Atilio A. Boron*, desde Quito
No habrá sorpresas: el resultado de las elecciones de hoy, domingo 17 de Febrero, está puesto hace rato. Rafael Correa llega al comicio con un nivel de aceptación popular del 84 por ciento, equivalente al que sabía tener Lula y que provocaba un sinfín de elogios que, en cambio, le son negados al presidente ecuatoriano. Las más diversas encuestadoras, en su mayoría no precisamente afines al gobierno, pronostican un triunfo aplastante de Correa aunque, como es sabido, la aprobación popular no necesariamente se traslada linealmente al voto. No sólo no habrá segunda vuelta sino que se presume que la diferencia entre aquél y su previsible segundo, el banquero Guillermo Alberto Lasso (del Banco de Guayaquil, uno de los más importantes sino el más importante del país) será de unos 30 puntos, para ni hablar de las demás candidaturas que se hundirán en la irrelevancia. Un índice elocuente de lo que se viene lo proporcionan las estentóreas declaraciones de los candidatos de la oposición, que desde varios días antes del comicio aseguran a voz de cuello que “habrá fraude”. Síntomas de una impotencia y de la inequívoca percepción de su inexorable derrota, que nace de la eficacia y profunda significación de las reformas sociales encaradas por el gobierno de la Alianza PAIS en materias tan diversas como el combate a la pobreza, la redistribución progresiva del ingreso, la educación, la salud, la vivienda, las obras de infraestructura, apuntaladas todas ellas por una renovada capacidad del estado para desarrollar políticas públicas gracias a una serie de reformas en la legislación tributaria (diez, desde que Correa asumiera la presidencia) que permitieron elevar la recaudación fiscal en un 143 por ciento y dotar al estado de una inédita capacidad de gestión. Ante los logros del gobierno la oposición demostró su incapacidad para proponer un debate serio sobre algunas asignaturas pendientes de la “Revolución Ciudadana” –como acelerar el proceso de la reforma agraria y regular más estrictamente las actividades de la megaminería, por ejemplo- pese a que los medios hegemónicos se desviven por recoger minuciosamente y amplificar con fervor cuanta crítica pueda hacérsele al presidente. Pocos ejemplos podrían ser más contundentes de esta ineptitud opositora que la del banquero Lasso, vociferando en su comparecencia ante los observadores internacionales convocados por el Consejo Nacional Electoral -un poder independiente del estado, con representación multipartidaria- que las elecciones serían una farsa; o la del hombre más rico del Ecuador, el empresario Álvaro Noboa, haciendo campaña por quinta vez consecutiva repartiendo a diestra y siniestra pequeños electrodomésticos y colchones entre los sectores más carenciados del país, pero sin poder formular la más mínima, elemental o rudimentaria propuesta política. La distancia intelectual que hay entre ellos y Correa es simplemente astronómica. Hay que recordar que en la primera vuelta de las elecciones del 2006 Noboa había derrotado a un casi desconocido Correa; pero con el ballotage, cuando éste no pudo ser ninguneado por la prensa, dio vuelta el resultado y derrotó ampliamente al millonario. Volvería a hacerlo en las elecciones realizadas bajo la nueva constitución en el 2009 y volverá a vapulearlo en la que se llevan a cabo el día de hoy.
La única incógnita de la jornada tiene que ver con el resultado de las elecciones para la Asamblea Nacional, integrada por 137 miembros. La AN se renueva en su totalidad cada cuatro años. Según muchos analistas varios proyectos de Correa naufragaron al no disponer Alianza PAIS de mayoría propia en la AN: por ejemplo, la Ley Orgánica de Comunicación, herramienta fundamental para avanzar en el proceso de democratización toda vez que un espacio público dominado por oligarquías mediáticas no puede ser el terreno sobre el que se asiente un estado democrático. Otro ejemplo: la aprobación del Código Ambiental, atascado en los laberintos de la AN así como diversas iniciativas tendientes a avanzar en la reforma agraria. La expectativa del oficialismo es obtener esa mayoría, lo cual parece bastante probable dado el formidable arrastre de su candidato a la presidencia. Los sondeos previos coinciden en que esta vez Alianza PAIS se asegurará esa mayoría, y hay quienes no excluyen inclusive la posibilidad de que llegue a elegir a 91 asambleístas, con lo cual obtendría una mayoría calificada de dos tercios, indispensable para cualquier eventual reforma constitucional. La inusual complejidad del proceso electoral de los asambleístas -en virtud del cual los electores pueden votar por candidatos de diferentes listas- impide formular pronósticos muy precisos acerca de la próxima composición de la AN, pero se descarta que ésta será muy diferente a la actual y con una presencia decisiva del oficialismo.
A las 17 horas se cerrará el comicio, pero como es habitual aún quedará mucha gente esperando su turno para votar. Pese a ello, la oligarquía mediática ya viene anunciando desde hace varios días que exactamente a partir de esa hora dará a conocer los resultados presidenciales que arrojen las encuestas a “boca de urna” de una muestra de 18.000 votantes tomada en las 23 provincias del país. El Comercio, El Universo y Ecuavisa se encargarán de dar a conocer esos guarismos en sus sitios web -práctica que no es permitida en otros países, por ejemplo en la Argentina- cuando aún hay gente votando y para evitar incidentes provocados por manifestaciones callejeras convocadas por los diferentes partidos para celebrar la victoria de sus candidatos a partir de las proyecciones derivadas de las encuestas. No sería de extrañar que tal como aconteció en Venezuela el pasado 7 de Octubre esas “encuestas” –en realidad, trampas para la desinformación ciudadana- arrojen inverosímiles resultados como aquel que decía que Capriles aventajaba por varios puntos a Chávez. Todo esto tiene su lógica: lo que la prensa hegemónica quiere hacer es arrojar sospechas sobre la legitimidad del comicio y denunciar un supuesto fraude electoral, conciente de que la victoria de Correa será abrumadora. Persiste en esa actitud pese a que la misión de Observadores de la UNASUR, presidida por la colombiana María Emma Mejía, declaró el día de ayer sábado que “todo está normal” y que nada permite anticipar irregularidad alguna. No obstante, la ofensiva destituyente del imperialismo y sus aliados locales es incansable y sin tregua alguna, y los más importantes peones mediáticos del imperio –desde la CNN hasta el Miami Herald, entre otros- se han dado cita en Ecuador, como el 7 de Octubre del año pasado lo hicieran en Venezuela, para desmerecer una victoria que se espera será histórica, dar aliento a sus alicaídos operadores y preparar un clima de opinión que justifique las protestas de los consuetudinarios adalides de nuestras democracias. Un presidente que precipitó un formidable proceso de cambios sociales y económicos dentro del Ecuador, que protagoniza la integración latinoamericana, que incorporó su país al ALBA, que puso fin a la presencia estadounidense en la base de Manta, que realizó una ejemplar auditoría de la deuda externa reduciendo significativamente su monto, que le otorga asilo a Julian Assange y que retira al Ecuador del CIADI es absolutamente intolerable para el imperio, un pésimo ejemplo que no cesará de combatirlo sin cuartel. Y en las elecciones de hoy se juega precisamente eso. De ahí su extraordinaria importancia no sólo para Ecuador sino también para América Latina y el Caribe.
* Director del PLED, Programa Latinoamericano de Educación a Distancia en Ciencias Sociales, Centro Cultural de la Cooperación
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