Daniela Valdés
Nadie duda que los medios masivos de difusión procuran establecer pautas y creencias en la opinión pública, para lo cual, a veces sin muchas sutilezas, imponen nuevos términos. El poder y valor de los medios no es cuestionable. Son los hacedores de conciencias. Tampoco nadie duda quienes son los dueños, o a que clase representan, los más diseminados e influyentes. Por eso, los políticos, o quienes tenemos la misión de instrumentar una política, debemos ser muy cuidadosos en el empleo de ciertos términos o frases que esos medios imperiales pretenden acuñar.
Por suerte en Cuba nadie utiliza ni confunde bloqueo por embargo. Pero hay que ver como chilla y se ofende Ileana Ros Lethinen cuando alguien dice bloqueo en su presencia. Hasta se ofusca dando explicaciones “históricas” y “económicas”.
Por desgracia, en los medios cubanos no ocurre igual cuando se menciona o escribe “el diferendo de Cuba con Estados Unidos”. La realidad es que no existe tal diferendo “de” Cuba. En todo caso el diferendo sería de Estados Unidos “con” Cuba. Para ser más exactos, lo correcto es decir, siempre e invariablemente, la política agresiva de Estados Unidos contra Cuba.
Hay otro término mucho más extendido y cuya mención generalmente recibe fácil aceptación. Se trata de los cubanoamericanos. Su utilización ya es tan común, que casi nadie medita lo que entraña y se repite porque resulta más de moda o elegante. Es como si mágicamente estuviéramos creando una nueva nacionalidad o ciudadanía, sin tener en cuenta implicaciones, resultados y costos políticos.
Incluso se utiliza en informes oficiales y los autores no se detienen en poner una nota al margen para explicar de donde lo sacaron, o que quisieron decir. Si en una pequeña encuesta se le preguntara a diez expertos ¿qué es para usted un cubanoamericano?, estoy casi seguro que se podrá recibir 10 respuestas tan distintas como contradictorias. Quien lo dude, lo invito a que haga la prueba.
No es majadería o capricho. Tampoco es conservadurismo a ultranza. Los abogados tienen su vocabulario muy exacto. No confunden robo con hurto, o asesinato con homicidio. A los médicos les pasa otro tanto. Los profesionales de la política no deben ser menos cuidadosos.
Tengo un amigo, a quien le demuestro más mi aprecio como académico e investigador, que emplea el término cubanoamericano en todos sus artículos y ensayos. Me acaba de decir que está escribiendo un libro para explicar su definición y la conveniencia de su uso en Cuba. Argumenta que el cubanoamericano es una persona de origen cubano que se naturalizó estadounidenses y por esa razón se distancia de nuestro país, perdiendo toda posibilidad de influir o participar en nuestra vida nacional. No es una cosa ni la otra. Es un híbrido.
Mi amigo académico tiene razón al sostener que los de “allá”, que pretenden colonizarnos, hay que “marcarlos bien” y alejarlos, para no ofrecerles ninguna posibilidad de influir o participar en nuestra vida nacional. O sea, básicamente él se refiere a la mafia de derecha y no a otros que hoy emigran por diversas razones. En ese saco sin fondo también deben entran los descendientes. Para ejemplificarlo, seguramente se refiere a los contrarrevolucionarios, los batistianos y sus descendientes.
Pero ocurre que ya todos esos tienen nombres e identificaciones muy nítidas y ante la ausencia de una clara definición, muchos de los de “acá”, indiscriminadamente califican de cubanoamericano a todo el de origen cubano que vive en Estados Unidos y no hace distinciones entre “buenos” y “malos”. En fin, la catástrofe, donde al parecer, los únicos que se están beneficiando son los “malos de allá”.
Yo creo que quienes diseminan el vocablo, -y pronto sabremos quienes hacen uso abusivo del término- pretenden todo lo contrario de lo que quiere mi amigo. Ese el principal riesgo político que le aprecio.
Desde el año 1977, que por primera vez nos visitó la Brigada Antonio Maceo (BAM), encontré algunos jóvenes que de forma abrupta fueron separados de su tierra, costumbres y hábitat natural. Algunos comentaron que se sentían como si los “hubieran arrancados de raíz” de la noche a la mañana, porque habían perdido lo “conocido”, que además, hasta ese momento los había hechos felices y era “algo” que extrañaban amargamente. Por otra parte, habían crecido en un medio cultural distinto, donde ya comenzaban a echar raíces nuevamente, porque a regañadientes, fue donde estudiaron, tuvieron sus amigos y amores y ya comenzaban a hacer sus trabajos y nuevas familias. Concluían que la resignación comenzaba a reinar.
