Atilio A. Boron
Comenzaron este miércoles en el Palacio de Convenciones de La Habana las conversaciones para normalizar las relaciones diplomáticas entre Estados Unidos y Cuba, dando así cumplimiento a lo anunciado conjuntamente por los presidentes Barack Obama y Raúl Castro el 17 de Diciembre pasado. El jueves se incorporó a la reunión Roberta Jacobson, subsecretaria de Estado para el Hemisferio Occidental. Con su llegada la agenda temática se ampliará considerablemente haciendo lugar a un nutrido listado de asuntos pendientes, producto de largas décadas de confrontaciones.
El inicio de estos intercambios será apenas el primer paso de un largo y dificultoso trayecto, erizado de acechanzas. Hay quienes en Cuba y fuera de ella sostienen que la reanudación de las relaciones diplomáticas pondrá en peligro la continuidad de la Revolución al abrir la Isla a los aplastantes influjos económicos, políticos e ideológicos del imperio. Pero se equivocan: primero porque aquellos ya se hacen sentir, y bajo sus formas más perversas. ¿O es que el bloqueo no ejerce una influencia crucial, y enormemente perniciosa, sobre la economía cubana? La condición insular de Cuba, por otra parte, no la pone a salvo de las nefastas influencias de las corrientes políticas e ideológicas prevalecientes en el país del Norte o en Europa, o de las modas de diverso tipo, desde la música hasta la literatura, pasando por los gustos estéticos, los estilos de vida, la indumentaria y el arreglo personal. Y se equivocan también porque si hay algo que con certeza puede dañar irreparablemente a la Revolución Cubana es la prolongación indefinida del bloqueo, sobre todo teniendo en cuenta la lenta pero inexorable desaparición de los cubanos que nacieron poco antes o en los primeros años de la Revolución y el inevitable recambio generacional que más pronto que tarde tendrá que llevarse a cabo en su núcleo dirigente. Es menester recordar que la fortaleza de la Revolución Cubana no radica en su economía, sino en su cultura y su política; y que si resistió sin desmoronarse luego de la desintegración de la Unión Soviética y más de medio siglo de bloqueo no fue por la salud de su economía sino por la formidable solidez de una tradición político-ideológica que hunde sus raíces en la guerra de la independencia contra España, en el luminoso magisterio de Martí y en la extraordinaria obra político-pedagógica de Fidel. Para resumir: no se trata de minimizar el daño realizado por el bloqueo más prolongado de que se tenga noticia en la historia universal, y sin el cual los logros de la Revolución habrían sido aún mayores de lo que fueron. Si ahora Washington está dispuesto a ponerle fin es porque resultó ser un arma de doble filo: al intentar asfixiar a Cuba atizó las contradicciones al interior de Estados Unidos entre crecientes segmentos de la población y grupos empresariales que rechazaban esa política, y enfrentaban a los “halcones-gallina” -como los denominara el inolvidable Juan Gelman- y a la mafia de Miami, especie que afortunadamente ya se bate en humillante retirada. Enfrentaban también, hasta épocas recientes, al retrógrado establishment militar y a la “comunidad de inteligencia”, por razones que, como veremos más abajo, han perdido vigencia en la coyuntura geopolítica actual. Además, para colmo de males, el bloqueo no sirvió, como lo reconocieran Obama y el Secretario de Estado John Kerry, y enrareció la relación de Washington con sus cada vez más díscolos vecinos del sur e, inclusive, con países europeos afectados, como recientemente ocurriera con Francia y Alemania, por las absurdas sanciones económicas de una legislación extraterritorial como la Ley Helms-Burton diseñada para perjudicar a Cuba pero que produce significativos “daños colaterales” en la economía de terceros países. Habrá tal vez sido obra de la “astucia de la razón” invocada por Hegel, pero lo cierto es que si el bloqueo fue concebido como una forma de aislar a Cuba quien terminó aislado fue Estados Unidos, y quien tuvo que aceptar sentarse a la mesa de negociaciones fue Washington, a pesar de haber rechazado esa invitación que le formulara el gobierno cubano durante medio siglo. No es un dato menor que las encuestas de opinión pública en Estados Unidos confirmen que dos de cada tres norteamericanos están a favor del levantamiento del bloqueo y la normalización de la relaciones con la isla rebelde.
La inminente apertura de embajadas en ambos países será el primer paso para poner fin al bloqueo. Sería un ridículo mundial que Estados Unidos estableciera relaciones diplomáticas con un país, lo que supone sujetarse a lo estipulado en la Convención de Viena sobre Relaciones Diplomáticas en un marco de igualdad jurídica y respeto por la soberanía de las partes y, al mismo tiempo, mantuviera una agresiva política destinada a derrocar al gobierno con el que se está negociando la normalización de sus relaciones.
