Ángel Martínez Niubó*
colaboración epecial
Mucho se habla por estos días de Lilian Tintori, esposa de Leopoldo López, uno de los líderes (mejor cabecilla) de la oposición venezolana. Leopoldo está encarcelado pues se le acusó de organizar, favorecer o propiciar las acciones de violencia ocurridas en febrero de 2014 en Venezuela. Es responsable de los hechos de terror que enlutaron a la sociedad venezolana y que causaron 43 muertos y 878 heridos.
Pero quizás debí comenzar señalando que Lilian Tintori es una mujer con ciertos atractivos físicos y esto articula perfectamente con el discurso melodramático que sobre ella y su esposo, intenta tejer la prensa opositora venezolana.
Lilian Tintori es atractiva, joven, tiene dos hijos, durante años practicó deportes y condujo además programas infantiles en el país suramericano. O sea: todo lo que necesitaban: una bella mujer, unos hijos, un padre preso... y listo: a tejer toda una historia de anillos, sufrimientos y esperanzas. Eso hace hoy la prensa de la oposición en
Venezuela. E incluso hasta exportan esa imagen de ternura y sufrimiento. Es una historia de amor cuidadosamente “enlatada” sólo que, no han logrado ocultarlo: los envases van cubiertos de sangre.
Lilian Tintori cometió el mayor desliz de su vida en mayo de 2007 cuando se casó con Leopoldo López. Quizás hoy no lo vea así. Pero un día –porque la belleza pasa – será una ancianita y repasará sus años sentada en un portal (aunque quizás los ricos no se sientan en los portales). Para ese entonces Lilian verá demasiada agitación en su existencia y reconocerá –quizás muy tarde- que si algo hay tan importante como el amor, es la paz. Lilian Tintori no tendrá paz porque las muertes que hay sobre su esposo no la abandonarán nunca.
Pero volvamos a lo que hoy teje la presa opositora venezolana. Una y otra vez “retocan” el día en que Lilian y Leopoldo se conocieron y hasta dibujan a un Leopoldo de rodillas pidiéndole matrimonio. Sin dudas todo un melodrama. Pero hay más: Leopoldo le pidió –según esos medios- que se casara con él y además con Venezuela porque “casarse con él, significaría un compromiso con Venezuela”. Sin dudas un sainete demasiado meloso como
para creerlo.
Y no sé si fue Leopoldo lo que llamó la atención a Lilian Tintori el día en que se conocieron; o si ella vio en él la posibilidad de convertirse en una figura pública de mayor relieve y sobre todo, con mejores dividendos. Ya lo dije, creyendo ganar el amor y la fortuna, perdió la paz y el sosiego para siempre. Lástima entonces que la Tintori –como dice el poeta- no se encontrara con un obrero (o con un poeta). Un día pensará en ello. Pero ya lo dije: será tarde en el tiempo.
Hace pocas semanas a Lilian Tintori se le ocurrió que su vida corría peligro... e incluso “consiguió” trasladar a sus hijos de Venezuela. ¿A dónde? A los Estados Unidos... Y he ahí un gesto, un destino, en el que se pueden hacer las más disímiles lecturas. No los llevó a Cuba –donde los niños viven en paz absoluta y en seguridad extrema- ni los llevó a
Europa... Los llevó, como señalé, a Estados Unidos. Casi era lo mismo que los enviara a la embajada norteamericana en Caracas. Pero quizás resultaría demasiado evidente.
En fin, es mejor ver cualquier telenovela de doscientos capítulos que creerse la historia de Lilian y Leopoldo. Lo cierto es que en febrero de 2014 murieron 43 venezolanos y 878 fueron heridos. Esas muertes –y esa sangre- pesarán para siempre sobre el matrimonio López-Tintori.
La prensa opositora debería entrevistar a las madres, a las esposas, a los hijos de los fallecidos. ¿Por qué centrarse en Lilian y en Leopoldo? Ya lo dije antes, la orden es tejer el melodrama: la mujer bella, los hijos pequeños, el padre preso... Es conveniente para ellos olvidar las muertes.
Y lo siento por la Tintori, pero lo que soy yo creo en la belleza cotidiana. En la divinidad de la joven que ríe en cualquier parque de Caracas, o en la muchacha que camina las calles de Bolivia, o quizás en esas que sientan en el malecón habanero. Es la gracia que cura y fortalece. En Lilian hay zozobra e inquietud. En ellas magia y regodeo. No
tengo dudas: a la historia de Leopoldo López y de Lilian Tintori le falta inocencia y –por mucho que quieran ocultarlo- le arruina la sangre.
