TONY, EL CONDISCÍPULO
Enrique Ubieta Gómez
Se nos ha pedido
hablar del Tony que antecedió al Antonio Guerrero, al Tony héroe. La
circunstancia de tan extraño pedido es que fuimos compañeros de curso en la
Escuela Vocacional Lenin, es decir, en los años de preuniversitario, y en mi
caso, lejanos compatriotas en Kíev, capital de la Ucrania soviética, donde
ambos realizamos estudios universitarios, él, como se sabe, en el Instituto de
Ingenieros de la Aviación Civil, y yo en la Universidad. Pero la frontera
resulta artificiosa, y hoy inevitablemente contaminada. Las cualidades de un
héroe son casi invisibles mientras no aparece el instante mágico de las
definiciones, la prueba mayor que establece el antes y el después; todos los
rasgos que hoy señalamos parten de la certeza de lo que es, no de lo que era
(para nosotros, claro). Es decir, un héroe es ya un héroe en potencia antes de serlo,
pero no lo sabemos hasta que se revela.
Tony fue un
muchacho sano, compartidor, que bailaba muy bien –aseguran las muchachas– con
sentido del humor, y afición por los deportes, en especial el fútbol. Era un
compañero afable, noble, de un carácter fuerte. En todas esas cualidades pudo
revelarse su condición posterior, o no. De hecho, las cualidades morales, el
carácter, es el trabajoso resultado de una biografía, en la que interviene el
hogar, la escuela, las tradiciones nacionales y muchas otras circunstancias, y
entre ellas una que nos abarca y determina a todos, la época. Cuando Fidel
decía que en el pueblo había muchos Camilo, no aludía solo al carácter
genuinamente popular del comandante guerrillero, se refería también a que las
cualidades de un pueblo se revelan con mayor precisión, y se consagran, en sus
héroes. Éstos son como sus pueblos, lo representan.
Tony fue el más
consecuente, el más puro de los muchachos de mi generación, el mejor discípulo
de su época, que es la nuestra; por eso, cuando supimos lo que había sido capaz
de hacer, lo que ha hecho cada día en estos quince años de encierro, todos sus
condiscípulos y coetáneos nos sentimos consagrados. Tony nos hizo mejores seres
humanos, porque mostró hasta dónde podían conducir las pequeñas cualidades que
quizás, quienes nos formamos en Revolución, alguna vez compartimos. Solo en un
punto fue diferente a todos: su inclaudicable consecuencia. Pero eso lo supimos
después, fue el resultado de su guerra personal frente a los retos de la vida.
Hablar de Tony
adolescente probablemente no satisfaga al oyente que está a la caza de anécdotas
que prefiguren al héroe. Baste con saber que fue uno de aquellos miles de
muchachos de uniforme azul que arrastraban la maleta o la mochila cada sábado,
de regreso a casa; uno de aquellos adolescentes que corría por los pasillos de
la beca, cada mañana, frente a la cuenta regresiva del profesor, para no llegar
tarde, ni un minuto, a la formación del matutino (so pena de recibir un
reporte); uno de aquellos novios incontenidos y enamoradizos que encontraba una
esquina del edificio docente para intercambiar besos (también a riesgo de
recibir un reporte) y sueños a hurtadillas; uno de esos jóvenes que llegaban en
las tardes al albergue, llenos de fango la ropa y el cuerpo, pero limpia el
alma, después de un partido de fútbol. Quién sabe si un viejo de espíritu
pronunció alguna vez, al ver pasar el grupo de amigos rientes en el que
seguramente estaba Tony, la frase de rigor: “esta juventud está perdida”. Podemos
imaginarlo también en Kíev, la bella ciudad ucraniana, descubriendo las
estaciones del año, después del breve verano de llegada, arrastrando los pies
bajo la alfombra de hojas amarillas y doradas que en otoño cubre aceras y
parques, o abriendo mucho los brazos para recibir en el rostro los primeros
copos de nieve. O quizás, enseñando a bailar –para envidia nuestra–, a la
condiscípula más bella. Lo difícil, lo doloroso, es imaginarlo en la injusta celda
de castigo, porque evitó la muerte de muchos coetáneos, porque no quiso
traicionar para vivir en lo oscuro, amputada ya por quince años su vida
–mientras la nuestra transcurría de forma rutinaria–, la vida que pudo tener de
esposo, de padre, de ingeniero, de simple mortal. Porque los héroes no son
dioses, ni semidioses, aunque a veces lo parezcan; son seres mortales como
todos, para quienes cada minuto de vida cuenta.
Sé que entre
ustedes aparecerá un héroe mañana. No se sorprendan. No lo encontrarán hoy,
pero sin duda, está sentado aquí, o pasea ahora mismo por las calles del barrio.
No se crean el cuento de que los tiempos son otros; pobre tiempo, pobre
generación la que no produce héroes. En el pueblo hay muchos Tony, muchos
Gerardo, muchos Fernando, muchos Ramón, muchos René. Ellos no solo nos
defendieron de la violencia contrarrevolucionaria, también eligieron entre la
luz y las sombras, entre la estrella que ilumina y mata, y el yugo que prolonga
y degrada la vida. Gracias Tony, en nombre de tus compañeros de curso. Aquí
está mi abrazo de condiscípulo agradecido, con la seguridad de que pronto podremos
dártelo en esta ciudad, en esta tierra que se enorgullece de ti.
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