Dalexi Madruga
En los tiempos modernos donde la globalización gana los titulares de los medios de comunicación, estos parecen mostrarnos un aparente interés hacia la conservación del medio ambiente, pero ¿existen y se cumplen realmente en la economía las medidas acordadas al respecto? ¿Solo basta con identificar los problemas y mencionarlos, para que estos se resuelvan? Saliéndonos del panorama informativo todo parece indicar que estamos en una especie de trampa heredada de nuestro comportamiento productivo individual como especie, de espaldas a la naturaleza. La realidad indica que poseemos una dependencia material del medio ambiente de carácter negativo, que en su momento cumplió su cometido, al ser el método más eficiente de dar bienestar al hombre, pero que nos trajo una dependencia formada desde los primeros métodos al alcance de este para obtener la tan útil energía y que actualmente es un freno para todo lo vivo, incluyéndonos a nosotros.
Los causantes y beneficiarios de estas tradiciones somos todos los seres humanos, querámoslo o no, pero cuidado, no nos confundamos: el actual egoísmo económico de las grandes corporaciones es el que mantiene con múltiples métodos (bajando precios, sacando patentes, etc.) esta cadena de producción dañina. Son las empresas multinacionales, responsables del 75% de la producción mundial –las que toman las decisiones fundamentales sobre división internacional del trabajo–, las mismas que para mantener su fuerza en el mercado evitan por pérdidas puramente económicas, que sean remplazados sus productos por otros sosteniblemente factibles para la naturaleza. La tecnología actual funciona, lo que sucede es que tiene el estigma de ser poseedora de una menor rentabilidad.
¡Qué razón tendría Marx para incluir al fetichismo del dinero, en su obra El Capital! Entonces ¿qué tiempo nos queda para salir de esta especie de círculo vicioso ya conocido? ¿Hasta qué punto la naturaleza puede ser bondadosa?
El enfoque socialista no debe limitarse al sistema de trabajo, de consumo y de oportunidades de los seres humanos, debe incluir también todo aquello que es de uso inevitablemente social y que generalmente no puede incluirse en el mercado. Me refiero a esos bienes que no son contabilizados en el PIB y que cualquier modificación en ellos, para bien o para mal, nos concierne a todos. Pudiésemos hacernos la siguiente pregunta: ¿existe alguna frontera política para un pez, un ave o un mamífero cualquiera, el aire que respiramos y la producción del agua que bebemos no es algo de uso social y producido además socialmente? Sabemos que para los animales y los recursos naturales no existen fronteras, pues ellas mismas no son más que un constructo humano para optimizar los beneficios individuales. Estos y otros son ejemplos de productos de la naturaleza que aun cuando no tengan precio, precisamente por su actual abundancia, son poseedores de un alto valor de Uso. Evitar que con su deterioro empiecen a tomar valor en el mercado o que desaparezcan definitivamente por no haber estado nunca en el PIB de las naciones, es un objetivo que no puede llamarse de otro modo que socialista.
Se suele pensar que el mercado es más eficiente en términos productivos que el estado pero menos equitativo, esto si se somete a ciertas condiciones en la que indiscutiblemente no se encuentra el cuidado al medio ambiente. Si nos dejásemos guiar por "la mano invisible" de Adam Smith, nos dirigiríamos a un abismo insalvable para la humanidad, es necesaria sin duda la acción sabia del estado para seguir con el desarrollo tecnológico humano que salve esta conocida trampa.
Los estudios aportan pruebas de que la vía más segura para conseguir una elevada productividad y un mayor nivel de vida para los segmentos beneficiados, según los estándares del consumismo, es abrir los mercados al comercio, el capital y las ideas de los países más avanzados, potencias como Japón o Alemania, líderes en estas tecnologías verdes, están muy por debajo de su potencial real gracias a las razones antes expuestas.
Permitir una feroz competencia entre las compañías que hayan adoptado las tecnologías más avanzadas en la conservación del medio ambiente y las que no hayan adoptado esos patrones sería positivo para todo el planeta, sin contar con la asimilación de estas en nuestro país por distintas vías. El único freno estaría solamente en el capital financiero y en el conocido enemigo de nuestra nación, pues estoy seguro que no existe para los trabajadores cubanos algo por complejo que sea que no pueda aprender, realizar y mejorar si es de su interés. Nuestro país posee no solo ventajas comparativas en algunos productos, sino una ventaja absoluta en la inmensa mayoría de las producciones “verdes” para el mercado internacional, algo que todos los países con políticas de rescate ambiental sin dudar aprovecharían, para acelerar su economía. Dicha ventaja nos traería dobles beneficios futuros con la especialización en este tipo de productos, los económicos y los de crecimiento sostenible con la naturaleza, una riqueza que para algunos pasaría por intangible o inadvertida, pero no para nosotros los cubanos por nuestra formación.
