miércoles, 30 de agosto de 2017

El reformismo en Cuba (1898 - 1902): cartas reveladoras

Enrique Ubieta Gómez
En septiembre de 2001, asistí como ponente a uno de los maratónicos congresos de la Latin American Studies Association (LASA) en Washington. Permanecí en la ciudad otros dos meses, en una fructífera revisión de la papelería manuscrita de José Ignacio Rodríguez, que se conserva en la Biblioteca del Congreso. Se comprenderá por las fechas de mi estancia, que viví el estupor que causó en todos los hombres y mujeres honestos del mundo el desvío de los aviones civiles y el atentado contra las Torres Gemelas de Nueva York, y el ataque al Pentágono, en la capital estadounidense.
Viví la histeria belicista que preparó los ánimos para la invasión a Afganistán e Iraq, y el renacimiento del movimiento civil norteamericano contra la guerra.
La pesada puerta de la Biblioteca del Congreso en Washington separaba dos mundos lejanos pero semejantes: afuera, manifestaciones populares que denunciaban la guerra y el terrorismo de Estado, mientras algunos congresistas y políticos cubano-americanos cabildeaban para hacerle más dura la vida a quienes en la Isla de sus orígenes se atrevieron a enarbolar el ideal de independencia absoluta. Adentro, en disímiles caligrafías que transparentaban el temperamento de los autores y en ocasiones, el humor del día, aparecían, desnudos ante mis ojos, personajes y personajillos decimonónicos que conspiraban en Washington y en La Habana para evitar que se produjera la independencia cubana. Las cartas tienen un destinatario: José Ignacio Rodríguez. Y un contexto histórico preciso: los años de la primera ocupación militar norteamericana (1898-1902), después de la derrota de España en la guerra hispano-cubano-americana, aunque algunas misivas son de fechas anteriores y otras de fechas posteriores. El diálogo epistolar se produce entre autonomistas y anexionistas, las dos tendencias políticas del reformismo insular decimonónico.
Cabe una aclaración: en la historiografía cubana se acepta sin dificultad que el autonomismo es una corriente reformista, pero algunos autores dudan al calificar el anexionismo. Dos razones parecen interponerse: la creencia de que toda solución violenta es revolucionaria y la errada suposición de que la anexión es una solución radical. Ni lo uno ni lo otro. Se puede ser violento y reformista (y viceversa), y ninguna solución que apostara por la anexión podía solucionar los problemas de la nación desde su raíz. Creo que el anexionismo, por su dependencia de un poder externo que garantice los límites del cambio al que aspira, es esencialmente reformista. Las décadas que transcurren entre el fin y el inicio de los siglos XIX y XX, ofrecen suficientes evidencias de esta confluencia de propósitos e intereses.
En la intimidad de la correspondencia caen etiquetas y máscaras políticas. Algunos autonomistas de fines del siglo XIX se trasladan sin recato y con inusitada rapidez a las filas del anexionismo. Ante el señalamiento de la inutilidad del esfuerzo autonomista, un amigo de juventud de José Ignacio, Ricardo de Albate, le había escrito el 20 de julio de 1893:
Seguro tengan razón, si solo se atiende al propósito de alcanzar de España la Autonomía; pero no se perdería el trabajo dedicado al fin de ir ganando terreno —¿Para qué, si no viene la Autonomía?
Para preparar a nuestra gente, que mucho lo necesita, y por medio de la doctrina y la disciplina, ensayarla en los hábitos de la política seria, sensata, prosaica, modernista y anti-jacobina de tal manera que —ya que los estadistas de la Casa Blanca mantienen el tradicional precepto de «esperar que madure la fruta» podamos evitar que la nueva generación, incitada por los energúmenos […] que tantas veces han extraviado el patriotismo cubano, no caiga en la tentación de echar abajo la fruta verde a pedradas, como muchachos perversos, por el gusto de que no se la coma el vecino. No vale esto algún esfuerzo?
Es el mismo razonamiento que guiaba a José Ignacio Rodríguez –el primer emigrado en autocalificarse como cubano-americano–, anexionista convencido y declarado, en su apoyo y estímulo constante a los autonomistas. Todavía en enero de 1898, Rodríguez escribiría una carta pública de respaldo a la Autonomía que España promulgaba como concesión de última hora, y llamaría a deponer las armas. Esa posición fue repudiada incluso por algunos de sus colaboradores más honestos. Raimundo Cabrera, por ejemplo, respondió de forma pública en la revista Cuba y América, de Nueva York. Cito algunos fragmentos:
Aunque hace muchos meses interrumpió Vd. su larga correspondencia conmigo sobre los sucesos políticos de Cuba, desde que le comuniqué con franqueza mi opinión sobre el deber de todo cubano de apoyar la Revolución, (traída contra nuestra voluntad y los constantes esfuerzos de los autonomistas por la obstinación y la ceguera de España) no creo que haya motivo que me impida escribirle de nuevo […] Tiene usted razón al decir que la política es una ciencia de transacciones prudentes. También lo creo así.
Pero no veo en la carta de usted que se aconseje una transacción, sino una sumisión. Lo que en síntesis dice usted al Sr. Angulo y por ende a todos los cubanos, es que vayan a tomar puesto, a hablar, a hacer azúcar sin más garantía, después de las penosas experiencias del pasado […]. Admitida la posibilidad del hecho que usted enuncia como supremo argumento para sofocar las esperanzas de los revolucionarios y de los que con ellos simpatizan; que los Estados Unidos no favorecerán el planteamiento en Cuba de una República independiente y débil: aún así ¿puede llamarse transacción prudente la aceptación incondicional de un plan de gobierno colonial que los ministros de España promulgan en la Gaceta como acto de magnanimidad, llamando en su apoyo a los enemigos todos de la Revolución y prescindiendo en lo absoluto de ésta […]?
Tal toma de posición no le impediría a José Ignacio ser, unos meses después, traductor principal y consejero de la delegación norteamericana en las discusiones del Tratado de París (el único cubano en asistir), y sostener, entre 1899 y 1900, una intensa correspondencia con algunos autonomistas cubanos para propiciar la anexión o impedir al menos «la Absoluta», como le llamaban a la independencia real.
Especialmente reveladora es su correspondencia con José María Gálvez, presidente del Partido Liberal Autonomista. ¿Cómo entender que Gálvez reconociera haber dicho, en la efímera Cámara del Gobierno Autonomista, «que prefería el hundimiento de la bóveda celeste a ver sojuzgado al pueblo cubano por otro pueblo» y después recomendara el protectorado yanqui y la anexión? Él mismo se explica con una elocuencia que hubiese hecho sonreír a Marx. Como el espacio es breve, citaré fragmentos de sus cartas a Rodríguez que no necesitan ser comentados:

