Llegó el tercer oro, no por esperado menos sentido: el gigante Mijain López, cuatro veces campeón del mundo y ahora dos veces campeón olímpico. Un invencible de la lucha grecorromana. Pero casi a la vez una cubanita dejaba atónitos a los especialistas, y conquistaba la medalla de plata en el salto con pértiga, con la misma altura vencida de la campeona, y con un enemigo adicional, el frío y la lluvia londinenses. Otros éxitos latinoamericanos nos alegraron hoy, en primer lugar el regreso triunfal del dominicano Félix Sánchez en los 400 metros con vallas, el subtítulo de su coterráneo Luguelín Santos en los 400 lisos y el bronce del puertorriqueño Javier Culson. ¡Que viva la Patria grande!
P. D. Al finalizar la competencia de salto con pértiga femenino, las tres medallistas recorrieron el óvalo con sus respectivas banderas. La cubanita, más baja de estatura que las otras, iba en el medio. De manera que la franqueaban la estadounidense (oro) y la rusa (bronce). Me pareció que aquella casualidad marcaba un mensaje necesario: Cuba, pequeña como su atleta ganadora, a la par de dos potencias mundiales. La Revolución nos ha hecho crecer tanto, que ningún cubano puede o quiere compararse con sus pares naturales. Todas las comparaciones las hacemos con el llamado Primer Mundo, las de salud pública (somos el país con el mayor número de médicos per cápita del mundo), las de educación; lo que nos falta, lo reconocemos comparándonos con Europa o los Estados Unidos. Pero esa imagen me ratificaba que, pese a la compra de talentos, que hace que muchos deportistas formados en Cuba –en esta pequeña isla subdesarrollada, bloqueada y sin recursos naturales–, sean hoy representantes de grandes potencias, nuestro país sigue siendo una forja de talentos y muchos entrenadores, por solidaridad o por convenios amistosos, son los guías de atletas triunfadores del Tercer Mundo.
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