Eduardo González Sarría
Tomado de La Calle del Medio 42
Los viejos del barrio solemos sentarnos en los bancos que quedan en el jardín del edificio y como siempre, charlamos buscando a veces hasta la cuadratura del círculo. Los que hemos cruzado la sesentena a alta velocidad, somos los animales más gregarios del mundo. En el grupo tenemos al papá de la doctorcita. Es amigo mío desde los tiempos de Angola. Conozco por los chismosos que allí recibió dos medallas al valor pero como él no habla de eso, yo no le pregunto porque tengo por costumbre no meterme a indagar lo que no sé si él tiene interés en que se sepa. En cuanto a la muchacha, es especial. De niña se sabía que iba a ser buena: estudiosa, alegre, muy divertida y de una belleza sencilla, sin ostentadera de trapos. Recuerdo el día de su graduación de la primaria.
− Vamos conmigo y hazme la media − me pidió él. Yo estaba un poco amontonado por unos asuntos familiares y me dije: “bueno, ¿por qué no?” − Y allá fuimos a ver algarabía de niños en la escuela, cosa a la que no soy adicto tampoco.
Empezó la ceremonia con el Himno, un discursito; entrega de regalos, otro discursito; títulos por esto, reconocimiento por aquello, y todo fue bien hasta que el director dijo “Y por último, (pausa), el diploma de alumna más integral y primer expediente de esta graduación…” (discursito elogioso)… y pronunció el nombre de ella, la hija de mi amigo. Vino el merecido aplauso, la niña que sale a recibir sus premios y de pronto como trueno, la voz del padre
−“¡ESA ES MI NENA, JAJAAA!”
El aplauso se embotelló. Todas las miradas que convergen en nosotros. Él, mirando en todas direcciones como un elefante en la cristalería que me pide “Haz algo, desgraciado” y así fue: empecé a reír como hacía rato no lo hacía. A mi carcajada se sumó la risa de doscientos y pico de padres y madres.
− “Agradecido, mi socio” y se incorporó él a la cosa. Después le dije: “soy yo quién te da las gracias” y me miró sin comprender.
¿Que por qué hablo de ella? Han pasado trece años de aquel mal rato del Papá. La niña se educó, creció y floreció durante el período especial. Carencias, apagones y alumbrones, de todo conoció. Este fue, y es todavía, el reto de su generación.
Se hizo estomatóloga y por buenas notas −otra vez− pasó directo a hacer la especialidad que escogió: cirugía maxilofacial.
Cuando en ocasiones pasa junto a nosotros, suele bientratarnos revolviéndonos el cabello, ya canoso, a su progenitor y a mí. Yo le digo “Aaah, cabroncita, si yo no fuera amigo de tu padre, ya sabes…” ella, riendo me suelta: “para eso debieras tener dos años menos”. Y prosigue su andar, cimbreando como junco en la brisa. Es bonita la condenada. El padre y yo la suspendemos en la mirada hasta que dobla hacia la escalera donde vive su novio y tornamos al tema que nos ocupa.
Tal como acostumbra, le ha contado a su familia de un caso que tiene allá en el hospital. Un viejito al que han tenido que hacerle una traqueotomía y extirparle la lengua, con lo que ha perdido las posibilidades de expresión oral. Ella le hace las curas, le habla, lo conforta y prepara para la nueva etapa de vida. Hace unos pocos días, la esposa le dijo: “Doctora, él quiere que sólo usted le haga las curas”
Un mohín de aprobación y otra vez empezó a preparar el instrumental. Curarlo es doloroso. La muchacha no puede mostrarse débil y sabe que va a producirle molestias y dolores. A veces él abre sus ojos más de la cuenta cuando ella lo traquetea con pinzas y torundas. “No me abras los ojos, que no te voy a echar gotas”, le dice con falsa severidad la hija de mi amigo.
Y ese viejito le ha escrito un papel con su puño y letra donde, respetando caligrafía y puntuación, dice: “No es por nada pero eres la mejor curando, en 5 mnto tu sola felicidades” y firmó con su nombre.
Mi amigo está orondo. Me ha mostrado el papelucho. Yo le resto importancia y sumo un poco de desdén para que no se vaya a engreír. Que estos Papás muchas veces se endiosan con los resultados de los hijos y sólo quieren saber de sus cosas buenas. Yo no suelo secundarlos en eso. (Y entre nosotros: dicen que la criatura ha tenido más novios que jugadores hay en una novena de pelota, con lo que yo soy muy discreto pues desconozco si el padre lo sabe). Los chismes no son mi fuerte y en ese asunto prefiero la cautela y el hábito de no contribuir a ellos.
Pero me doy cuenta de que nuestra primavera está llegando a pesar de estos años tan duros y torrenciales pronósticos de allende el mar, acerca del fin del experimento político cubano. Como campo sembrado que se malogró y que dio paso a mucha mala hierba y que cuando lo preparas otra vez, la nueva simiente se afianza con fuerza sobre la cosecha muerta y te da frutos nobles y buenos como nuestra doctorcita. Son flores llenas de vida y belleza, distintas a las de mi época y diferentes a las de todas las épocas. Y entonces me invade la calma de un reposado bienestar, no por lo bellas que son, sino porque señorea en mí una certeza arrolladora: ya es el tiempo de ellas.
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