El equilibrio actual entre naturaleza y hombre está dado solamente por las rentabilidades del comercio, algo que le es ajeno por completo. Es “rentable” por ejemplo la desaparición de los bosques tropicales, ya sea para la creación de cultivos como para la tala. La sobre explotación puede no tener límite en este sistema y modificar de un modo irrecuperable las especies y los ciclos naturales es un resultado indeseable casi a punto de cumplirse. ¿De qué nos serviría tener grandes comodidades e incluso igualdad social si por ejemplo no fuera posible ir a disfrutar un día en una playa, porque el Sol nos puede dañar la piel? Recordar que al final la naturaleza es la Base de todo; intervenir en ella con respeto es respetarnos a nosotros mismos, es además una acción que puede catalogarse como verdaderamente altruista y racional, pues esos impactos generalmente no pueden medirse directamente en los que realizan la acción, ni estos tampoco reciben un beneficio directo por portarse bien, como diríamos los cubanos. Al contrario, una conducta positiva puede ser perjudicial económicamente –en lo inmediato–, pues las limitaciones para las empresas que objetivamente reducen la contaminación, tienen un costo para su “rentabilidad”, que será tanto más alto en tanto mayor pureza ambiental busquemos. Eliminar el treinta por ciento de las emisiones contaminantes de una industria puede ser relativamente barato, pero llegar a eliminar el sesenta por ciento, costará mucho más del doble. ¿Cómo salir de aquí entonces?, pues existe algo llamado ventajas comparativas y ventajas absolutas en el comercio. Transformarlas en ventajas siempre absolutas para la naturaleza sería, según mi criterio, adaptar ese principio a la racionalidad deseada y un método continuamente eficiente para transformar el entorno.
Si estamos luchando por una verdadera integración económica latinoamericana, esta debe marchar a la par de la implementación de medidas regulatorias que no coarten la actividad económica y que contribuyan a un desarrollo sustentable, además de una gestión ambiental en donde se vea implicada la ciudadanía, no como grupo de presión, sino como personas partícipes al tomar decisiones con consecuencias ambientales.
Está clarísimo que el incentivo económico que tendrían esas empresas “verdes” para invertir en Cuba tiene implicaciones más sobresalientes, que actuarían sobre los problemas microeconómicos y macroeconómicos.
Los primeros tienen que ver con el comportamiento de los individuos, microempresas, firmas contaminadoras y firmas reguladoras de impacto ambiental. Los segundos, con las reformas estructurales reflejadas en un desarrollo del país visto como un todo. Estos dos aspectos resultan de vital importancia para poder emitir políticas ambientales coherentes con la coyuntura económica.
Saltándonos el brutal Bloqueo, Cuba actualmente tendría las condiciones económico-sociales para convertirse en el primer país en el mundo en la búsqueda de relaciones verdes para todo el planeta y hacerlo equitativamente sin perder nuestros logros. De cualquier modo en su aplicación estamos en una posición de ganar-ganar ya que se demostraría una vez más las verdaderas intenciones del adversario, si es que este nos bloquease como es de esperar.
Entonces mi pregunta es por qué no se puede hacer un PIB verde, aprovechando nuestra ventaja absoluta en el mercado donde inviertan las empresas que clasifiquen a partir de un índice pre elaborado por nuestros especialistas, que cabe aclarar esté por encima de las expectativas de los países más industrializados, la cuenta da tanto para la empresas como para nosotros. Interpretaciones pueden haber cientos si no miles, pero el núcleo de la idea va a ser siempre social y global por demás.
Cuba puede ser una bandera en este campo pues posee todas las condiciones (perfectas se puede decir) para dar este salto. Contamos además con algo casi irrepetible en la historia, que es una dirección histórica que ha dado prueba de no dejarse llevar por los cantos del capital y su influencia malévola condicionante para un éxito que, según mi opinión, es el único modo seguro de no caer en el abismo ni ahora ni en el mañana.
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