Discurso de clausura del VIII Congreso de la UNEAC, en el Palacio de Convenciones de La Habana, de Miguel Díaz Canel, miembro del Buró Político del Partido y Primer Vicepresidente de los Consejos de Estado y de Ministros
Compañero General de Ejército Raúl Castro Ruz, Primer Secretario del Comité Central de nuestro Partido y Presidente de los Consejos de Estado y de Ministros
Artistas, escritores y creadores:
Compañeras y compañeros:
Vivimos en un momento trascendental de la historia patria. Siguiendo el rumbo trazado por el Sexto Congreso del Partido, que reflejó el debate protagonizado por todo el pueblo, vamos implementando los lineamientos de la política económica y social que allí acordamos. La tarea es gigantesca y no se hace en las condiciones asépticas e ideales de un laboratorio: la actualización del modelo se lleva a cabo al mismo tiempo que se asegura el funcionamiento de la economía y la vida cotidiana de los 11 millones de cubanos, en un entorno de crisis internacional y de bloqueo recrudecido. Entramos justamente ahora en lo más difícil: las transformaciones en la empresa estatal socialista y la unificación monetaria y cambiaria.
En recientes y esclarecedores discursos, el Presidente Raúl Castro reconoció la presencia de manifestaciones de indisciplina social, ilegalidad, delito y corrupción, inaceptables en nuestra sociedad, y que éramos, sin dudas, un pueblo instruido, pero no necesariamente educado ni culto. Además se refirió a las nuevas modalidades de subversión que tratan de poner en práctica nuestros enemigos, y cuya estrategia principal consiste en la instauración de una plataforma de pensamiento neoliberal y de restauración del capitalismo neocolonial, enfilada contra las esencias mismas de la Revolución y con el afán de generar una ruptura ideológica entre generaciones, todo lo cual atenta contra los valores, la identidad y la cultura nacionales.
La reciente revelación de un plan del gobierno de los Estados Unidos para promover la subversión en Cuba mediante una red de mensajería orientada hacia los jóvenes con la intención de desencadenar una “primavera cubana” es una fehaciente expresión de estas siniestras intenciones.
Al enumerar las fuerzas con las que contamos para enfrentar esos desafíos, nuestro Presidente mencionó, en primer lugar, a los intelectuales y artistas, cuyo compromiso patriótico, como parte de la gran masa del pueblo, está fuera de toda duda.
Con ese espíritu se ha proyectado, desde la base, el debate de este Congreso de la UNEAC, que ha ratificado que la cultura debe acompañar al esfuerzo que se está haciendo hoy para desplegar las fuerzas productivas y también las reservas morales del país, y lograr así un socialismo próspero y sostenible donde lo que distinga al ser humano no sean las posesiones materiales, sino la riqueza de conocimientos, cultura y sensibilidad. Un componente de esta prosperidad, de esa calidad de vida que esperamos alcanzar, radica en la dimensión espiritual que ofrece la cultura. Se trata de buscar el desarrollo y crecimiento económico, pero con el alma plena de sentimientos y espiritualidad; y eso se logra salvando la cultura, que es a la vez salvar la Patria, la Revolución y el Socialismo.
Esto exige de nosotros que seamos cada día más eficaces en la defensa de nuestra identidad nacional, en la promoción de los auténticos valores de la cultura cubana, tanto de los más jóvenes como de los maestros, de cara al enriquecimiento de la vida espiritual de todo el pueblo. También en el trabajo por lograr que nuestra historia, y en particular la de la Revolución, llegue a las nuevas generaciones de manera amena, sentida y efectiva.
No podemos desconocer hoy que el principal instrumento de dominación con que cuenta el imperialismo es cultural e informativo. Ha logrado que en todo el mundo prevalezcan de manera aplastante los patrones de su industria del entretenimiento y de la maquinaria mediática a su servicio. La humanidad sufre en el presente la ofensiva de una operación de colonización cultural a gran escala. Se trata de imponer el frívolo e injusto modelo del llamado sueño americano, denunciado tempranamente por nuestro José Martí.