La agenda incluye numerosos ítems muy litigiosos, algunos de los cuales apenas si podemos mencionar aquí: el tema migratorio es uno de ellos, lo cual requeriría derogar la absurda legislación estadounidense en la materia. Creemos no equivocarnos si decimos que Estados Unidos es el único país del mundo que tiene no una sino dos políticas migratorias: una, exclusiva para Cuba –regida por Ley de Ajuste Cubano y la política ‘pies secos, pies mojados’- y otra para el resto de los países. Mediante la primera se reprime la migración legal a Estados Unidos, creando tensiones para el gobierno cubano, al paso que perversamente se estimula la migración ilegal, concediéndosele a quienes llegan a sus playas la residencia, permiso de trabajo y todas las franquicias imaginables. La otra política se aplica a todos los países, que en el caso de los migrantes centroamericanos, mexicanos y caribeños, es de una extrema crueldad: no sólo que no se los recibe como a los cubanos sino que se los persigue como a bestias feroces -aún en el caso de los niños, como nos hemos enterado recientemente- y si llegan a entrar a Estados Unidos en cuanto se los descubre se los deporta sin más contemplaciones. Si a lo largo de toda su historia 223 personas cayeron en su intento por cruzar el Muro de Berlín (1961-1989), en la frontera que separa México de Estados Unidos se registraron en los últimos quince años 5.600 muertes por la misma causa. Para empeorar las cosas, el gobierno de George W. Bush puso en vigor, en el año 2006, una serie de regulaciones destinadas a fomentar la deserción de los médicos y trabajadores de la salud cubanos trabajando en el exterior, en su gran mayoría en países muy pobres y en los cuales la atención médica es un privilegio disponible para unos pocos. Pese a su calculada malevosía el plan fue un fracaso pues fue ínfimo el número de quienes cayeron en esa trampa. Casi todos los trabajadores de la salud siguieron firmes en sus puestos, fieles al noble internacionalismo de la Revolución Cubana. Todos estos asuntos que hacen a la política migratoria de Estados Unidos deberán ser sometidos a una drástica revisión en las conversaciones en curso.
Otro tema apremiante es la eliminación de Cuba de la lista de países que patrocinan al terrorismo, y que año tras año publica el Departamento de Estado. La inclusión de Cuba en esa lista es una maniobra incalificable porque ha sido un país que ha combatido como muy pocos al terrorismo y, por otra parte, uno de los que más ha sufrido a causa de ese flagelo desde los primeros días de la Revolución. Por haber ido a luchar contra esta peste en su madriguera de la Florida cinco de sus hijos purgaron largos años de injusta prisión en Estados Unidos. No deja de ser una cruel ironía que quien elabora puntualmente esa “lista negra” sea, a juicio de algunos insignes norteamericanos como Noam Chomsky, el gobierno de un país que con el paso del tiempo se convirtió en el principal terrorista del planeta y santuario y refugio de criminales como Orlando Bosch, Luis Posada Carriles y tantos otros, apañados y protegidos por importantes figuras del establishment político norteamericano. Mantener a Cuba en esa lista no es sólo una infamia sino además un factor que dificulta enormemente las relaciones económicas internacionales de La Habana ya que la somete a innumerables restricciones que se agregan a las originadas por el bloqueo.
Otro de los asuntos que deberá estar en la mesa de discusiones es el de los pasos a dar para comenzar a desarticular las políticas y regulaciones que configuran el bloqueo, y que la Casa Blanca tiene atribuciones que le permiten hacerlo, teniendo a la vista la derogación de la Ley Helms-Burton, votada en el Congreso en 1996.Tal como lo ha demostrado Salim Lamrani en un artículo reciente, el presidente Obama puede tomar algunas iniciativas que, en la práctica, relajen considerablemente los efectos asfixiantes del bloqueo. Habrá que trabajar para derogar aquella ley, pero mientras tanto es mucho lo que se puede hacer. Bastaría, como lo anota Lamrani, que se levante la prohibición existente para que los estadounidenses viajen a Cuba como turistas ordinarios para derramar importantes beneficios y estímulos económicos sobre grandes sectores de la población vinculada, directa o indirectamente, con el turismo. Tan absurda es la postura actual de Washington que mientras pesa esa prohibición de viajar a Cuba cualquier ciudadano de Estados Unidos puede visitar Corea del Norte y, ni digamos, China o Vietnam sin obstáculo alguno. Si el levantamiento de esta restricción se acompaña con una política de permitir mayores adquisiciones de productos cubanos, como tabaco y ron, por ejemplo, los efectos benignos serían mayores aún. Habrá que ver si Obama tiene las agallas necesarias para afrontar esta tarea, pero presiones internas para poner fin al bloqueo procedentes del mundo empresario y, sobre todo, de la “comunidad de inteligencia” y el Pentágono, no le faltarán. Además, sería inconcebible mantener el bloqueo con un país vecino con el que se pretende normalizar las relaciones y que tiene una comunidad de inmigrantes de casi tres millones de personas concentrados en la Florida. Un mínimo de coherencia obliga a acabar con el bloqueo sin más dilaciones.
