Fotos de Iván Soca
Enrique Ubieta Gómez
Algunas personas preguntan incrédulas cuánto puede servir un poema o una canción, y si es posible mover el mundo desde la poesía (el mundo, desde luego, empieza en un pequeño corazón). No hablo de los Poetas sin versos, a los que Pablo Milanés se refería –en la figura inigualable del Che Guevara– cuando admitía, "si el poeta eres tú". Hablo de los que recogen en palabras y sonidos la poesía que nos circunda. Los poetas y los trovadores de las décadas del sesenta y del setenta del siglo XX, no tuvieron dudas: una canción era equiparada a una bala, y una guitarra a un fusil. Los de los ochenta y los noventa dudaron, pero no se detuvieron. Recuerdo que Mario Benedetti –no tengo a mano la revista, para citar sus palabras de forma exacta–, nos decía en 1995 a mi amigo Rubén Zardoya y a mí, entonces a cargo de la revista Contracorriente, que su generación había sido demasiado optimista en la consideración del alcance que podía tener un poema en la ardua tarea de transformar el mundo. Eso lo decía un poeta que los enamorados hispanohablantes, de cualquier país, citaban de memoria.
Los que querían detener el mundo, impedir su transformación revolucionaria, sin embargo, nunca dudaron. Siempre se han sentido enemigos de la poesía. Pinochet cercenó las manos de Víctor Jara y lo asesinó. La congresista cubano-americana Ileana Ross Letinhen, hubiese querido cercenar las de Vicente Feliú, o prohibir las presentaciones de los niños de La Colmenita en el imperio. En unas declaraciones realizadas en septiembre criticó el visado concedido al cantautor cubano y dijo que enviaría una carta al Departamento de Estado pidiendo explicaciones. La decisión de otorgar visas a personas como Vicente Feliú "es inaceptable, ingenua y deplorable", dijo.
Así que los amantes de la poesía y de la trova comprendieron de inmediato que debían asistir al concierto de Vicente. La reacción de Ileana era la mejor recomendación. Ayer, en la Casa del ALBA Cultural de La Habana, en su habitual tertulia, Vicente repitió el recital que compartió con Alejandro Valdés por diferentes ciudades estadounidenses, en un periplo que reclamaba la libertad de los Cinco antiterroristas cubanos. Una tarde nublada, de fuertes vientos, propicia para la complicidad. Hubo Trova auténtica, la de todos los tiempos, la de Juanito Márquez, Isolina Carrillo o César Portillo de la Luz, diálogos del trovador con Silvio, el amigo y el maestro, con otros poetas, como Guillermo Rodríguez Rivera o Tony Guerrero, uno de los Cinco, con su esposa o su hija –excelente voz y calidad interpretativa–, las Auroras de su vida, un guiño al rock de Bob Dylan, o una meditación compuesta a los cuarenta años, porque la vida se va a trancos, de década en década. Alguna vez hablaré de mis cuarenta, pero ahora no viene al caso. Allí estaba la extraordinaria cantautora peruana Miryam Quiñones –que ofrecerá su último concierto en Cuba el 30 de octubre en la Casa de las Américas–, para compartir la despedida. Yo sigo pensando que la poesía es subversiva, que la congresista Ileana Ross tiene razón. Anoche al salir de la Casa, el viento húmedo, casi huracanado, permitió que respirásemos mejor; la buena poesía ensancha los pulmones.
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