Unas pocas corporaciones, muy poderosas, imponen los paradigmas, ídolos, modas y formas de vida que predominan actualmente en nuestra época. Sus mensajes, en apariencia variados, forman parte de un discurso único, hegemónico, que asocia felicidad y consumo, éxito y dinero, que hace una apología constante del capitalismo y de la superioridad imperial; que se empeña en descalificar todo pensamiento independiente y cualquier causa que se oponga a sus intereses. Junto a la instigación permanente al consumismo promueve, además, el individualismo y egoísmo que desideologiza y desmoviliza.
Cuba está sometida también a esa influencia, a la que se suman los planes específicos de subversión contra nuestra Revolución, que tienen entre sus blancos a los intelectuales y artistas, con el propósito de separarlos de toda intención y preocupación social, para que entonces el cine, la literatura y el teatro reflejen y enaltezcan los más bajos sentimientos humanos, las más perversas y nocivas ideas y cualquier tipo de inmoralidad. Así pretenden sembrar en ustedes la banalidad y la frivolidad, alejarlos del compromiso político y social y crear el caos y la confusión. Por eso es tan importante para la Patria contar con una vanguardia artística como la representada en la UNEAC, que pueda hacer contribuciones decisivas en la batalla cultural, frente al proyecto colonizador global y frente a los intentos subversivos del Norte revuelto y brutal.
En las condiciones actuales, mantener la coherencia de la política cultural cubana resulta una tarea prioritaria frente a los intentos de los enemigos de dividir al movimiento artístico y manipularlo con aviesos propósitos.
Es necesario y urgente fomentar los valores éticos y estéticos, y favorecer el crecimiento integral del ser humano, ese gran protagonista del socialismo. Como ha expresado la Doctora Graciela Pogolotti: “La cultura nutre el espíritu de la nación y hace brotar valores y formas de comportamiento”.
Nuestro principal desafío radica en la batalla contra los mensajes seudoculturales asociados a la exaltación del consumismo, a la desvalorización de la cultura nacional y a su intrínseca proyección universal.
Un deber insoslayable de los escritores y artistas es evitar que la crisis de valores generada por contradicciones circunstanciales pueda desembocar en la filosofía del “conservatismo social” denunciado reiteradamente por el profesor Martínez Heredia.
Debemos prepararnos cada vez mejor para la confrontación de ideas que se está planteando en el campo de la cultura, de las ciencias sociales, del pensamiento; defender nuestro socialismo y su perfeccionamiento como la única alternativa para salvar la cultura, una de las conquistas principales de la Revolución. No olvidemos que la disyuntiva es socialismo o barbarie. Y, precisamente por ello, la dimensión espiritual no debe descuidarse: tenemos que salir adelante en lo económico y al mismo tiempo en el campo de los valores, de la conciencia. O no tendremos patria independiente y socialista.
Para lograrlo resulta imprescindible consolidar espacios sistemáticos de debate en el seno de la UNEAC, de la Asociación Hermanos Saíz, de las instituciones de la cultura, y la presencia en nuestros medios de materiales que defiendan a la Revolución, su cultura y su obra. Hay que enfrentar con argumentos (que de hecho nos sobran) las tendencias a distorsionar y desmantelar la historia revolucionaria, y a edulcorar el pasado capitalista.
La vanguardia artística debe defender nuestras verdades sin actitudes vergonzantes ni temor a ser acusados de “oficialistas”. El oportunismo de aquellos que quieren marcar distancia y convertirse en “personajes” haciendo guiños al enemigo, debe ser desmontado en nuestras publicaciones y en las redes sociales. Tenemos que saber diferenciar al que plantea dudas y criterios con honestidad en nuestros espacios de debate, del que busca notoriedad, sobre todo fuera del país, con posiciones oportunistas.
Hay que luchar incansablemente por la unidad de los intelectuales y artistas revolucionarios. Una unidad que no puede basarse, como nos ha alertado el General de Ejército, en la falsa unanimidad, en la simulación, en consignas y en retórica. Una unidad que debe articularse en un ambiente de diálogo transparente, serio, constructivo, donde confluyan ideas diferentes dentro del marco de los principios y se llegue a propuestas que ayuden a la toma de decisiones en este momento tan trascendente.