Según el muy reaccionario senador republicano Marco Rubio Washington debería incluir en la discusión con los cubanos la compensación por las propiedades o empresas de nacionales de Estados Unidos nacionalizadas en los primeros años de la Revolución. Si tal cosa llegar a ocurrir Cuba podría replicar exigiendo una compensación infinitamente mayor como reparación por medio siglo de ataques, agresiones, destrucción de propiedades, pérdida de vidas humanas; otro tanto por la invasión de Playa Girón y sus consecuencias; y, antes, por la ocupación y usurpación del territorio de Guantánamo, que debería ser reintegrado a la soberanía cubana una vez desahuciado el fraudulento tratado de 1903 mediante el cual una Cuba desangrada por la guerra contra España y cuya victoria le fuera arrebatada por Estados Unidos le arrendaba en perpetuidad la zona de la Bahía de Guantánamo. En todo caso, como se desprende de esta muy sucinta enumeración, la agenda del diálogo cubano-estadounidense promete ser muy controversial.
Al anunciar su viaje, Roberta Jacobson dijo que el día viernes desayunaría con representantes de los disidentes y los supuestos “presos políticos” cubanos luego de lo cual ofrecería una conferencia de prensa. Arduo trabajo le espera a los representantes de Cuba en la segunda ronda de conversaciones, que presumiblemente se realizaría en Estados Unidos, cuando en reciprocidad con el gesto insolente e ingerencista de Jacobson pidan desayunar también ellos con los representantes de los 474 presos políticos de los que se tiene registro en el país del Norte (con exclusión de los 5 héroes cubanos recientemente liberados), amén de muchos otros que no alcanzan todavía a ser identificados como tales. Este listado incluye a los 122 presos políticos que al día de hoy continúan aherrojados en Guantánamo violando todas las normas del debido proceso; los más de doscientos prisioneros de los pueblos originarios de Norteamérica y de los cuales jamás se habla; el caso escandaloso del patriota puertorriqueño y nuestroamericano Oscar López Rivera, recluído desde hace más de treinta años en cárceles de máxima seguridad por el crimen de luchar por la independencia de su bello país; el del soldado Bradley Manning, que hizo posible junto a otros dos que Washington arde en deseos de apresarlos a como de lugar: Julian Assange y Edward Snowden, la revelación de las siniestras maquinaciones y los crímenes que perpetra el imperialismo para sojuzgar a pueblos y naciones de todo el mundo.
Para concluir: las negociaciones no serán fáciles, pero nada lo es en el mundo de la política. Conviene recordar, empero, que Washington tiene más premura que La Habana para avanzar por el camino de la normalización de las relaciones, y no por razones humanitarias, altruistas o por respeto a la legalidad internacional. En su audiencia de confirmación ante el Comité de Relaciones Exteriores del Senado de Estados Unidos en 2011 la señora Jacobson dijo algo cuyo profundo significado muy pocos supieron interpretar pero que ahora se torna evidente: “Las embajadas estadounidenses no son un regalo para los países. Además de las funciones consulares y otras, una embajada también puede mantener una observación cercana sobre los regímenes acusados de medidas severas contra los derechos humanos”. Jacobson expresó subliminalmente la grave preocupación de la “comunidad de inteligencia” yankee y del Pentágono por no contar con un adecuado puesto de observación en la mayor de las Antillas, con proyección sobre todo el Mar Caribe. Esto, además, en momentos en que los países que en los documentos oficiales de la CIA, la NSA y el Pentágono aparecen como los enemigos a contener y de ser posible derrotar, China y Rusia, acrecentaron significativamente su presencia en Cuba y en la cuenca del Gran Caribe. Nada mejor que una embajada para desempeñar esas “otras” funciones a la que aludía sibilinamente Jacobson y que no son otras que la recolección de inteligencia y espionaje sobre las actividades de países enemigos y el estímulo para el surgimiento de actores y fuerzas sociales que podrían convertirse en los protagonistas del tan ansiado “cambio de régimen” en Cuba, objetivo al que Washington jamás renunciará y que se estrellará, como tantas veces en el pasado, con la conciencia y la voluntad revolucionaria del pueblo cubano. Una oportuna coincidencia subraya la importancia de esta dimensión geopolítica oculta bajo el discurso de la normalización diplomática y migratoria: un día antes de que comenzaran estas conversaciones entre Cuba y Estados Unidos atracaba en el puerto de La Habana el “Viktor Leonov”, un buque de inteligencia de la Marina de Guerra de Rusia dotado de las más perfeccionadas tecnologías de vigilancia y monitoreos electrónicos. Como decía Martí, en política lo más importante es lo que no se ve, o no se habla.
* Una versión resumida de este artículo fue publicada por el diario Página/12 en su edición del jueves 21 de Enero.
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