Poco ha dicho la prensa opositora de los 43 venezolanos muertos ese día. Yo sé, por ejemplo, sobre Ramzor Ernesto, un joven de 36 años a quien su esposa no le vio llegar esa noche. Y sé de él porque son conocidas las palabras de su esposa cuando en acto público le dijo a la Tintori: “Tu esposo está vivo, el mío está muerto gracias al tuyo”.
Con toda seguridad, Lilian recibe cada día el guión de este penoso melodrama: Hoy te toca llorar en acto público. Mañana harás viaje a la Argentina, la semana entrante vas a los Estados Unidos, luego ofrecerás una conferencia de prensa... pero antes vas a la prisión e inventarás la historia de un registro o dirás que te desnudaron...
Así no Lilian. Todos conocemos los fabricantes de estos guiones y estamos al tanto de los productores de esta farsa. Así lo que logra la belleza es lastimar... porque la belleza es armonía, cadencia, afinación y proporción con lo mejor del alma. A ti te falta el equilibrio y le sobran los muertos a Leopoldo. Ya fuiste una buena deportista, y quizás hasta conducías con cierta prestancia. Pero eres pésima actriz... y eso duele, sobre todo cuando mientes e intentas esconder la culpa.
La derecha apuesta una y otra vez a sus guiones melindrosos y te ordena mentir, timar, embaucar a la opinión pública. Por suerte son ya muy pocos lo que se creen la historia del prisionero bueno y de la ingenua esposa. No Lilian. Hay dramaturgia y sangre. Dile al guionista que debe asumir la realidad. A estas alturas, cuando hay muertos y familias enlutadas, nadie se cree la historia del príncipe cautivo y la princesa hermosa. Hay sangre, Lilian, hay sangre.
*Poeta y escritor cubano.
martes, 26 de enero de 2016
sábado, 23 de enero de 2016
Obama: time is running out!
Atilio A. Boron
En menos de un año volverá a las sombras, corriendo la suerte de todos los presidentes de Estados Unidos que, como lo observara con clarividencia Juan Bosch en El Pentagonismo, una vez que dejan la Casa Blanca su voz se desdibuja por completo hasta tornarse inaudible en medio de la engañosa vocinglería que fomenta la dictadura mediática. Como salvo escasísimas excepciones no son estadistas sino apenas funcionarios surgidos de una tramposa maquinaria electoral, una vez que salen del locus del poder formal rápidamente se convierten en oscuros “don nadies.” Sus promesas y opiniones sólo cuentan mientras habiten en la Casa Blanca. Una vez salidos de ella nada pueden hacer.
A Obama le queda menos de un año para hacer lo que dijo que quería hacer: normalizar las relaciones con Cuba –digo: normalizarlas en serio, sin bloqueos ni agresiones financieras- e iniciar una nueva etapa en las relaciones bilaterales. A ello se le opone una importante parte del Congreso, que en su decadencia se convirtió en el refugio de una turba impresentable de ignorantes y reaccionarios de diversos pelajes (salvo unas pocas excepciones, por supuesto) y no pocos sectores de su administración. Pero la mayoría del pueblo norteamericano quiere acabar con esa escandalosa rémora de la Guerra Fría y poder viajar y conocer a Cuba y sus gentes; disfrutar de la maravilla de su cultura, su música, sus bailes, sus playas y el sabor de sus rones y sus puros. De la misma opinión es buena parte del mundo empresarial, que ve como algunos jugosos negocios se le escurren entre los dedos por el intransigente veto de algunas agencias del gobierno federal. En suma, si Obama quisiera debilitar significativamente al bloqueo está en él poder hacerlo. Pero no lo hace.
