Eliades Acosta MatosMucho más que económica, diplomática o militar, la guerra contra Cuba ha sido, y es, una guerra cultural total, y eso explica su prolongación y encarnizamiento. Y si alguien tiene dudas, que revise por estos días cómo marchan las cosas por el frente mediático, cómo se usan todas las armas, todas las tecnologías, todos los esfuerzos por demoler la resistencia de una isla rebelde negada a diluir su nacionalidad o a entregar su proyecto social.
Cuando se enfrentan ejércitos, flotas o brigadas acorazadas, siempre puede determinarse el minuto en que se inician y en el que cesan las hostilidades, hay treguas, armisticios, incluso, leyes internacionales que rigen los conflictos. Nada de eso se aplica en las batallas donde se enfrentan ideas, visiones del mundo y valores. Parece que para algunos todo puede convertirse en un arma arrojadiza con tal de desmoralizar, aislar, herir, o escarnecer al contrario. Se busca demonizarlo, hacer de su causa un motivo de vergüenza, un anacronismo. No importa lo que se publique, no importa si se miente, no importa si se apela a métodos canallescos, como el trucaje de fotos, la publicación de imágenes que ofenden la dignidad humana, ni siquiera que se hagan llamados a la violencia, o a cometer actos vandálicos. Para esos todo vale, si se logra aislar a Cuba, debilitarla, hacerla un blanco válido para invasiones, “operaciones de estabilización”, “reconstrucción de estados fallidos” o “intervenciones humanitarias”.
Ya se sabe que Cuba actúa sobre ciertos sectores de la política norteamericana como mismo influye la luna llena sobre el hombre-lobo, frase afortunada que corresponde a Wayne Smith, quien dirigiera la Oficina de Intereses de Estados Unidos en La Habana, en tiempos de Carter, y que sabe perfectamente de lo que habla. ¿La razón profunda, casi freudiana, de un encarnizamiento irracional que lleva más de medio siglo y que ha sobrevivido a más de diez administraciones republicanas y demócratas, incluso a la misma Guerra Fría? Pues algo de ello hallamos en un informe de 1965, hace ya 45 años, redactado por Albert Wohlstetter,[i] uno de los estrategas del movimiento neoconservador norteamericano, y quien fue asesor de todos los presidentes que ocuparon el puesto entre Eisenhower y Bush Sr.:
“Debe exigirse a Castro la liberación de los prisioneros políticos, no solo como un acto humanitario, sino para dar un paso más en la formación de una oposición a su gobierno... Sacarlos del país podría ser también un acto humanitario, pero tendría menos valor para el futuro de la oposición en Cuba… No debe firmarse ningún acuerdo para limitar los vuelos espías de los U2 sobre la isla…En la esfera comercial, no debe hablarse de “normalización” de las relaciones entre los dos países, eso no es deseable. El bloqueo contra Cuba deberá mantenerse (entre otras razones) para demostrar a los pueblos de las repúblicas latinoamericanas que el comunismo no tiene futuro en el Hemisferio Occidental… El solo hecho de que esta avanzada del comunismo pueda fácilmente sobrevivir a nuestra hostilidad, e incluso, florecer con nuestra ayuda, estimulará futuras imitaciones de Castro”.
Apartemos, en consecuencia, esas mantras repetidas hasta la saciedad por muchos de los que viven de la industria del enfrentamiento y la hostilidad hacia Cuba, de que su lucha se debe “a razones morales o patrióticas”. Se trata de una guerra prefabricada por razones ideológicas y geoestratégicas que tuvo su inicio, y algún sentido, en el marco de aquellas confrontaciones de la Guerra Fría, pero que hace mucho que se mantiene contra toda lógica, que no sea una lógica imperial. Y en ese escenario, ¿se puede aceptar las protestas de que se actúa de manera independiente, alejada del poder gravitacional de la fuente nutricia, y fuera de los planes de aquellos círculos para los que Wohlstetter trabajaba?
En fecha más reciente, Mark Falcoff, uno de los “cubanólogos” del clan neoconservador, ha actualizado aún más, si cabe, las razones de este odio y persecución inextinguibles. “Desde el punto de vista de la política, de la ideología y la cultura -señaló en una conferencia pronunciada en el American Enterprise Institute, en enero del 2003[ii]- Cuba es mucho más importante de lo que debería ser , teniendo en cuenta su población o su Producto Interno Bruto… El culto a la Revolución pervive en América Latina y Cuba es el único país que lleva adelante el ideal de las transformaciones totales, hasta las últimas consecuencias… Mientras muchos se resienten de nuestro poder, solo Cuba, la pequeña Cuba está decidida a pagar el precio completo de su posición… Es el tipo de bandera bajo el cual pueden reunirse todos los izquierdistas anti norteamericanos y las tendencias utópicas del mundo”.
Pues, no importa cuán galantemente se sueñen, por ejemplo, los Días-Balart o la inefable señora Ros-Lethinen; no importa si se imaginan a sí mismos, y se vendan al público, como cruzados idealistas en pos de derechos y libertades, lo cierto es que no pasan de ser tuercas y poleas de transmisión de una maquinaria que los rebasa. Inobjetablemente, forman parte de una troupe cuyos verdaderos empresarios están más arriba en la cadena alimenticia de la política de la nación más poderosa del planeta. Lo demás es maquillaje y máscara carnavalesca: una forma de vida.
Vistas las razones reales de estas campañas que cada cierto tiempo galvanizan los medios del mundo y que aprovechan por igual tragedias y sainetes, dolores reales y fingidos, carencias y excesos, veamos cómo se estructuran, cómo actúa esta maquila universal de las guerras culturales contra Cuba y las ideas de izquierda del mundo, y que dicho sea de paso, se encuentra trabajando al tope de su capacidad también contra un liberal, como lo es el actual presidente de los Estados Unidos.