Debemos evaluar con rigor el impacto de las nuevas tecnologías en el consumo cultural, en la creación y la distribución. No puede verse ese impacto como algo negativo, sino como un reto inédito para la relación de las instituciones con los creadores, que debe reforzarse sobre reglas de juego diferentes. Tenemos que usar las nuevas tecnologías para promover lo mejor del talento con que contamos.
Las nuevas tecnologías permiten hoy que las personas decidan individualmente qué consumir en términos de cultura. Es una falsa “libertad”, como sabemos, porque el mercado y la publicidad les imponen un repertorio muy limitado, donde pocas veces los auténticos valores tienen cabida. Sin embargo, hay que diferenciar los espacios públicos de los privados. El Estado, por supuesto, no puede interferir en el consumo cultural que decidan asumir los ciudadanos en sus viviendas. Pero en los espacios públicos, la difusión de música y de materiales audiovisuales debe ser regulada.
La política cultural es una de las conquistas principales de la Revolución cubana, y su aplicación está reservada al Estado y a su red de instituciones, contando con la participación de nuestros intelectuales revolucionarios.
Debe reservarse las decisiones sobre qué se presenta, qué se promueve, qué aparece en los medios, qué y cómo se comercializa a través de los circuitos institucionales. Al propio tiempo, se debe legislar sobre la presencia del arte en aquellos espacios de servicios públicos que funcionan bajo formas de gestión no estatal.
Es imprescindible estudiar en qué zonas de nuestra vida cultural pueden tener cabida las formas de gestión no estatal, a partir del concepto básico de preservar como un principio inalienable la aplicación con coherencia de la política cultural en cualquier escenario, estatal o no estatal. Las decisiones asociadas a la distribución del arte a través de nuestros medios y circuitos institucionales, son de los organismos competentes y responden a nuestras prioridades. Hay que tener en cuenta las tendencias del mercado; pero jamás podemos dejar en manos del mercado la política cultural. El mercado del arte, aunque es una realidad insoslayable, no puede fijar entre nosotros las jerarquías ni los modelos de consumo cultural.
No podemos abrir cauce a las tendencias ingenuas de confiar en mecanismos capitalistas de promoción, ni a la inclinación a debilitar o suprimir el sistema institucional que ha sido eje y bastión de la cultura revolucionaria. El fortalecimiento y la defensa de la institucionalidad es vital.
Estamos obligados a transformar nuestras instituciones en entidades más activas y eficaces para representar en el país y en el extranjero a los creadores cubanos, y para elevar la calidad de vida de la población con el indispensable componente de una oferta rica y diversa de opciones culturales. Pero no podemos demoler las instituciones. El enemigo quiere precisamente eso: destruir la institucionalidad revolucionaria. Nuestra respuesta debe ser mejorarlas, desburocratizarlas, hacerlas más eficientes.
La descolonización de los procesos culturales, con la participación decisiva de los medios de comunicación masiva, tiene que estar entre las principales prioridades de las instituciones y de las organizaciones de creadores. La promoción intencionada de los más valiosos creadores cubanos, de nuestras raíces y tradiciones, debe constituirse en un valladar frente al gran proyecto colonizador. Al propio tiempo, estamos obligados a difundir lo mejor de la creación latinoamericana, caribeña y universal.
Podemos y debemos influir en el gusto de la población: no con prohibiciones que sólo sirven para crear el efecto contrario al deseado, sino con el diseño de políticas coherentes, donde confluyan todos los instrumentos que tiene el Estado, incluidas las instituciones educativas.
Cada vez se hace más claro cómo se entrecruzan educación y cultura, pues una es complemento de la otra. A lo largo del proceso del Congreso, ustedes se han referido a áreas de la educación como la enseñanza de la lengua materna, de la Historia, y la Educación Artística, así como al análisis de la escuela como institución capaz de ser el centro cultural más importante de la comunidad.