Esta disyunción entre palabras y acciones obliga a preguntar si hay uno o dos Obamas. Uno dice que quiere que “el pueblo cubano sea libre”. Se sobreentiende que el pueblo norteamericano ya lo es: por ejemplo, libre para tener más afroamericanos entre 20 y 24 años en las cárceles que en las universidades; libre para tener un 15 % de la población bajo la línea de pobreza; libre para que la mayoría de los niños de Estados Unidos viva en la pobreza; libre para que policías blancos maten a unos mil quinientos afroamericanos en el último año sin tener que rendir cuentas ante la justicia. Libres para no poder pagar la matrícula universitaria, o comprar los medicamentos que necesitan. Libres también para ver como el 1 % más rico se enriquece cada día más mientras que el 90 % inferior en la distribución del ingreso reduce su patrimonio a lo que poseía hace treinta años, en 1986, mientras que el 3 % más rico hoy se adueña de algo más de la mitad del total de la riqueza de ese país según los datos de la Oficina del Censo. El Obama de las bellas declaraciones se esfuma detrás del otro que persiste en no utilizar las atribuciones que tiene como presidente de Estados Unidos para ir desarmando la infernal maquinaria del bloqueo. ¿Quiere que los cubanos elijan libremente su futuro? Entonces, ¿por qué mantiene el bloqueo informático a la Isla? Basta con observar el diagrama de los cables submarinos que distribuyen el tráfico de la Internet para comprobar como todos ellos sortean cuidadosamente a Cuba. ¿Por qué mantiene la criminal política migratoria, la Ley del Ajuste Cubano, que incentiva la migración ilegal de cubanos a Estados Unidos y facilita la corrupción de las autoridades migratorias norteamericanas y los negocios de la mafia de los “polleros” encargados de introducirlos en territorio americano? ¿Por qué insiste en sancionar a empresas estadounidenses o extranjeras que intermedian en actividades económicas de Cuba? Días atrás la Oficina de Control de Activos Extranjeros, OFAC, le aplicó una multa de 260.000 dólares a Watg Holdings, una consultora con base en Irvine, California, porque había participado en un proyecto arquitectónico para la industria hotelera cubana. Luego de las alegaciones correspondientes la sanción se redujo a 140.000 dólares, y ahí se mantuvo firme.
En otras palabras: ¿cuál es el verdadero Obama? ¿El que habla bonito o el que sigue actuando como un frío cancerbero imperial? Su dualidad desvirtúa el valor de sus palabras. Si quiere pasar a la historia como el presidente que puso fin a una injusticia tan enorme como el bloqueo impuesto contra la Cuba revolucionaria tiene que comenzar a actuar ya, sin más demoras. Si lo hace habrá probado que tiene pasta de estadista, poseedor de una visión que se eleva por encima de las presiones y los aprietes de la mafia anticastrista y sus poderosos lobistas. Si cede ante ellos su suerte estará echada. No sé si será consciente que su único mérito real al concluir su presidencia sería el haber sentado las bases para acabar con el bloqueo. De la lectura de su reciente, y final, discurso sobre “El Estado de la Unión” del 13 de Enero del corriente año se desprende que su política migratoria fracasó, la reforma financiera fue un fiasco, y casi otro tanto puede decirse de la que intentó en el sector salud. El desempeño económico es apenas mediocre y en la arena internacional cosechó un traspié tras otro. Por una de esas raras paradojas de la historia sólo le queda Cuba para anotarse un éxito duradero y aprobar el examen. Pero tiene que apurarse. Le queda muy poco tiempo.
En menos de un año volverá a las sombras, corriendo la suerte de todos los presidentes de Estados Unidos que, como lo observara con clarividencia Juan Bosch en El Pentagonismo, una vez que dejan la Casa Blanca su voz se desdibuja por completo hasta tornarse inaudible en medio de la engañosa vocinglería que fomenta la dictadura mediática. Como salvo escasísimas excepciones no son estadistas sino apenas funcionarios surgidos de una tramposa maquinaria electoral, una vez que salen del locus del poder formal rápidamente se convierten en oscuros “don nadies.” Sus promesas y opiniones sólo cuentan mientras habiten en la Casa Blanca. Una vez salidos de ella nada pueden hacer.
A Obama le queda menos de un año para hacer lo que dijo que quería hacer: normalizar las relaciones con Cuba –digo: normalizarlas en serio, sin bloqueos ni agresiones financieras- e iniciar una nueva etapa en las relaciones bilaterales. A ello se le opone una importante parte del Congreso, que en su decadencia se convirtió en el refugio de una turba impresentable de ignorantes y reaccionarios de diversos pelajes (salvo unas pocas excepciones, por supuesto) y no pocos sectores de su administración. Pero la mayoría del pueblo norteamericano quiere acabar con esa escandalosa rémora de la Guerra Fría y poder viajar y conocer a Cuba y sus gentes; disfrutar de la maravilla de su cultura, su música, sus bailes, sus playas y el sabor de sus rones y sus puros. De la misma opinión es buena parte del mundo empresarial, que ve como algunos jugosos negocios se le escurren entre los dedos por el intransigente veto de algunas agencias del gobierno federal. En suma, si Obama quisiera debilitar significativamente al bloqueo está en él poder hacerlo. Pero no lo hace.
