada material-, se convierte en el abanderado de esa
moral, de esa ética cubana, indestructible.
Creo que sí, que hubo un movimiento de cambio, de
transformación, una generación que tuvo articulistas brillantes, caricaturistas
brillantes como Conrado Massaguer, por ejemplo; revistas espléndidas de
pensamiento cubano como Social, hasta llegar al momento crucial, ya en el 30,
con una generación aún más joven que viene detrás. Por ahí llegaremos a Nuestro
Tiempo, por ahí llegaremos a Orígenes, por ahí llegamos a toda la pintura
cubana de esa época; por ahí andamos del brazo de músicos como Amadeo Roldán,
de Caturla. Entonces, simple y sencillamente, te diré que esa República fue
extraordinariamente fecunda, en todos los aspectos.
¿Cuáles son los
momentos o facetas de la historia de aquella República que demandan hoy un
ejercicio más acuciante de reinterpretación o revalorización?
Creo que toda la historia republicana es muy importante para
su estudio; porque se corre el riesgo siempre de simplificaciones, de
reducciones muy mecánicas, en las cuales falta la capacidad de investigar
situaciones concretas nacionales e internacionales, el papel de las grandes
personalidades en la historia de Cuba, el de las vanguardias políticas y
culturales que fueron tan importantes y que borran por completo la imagen del
proceso republicano como desierto de virtudes. En él aparecen precisamente los
precursores y promotores del proceso revolucionario en su doble vertiente;
quiero decir en su vertiente política y en su vertiente cultural.
Esta es una coincidencia muy importante en la historia de
Cuba, que marca una regularidad de la Revolución, y es la coincidencia de las
vanguardias culturales con las vanguardias políticas. Una inclinación a los
problemas sociales ha sido determinante, de forma permanente en esas
vanguardias cubanas. Las élites han sido, son, se hacen evidentes, pero son
intrascendentes. Las que desempeñan un papel importante son las vanguardias, y
no se puede confundir lo uno con lo otro. El proceso republicano es riquísimo:
en las relaciones internacionales, por ejemplo, la batalla librada por Cuba por
la derogación del apéndice constitucional, es decir, de la Enmienda Platt.
¿Cómo se logra esa derogación formal, que fue una victoria jurídica sobre el
Departamento de Estado norteamericano? ¿Cómo se logra el reconocimiento de la
pertenencia de Isla de Pinos a Cuba, que era discutida?
Y con Isla de Pinos se discutía también la existencia
virtual del archipiélago. Se le concedía a Cuba soberanía nada más que sobre la
isla grande. Esa batalla fue importantísima. La presencia de Cuba en la
fundación de la Liga
de las Naciones, la presencia de Cuba en la fundación de la UNESCO, la presencia de
Cuba en el Tribunal Internacional de La Haya. El hecho de que haya sido un cubano su
presidente -el doctor Bustamante-, el papel que su doctrina jurídica tuvo para
los derechos internacionales, y sobre todo el derecho de las pequeñas naciones,
particularmente las pequeñas naciones hispanoamericanas. Entonces yo considero
que hay que estudiar la
República, que no puede ser borrada de un plumazo; hay que
ver el papel que desempeñaron las contradicciones, las posiciones de los grupos
de batalla en esa época. Por ejemplo, los que aprobaron la Enmienda Platt,
bajo qué condiciones. Generalmente no hubo ninguna anuencia, o casi ninguna a
favor del carácter real de la
Enmienda como elemento de intervención, como elemento de
sujeción, como elemento de menoscabo de la soberanía cubana, hasta hacer
inviable esa soberanía. No hubo generalmente anuencia a eso. Los que la
aceptaron para continuar la lucha consideraban que era necesario tomar en ese
momento lo que se nos daba, para buscar y aspirar a lo máximo. Quiero decir que
hay que estudiar, estudiar profundamente, y no se puede, de ninguna manera,
hablar de la República
como de un monstruo inexistente, de algo que no existió. No es posible.
¿Cómo evalúa la labor
realizada por la historiografía republicana? ¿La obra, por ejemplo, de figuras
como Ramiro Guerra, Herminio Portell Vilá, Leví Marrero y Emilio Roig de
Leuchsenring?
Son, a veces, enfoques distintos, distanciados por una
actitud fundamental ante la cuestión de la injerencia norteamericana en Cuba.
