viernes, 9 de junio de 2017

Miguel D'Escoto: "Estamos en el borde de una nueva era"

Enrique Ubieta Gómez  
Esta entrevista, nunca publicada de manera independiente, forma parte de mi libro La utopía rearmada (2002), que documenta mi recorrido por Nicaragua, Honduras, Guatemala y Hatí, entre 1999 y el 2000, después del paso de los huracanes Mitch y George, y de la refundación del internacionalismo por Fidel, en época de deserciones y arrepentimientos. Gobernaba el país centroamericano el presidente Alemán, del Partido Liberal. Es mi homenaje póstumo a un hombre que nunca abandonó a los pobres, ni pactó con los supuestos vencedores.
El 13 de julio de 1999, visité en su casa de Managua al Padre Miguel D’Escoto, ex-Ministro de Relaciones Exteriores de la Nicaragua sandinista y actual miembro de la Dirección Nacional del FSLN. Me abrazó al entrar, sin conocerme, solo por ser cubano. La conversación tuvo como eje la solidaridad médica cubana, pero sus palabras respondían, sin él sospecharlo quizás o quizás sabiéndolo, cada argumento del autoderrotado Vargas Llosa: “Mira  –me dijo apenas llegué–,  cuando yo estaba viendo la llegada del Santo Padre a Cuba, yo me sentía orgulloso de Fidel como sandinista, como latinoamericano y como ser humano, Fidel comportándose con toda la delicadeza y el tacto. Cuando se llega a Cuba, se está en presencia de seres moralmente superiores y un cristiano tiene que reconocer eso, tiene que reconocer la superioridad moral, la superioridad que nace de las vivencias de la fraternidad. No quiero decir que en Cuba no exista el pecado, estamos en la era del pecado. Hay pecado, hay imperfecciones, pero dentro de la imperfección que es la humanidad, en Cuba hemos alcanzado los más altos niveles de perfección y seguiremos luchando para elevarlos más.
“Ahorita Cuba con tantos problemas, está pensando en ayudar a otros y lo hace en unas dimensiones increíbles. Enfrenta dificultades, escasez de cosas y sin embargo, se lleva a una gran cantidad de estudiantes para prepararlos. Nuestro Señor quería que la Iglesia fuera la sal, y Cuba es sal y levadura. Y ojalá que siempre se mantenga porque en el resto del mundo lo que impera, lo que predomina es el egoísmo, un egoísmo que termina siendo obsesivo”.
Entonces se me acercó, invirtiendo los roles, como si fuese a confesarse conmigo: “Te voy a hablar de las cosas que pienso más íntimamente  –afirmó–. Para mí lo único totalmente importante, lo único capaz de salvar este mundo, es Cristo y su mensaje. El mensaje de amor, de fraternidad, de lucha por la justicia, de lucha por la igualdad. Recuerdo que hace poco un estudiante me preguntó: dígame qué es lo más importante que falta en el mundo. Nos hace falta, le dije, una inyección de locura divina. La ‘locura’ divina de la Cruz. Eso es lo que se necesita: un mundo más loco, más gente que haga cosas así, ‘locas’, que los demás le digan estás loco, para qué te estás preocupando del otro, preocúpate de vos mismo, mirá que vos sos inteligente, mirá que vos podrías ser un millonariazo. Ojalá que nos consideren a todos locos por estar pensando en cómo hacer un mundo mejor y dejar un mundo mejor para los que están naciendo y van a nacer”.
En su conversación “confesional”, abordó el tema de la violencia como forma de lucha. Admirador sincero de dos revolucionarios aparentemente distantes en sus contextos históricos y métodos de lucha, expuso su criterio con amplitud: “Yo fui un canciller muy itinerante porque no teníamos embajadas en todas partes y para contrarrestar la información de los gringos teníamos que viajar muchísimo. Me tocó conocer a muchos jefes de estado. La persona que más me impresionó en todo ese tiempo fue Fidel. Para mí es el hombre del siglo. Yo el siglo lo comparto con dos personas: Mahatma Gandhi y Fidel Castro. Es que yo creo que ser revolucionario implica muchas cosas y una de ellas  –afirmó–  es la búsqueda de nuevos métodos de lucha. No es lo mismo la no violencia que el quietismo. El quietismo es una aberración, simplemente cruzarse de brazos, no hacer nada. No me gusta hablar de no violencia. Prefiero hablar de lucha no violenta, porque es lucha. Creo que la humanidad tiene que saltar a esa modalidad, porque lo no revolucionario, lo convencional, ha sido el uso de la violencia. La Iglesia la justifica, porque habla de la guerra justa. Pero es un método que no ayuda a la gran meta, a la creación de la nueva humanidad. Creo que si hubiesen más personas con capacidad de liderazgo y anuentes a vanguardizar esto, saldríamos adelante. Son muchísimas las cosas que hay que cambiar, todo el sistema de justicia por ejemplo. La vía armada puede hacer bastante, pero después siempre queda mucho por hacer. Admiro a Gandhi como defensor de esa idea.”