Esta disyunción entre palabras y acciones obliga a preguntar si hay uno o dos Obamas. Uno dice que quiere que “el pueblo cubano sea libre”. Se sobreentiende que el pueblo norteamericano ya lo es: por ejemplo, libre para tener más afroamericanos entre 20 y 24 años en las cárceles que en las universidades; libre para tener un 15 % de la población bajo la línea de pobreza; libre para que la mayoría de los niños de Estados Unidos viva en la pobreza; libre para que policías blancos maten a unos mil quinientos afroamericanos en el último año sin tener que rendir cuentas ante la justicia. Libres para no poder pagar la matrícula universitaria, o comprar los medicamentos que necesitan. Libres también para ver como el 1 % más rico se enriquece cada día más mientras que el 90 % inferior en la distribución del ingreso reduce su patrimonio a lo que poseía hace treinta años, en 1986, mientras que el 3 % más rico hoy se adueña de algo más de la mitad del total de la riqueza de ese país según los datos de la Oficina del Censo. El Obama de las bellas declaraciones se esfuma detrás del otro que persiste en no utilizar las atribuciones que tiene como presidente de Estados Unidos para ir desarmando la infernal maquinaria del bloqueo. ¿Quiere que los cubanos elijan libremente su futuro? Entonces, ¿por qué mantiene el bloqueo informático a la Isla? Basta con observar el diagrama de los cables submarinos que distribuyen el tráfico de la Internet para comprobar como todos ellos sortean cuidadosamente a Cuba. ¿Por qué mantiene la criminal política migratoria, la Ley del Ajuste Cubano, que incentiva la migración ilegal de cubanos a Estados Unidos y facilita la corrupción de las autoridades migratorias norteamericanas y los negocios de la mafia de los “polleros” encargados de introducirlos en territorio americano? ¿Por qué insiste en sancionar a empresas estadounidenses o extranjeras que intermedian en actividades económicas de Cuba? Días atrás la Oficina de Control de Activos Extranjeros, OFAC, le aplicó una multa de 260.000 dólares a Watg Holdings, una consultora con base en Irvine, California, porque había participado en un proyecto arquitectónico para la industria hotelera cubana. Luego de las alegaciones correspondientes la sanción se redujo a 140.000 dólares, y ahí se mantuvo firme.
En otras palabras: ¿cuál es el verdadero Obama? ¿El que habla bonito o el que sigue actuando como un frío cancerbero imperial? Su dualidad desvirtúa el valor de sus palabras. Si quiere pasar a la historia como el presidente que puso fin a una injusticia tan enorme como el bloqueo impuesto contra la Cuba revolucionaria tiene que comenzar a actuar ya, sin más demoras. Si lo hace habrá probado que tiene pasta de estadista, poseedor de una visión que se eleva por encima de las presiones y los aprietes de la mafia anticastrista y sus poderosos lobistas. Si cede ante ellos su suerte estará echada. No sé si será consciente que su único mérito real al concluir su presidencia sería el haber sentado las bases para acabar con el bloqueo. De la lectura de su reciente, y final, discurso sobre “El Estado de la Unión” del 13 de Enero del corriente año se desprende que su política migratoria fracasó, la reforma financiera fue un fiasco, y casi otro tanto puede decirse de la que intentó en el sector salud. El desempeño económico es apenas mediocre y en la arena internacional cosechó un traspié tras otro. Por una de esas raras paradojas de la historia sólo le queda Cuba para anotarse un éxito duradero y aprobar el examen. Pero tiene que apurarse. Le queda muy poco tiempo.
martes, 5 de enero de 2016
Los jóvenes bolivarianos
Bertha Mojena Milián
Hace unos meses nuestro equipo de la prensa cubana en Caracas entrevistó al entonces Vicepresidente para el Área social y las Misiones y ministro de Educación Héctor Rodríguez Castro, uno de esos jóvenes revolucionarios, luchador incansable y erguido en su sencillez infinita - esa que lo hacía aún más grande- y aprendimos, no solo a apreciarlo, a respetarlo, sino también a admirar mas a un grupo de jóvenes que dentro del proceso bolivariano daban la batalla todos los días por un país, por un mundo mejor, por impulsar el legado de Chávez. Hoy lo vi hablar en la AN de Venezuela, como diputado, hombre de ley, valiente, lo admiré aún más... y crecieron las esperanzas, y creí nuevamente en lo que se construye, más allá de tropiezos y osbtáculos. Recordé entonces parte de aquella conversación...
"¿Cómo sería la participación de los jóvenes en esa tarea histórica?
—Determinante. Yo no creo que esta sea una batalla generacional, como han planteado algunos. A veces hay más juventud en hombres y mujeres de 80, 90 años que en algunos que están en la adolescencia pero ya están envejecidos por dentro. La característica de la juventud es creer que el futuro puede ser distinto. Entonces, todos aquellos hombres y mujeres que creen que el futuro puede ser distinto, que lo podemos cambiar, que lo podemos hacer más parecido a nuestros sueños, estamos convocados a esta batalla.