Existe un abultado manual de cómo montar campañas contra los enemigos reales o supuestos de los Estados Unidos. En él se inscriben, por ejemplo, las campañas para demonizar a España o Alemania y “venderle” a los norteamericanos la entrada de la nación en la guerra de Cuba, en 1898, o en la Primera Guerra Mundial. A esta enciclopedia de la manipulación pertenecen, por derecho propio, tanto William Randolph Hearst, padre de la prensa amarilla, como Jean Louis Bernays, padre de la Ingeniería del Consenso y la Aceptación. Ambos aplicaron métodos casi idénticos: saturación del mercado de la información, demonización del enemigo y usar la agitación emocional para llegar a influir sobre la elección racional de las personas. ¿Verdad que esto nos suena?
Las contiendas de la Guerra Fría, en el frente cultural, cuando las agencias de inteligencia norteamericanas actuaron como Ministerio de Propaganda y Cultura del país, dejaron un valioso know how, que solo tiene el defecto de repetir las mismas fórmulas “exitosas” hasta el fin de los tiempos. No hay en esto creatividad y lo que contra los soviéticos pudo ser brillante y creador, eficaz y muy difícil de contrarrestar, contra los cubanos no pasa de ser remedo mediocre y surtidor de bostezos. Una panoplia de armas previsibles, de métodos extrapolados a la fuerza, y en consecuencia, ridículos, de consignas rancias, y de figurines en serie delata la decadencia de una manera de guerrear que se asentó sobre las ideas y las concepciones de estrategas brillantes como George Kennan, Llewellyn Thompson o Loy Wesley Henderson. Ellos entendieron la naturaleza ideológica y cultural de aquella confrontación y usaron un enorme surtido de herramientas del mismo tipo. Lo que queda hoy, en el caso cubano, es le elevación forzada a los altares de cualquier logrero, de cualquier vocinglero: la guerra era de ideas, hoy se ha panfilizado. Más bajo no puede caer.
Para Winston Churchill, la forma en que la CIA depuso en 1953 a Mohammad Mossadegh, Primer Ministro de Irán, usando intensamente la combinación de subversión armada, aliento de traiciones y deserciones, fomento de conflictos religiosos, campañas de prensa, guerra psicológica, emisoras radiales clandestinas, caricaturas y documentales, al costo de un millón de dólares, en el marco de la operación PBAJAX, constituyó “… la operación más exitosa desde el fin de la Segunda Guerra Mundial”. El mismo equipo, incluyendo el CIA Art Group activado para escribir los editoriales que firmaron “periodistas independientes iraníes”, diseñar carteles y caricaturas, fue movilizado un año después para derrocar, de similar manera, a Jacobo Arbenz, presidente de Guatemala. Las únicas diferencias entre ambos casos solo radicaron en el nombre y el costo de la operación. La de Guatemala se llamó PBSUCCESS, y costó el triple que la de Irán.
Contra la URSS y el campo socialista se usaron idénticos enfoques, entre ellos, la fabricación de disidentes en serie, y de organizaciones “independientes” a granel. Las campañas internacionales de prensa y el barraje publicitario alcanzó niveles demenciales. Nada escapó a la contienda: ni el diseño de lavadoras y cocinas, ni los discos que se exportaban con las victrolas de la Wurlitzer, ni los libros que se traducían al ruso o al árabe por el Franklin Books Project, ni el repertorio danzario para las giras de “buena voluntad” de la compañía de José Limon, ni los programas “People to People”, ni las becas Fulbright, ni el Jazz con que el Jazz Ambassador Program, que incluía con toda intención a Gillespie o Armstrong como cartas triunfadoras de relaciones públicas, desmentía ante húngaros y polacos que existiese racismo en la nación. NI hablar de Hollywood o Radio Free Europe.
Existe en los Estados Unidos, a pesar de muchas agencias gubernamentales que no gustan que la luz pública alumbre sus interioridades, una Ley de Libre Acceso a la Información (FOIA), que es el resultado de las luchas del pueblo norteamericano por controlar, en lo posible, el accionar del gobierno, especialmente después de Watergate, y tras conocerse de la aplicación ilegal de programas de contrainsurgencia interna, de aniquilación de la disidencia propia, de manipulación de la opinión pública, como fue el conocido por “Cointelpro”, ampliamente investigado y condenado por la Comisión Church. Gracias a FOIA, y a INTERNET, hoy se sabe, al detalle, cómo se organiza una campaña contra gobiernos “hostiles”, contra enemigos ciertos o supuestos, contra países rebeldes.
Mientras, la industria de la subversión contra Cuba sigue empleando mano de obra nativa, dentro y fuera de la isla, y sigue guiándose por aquel enfoque de que todo vale. Nada nuevo bajo el sol: las mismas campañas con los mismos objetivos, guiadas por los mismos principios y con similares inversiones.
Y esperando el día en que podamos conocer, gracias a FOIA, cómo se llamó esta operación contra Cuba de los chicos creativos de siempre; mediante qué indicaciones se montaron blogs disidentes, se fabricaron organizaciones, periodistas, bibliotecarios, sindicalistas, activistas y toda suerte de independientes; cómo se acarreaba a los espontáneos, se les hacía llegar los textos prefabricados a los inspirados que los firmaban, qué ordenaban los talking points a “El País”, de España y a la red clientelista de la gran prensa mundial, no nos queda más que suspirar de tedio, bostezar y constatar cómo la idea del progreso no siempre se justifica.
Para la maquila de la subversión contra Cuba, cualquier tiempo pasado fue mejor.