Enrique Ubieta Gómez
Tomado de La Jiribilla
Ocurrió
una vez, hace 60 años: un grupo de “locos” soñadores asaltó un cuartel militar,
lleno de soldados. Vestidos como aquellos militares, apostaban a la sorpresa.
Pero unos tiros escapados a destiempo lo impidieron. Muchos murieron en el
asalto o fueron asesinados después. Un joven corpulento llamado Fidel Castro
salvó milagrosamente la vida, porque el teniente que lo conducía era una
persona decente. En el juicio que se le hizo a los sobrevivientes, estos se
declararon martianos. "Parecía que el Apóstol iba a morir en el año de su
centenario –dijo en su autodefensa Fidel, que era abogado–, que su memoria se
extinguiría para siempre, ¡tanta era la afrenta! Pero vive, no ha muerto, su
pueblo es rebelde, su pueblo es digno, su pueblo es fiel a su recuerdo; (…)
¡Cuba, qué sería de ti si hubieras dejado morir a tu Apóstol!". Aquellos
jóvenes se asumieron como la “generación del Centenario”. La inmolación parecía
absurda, aunque el plan había sido meticuloso, pero el reloj de la historia se
puso en marcha, empezó a mover su minutero. Nadie lo podía predecir: solo la fe
revolucionaria de aquellos jóvenes podía concebir la derrota como el inicio de
algo trascendente. Cuando salieron indultados de la cárcel, y se embarcaron
hacia México, Fidel advirtió: en 1956 seremos libres o mártires. Muchos años
después, en Venezuela, otro joven revolucionario fracasaría en su primer
intento de tomar el poder para frenar décadas de corrupción y desgobierno. En
un breve mensaje a sus compatriotas, admitía la derrota, pero agregaba, “por
ahora”.La historia parece ausente, mientras convierte la brisa que pasa
inadvertida, en ráfagas de viento. Hay que tener el oído pegado a la tierra
para sentir sus vibraciones. De repente, aparece en la forma de un huracán. Los
jóvenes del Moncada tenían la misma edad de los que aquel día o al siguiente,
bailaron en los carnavales santiagueros. Fidel confiaba en ellos también, en
que acudirían si conseguían tomar el cuartel. Los jóvenes, dicen, se parecen
más a su época que a sus padres, pero hay dos tiempos en cada época: el de los
que luchan y el de los que esperan. Los que luchan pertenecen a un tiempo supra
epocal, se parecen a los jóvenes que han luchado en todas las épocas. Son
martianos, bolivarianos, sandinistas, tupamaros, son seguidores de Mella, de
Guiteras, del Che Guevara, son chavistas, y son fidelistas, desde que Fidel subió a la Sierra.
Los que esperan no son insensibles, pero acuden al llamado de una fuerza de
vanguardia, son más parecidos a su época. Los primeros, los que salieron al
combate en el Moncada, y llegaron después en el Granma, sufrieron una, dos,
varias derrotas, pero nunca fueron vencidos. Gritaron en el infierno de Alegría
de Pío “¡aquí no se rinde nadie, cojones!”. Y durante mucho tiempo la frase de
Almeida fue atribuida a Camilo, porque pudo haber sido dicha por él, por
cualquiera de los que peleaban acorralados en el cañaveral. Y cuando apenas
parecían quedar doce hombres y siete fusiles, Fidel sentenció: “ahora sí
ganamos la guerra”. Eran rebeldes, pero se hicieron revolucionarios, la forma
superior de serlo, en el fragor del combate y de la construcción de un mundo
nuevo. Fundaron en la Sierra Maestra un Ejército que se autodenominó Rebelde, y
después del triunfo, un periódico para los jóvenes que asumía el adjetivo.
Sesenta
años después de aquel suceso, la Revolución que entonces se incubaba ha
rebasado los viejos horizontes sin apenas percibirlo, y otea el nuevo. Que
siempre parezca estar ahí, infranqueable, inalcanzable, no significa que no
cambie. Siempre se llega y se pasa la línea imaginaria que vimos al zarpar,
aunque nunca se llegue. Que cada mañana lo veamos “en el mismo lugar”, no
significa que no hayamos avanzado. América, la nuestra, parece ser la misma,
pero es otra. Los revolucionarios cubanos combatieron, enseñaron a leer y a
escribir y curaron enfermos en más de sesenta “oscuros” rincones del mundo. Pero
antes, o a la vez, crecieron como seres humanos. Fidel, el joven audaz y visionario,
convertido en uno de los líderes revolucionarios más grandes del siglo XX y en
el inspirador de los del XXI, estará vivo y lúcido en los festejos de las seis
décadas de aquel comienzo incierto, premonitorio. Vendrán a rendirle tributo, a
él y al pueblo cubano, líderes de otras naciones. Pocos pueblos pueden festejar
el Día de la Rebeldía Nacional desde el poder alcanzado. Pocos pueblos pueden
sentirse orgullosos de su pasado y seguros de que el futuro lo construyen
ellos. ¡Que viva la Generación del Centenario!, ¡que vivan los jóvenes
rebeldes, revolucionarios, de ayer y de hoy!
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