—¿Qué los convoca?
—Yo soy de la vieja juventud ya, la que vivió su adolescencia en los años 90. Y el trato que le daban los gobiernos de ese momento era de que la juventud era un enemigo, por eso existía la recluta obligatoria, la ley de vagos y maleantes, la privatización de la universidad, cero inversión en deporte, en cultura; un país donde los jóvenes no conseguían estudios porque tenías que pagar por ellos; no conseguías trabajo. Y si no trabajabas o estudiabas eras un vago o un maleante y por ley ibas preso. El joven sentía que era un perseguido. Lo que veías era nuestras espaldas correr delante de la policía.
La llegada de la Revolución, la llegada de Chávez, eliminó el cobro de la matrícula, la privatización de las universidades, la recluta obligatoria, la ley de vagos y maleantes y en vez de ver nuestras espaldas correr lo que vio fue nuestras manos venir para construir juntos la Patria.
La Revolución nos convocó. Nos dio estudios, nos dio canaimas, nos dio libros, nos dio apoyo en el deporte, la cultura. Es lógico que la juventud, la que vivimos los últimos residuos del capitalismo en Venezuela y el renacimiento de la patria con Chávez tengamos cómo comparar. Ahora nuestro reto es que la nueva juventud, la de 15 años, la que nació al calor de la Revolución, que no vio la privatización de las universidades, de la educación, tenga conciencia de esto. El Che decía que cuando lo extraordinario se hace cotidiano estamos en Revolución y eso es verdad. Pero a veces cuando lo extraordinario se hace cotidiano para algunos es muy fácil no tener conciencia de dónde venimos.
La derecha siempre dice que nos discutamos la historia, claro, porque la historia los condena. Nosotros tenemos la obligación de tener mucha claridad de dónde venimos para no volver a cometer los errores del pasado, no estancarnos en el presente pensando que esto es lo mejor, no, hay que ir por más. Tenemos la obligación de construir una sociedad más justa pero siempre tenemos la obligación de tener mucha claridad de dónde venimos, cuál es el pasado que hemos recorrido para estar aquí hoy.
Somos miles de miles de jóvenes que amamos este país y queremos hacer el proyecto de Bolívar y de Chávez, ese proyecto de la patria grande. Hoy en cualquier liceo o universidad se habla con los jóvenes y se encuentra mucha pasión cuando se habla de esta patria, de esta tierra.
Héctor Rodríguez vicepresidente para el Área Social y ministro del Poder Popular para la Educación de Venezuela. (El Universal)
—Hay muchos jóvenes en el gabinete del presidente Nicolás Maduro…
—Eso es bueno y le inyecta mucha energía, pero no porque alguno de nosotros sea excepcional, sino porque el momento histórico que está viviendo Venezuela es excepcional, y hay una juventud que está enamorada de lo que está pasando y dispuesta a poner no solo su vida, sino todo su amor y nuestras energías.
—Hay quienes hablan de una nueva era sin Chávez.
—Yo no creo que Chávez no esté. Yo creo que Chávez está más vivo que nunca. Quienes creyeron que Chávez con su partida física se iba a desaparecer de la escena política y social sacaron muy mal sus cuentas. Ahorita estábamos viendo unas encuestas y el nivel de aceptación del chavismo ya roza el 90 %.
Ya el cuerpo de Chávez era una limitante para Chávez. Chávez es mucho más grande que un ser humano. Se ha convertido en un sentimiento. Ya el problema para la derecha no era sacar a Chávez de Miraflores, sino sacarlo del corazón del pueblo venezolano.
Chávez está más vivo que nunca, en nuestras conciencias, en los corazones, en nuestros amores, y yo creo que esa consigna de que Chávez se multiplicó, es una realidad, más allá de consigna. Cuando tú vas al pueblo, le ves los ojos a las señoras, los niños, los escuchas hablar. Ves un pueblo que a pesar de todas las dificultades está levantándose, andando, soñando y haciendo sus sueños realidad; te das cuenta que Chávez sí está aquí y está más presente que nunca.
—¿Cómo lo conoció y lo recuerda?
—Creo que todavía lo conozco. A mí me tocó en la última etapa junto a él ser el dirigente de la juventud del PSUV, y en casi todos los actos en que estuvo él con la juventud los organicé, los hice, estuve presente y escuché todos sus discursos. Hace poco recopilamos todos sus discursos hacia la juventud y así los leí de nuevo y para mí era como si estuviera escuchándolos por primera vez.