Hasta ese momento el tema de conversación no era quién había tenido la culpa de esa situación, o por qué razón había que conformarse. Se trataba simplemente de “cómo se sentían ellos”. En esos días fue cuando por primera vez escuche la palabra cubanoamericano. Algunos de la BAM dijeron haber sido Peter Pan y otros salieron de pequeños junto a sus padres. Para los primeros, lógicamente, fue mucho más dura la resignación y el conformismo.
Sin embargo, cuando se autocalificaban de cubanoamericanos, se referían a aspectos sociológicos, sicológicos y culturales. Eran como “mitad y mitad”, en cuanto a identidad y sentimientos. Aquellos miembros de la primera BAM no vinieron a Cuba trayendo una agenda política de “cambios” o sus recetas. Sencillamente pretendían reencontrarse con la Patria y normalizar sus relaciones con la tierra que los vio nacer. Hay que tener en cuenta que en aquel otoño de 1977 no existían visitas familiares, ni se había realizado el Diálogo con los Representativos de la Comunidad Cubana en el Exterior -otoño de 1978- y muchos menos las Conferencias de la Nación con su Emigración.
Por lo tanto, los cubanos de aquella época emigraban –o los “emigraban”- y para quienes se marchaban, era incierta la posibilidad de alguna breve visita a su origen. Quizá por ello, y por las razones de identidad que señalaron, los primeros integrantes de la BAM se sentían y resignaban en ser cubanoamericanos. Debo confesar que en aquel momento el término no me molestó, ni intuí algún interés político encubierto al escucharlo.
Muchos años antes, durante la primera ocupación militar estadounidense que parió nuestra república mediatizada, como era de esperar, los usurpadores del poder compraron y utilizaron a los colonos y comerciantes criollos que más apego e inclinación tenían por la anexión. Llamativamente, muchos de esos “criollos”, antiindependentistas, con almas neo colonizadas y mucha genuflexión, alegremente se autodenominaban cubanoamericanos.
Un poco de actualidad
El término cubanoamericano adquirió relevancia y universalidad desde el comienzo de la administración Reagan en 1980, con el surgimiento de la Fundación Nacional Cubano Americana (FNCA). Nadie duda quienes fueron los gestores y patrocinadores de este engendro terrorista, como nadie cuestiona los apetitos anexionistas de sus miembros, aunque últimamente se traten de camuflar, con un aparente discurso más conciliador, en el ánimo de limpiar la merecida imagen terrorista que poseen.
No se puede ser tan ingenuo para imaginar que un nombre, categoría o título, creado y expandido por la CIA, para identificar a los cubanos que ellos consideran “puros y legítimos”, puede ser noble, positivo o bueno para nosotros. Para la CIA los cubanos son los asiduos comensales del Versailles de la calle 8 de Miami. Los residentes en Cuba son comunistas, palabra maldita que tratan de explicar como lo más inhumano de nuestra especie.
El llamado Plan Bush, publicado en el año 2006, dice que “serán los cubanoamericanos los que tendrán el papel preponderante en la transición que se efectúe en Cuba”. Bush les otorga el papel de testaferros encargados de imponer en Cuba los deseos de Estados Unidos.
Más recientemente, el señor Obama ha dicho “que los cubanoamericanos serán los mejores embajadores de Estados Unidos para llevar a Cuba la democracia, la libertad y la economía de la libre empresa”.
Otro dato de mucho interés, es el apego desmedido que la prensa reaccionaria tiene por el término. Basta echar una ojeada a un Nuevo Herald o al Diario de Las Américas, por no mencionar otros libelos de las diversas organizaciones terroristas existentes. Esa insistencia, es sospechosa como mínimo.
Añado otros sutiles detalles que también llaman la atención. Por ejemplo, cada vez que la prensa de Miami menciona a Ileana Ros, aclara que es cubanaamericana o “congresista de origen cubano”. Es como si esa “nueva ciudadanía” o su origen le ofreciera “patente de corso” o “derecho” para intervenir, proponer o agredir groseramente a nuestro pueblo. De otros muchos congresistas no se aclara cual es su origen y todos deben tener uno, aunque sea irlandés.
Si aceptamos que el término viene de Estados Unidos y cuenta con el apoyo incondicional del Herald, no es muy descabellado suponer que existe trasfondo político.
Estados Unidos probablemente es el país más cosmopolita de la Tierra, albergando ciudadanos que representan todos los confines. Sin embargo, no todos tienen la gracia de recibir un nuevo gentilicio. Es cierto que se ha acuñado el de italoamericanos y el de chicanos, por solo mencionar dos. Por principio, no me gustan esas definiciones, al notarles algo discriminatorio al vocablo. No sé si a todos les ocurre lo mismo, pero creo que muchos estadounidenses piensan en “mafia” cuando escuchan la palabra italoamericano. Chicano también es peyorativo, porque su sola mención pretende representar en el subconsciente la imagen del vago, sucio e ilegal. Afronorteamericano ni lo menciono, al creer que es la forma más racista de evitar decir negro.
