Carlos Rodríguez Almaguer
Mucho se ha hablado en los últimos veinte años –y se sigue hablando–, de los Derechos Humanos. Desde las más disímiles, y a veces inverosímiles, perspectivas se aborda el cacareado asunto. Todos divulgan, comentan, exigen, demandan… la obligación de respetarlos. Existe una Declaración Universal de los Derechos Humanos, invocada, divulgada, desconocida, pisoteada, vilipendiada, tergiversada, edulcorada… en dependencia de los intereses que la aborden, la demanden o la atropellen. Y se han escrito en el papel y lanzado a los aires millones de palabras en todos los idiomas, dando a conocer a los seres humanos cuáles son sus derechos desde el día en que nacen. ¡Y está bien esto último!
Lo que no está bien es que ocurra todo lo contrario con la otra cara, imprescindible para equilibrar esta moneda (porque la realidad ha demostrado que también sirve para comprar el consenso de la “opinión pública”). Nadie, o casi nadie, habla, ni en voz baja ni a gritos, ni en papeles ni en sonidos, de lo que en última instancia vendría a resolver el problema que tanto nos agobia: los Deberes Humanos.
No existe una Declaración Universal de los Deberes Humanos. A nadie se le ha ocurrido todavía poner en Ley esta verdad elemental y salvadora: que un ser humano al venir al mundo no solo tiene derechos que disfrutar, sino también deberes que cumplir. Por ejemplo, considero que uno de los deberes principales que todo ser humano está obligado a cumplir es el de tratar de ayudar al adelanto universal de todos sus congéneres sin distinciones, porque otra de las verdades elementales que saltan a la vista del más despistado de los mortales, es aquella que esgrimió José Martí en su incansable lucha contra los racismos: “Dos razas tiene el mundo: parecida a los insectos la una, la de los egoístas; resplandeciente, como si en sí llevara luz, la otra, la de los generosos.”
De manera que amén de lo útil que a cada individuo o colectividad le pueda resultar estudiar, conocer y defender los Derechos Humanos, considero igualmente útil, provechoso y hasta preventivo el que cada uno conozca y asuma sus Deberes para consigo mismo, para con el conjunto social donde vive y con la Humanidad toda.
Esperemos entonces que un día cualquiera de los próximos años podamos someter a la aprobación de todos los pueblos de la Tierra esa tan necesaria, salvadora y casi tardía Declaración Universal de los Deberes Humanos en la cual quede establecida, sin medias tintas, esta verdad inconmovible de José Martí: "Nadie tiene derecho de dormir tranquilo mientras haya un hombre, un solo hombres infeliz".
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