Creo que a Chávez no lo he terminado de conocer, continúo conociéndolo, en cada discurso, en cada video, en cada esquina donde me paro a hablar con una señora lo estoy conociendo más. Y ojalá nos de la vida completa para poder conocerlo en realidad en su dimensión, en su magnitud, en lo que significa.
Yo creo que con Chávez va a pasar lo mismo que está pasando con Bolívar, que todavía lo estamos conociendo, todavía lo estamos descubriendo, que todavía están haciendo cosas juntos."
Hace unos meses nuestro equipo de la prensa cubana en Caracas entrevistó al entonces Vicepresidente para el Área social y las Misiones y ministro de Educación Héctor Rodríguez Castro, uno de esos jóvenes revolucionarios, luchador incansable y erguido en su sencillez infinita - esa que lo hacía aún más grande- y aprendimos, no solo a apreciarlo, a respetarlo, sino también a admirar mas a un grupo de jóvenes que dentro del proceso bolivariano daban la batalla todos los días por un país, por un mundo mejor, por impulsar el legado de Chávez. Hoy lo vi hablar en la AN de Venezuela, como diputado, hombre de ley, valiente, lo admiré aún más... y crecieron las esperanzas, y creí nuevamente en lo que se construye, más allá de tropiezos y osbtáculos. Recordé entonces parte de aquella conversación...
"¿Cómo sería la participación de los jóvenes en esa tarea histórica?
—Determinante. Yo no creo que esta sea una batalla generacional, como han planteado algunos. A veces hay más juventud en hombres y mujeres de 80, 90 años que en algunos que están en la adolescencia pero ya están envejecidos por dentro. La característica de la juventud es creer que el futuro puede ser distinto. Entonces, todos aquellos hombres y mujeres que creen que el futuro puede ser distinto, que lo podemos cambiar, que lo podemos hacer más parecido a nuestros sueños, estamos convocados a esta batalla.
—¿Qué los convoca?
—Yo soy de la vieja juventud ya, la que vivió su adolescencia en los años 90. Y el trato que le daban los gobiernos de ese momento era de que la juventud era un enemigo, por eso existía la recluta obligatoria, la ley de vagos y maleantes, la privatización de la universidad, cero inversión en deporte, en cultura; un país donde los jóvenes no conseguían estudios porque tenías que pagar por ellos; no conseguías trabajo. Y si no trabajabas o estudiabas eras un vago o un maleante y por ley ibas preso. El joven sentía que era un perseguido. Lo que veías era nuestras espaldas correr delante de la policía.
La llegada de la Revolución, la llegada de Chávez, eliminó el cobro de la matrícula, la privatización de las universidades, la recluta obligatoria, la ley de vagos y maleantes y en vez de ver nuestras espaldas correr lo que vio fue nuestras manos venir para construir juntos la Patria.
La Revolución nos convocó. Nos dio estudios, nos dio canaimas, nos dio libros, nos dio apoyo en el deporte, la cultura. Es lógico que la juventud, la que vivimos los últimos residuos del capitalismo en Venezuela y el renacimiento de la patria con Chávez tengamos cómo comparar. Ahora nuestro reto es que la nueva juventud, la de 15 años, la que nació al calor de la Revolución, que no vio la privatización de las universidades, de la educación, tenga conciencia de esto. El Che decía que cuando lo extraordinario se hace cotidiano estamos en Revolución y eso es verdad. Pero a veces cuando lo extraordinario se hace cotidiano para algunos es muy fácil no tener conciencia de dónde venimos.
La derecha siempre dice que nos discutamos la historia, claro, porque la historia los condena. Nosotros tenemos la obligación de tener mucha claridad de dónde venimos para no volver a cometer los errores del pasado, no estancarnos en el presente pensando que esto es lo mejor, no, hay que ir por más. Tenemos la obligación de construir una sociedad más justa pero siempre tenemos la obligación de tener mucha claridad de dónde venimos, cuál es el pasado que hemos recorrido para estar aquí hoy.
Somos miles de miles de jóvenes que amamos este país y queremos hacer el proyecto de Bolívar y de Chávez, ese proyecto de la patria grande. Hoy en cualquier liceo o universidad se habla con los jóvenes y se encuentra mucha pasión cuando se habla de esta patria, de esta tierra.
