Atilio A. Boron
Comparto a continuación las intervenciones de diversos intelectuales sobre las afirmaciones volcadas por Leonardo Padura en la entrevista que le concediera al diario La Nación (http://www.lanacion.com.ar/1687377-1687377). Como soy aludido en varias de ellas quisiera reiterar lo que dije en el comentario del día 11 de Mayo cuando leí el reportaje que le hicieran a Padura en Miradas al Sur (http://sur.infonews.com/notas/aqui-es-donde-mas-me-preguntan-por-cuba), un semanario que se encuentra en las antípodas de La Nación. En esa ocasión escribí a varios amigos que me interrogaron acerca del significado de mi crítica un mensaje por correo electrónico que decía lo siguiente:
11.5.2014
Hola todas y todos: como recordarán, hice una crítica a la entrevista que Padura le concediera a La Nación de Buenos Aires. Hoy domingo aparece esta otra entrevista, en el semanario Miradas al Sur. La comparto con ustedes para su información.
Sigo sosteniendo lo que dije en mi nota anterior: no basta con decir que en Cuba uno "se demora 15 minutos en abrir una página en la web". Eso lo sabe todo el mundo pero es detener el análisis en lo meramente fenoménico. Falta la siguiente pregunta: ¿por qué ocurre tal cosa? Y la respuesta es clara y contundente: por el bloqueo informático al que ha sido sometida Cuba por el imperialismo norteamericano. Sin esta pregunta -y sin su correcta respuesta- cualquier crítico se convierte en una reencarnación de Jeremías, aquel profeta hebreo de interminable lamentos y que auguraba las peores catástrofes para el pueblo judío. La historia demuestra que sus jeremiadas no impidieron que los judíos terminaran esclavizados por la teocracia del antiguo Egipto.
Con un fuerte abrazo,
Atilio
A lo anterior agrego un par de comentarios, suscitados por la lectura del dossier preparado por Jorge Angel Hernández Pérez y los compañeros de Ogun Guerrero que mucho agradezco por su esfuerzo y que incluyo completo más abajo en este posteo.
Primero, para insistir en una premisa metodológica que señala que cualquier análisis de un país de América Latina y el Caribe, y muy especialmente de Cuba, es insanablemente desacertado si no toma en cuenta la inescindible unidad existente entre los procesos domésticos o locales –con sus yerros, limitaciones o imperfecciones de cualquier tipo- y las condicionantes internacionales que impone el imperialismo, que en el caso de Cuba asumen con el bloqueo una duración y profundidad que no tiene parangón en la historia universal. Por lo tanto, cualquier análisis o evaluación de lo que ocurre en ese país, tanto de sus logros como de sus frustraciones, debe necesariamente integrar estos dos aspectos, cosa que Padura no hace y que fue lo que motivó mi primera crítica.
Segundo, para dejar bien sentado que cuando cierro mi nota publicada en Rebelión diciendo que “quien no esté dispuesto a hablar del imperialismo norteamericano debería llamarse a un prudente silencio a la hora de emitir una opinión sobre la realidad cubana” de ninguna manera puede interpretarse, como lo hace Arturo Arango, como una exhortación a silenciar toda crítica a la Revolución. Soy de los que cree, y una conducta seguida a lo largo de toda mi vida así lo certifica, que como tantas veces lo observara Marx sin crítica no hay revolución. En El Dieciocho Brumario de Luis Bonaparte escribe que
“las revoluciones proletarias como las del siglo XIX se critican constantemente a sí mismas, se interrumpen continuamente en su propia marcha, vuelven sobre lo que parecía terminado para comenzar de nuevo desde el principio, se burlan concienzuda y cruelmente de las indecisiones, de los lados flojos y de la mezquindad de sus primeros intentos … retroceden constantemente aterradas ante la vaga enormidad de sus propios fines, hasta que se crea una situación que no permite volverse atrás y las circunstancias mismas gritan: ¡Aquí está Rodas, salta aquí.”
La crítica es la savia que mantiene viva a la revolución, pero para ser tal debe adoptar una perspectiva que permita entender a Cuba y su revolución como una totalidad concreta y multidimensional, en donde se anudan una multiplicidad de factores que son los que determinan su situación actual. Decir que no hay yogur en Cuba o leche en Venezuela no es una crítica sino un comentario (que puede o no remitir a una situación criticable), algo que carece del grado de elaboración intelectual que debe tener una crítica para ser considerada como tal. La crítica, vuelvo a Marx, es ir a la raíz de los problemas; el comentario, en cambio, se limita a constatar las apariencias.
Que Cuba necesita realizar muchos cambios -a la vez que preserva las conquistas históricas de la Revolución, que son innegociables- está fuera de discusión. He venido insistiendo sobre este tema desde los tiempos del período especial, en mis intervenciones orales y escritas, estas últimas reunidas en un texto publicado también en Cuba y que lleva por título Socialismo Siglo Veintiuno. ¿Hay vida después del neoliberalismo? Que los intelectuales tenemos una enorme responsabilidad ante los desafíos que plantean estos cambios, tanto los intelectuales que viven en Cuba como los que desde fuera estamos totalmente identificados con la Revolución Cubana, también es indiscutible. Responsabilidad para señalar los errores y celebrar los aciertos; para mapear el escabroso terreno nacional e internacional por donde habrán de procesarse los cambios que hay que hacer, con quiénes hacerlo y quienes se opondrán a ellos. Para poner las armas de nuestra crítica al servicio de la construcción del socialismo. Y para esto nada más dañino que el silencio. El silencio de los de adentro pero también de quienes estamos afuera y que pese a no haber vivido todos esos años en Cuba, como de alguna manera nos lo reprocha Arturo Arango, también tenemos derecho a emitir opiniones sobre lo que pasa en Cuba y sobre cualquier otro país, sobre todo aquellos que, como Cuba, contra viento y marea marchan a la vanguardia en la construcción de un mundo mejor. ¿Cómo podríamos quedarnos en silencio, aún a riesgo de que nuestras opiniones puedan no ser del agrado de todos? Los intelectuales revolucionarios somos profundamente internacionalistas, como lo es Cuba, y eso nos autoriza a opinar, a disentir y a apoyar. Además, no está de más recordar que quienes hemos apoyado invariablemente a la Revolución Cubana pagamos un alto precio por ello. En el caso de la Argentina algunos lo pagaron con su vida; otros con la cárcel y las torturas y los más afortunados con el exilio que los puso a salvo de la barbarie. Más recientemente otros lo están pagando con persecuciones varias, desde la pérdida de sus empleos, crueles discriminaciones, injustas marginaciones de todo tipo e, inclusive, amenazas físicas. En suma, querido Arturo, estar al lado de Cuba y ser anti-imperialista en América Latina y el Caribe es una profesión peligrosa, a veces muy peligrosa en algunos países. Porque asumimos esos riesgos nos asiste el derecho para opinar y discutir sobre Cuba, su presente y su futuro. Cuba es el gran faro que ha iluminado la insurgencia de nuestros pueblos. ¿Cómo podríamos permanecer en silencio e indiferentes ante lo que allí ocurra?
El peligroso ejemplo de Cuba
Hace 11 horas
No hay comentarios:
Publicar un comentario