Me tomo la libertad de reproducir este bello fotorreportaje de mi amiga Alina Perera Robbio realizado en el 2009 para Cubadebate
Alina Perera Robbio
Consumido por sus sueños, esos mismos que le mantienen en pie, El Quijote de Puerto Padre, en la oriental provincia Las Tunas, se deja bañar por el mar anchuroso desde una pose que parece recordarnos su célebre definición: “sé quién soy…”. Y es muy simbólico que en vez de tener cerca a su amigo Sancho -ese que le sujetaba a la tierra con sentencias de hombre común-; el batallador esté de pie, olfateando esperanzas en el aire salobre y a pocos pasos de un molino de viento, torre que parece recordarle que los delirios, las mejores locuras, siempre tendrán gigantes apostados en el camino.
Sobrecoge este aventurero que luce tan empecinado en lo que quiere. Está enjuto de no dar su brazo a torcer, de esperar sin cansancios, de lidiar con el sol y la frialdad de todas las lunas. No importa que se le haya evaporado el juicio. Lo que cuenta es que está lleno de sueños y certidumbres, como esos otros caballeros que en Puerto Padre esperan encontrar cosas buenas traídas por las olas.
Al Quijote de Puerto Padre parece preocuparle cualquier cosa menos la torre con sus aspas. Es como si atendiera a algo que no podemos ver, y que lo obsesiona. Quizás está contando el tiempo disponible para seguir deshaciendo todo género de agravios y ser premiado por el valor de su brazo. A lo mejor ya sabe que si se le escurren todos los instantes como fino polvo de oro, lo habrá perdido todo.
El drama que parece atenazar a este luchador de la triste figura, es ese tan hermosamente revelado en los versos de Cira Andrés Esquivel (La Habana, 1954), donde se habla de cómo el Quijote sacó en claro, cuando venía de vuelta de sus alucinaciones, quién es el principal adversario que nos compele a todos a dar la gran batalla y a hacer gala de nuestras mejores armas.
Dicen así los versos titulados Delirio del Quijote:
No eran de viento los molinos, Sancho,
sino de tiempo.
Ha sido desigual la pelea, tan difícil,
las aspas giraban hacia arriba, indiferentes,
y yo minúsculo abajo, en su sombra.
Eran de tiempo, Sancho,
grandes conos erguidos y en la cima
un remolino indescifrable.
Hubiera podido ganar la batalla
pero equivoqué las armas
y ahora me hundo. Déjame ver tu cara
que perderé también y arriba
busca solo el sol
porque no hay molinos de viento, Sancho.
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