“Cuando me piden que me incorpore al Frente Sandinista –continuó el Padre D’Escoto– yo estaba ya radicalmente convencido de que el Evangelio es radicalmente no violento. Pero a mi pueblo le han enseñado todo lo contrario. La Iglesia misma ha sido la institución más violenta de la humanidad; en su historia hay torturas y asesinatos espantosos. A los disidentes, que ellos llamaban herejes, no sólo les quemaban sus libros, también a ellos los quemaban, para que no se les ocurriese escribir otro. Entonces, ¿cómo le van a decir al pueblo que busque otra vía? Además, la Iglesia critica la violencia cuando la guerra se hace a favor de la justicia, cuando se hace violencia revolucionaria. Y debería haber otra palabra para definirla, porque no es lo mismo cuando se trata de una agresión que cuando es violencia revolucionaria, cuando ya no queda otra alternativa. Pero yo creo en la fuerza del amor, que el amor será lo que cambiará el mundo. Estamos en el borde de una nueva era. Ese es el reto para los grandes revolucionarios de nuestro tiempo.”
D’Escoto, sencillo y apasionado, sin etiquetas, dueño de sí, convencido y convincente, es de los hombres imprescindibles, aquellos que según el poeta alemán Bertold Bretch luchan toda la vida. “Tenemos que abrirnos a un auténtico ecumenismo –aseguró– Cuando yo era chico aquí en Nicaragua era costumbre y se consideraba excelente ir a tirar piedras a un templo bautista. Y eso era entre cristianos, ya no se diga lo que ha existido siempre entre cristianos y mahometanos, o entre cristianos y budistas. O entre cristianos y ateos, y entre cristianos y los que yo llamo santos ateos. Porque muchos de los más grandes santos del mundo han sido ateos. Esto puede parecer una idea novedosa, pero nuestro Señor es el primero que nos lo advierte. Él hablaba siempre en parábolas. Cuando alguien le preguntó qué es lo que había que hacer para salvarse, Él contesta: ama a tu prójimo. Pero, ¿qué es eso de prójimo?, dice uno. Entonces Él desarrolla una parábola: por el camino de Jerusalém a Jericó asaltaron a un hombre para robarle y lo dejaron sangrando a la orilla del camino. Pasa un alto funcionario religioso –en aquel contexto era de la Sinagoga, ahora podríamos pensar en un obispo–  pasa y da la media vuelta como para no tropezar (es decir, que claramente lo vio) y sigue a Jericó, porque tenía una reunión muy importante. No comprende que son más importantes las oportunidades que se te presentan en el camino. Después pasa otro hombre, de esos que van a la iglesia y se golpean el pecho diciendo que creen en Dios, y sigue. Y después, dice Cristo, viene un samaritano. Hay que recordar que los judíos que estaban escuchándolo no le llamaban samaritanos a la gente de Samaria, les decían perros ateos, los trataban con desprecio porque no creían en el Dios de Israel. Pero Cristo dice: viene un samaritano, se baja de la bestia y echa aceite de oliva en sus heridas y coge unas telas y lo limpia y se lo lleva a un hospedaje y le dice al dueño que lo cuide y le da dinero para tres días, pero si necesitás más, gastás más, yo te lo pago, porque en tres días regreso. Ni lo conocía, era un señor que vio ahí tirado. Cristo les estaba diciendo: para salvarte seguí el ejemplo de los santos ateos, de los que no andan haciendo gran alarde
pero cumplen la voluntad del Padre, de los que saben extender una mano fraterna en momentos de gran dificultad. Eso es lo que vive Cuba, esa parábola tan importantísima y tan central en el Evangelio. Cuba, bajo la conducción de Fidel, está mucho más encaminada en esa dirección espiritual que otros países que se proclaman cristianos”.
Le comenté el apoyo que habían recibido las brigadas cubanas de parte de algunos sacerdotes de base y me narró dos anécdotas de los años 80: “Por el norte de Nicaragua, por el lado de Jalapa, andaban unos periodistas  americanos haciendo un reportaje para una revista de televisión que se llama 60 minutos. Uno de sus segmentos era sobre Nicaragua. Entonces aparece una señora con un AK haciendo vigilancia revolucionaria en la frontera. Ellos la entrevistan y le preguntan, bueno, ¿usted es norteamericana? Sí. ¿Y además es monja? Sí. Pero bueno, ¿usted es comunista? La verdad es que no soy comunista –responde– pero la gente cree que lo soy, porque los comunistas, estos muchachos, hacen cosas buenas, y entonces yo digo que nosotros también debiéramos hacer esas cosas, lo lamentable es que no las hacemos. Ojalá que nosotros también hiciéramos cosas así. Eso apareció en la televisión norteamericana y fue un escándalo. La mujer es la Madre Juana, que vive aquí todavía.