Ramiro Guerra, por ejemplo, es el historiador; es un maestro, un pedagogo. Su
Historia es un documento de una eticidad absolutamente inobjetable, y él en sus
libros se asoma, se coloca ante el dilema de la injerencia norteamericana en la República, la denuncia;
no produce un análisis profundo de las causas y razones, y no desnuda el
fenómeno; pero llega hasta el umbral, evidentemente; es hasta ahí donde podía
llegar. Y eso está avalado por su conducta, por su vida personal, y por su
carácter. Emilio Roig sí entra de lleno en el problema.
Yo te diría, por ejemplo, que para comprender el pensamiento
cubano, es indispensable estudiar La expansión territorial de los Estados
Unidos, de Ramiro Guerra. Es un libro fundamental para poder entenderlo. Pero
también es importante estudiar a Herminio Portell Vilá, que después, con su
vida, se aparta de las que habían sido sus convicciones; pero no olvidemos
nunca que es el autor de una obra monumental que se llama Cuba y sus relaciones
con Estados Unidos y España. Es un libro esencial para estudiar, para
comprender el diferendum cubano-norteamericano; esta obra y otras del profesor
Portell Vilá.
Tomó un protagonismo importante en los congresos
internacionales de historia, convocados por Emilio Roig; estuvo en un círculo
de amigos, muy apreciado por Roig; después vino un distanciamiento profundo
cuando, llevado por su anticomunismo absoluto, no se da cuenta de las
originalidades y de las virtudes que estaban presentes en la Revolución cubana. No
la interpreta, y aterrorizado, se va a poner al servicio de los propios
intereses que ha combatido. Este es un análisis que hay que hacer, pero sin
invalidar la obra. Esto es importantísimo.
¿Leví Marrero y
Emilio Roig?
Leví Marrero: una obra monumental. Una obra mo-nu-men-tal,
que nadie puede desconocer. Hay que situarlo dentro de esa obra de la geografía
política cubana, en que cada cual hace un aporte importantísimo, muy
concluyente: es el trabajo de Pedro Cañas Abril, son las investigaciones de
Sara Isalgué y de Salvador Massip, son los propios trabajos del joven Núñez
Jiménez en su momento. Pero Leví Marrero es un hombre de gran sabiduría y su
obra es una obra enciclopédica que tendrá que ser consultada,
independientemente de sus posiciones personales. Es algo a lo que se puede
aplicar aquello de que “el arte no tiene patria, pero los artistas sí”. O sea,
podemos enjuiciar las posiciones personales del doctor Leví Marrero; podemos
someterlas a debate; pero no su obra.
¿Y Emilio Roig?
Emilio Roig de Leuschenring fue uno de los hombres más
completos, a mi juicio. Pero es un hombre que se desenvuelve en otros rangos.
Emilito se percató de la importancia de la polémica política y de la prensa; no
se perdió nunca en su gabinete a hacer historia, solamente a investigar y a
publicar libros, sino que fue un polemista; y además un costumbrista. Se dio
cuenta de que las costumbres y el carácter tenían mucho que ver y condicionaban
o tipificaban mucho la posición de los cubanos ante la sociedad y la historia;
por eso fue un costumbrista, por eso fue un periodista.
Advirtió el papel de la ciudad, de las grandes ciudades, y
particularmente de La Habana,
como lugar que tiene un gran peso en la historia de los acontecimientos. Y por
eso fue, además, el historiador de la ciudad. Se dio cuenta de la importancia
de los monumentos públicos como resortes de la memoria, y por eso defendió y
creó instituciones. Pero lo más importante de su obra, de su sentido martiano,
de su carácter cubano, es que está signada por una comprensión de que el pueblo
cubano había luchado y había logrado su independencia por su propio esfuerzo;
de que Cuba debía ser libre -como decía Martí- de España y de los Estados
Unidos; de que el imperialismo norteamericano había tenido un papel nefasto en
sus relaciones con Cuba. No hablo de la cultura norteamericana, no hablo de la
nación norteamericana, hablo de la acción imperial desnudada a lo largo de su
obra: en su estudio sobre la
Enmienda Platt, en su ensayo luminoso “Cuba no debe su
independencia a los Estados Unidos”. Él deja claro, muy claro, que hay una
diferencia absoluta entre las vanguardias políticas, defensoras de la justicia,
defensoras de los inmigrantes, defensoras de los pobres, de los negros, de
Cuba, y la élite política plagada de intereses inconfesables que siempre creyó
que Cuba era la fruta madura que debía desprenderse del árbol. He ahí la
distinción entre Roig y las otras personalidades que hemos mencionado.