Héctor Rodríguez vicepresidente para el Área Social y ministro del Poder Popular para la Educación de Venezuela. (El Universal)
—Hay muchos jóvenes en el gabinete del presidente Nicolás Maduro…
—Eso es bueno y le inyecta mucha energía, pero no porque alguno de nosotros sea excepcional, sino porque el momento histórico que está viviendo Venezuela es excepcional, y hay una juventud que está enamorada de lo que está pasando y dispuesta a poner no solo su vida, sino todo su amor y nuestras energías.
—Hay quienes hablan de una nueva era sin Chávez.
—Yo no creo que Chávez no esté. Yo creo que Chávez está más vivo que nunca. Quienes creyeron que Chávez con su partida física se iba a desaparecer de la escena política y social sacaron muy mal sus cuentas. Ahorita estábamos viendo unas encuestas y el nivel de aceptación del chavismo ya roza el 90 %.
Ya el cuerpo de Chávez era una limitante para Chávez. Chávez es mucho más grande que un ser humano. Se ha convertido en un sentimiento. Ya el problema para la derecha no era sacar a Chávez de Miraflores, sino sacarlo del corazón del pueblo venezolano.
Chávez está más vivo que nunca, en nuestras conciencias, en los corazones, en nuestros amores, y yo creo que esa consigna de que Chávez se multiplicó, es una realidad, más allá de consigna. Cuando tú vas al pueblo, le ves los ojos a las señoras, los niños, los escuchas hablar. Ves un pueblo que a pesar de todas las dificultades está levantándose, andando, soñando y haciendo sus sueños realidad; te das cuenta que Chávez sí está aquí y está más presente que nunca.
—¿Cómo lo conoció y lo recuerda?
—Creo que todavía lo conozco. A mí me tocó en la última etapa junto a él ser el dirigente de la juventud del PSUV, y en casi todos los actos en que estuvo él con la juventud los organicé, los hice, estuve presente y escuché todos sus discursos. Hace poco recopilamos todos sus discursos hacia la juventud y así los leí de nuevo y para mí era como si estuviera escuchándolos por primera vez.
Creo que a Chávez no lo he terminado de conocer, continúo conociéndolo, en cada discurso, en cada video, en cada esquina donde me paro a hablar con una señora lo estoy conociendo más. Y ojalá nos de la vida completa para poder conocerlo en realidad en su dimensión, en su magnitud, en lo que significa.
Yo creo que con Chávez va a pasar lo mismo que está pasando con Bolívar, que todavía lo estamos conociendo, todavía lo estamos descubriendo, que todavía están haciendo cosas juntos."
Venezuela: la tentación de una dictadura parlamentaria
Atilio A. Boron
La derecha venezolana se apresta a inaugurar su mayoría calificada en la Asamblea Nacional con un grito de guerra: desandar el camino iniciado en enero de 1999 cuando Hugo Chávez Frías juró sobre la moribunda constitución de la Cuarta República que impulsaría las transformaciones políticas, económica y sociales que el pueblo de Venezuela reclamaba desde hacía mucho tiempo. Más allá de las especificidades y los innegables problemas del momento actual lo cierto es que la irrupción de Chávez marcó un antes y un después en la historia no sólo de su país sino de América Latina y el Caribe. Después de Chávez nada seguirá siendo igual, y se engañan quienes piensan -en Venezuela como en la Argentina de Mauricio Macri- que se puede hacer andar hacia atrás al reloj de la historia. Así como la izquierda sabe que una circunstancial mayoría electoral no basta para garantizar el triunfo de la revolución, no es menos cierto que aquella tampoco es suficiente para hacer lo propio con un proyecto reaccionario. Las clases y capas populares pueden estar muy descontentas con la gestión macroeconómica o con los estragos de la corrupción, pero parece muy poco probable por no decir imposible que la paciente labor pedagógica de Chávez y el aprendizaje popular de todos estos años hayan caído en el olvido. Los problemas económicos del momento no alcanzan para cancelar los notables cambios en la conciencia de las clases y capas populares. El pueblo sabe lo que fue la Cuarta República, al servicio de quienes gobernó y quienes fueron sus personeros. Y el chavismo, antes y ahora, podrá haber cometido muchos errores pero sus aciertos históricos superan ampliamente sus desaciertos. En ese sentido, el balance deja un saldo positivo que los problemas del momento no alcanzan a eclipsar. Y si la derecha se confunde y cree que una transitoria mayoría en la Asamblea Nacional equivale a una carta blanca para volver al pasado más pronto que tarde caerá en la cuenta de que el poder social es una construcción mucho más compleja y que excede los límites del ámbito parlamentario. Este es importante, sin duda, pero está lejos de ser una plataforma desde la cual impulsar un proyecto que recorte ciudadanía, atente contra derechos económicos y sociales y socave la soberanía nacional. Si, ensoberbecida, la derecha tuviera la osadía de pretender avanzar por este camino -que en términos históricos sería retroceder- se enfrentaría con una encarnizada resistencia social y sus temerarios mentores tropezarían rápidamente con los límites de una dictadura parlamentaria. Aprenderían, rudamente, lo que es la dualidad de poderes. La calle asumiría bien pronto un inesperado (para ellos) protagonismo, demostrando la eficacia práctica de un contrapoder que se nutre de la memoria histórica de un pueblo y de los sueños emancipatorios que Chávez supo inculcar entre los venezolanos y que son como las brasas aún vivas debajo de las cenizas engañosas del momento, que un simple soplo las hará renacer con fuerza. Y ese soplo lo puede originar la tentación de la derecha al incurrir en lo que Marx llamó el “cretinismo parlamentario”: pensar que una mayoría legislativa equivale a una mayoría social, y que una momentánea supremacía electoral autoriza a ejercer una dictadura parlamentaria. Por una de esas trampas de la dialéctica histórica, o de una hegeliana astucia de la razón, probablemente ese mal paso sea lo que necesita el chavismo para re-encenderse con fuerza en la noble tierra venezolana.