Es cierto que el vocablo cubanoamericano contiene algo discriminatorio, porque hace la salvedad de que no es un “ciudadano puro”, sino que está mezclado. Sin embargo, quienes lo reciben, no se ofenden. Tal vez calculen que el mote provoca el fin. Probablemente, en sus delirios anexionistas, se hechicen viendo esas dos ciudadanías distintas, bien uniditas, en una sola palabra.
Hay otro problema que también debemos señalar. Los batistianos ya son viejos y se están muriendo. Los nuevos emigrantes cubanos no se integran mayoritariamente y de forma resuelta a la contrarrevolución. Entonces, ¿quién puede mantener viva esa “llama”, en cumplimiento de los intereses imperiales? ¿Quienes serán los herederos-encargados de continuar la lucha contra el comunismo en Cuba? El verdadero poder encontró una fórmula tan fantástica como cómoda: Los descendientes de los batistianos, porque ellos también son cubanoamericanos y tienen “derecho” a continuar la “obra” de sus antepasados.
Mario Díaz Balart, David Rivera, Marco Rubio, Jorge Más Santos y Joe García tienen muchas cosas en común. La primera es que ninguno quiere la Revolución Socialista en Cuba y hacen esfuerzos, con diversos métodos, por liquidarnos. Pero lo peor es que, un buen día se convirtieron en “expertos de temas cubanos”, a base de distorsiones históricas que les narraron sus ascendentes familiares, y se han llegado a creer que saben algo de Cuba, a pesar de que nunca han puesto ni un pie en nuestro país. Para salvar esa contradicción y justificar la supuesta erudición, también es que se llaman cubanoamericanos. La historia real es la de ellos, porque la aprendieron sus padres o abuelos batistianos, estarán diciendo.
Para garantizar la continuidad hasta la eternidad, recientemente el imperio creó “Roots of Hope”. Esta modalidad, muy promovida y publicitada, hasta en la traducción de su nombre al español tiene ese sentido, significado y alcance: “Raíces de Esperanzas”. Ya no se trata de hijos, sino de nietos, y aunque el discurso y modo de operar de este novedoso engendro se muestra con matices más modernos que le aportan la diferencia, esencialmente se trata del mismo interés de dominación y anexión.
El Comandante en Jefe siempre ha sido muy cuidadoso y exacto en el empleo de sus términos. Todos reconocemos que muchos han sido lapidarios. Contrarrevolucionarios, mercenarios, gusanos, vendepatria, apátridas, escorias, grupusculeros, mafia, por citar algunos pocos.
Aunque se trate de términos que sobradamente merecen, en documentos oficiales podríamos no ser tan severos. Tampoco deberíamos crear dudas, ni hacer concesiones que benefician políticamente a los enemigos.
Cuba tiene emigrados en los más diversos países. ¿Por qué hacemos la concesión especial y particular a los que residen en EE.UU. y no lo hacemos con los que residen China, India, o Perú? ¿Por qué a los cubanos, residentes en los tres países, mencionados en el ejemplo, comúnmente no los denominamos cubanochino, cubanoindio o cubanoperuano? Esa licencia especial que tienen los radicados en el poderoso país del norte deja el sabor de “colonización cultural”, en el mejor de los casos.
Ahora nuestro Estado está abocado a la institucionalización y el apego a la legalidad. Después del Período Especial esa verdad es más grande que un templo. Pues bien, hasta ahora la Constitución de la República de Cuba, admiten solamente una nacionalidad, no la doble nacionalidad. El Capitulo II, artículo 32, señala las causales para que una persona pierda la ciudadanía cubana, es decir, que legalmente deje de ser reconocido como cubano.
Es cierto que el Mundo se está globalizando y que para algunos ricos las fronteras se eliminan, si les conviene. Pero nosotros somos pobres. También es cierto que la Constitución se puede modificar, pero hay que esperar a que eso ocurra.
La solución es bien sencilla: Ileana, Mario, David Rivera y Albio Sires son congresista estadounidenses. Marcos Rubio y Bob Menéndez son Senadores del mismo país. Todos son anticubanos. Sus inicios políticos son contrarrevolucionarios. Sus actuales posiciones con Cuba son reaccionarias, derechistas y anticubanas. Si hubiera que hacer la ficha biográfica de alguno de ellos, es obvio que por apego a la verdad, hay que mencionar que nació en Cuba o en Estados Unidos, o aclarar que sus padres son o fueron cubanos.
En el caso de los otros emigrados, que no sean reconocidamente contrarrevolucionarios, la definición es más fácil aún: cubano residente en tal o cual país, si es que el texto nos obliga a hacer la aclaración.
gracias por su aclaracion, en cuba todos tenemos bien claro que la palabra embargo fue impuesta.....
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