martes, 26 de julio de 2011

Ciego de Ávila en las vísperas del 26.

E. U. G.
En La Habana las efemérides pueden congregar multitudes, y pasar desapercibidas para muchos de sus habitantes. Ganar la sede central del 26 en cualquier otra ciudad del país es una genuina fiesta popular. Las calles de Ciego de Ávila, unos días antes de la conmemoración, bullen de actividad: el mármol del parque central se pulía, se colocaban nuevos focos en las farolas, se pintaban los comercios, cada edificio del bulevar. Ciego no es una ciudad de grandes construcciones: surgida a fines del siglo XIX, su arquitectura ecléctica de portales es mayoritariamente de inicios del XX. No obstante, ha sabido sacarle partido a cada edificación, para mostrarse atractiva, casi coqueta. El lago artificial se ha recuperado como centro cultural y de esparcimiento, y su malecón es un espacio único en la urbanística cubana. Ciego es una ciudad viva, y uno lo siente al caminar por sus calles. Me sorprendió ver abiertas al público en la noche sabatina, las librerías y el salón de arte del bulevar. Cada habitante de la ciudad, sentado frente a su casa, compartía con su familia y con los vecinos, mientras preparaba la caldosa del 26.

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