Enrique Ubieta Gómez
La Calle del Medio 80
Transcurría un interesante diálogo con jóvenes universitarios en la ciudad de Camagüey, al que había sido invitado por la Federación Estudiantil Universitaria (FEU), que celebra en diciembre su cumpleaños ochenta y dos, cuando uno de los presentes recibió un papel recortado a mano con un mensaje perturbador. Se nos pedía no trasmitir aún la noticia, que unas horas después sería anunciada por nuestro Presidente en una alocución: el agente estadounidense Alan Gross había regresado a su país y se esperaba la inmediata liberación de los tres antiterroristas cubanos que permanecían encarcelados en los Estados Unidos. Cuando el papel pasó por mis ojos, la voz se me cortó y perdí el hilo de la conversación, vencido por la emoción de la noticia. Eran las diez de la mañana del 17 de diciembre de 2014 cuando decidimos compartir lo que sabíamos -lo que todavía no sabíamos en realidad- con los estudiantes. Las emociones estallaron: aplausos, vítores, lágrimas, abrazos. El intercambio cambió de tono y de asunto. Las noticias, imprecisas, llegaban a cuenta gotas. A las doce todos estábamos frente al televisor. El Presidente Raúl confirmaba los rumores: los tres héroes cubanos ya estaban en la Patria después de dieciséis años de injusto encierro. Una segunda noticia –se restablecerían las relaciones diplomáticas entre los gobiernos de Cuba y los Estados Unidos– no pasaba desapercibida, pero a pesar de su trascendencia histórica, no superaría de inicio el impacto emocional de la primera. La gente, acostumbrada a prescindir de los Estados Unidos, sabiendo que existen oscuros entresijos en el poder imperial, capaces de malograr cualquier buena intención, salió a la calle a celebrar el regreso de los tres prisioneros que nos faltaban.
Con el paso de los días, se hace necesario reflexionar sobre ambos acontecimientos. La presencia en Cuba de Los Cinco (los tres que llegaban, más los dos anteriormente liberados) no es un simple acto de benevolencia: la presión internacional, la constancia y el fervor del pueblo cubano en defensa de sus hijos, la indoblegable resistencia de esos hombres y la mediación de importantes personalidades, como la del Papa Francisco, lo posibilitaron. Sobre el injusto proceso judicial que los condenó a largas penas se pronunciaron eminentes políticos, abogados, escritores, artistas, intelectuales. Gross –liberado como parte del acuerdo, en gesto humanitario– y el espía de origen cubano que fue canjeado, trabajaban, directa o indirectamente, tras la retórica tradicional de la supuesta ‹‹defensa de la democracia›› para derrocar al gobierno cubano y cambiar su sistema político. Los Cinco no eran parte de un programa para derrocar al gobierno estadounidense o cambiar su sistema político, trabajaban para evitar que los grupos contrarrevolucionarios más violentos de Miami –y algunos de sus confesos criminales, que viven tranquilamente en esa ciudad– continuaran ejecutando actos terroristas en la Isla.
Cuba siempre estuvo dispuesta al diálogo respetuoso, basado en la igualdad. ¿Por qué nuestras relaciones podrían normalizarse ahora? Obama reconoce en su discurso del 17 de diciembre dos razones importantes: primero, que la política de bloqueo ha fracasado en sus efectos desestabilizadores –repudiada por el pueblo afectado y por la casi totalidad de naciones del mundo–, y segundo, que los cambios políticos ocurridos en América Latina han convertido a este en un autobloqueo moral a los Estados Unidos. Los países latinoamericanos exigieron de tal manera la reincorporación de Cuba, sin condiciones, a la comunidad americana –recuérdese el acuerdo que admitía la improcedencia histórica de las sanciones a Cuba adoptadas en 1962 por la OEA, y la advertencia latinoamericana de que una Cumbre de las Américas que no contase con la presencia de la Isla sería irrealizable, acciones consensuadas a contrapelo del gobierno estadounidense–, que el tema se convirtió en un verdadero obstáculo para las relaciones de los Estados Unidos con sus vecinos del Sur. El pretendido aislamiento de Cuba provocaba el aislamiento de los Estados Unidos. Incluso, la propia comunidad cubana en los Estados Unidos, que ha cambiado, favorece la normalización de relaciones, aunque una poderosa pero exigua minoría se opone a ella.
Existe un contexto de fondo que no puede obviarse: las políticas imperialistas no han sido muy exitosas en los últimos años, ni en el Medio Oriente, ni con respecto a Rusia, para no hablar de América Latina. Obama no ha podido validar la pretendida condición de liderazgo mundial de su país. A esos factores agreguemos la crisis político-económica y simbólica del capitalismo a nivel global.
Los restantes razonamientos se derivan de estos: si los Estados Unidos desean que se produzca un cambio político en Cuba –algo que depende del deseo de los cubanos–, supongamos que a partir de profundas divergencias conceptuales sobre qué es la democracia y los derechos humanos, y no de mezquinos intereses económicos y geopolíticos, entonces el terreno de lucha deberá ser, a partir de ahora, el de las ideas, el de la cultura –a veces de la seudocultura–, y no el de la subversión, la injerencia, las campañas mediáticas trasnacionales, la amenaza militar o el bloqueo económico, comercial y financiero. ¿Será capaz el imperialismo de abandonar el uso de la fuerza? Si la CIA graba las conversaciones telefónicas de su aliada más estrecha, Angela Merkel, ¿dejará de espiar al gobierno cubano? ¿Cómo explicar que el mismo día del anuncio del restablecimiento pactado de relaciones diplomáticas con Cuba, el propio Obama firmara sanciones contra el gobierno legítimo y soberano de Venezuela?, al que, por supuesto, Cuba reiteró su apoyo irrestricto dos días después, en la plenaria de la sesión ordinaria de fin de año del Parlamento cubano. Puede que algunos ideólogos de aquel sistema –experto en la reproducción de valores desde la llamada industria del entretenimiento– apuesten a la mayor efectividad de los instrumentos culturales sobre las nuevas generaciones de cubanos, a las que suponen más vulnerables.