No se nos oculta el peso de las razones que exponías contra el avance de un régimen autonómico dentro del sistema americano. Lo indicábamos como medio provisional y transitorio de regularizar la vida del país durante el tránsito á cualquiera de las dos únicas soluciones definitivas posibles, que son la independencia absoluta y la anexión […] Aquella sería la mayor de las calamidades que pudieran venir sobre el país, que ya ha soportado tantas. Prescindiendo de la división en razas hostiles y de la inmoralidad que sembró profusamente la administración española, no es para olvidarlo este dato elocuentísimo: más del 80% de la población de Cuba vive sumida en la más crasa ignorancia. Y fórmese con esto una república libre e independiente! (21 de agosto de 1899).

Estoy de acuerdo contigo en que nos conviene no crear sistemáticamente obstáculos a los interventores; pero también es preciso que ahí adopten una política más definida y clara. McKinley habla a manera de oráculo, y de sus ambigüedades sacan partido estos calientes, interpretando cada palabra del Presidente como una nueva promesa de mandarnos la «absoluta» certificada por el primer correo. (31 de agosto de 1899.)

Siempre creímos que la solución del Protectorado, única viable, necesitaba vencer las resistencias locales y abrirse paso en la opinión americana. Por lo que me dices, y he leído con gusto, veo que podemos continuar la propaganda sin el temor de contrariar los propósitos de ese Gobierno, a quien opino, como tú, que la fórmula ofrece un medio decoroso y seguro de salir de las dificultades creadas por la «resolución conjunta» […] Sin embargo, la campaña será ruda, porque la masa general de este pueblo está grandemente prevenida contra nosotros por las diarias predicaciones que oyen y leen de labios de los oradores y en los editoriales de los periódicos «cubanísimos», acerca de los cuales no emito aquí juicio porque veo que los conoces perfectamente
[…] La independencia absoluta es la ilusión del día, fomentada por los «patrioteros» y acariciada por la turba mulata. Conviene desvanecerla antes de emprender la demostración de que a la anexión ha de llegarse de todos modos.
[…] Creo haberte dicho antes y repito ahora que suspiran por la anexión todos los que tienen algo que perder, los que aspiran a adquirir, y la masa general de españoles.
(3 de septiembre de 1899.)