En el Centro Histórico de La Habana hay algunos símbolos
de esa República; está el Palacio Presidencial, el Capitolio, y está también el
Palacio del Segundo Cabo, que es anterior, pero donde sesionó la primera
Legislatura cubana.
Y acabamos de terminar la restauración de la Cámara de Representantes,
construida en 1913, anterior al Capitolio y que hemos conservado; porque el
Palacio del Segundo Cabo se transformó, se cambió; pero hemos logrado restaurar
la Cámara de
Representantes, restituir en ella un busto de Máximo Gómez, cien años después,
el mismo día y a la misma hora en que había sido expulsado por una Asamblea
Legislativa formada por muchos cubanos de mérito, no solo por oportunistas y
traidores. El que se paró allí para decir “si hay que fusilar a Máximo Gómez y
hace falta un General para hacerlo, cuenten conmigo”, era un patriota
imborrable de la historia de Cuba. Tal era la confusión del momento.
El mismo día y a la misma hora, entronizamos su monumento en
bronce en el hemiciclo de este primitivo Parlamento, de esta Cámara Baja
cubana. En el mismo edificio en el que Raúl Roa realizó su impresionante labor
editorial y de divulgación cultural en el Ministerio de Educación, en los
tiempos de Aureliano Sánchez Arango. En el mismo lugar a donde llegó Eduardo
Chibás, con su denuncia, que era en definitiva un enfrentamiento contra la
corrupción conceptual y latente de la República, independientemente de que fuese cierto
o no que Aureliano tuviese las fincas que se le atribuían en Guatemala. El
lugar desde donde Armando Hart dirigió la campaña de alfabetización -porque ya
era Ministerio de Educación en el momento del triunfo de la Revolución. Ahí
estuvimos, y el doctor Hart me dijo, “desde aquí dirigimos el movimiento de la
alfabetización en Cuba”. Ese lugar está totalmente restaurado, con todos los
atributos del Ministerio de Educación y los de la Cámara de Representantes,
las condecoraciones de aquella época, las medallas conmemorativas, los
documentos, el texto constitucional de 1940. Es decir, no podemos explicar la
historia de Cuba, ni amar la historia actual, desconociendo el pasado, ni
admitir tampoco una explicación simplista porque, sencillamente, es poco serio.
¿Cuál sería a su
juicio el balance de la cultura de aquella República y su legado al momento
actual?
Bueno, figúrate. Si nosotros, por ejemplo, no comprendemos
el papel desempeñado por el grupo de Avance, o por Orígenes, o por la Sociedad Pro-Arte
Musical, no podemos entender la cultura cubana. Fue allí, en Pro-Arte Musical,
donde se abrió un espacio a la cultura, un espacio muy democrático, porque las
vanguardias políticas cubanas -que eran vanguardias de izquierda, no crípticas,
sino confesas- estaban allí; allí fueron a participar en la musicología, en el
ballet, en las artes plásticas, en el teatro, pero sobre todo en la música. En
ese período cristaliza el teatro cubano. ¿Qué pensar del grupo de Avance? Son
las ideas, la defensa de las ideas, la organización de la vida cultural, las
exposiciones, el trabajo con las personalidades políticas.
¿Qué pensar de Orígenes? Un grupo de meditación, de
reflexión, como siempre tiene que haberlo en toda sociedad. No era una élite en
una torre de marfil, era una vanguardia. Quizás menos polémica, una vanguardia
que estaba en el culto de ciertas cosas, que son indispensables a toda sociedad
y que la mezquindad de la vida republicana y de la sociedad -que podríamos
llamar política- no permitía generar, y ellos lo hicieron. Y, desde luego,
estaban también las grandes individualidades de la cultura cubana. En ese
período hay una serie de cosas de una importancia tal, que no podríamos
entender la Revolución
sin la República.
Tomado de Temas, n. 24-25, enero-junio de 2001.
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