La derecha venezolana se apresta a inaugurar su mayoría calificada en la Asamblea Nacional con un grito de guerra: desandar el camino iniciado en enero de 1999 cuando Hugo Chávez Frías juró sobre la moribunda constitución de la Cuarta República que impulsaría las transformaciones políticas, económica y sociales que el pueblo de Venezuela reclamaba desde hacía mucho tiempo. Más allá de las especificidades y los innegables problemas del momento actual lo cierto es que la irrupción de Chávez marcó un antes y un después en la historia no sólo de su país sino de América Latina y el Caribe. Después de Chávez nada seguirá siendo igual, y se engañan quienes piensan -en Venezuela como en la Argentina de Mauricio Macri- que se puede hacer andar hacia atrás al reloj de la historia. Así como la izquierda sabe que una circunstancial mayoría electoral no basta para garantizar el triunfo de la revolución, no es menos cierto que aquella tampoco es suficiente para hacer lo propio con un proyecto reaccionario. Las clases y capas populares pueden estar muy descontentas con la gestión macroeconómica o con los estragos de la corrupción, pero parece muy poco probable por no decir imposible que la paciente labor pedagógica de Chávez y el aprendizaje popular de todos estos años hayan caído en el olvido. Los problemas económicos del momento no alcanzan para cancelar los notables cambios en la conciencia de las clases y capas populares. El pueblo sabe lo que fue la Cuarta República, al servicio de quienes gobernó y quienes fueron sus personeros. Y el chavismo, antes y ahora, podrá haber cometido muchos errores pero sus aciertos históricos superan ampliamente sus desaciertos. En ese sentido, el balance deja un saldo positivo que los problemas del momento no alcanzan a eclipsar. Y si la derecha se confunde y cree que una transitoria mayoría en la Asamblea Nacional equivale a una carta blanca para volver al pasado más pronto que tarde caerá en la cuenta de que el poder social es una construcción mucho más compleja y que excede los límites del ámbito parlamentario. Este es importante, sin duda, pero está lejos de ser una plataforma desde la cual impulsar un proyecto que recorte ciudadanía, atente contra derechos económicos y sociales y socave la soberanía nacional. Si, ensoberbecida, la derecha tuviera la osadía de pretender avanzar por este camino -que en términos históricos sería retroceder- se enfrentaría con una encarnizada resistencia social y sus temerarios mentores tropezarían rápidamente con los límites de una dictadura parlamentaria. Aprenderían, rudamente, lo que es la dualidad de poderes. La calle asumiría bien pronto un inesperado (para ellos) protagonismo, demostrando la eficacia práctica de un contrapoder que se nutre de la memoria histórica de un pueblo y de los sueños emancipatorios que Chávez supo inculcar entre los venezolanos y que son como las brasas aún vivas debajo de las cenizas engañosas del momento, que un simple soplo las hará renacer con fuerza. Y ese soplo lo puede originar la tentación de la derecha al incurrir en lo que Marx llamó el “cretinismo parlamentario”: pensar que una mayoría legislativa equivale a una mayoría social, y que una momentánea supremacía electoral autoriza a ejercer una dictadura parlamentaria. Por una de esas trampas de la dialéctica histórica, o de una hegeliana astucia de la razón, probablemente ese mal paso sea lo que necesita el chavismo para re-encenderse con fuerza en la noble tierra venezolana.
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