Enrique Ubieta Gómez
He visto en estos días los rostros de Gerardo, de Tony, de Ramón. Una foto de Ismael Francisco me conmovió especialmente: los ojos limpios –no puedo evitar el adjetivo gastado: luminosos–, de Gerardo, y una lágrima que los bordea, mientras escucha con su amada, la canción Amada de Silvio Rodríguez. Cuántos días oscuros detrás de esas sonrisas, pero cuánta luz. Un largo túnel de 16 años. Demasiado tiempo. Otros pactaron. Ellos no, ahora sonríen asombrados de sí mismos, y miran, miran, ávidos de mundo, satisfechos de haber sobrevivido: porque los que pactaron, murieron. Son ídolos populares. Saludan, se dejan fotografiar, firman autógrafos como si fuesen estrellas del pop, porque son estrellas del pueblo. Nunca son buenas las comparaciones. No quiero pensar en el traidor que fue canjeado. Siento rabia, pero también un poco de pena por él. ¿Qué hará con su vida-muerte? Pero qué diferente es todo. La llegada de Gross, víctima y victimario, a su país, y un flash de despedida en la prensa. Acabo de leer que fue recompensado por la USAID, después de varias demandas infructuosas: 3, 2 millones de dólares. Eso vale. Pagó cinco años en una prisión dorada, si cabe el adjetivo porque ninguna lo es. Buen negocio. Hizo su trabajo, y cobró. Por eso no entienden a los Cinco, no entienden a los cubanos: estos no hacían un trabajo, no habían sido “contratados”, ponían el pecho delante de las balas para defender la Patria que es ara, no pedestal.
El peligroso ejemplo de Cuba
Hace 10 horas
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