Un título largo para unas breves palabras. Hace unos días supe que Omara Portuondo y Chucho Valdés --dos artistas extraordinarios, de los que me considero
fan--, actuarían en la clausura de la Cumbre del ALBA. Mi primera impresión fue que los habían seleccionado por haber obtenido recientemente el premio Granmy Latino, y rechacé la decisión. Pensé que estábamos validando un premio que como tal es merecido, pero que constituye la expresión de un esfuerzo de conducción mercantil y cultural del imperialismo en el continente. ¿Por qué precisamente la industria estadounidense del disco debe validar lo que sirve y lo que no en América Latina? Para ser los monstruos musicales que son, ni Chucho, ni Omara, ni Van Van, ni Pablito Milanés, ni nadie necesita de los Granmy. Como tampoco ninguna película cubana necesita de una nominación al Oscar para ser una obra de arte. De la producción de Titón, no es precisamente Fresa y Chocolate --aún siendo una excelente película--, la mejor obra. Bien, tampoco estoy contra la participación en esos certámenes, no se me interprete mal. Lo que quiero decir es que no son más importantes (artísticamente) que los premios Coral o que los del Cubadisco. Ahora debo añadir que me equivoqué: Chucho al piano y Omara, con su peculiar voz y su personalísma forma de decir, se revelaron como idóneos intérpretes de la unidad latinoamericana. Porque son nuestros, porque nos representan, porque la cultura de este continente --Nuestra América--, es revolucionaria.
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