El reestablecimiento de relaciones enfocaría mejor a nuestro enemigo, que no es un país –por mucho que ese país, por su cercanía y liderazgo imperial se nos presente como el enemigo histórico tangible–, sino uno más global e intangible: el imperialismo. La guerra cultural –que prepara y suele convertirse en guerra de otra naturaleza– es en realidad entre el capitalismo y cualquier otra forma de vida, inaceptada por aquel como vestigios de premodernidad o ‹‹primitivismo›› –visible en su desprecio a las culturas originarias de América Latina– o como manifestaciones delictivas, porque rompen con la legalidad burguesa o , aún cuando transiten por sus propios mecanismos electorales, hechos para reproducir el status quo y no para alterarlo. Raúl lo expresó de manera clara este 20 de diciembre ante el Parlamento cubano: “Entre los gobiernos de los Estados Unidos y Cuba hay profundas diferencias que incluyen, entre otras, distintas concepciones sobre el ejercicio de la soberanía nacional, la democracia, los modelos políticos y las relaciones internacionales. Reiteramos la disposición al diálogo respetuoso y recíproco sobre las discrepancias”.
Pero si las relaciones diplomáticas se restablecen, como parece acordado a contrapelo, incluso, de la letra de la Ley Helms Burton –no lo olvidemos–, el bloqueo dejará de tener sentido. ¿Con qué país enemigo no podrá comerciarse?, ¿con qué extraño ‹‹auspiciador del terrorismo›› se intercambiarán embajadores, empresarios y turistas? Aunque la decisión de Obama es valiente y merece respeto, no creo que sea un gesto personal; tras ella existe un consenso de la élite gobernante, más allá de la pertenencia a uno u otro partido. Cuando esto sucede, desaparecen los servidores de segunda: el niño Elián fue rescatado por fuerzas federales y enviado a Cuba sin que los que viven del negocio de la contrarrevolución en Miami pudiesen reaccionar; el intercambio de prisioneros y el acuerdo entre gobiernos los tomó igualmente de sorpresa. Y si alguien ahora clama por sus ‹‹derechos››, será porque es de su interés personal. Obama elogió a la comunidad cubana de Miami, pero recordó que esa, como las demás, es una ciudad norteamericana. No quiere decir que el Congreso, mayoritariamente republicano, ponga las cosas fáciles, en parte porque podría estar tentado a negociar desde posiciones de fuerza –lo que sería un grave error–, y porque la política exterior, a partir del 2015, estará supeditada a las elecciones, y la descalificación de Obama y de su partido podría ser una prioridad. Después de tantas promesas incumplidas –el cierre de la prisión en la base naval de Guantánamo que ilegítimamente ocupa, la reforma del sistema de salud o la migratoria–, nadie podrá negarle al presidente Obama haber puesto en movimiento la rueda de la historia con respecto a Cuba. Cuando dos países soberanos pactan un arreglo sin mirar atrás, no cabe hablar de vencedores y vencidos. Pero lo cierto es que el gobierno estadounidense rompió relaciones diplomáticas con la Revolución cubana –con los Castro– en el contexto de la Guerra fría, y las restableció con la Revolución cubana –con los Castro–, cinco décadas después. El principio básico de nuestras futuras relaciones con los Estados Unidos deberá sustentarse en el respeto a las diferencias o fracasará. ‹‹De la misma forma que nunca nos hemos propuesto que los Estados Unidos cambien su sistema político, exigiremos respeto al nuestro››, expresó Raúl ante el Parlamento cubano.
En la noche del 20 de diciembre, Silvio Rodríguez ofreció un concierto multitudinario en una de las plazoletas que bordean el Estadio Latinoamericano de béisbol en la capital, el más grande del país. La concurrencia fue mayor porque el rumor de que allí estarían Los Cinco atrajo a miles de espectadores. Sentados frente a la tarima estuvieron los héroes con sus esposas y familiares más cercanos. El público no se perdía el más mínimo movimiento de sus ídolos –seguidos por las cámaras en imágenes que se amplificaban en una pantalla gigante–, que a veces cantaban para sí, besaban o acariciaban a sus esposas e hijos, y en cuyos ojos de repente podía asomar intrusa una lágrima de emoción. El pueblo les profesa una admiración sin límites, son héroes populares tan auténticos como los guerrilleros de la Sierra. Al final del concierto subieron a cantar con Silvio una canción que ahora también los representa: ‹‹El necio››. También la cantaron miles de espectadores allí reunidos, que al final vitorearon a Fidel.
El año 2015 que llega, viene con buenos augurios. Los Cinco volvieron –¡volverán!, decían todas las pancartas antes de su regreso a la Patria–, como había vaticinado Fidel, los trajimos.
El peligroso ejemplo de Cuba
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