“Algo muy similar ocurrió con la Hermana Patricia en Ciudad Sandino.
Esta Hermana era la encargada por la Revolución de todo lo relacionado con la salud desde Ciudad Sandino hasta la Brasilia, una región de más de cien mil habitantes. Ella, que es enfermera, trabajaba con un médico cubano. Llega la televisión gringa y le pregunta: usted es norteamericana y monja, ¿qué está haciendo aquí con este comunista? ¿Qué comunista? –pregunta ella--  ¿usted se refiere al doctor Álvarez? Bueno, ese que usted menciona como comunista es una maravilla de médico. Yo como enfermera puedo distinguir un buen médico del que no lo es y éste es de lo mejor. Quisiera que en otros lugares hubiesen médicos así, tan dispuestos a venir a compartir la pobreza con el pueblo de Nicaragua. Pero usted me ha dado una clave, usted lo llama comunista, entonces en mis oraciones voy a pedirle a Dios que nos mande más comunistas, porque eso es lo que necesitamos, gente como él. Te cuento esto porque es natural que un cura reconozca a un hermano espiritual en alguien comprometido con la solidaridad y la fraternidad. Yo quisiera apoyar más a los médicos cubanos. He hecho algunas cositas, muy pocas. Por lo menos estuvimos aquí juntos en mi casa para fines de año, celebrando los 40 años de la Revolución cubana”.
Le pregunté finalmente por la situación actual de Nicaragua, a veinte años del triunfo sandinista y a diez años de la derrota electoral: “Le doy gracias a Dios por el privilegio de haber vivido un momento tan importante para mi país” –respondió con la vista fija en algún lugar del tiempo. “Creo que ha sido el momento más importante, el más glorioso, donde más se apreció la generosidad del pueblo. Yo no lo busqué, pero se me llamó para que participara de una forma bastante directa, de mucha responsabilidad y eso también fue un privilegio. Creo que la Revolución sin embargo, está en un momento ahorita como de receso, esperando que venga otro capítulo, que será mejor precisamente porque ya vivimos el primero. Como Fidel ha dicho, nosotros tuvimos un Bahía de Cochinos todos los días por muchos años. Y como consecuencia de un cansancio generalizado –hubo un número de personas sumamente importante que se mantuvo hasta el final– perdimos las elecciones.
“Pero, ¿elecciones libres? No, elecciones con una pistola en la sien de los votantes. Los Estados Unidos lo habían dicho claramente: si votan otra vez seguimos la guerra. Y eran ellos los que hacían la guerra, ellos organizaban, financiaban, armaban a la contra. Una guerra mercenaria. Sin embargo, son tan torpes los aliados del imperio que no se dan cuenta de que  para que no haya una Revolución, un cambio, tienen que aliviar el sufrimiento del pueblo, y aquí estamos retrocediendo a niveles de pobreza tan altos como los que había en el somocismo. Supongo que así tiene que ser, porque no van a ser capaces nunca de ver la realidad desde la óptica de los intereses populares.
“Los muchachos americanos, como juego, te agarran el brazo, te dan vuelta y te lo retuercen, lo que duele mucho, hasta que dices “tío” y te sueltan. Quiero ver hasta dónde aguantás. Una vez un periodista le preguntó a Reagan que hasta cuando iba a seguir esa política hostil contra Nicaragua: “hasta que griten tío”, contestó. Es decir, los voy a seguir torturando hasta que se rindan. El pueblo de Nicaragua fue y sigue siendo tremendamente castigado por haberse atrevido a soñar con un mundo más justo, más fraterno, más solidario.
“Para que no nos engañemos miremos siempre a personas, a pueblos como el cubano, que viven en la lucha, tratando de mantener encendida la antorcha. La más grande antorcha en América y en el mundo es Fidel. Por favor, si ustedes ven que tiene alguna falla –es imposible que no la tengamos– no seamos como los chanchos que sólo miran para abajo, miremos para arriba, veamos la grandeza. Ustedes nos hacen pensar que es posible. Es el testimonio que ustedes como nación nos dan. Por eso es importante mantener la antorcha cubana encendida, siempre presente. Sería un mal día para América y para el mundo si algo hiciera extinguir esa antorcha.”

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