En esos planteamientos se evidencia la necesidad de una mayor coordinación en la labor de todos los organismos y organizaciones que influyen en la formación educacional de nuestros niños y jóvenes. Debemos actuar por encima de cualquier espíritu de feudo, con mayor intencionalidad, priorizando la formación integral de nuestros maestros y profesores, de manera permanente, para que estén en mejores condiciones de ofrecer una influencia más positiva y abarcadora en la educación de nuestros niños y jóvenes. Desde la UNEAC, ustedes pueden brindar una ayuda apreciable.
Creo que se hace indispensable el diálogo y la confrontación inteligente de ideas desde nuestra democracia socialista, entre la intelectualidad cubana y las instituciones. Un intercambio que tiene como premisas la independencia y la soberanía de la Patria y una posición firme y clara ante las maniobras engañosas y los peligros que entrañan los cantos de sirena que nos llegan desde el exterior y desde algunos espacios interiores, con los cuales discrepamos. Una interlocución que hay que sostener con la fuerza y el poder del pensamiento y de la cultura. Incluso propiciar el debate público, mediático, en aquellos espacios de amplia comunicación con nuestro pueblo y en otros no tan masivos, pero de prestigio, como los de la UNEAC, y demostrar así la fuerza de nuestras ideas y posiciones.
Cualquier tipo de discriminación y anomalía social debe ser objeto de riguroso análisis. Tenemos que emitir nuestras consideraciones, preocupaciones y ofrecer soluciones para hacerlas desaparecer y evitar su reproducción, porque constituyen parte de un fenómeno esencialmente cultural con repercusiones en todas las esferas de la vida cubana y en contradicción evidente con los objetivos de transformación social que trazó la Revolución y defendemos hace más de medio siglo.
Tenemos el deber de defender, al mismo tiempo, nuestro patrimonio cultural como premisa para la construcción del futuro.
En el contexto de la actualización del modelo de gestión económica del país debemos encontrar nuevas formas que sin mercantilismo cultural ni malgastando los recursos presupuestarios del estado, aseguren la renovación y continuidad de los procesos culturales que dan lugar a la existencia misma de la nación.
El amplio, inteligente y aportador debate sobre nuestros problemas y aspiraciones, expresados en diversos temas, no se puede agotar completamente en este congreso, y mucho menos en este discurso de clausura. Por eso el espíritu de debate constructivo que se suscitó mucho antes del evento en los encuentros de base, que se extendió a los de provincias y secciones y que se ha ratificado y ampliado en los días de congreso, debe continuar y tener seguimiento en próximos plenos del Consejo Nacional para instrumentar e implementar todo lo que sea posible. Pueden estar seguros de que contarán con el apoyo del Partido y el Gobierno de la nación.
Ustedes han reconocido que la Revolución ha estado en permanente sintonía con la vanguardia del pensamiento social, político y cultural de la época, y esa ha sido una de las claves de su consolidación como proyecto político. La unidad ha sido y sigue siendo la estrategia fundamental de la Revolución Cubana, lo que, como sabemos, no equivale a homogeneidad de pensamiento, sino a la concertación posible de diferentes puntos de vista.
Defiendan esa unidad imprescindible para garantizar la continuidad de la Revolución.
Con valentía y pasión han aceptado el enorme reto de construir el sujeto cultural que debe protagonizar las transformaciones en nuestra Cuba, junto a todos los sectores de la sociedad cubana y con el pueblo. Entréguense con reanimado optimismo a tan digna y necesaria tarea.
Por los resultados de este congreso podemos afirmar que la vanguardia genuina de nuestros escritores y artistas, existe, vive, consciente y comprometida con su Revolución, crea con dignidad y combate sin tregua los esquemas seudoculturales y dogmas que nos tratan de imponer, ajenos a la idiosincrasia de nuestro pueblo. Que nada los frene en esas convicciones y en el empeño de construir un socialismo sostenible, próspero y por supuesto, implícitamente culto.
Permítanme felicitar, en nombre de la Dirección del Partido y el Estado, a los compañeros elegidos para encabezar a la UNEAC en este mandato, especialmente al querido y admirado Miguel Barnet, y a todos ustedes por haber celebrado un Congreso a la altura de lo que la Patria necesita en estos tiempos.
¡Viva la cultura cubana!
¡Viva la Revolución Cubana!
Muchas gracias.
El peligroso ejemplo de Cuba
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