Hemos creído preferible dar a nuestra campaña carácter crítico y de propaganda conservadora en el recto y levantado sentido de la palabra, sin buscar inteligencias, pero sin rechazarlas, a condición de que se basen en los principios que informan nuestra propaganda y que no envuelvan abdicaciones indecorosas.
El negarnos a ellas en el periódico y fuera de él, ha sido y es con frecuencia motivo de recriminaciones por parte de los que a todo trance quieren hacernos gritar «viva la independencia absoluta» y «viva Baire».
(28 de febrero de 1900.)

Conservo fotocopias de todas esas cartas. El autonomismo y el anexionismo decimonónicos eran tendencias reformistas en las que confluían aspiraciones individuales diversas (liberales o conservadoras), asociadas a una determinación común: la dependencia a un factor externo (español o estadounidense) que garantizara el cambio sin afectar el statu quo. Desde fines del siglo XIX e inicios del XX, el reformismo —que siempre expresa una desconfianza (o temor) hacia el pueblo— aspirará a conservar los espacios de predominio clasista bajo la tutela del imperialismo norteamericano.

Nota:
Este texto es un fragmento del libro del autor: Cuba ¿revolución o reforma? (Casa Editora Abril, 2012), cuya segunda edición publicada en el 2017 por la Editorial Ocean Sur será presentada en el mes de septiembre.

jueves, 24 de agosto de 2017

DEBATE (II PARTE): AURELIO ALONSO / ENRIQUE UBIETA GÓMEZ

Carta abierta a Enrique Ubieta
Aurelio Alonso
Después de hacer pública la nota que Granma desestimó, tomé la decisión de no volver al tema. Habían quedado claras para mí las reglas del juego, y al propio tiempo mis criterios estaban a luz. No obstante, apareció “La respuesta esencial” de Enrique Ubieta, en su blog La Isla desconocida. Aclaro de antemano que las líneas que siguen se limitarán a expresar mi inconformidad con un discurso ofensivo que me siento obligado a rechazar. Si su propósito era hacerme reaccionar, lo logró. Pero intentaré hacerlo sin entrar en polémica, que no concibo bajo una refriega de insultos personales.
He sopesado mucho lo que digo a continuación, para no contribuir a distanciamientos no  deseados, ya que  me resulta imposible quedar en silencio.
Releí con atención mis notas del 9 de julio en Segunda cita comentando un artículo de Elier Ramírez sobre las Palabras a los intelectuales de Fidel, y no encontré nada que pueda inducir el “descrédito de Elier”, de lo que me acusa Ubieta . Creo que al contrario, le expreso reconocimiento; de otro modo ni me hubiera molestado en dedicarle las líneas que publiqué. Su respuesta en el mismo blog, con sus discrepancias, no la percibí ofendida.  No suelo reaccionar cuando creo que no vale la pena, y los artículo de Elier en Granma no son el caso. Dice también Ubieta que lo hago en “un texto ajeno a mi temática”. No tengo idea de por qué se siente con la competencia de definir cuál es “mi temática”, y qué implicaciones le atribuye a sus facultades. Me parece pedante de su parte, por decir lo menos, y es el calificativo más fuerte que me haya permitido hasta ahora en este intercambio donde he tenido que soportar más de una ofensa.
También releí lo que solicité a Segunda cita que publicara el sábado 5 de agosto  y me parece haber cuidado del debido respeto a quienes puedan considerarse aludidos. Si Ubieta se sintió irritado porque me referí a su confusión cronológica al vincular el asesinato de Olof Palme con el derrumbe del sistema soviético, desliz que él mismo  admite ahora como “peccata minuta”, le aclaro que yo tampoco le doy mucha importancia, aunque rectificarlo ante los lectores me parecía imprescindible.
Le recuerdo a Ubieta –me parece necesario– que Fernando Martínez no solo fue mi amigo, sino un hermano: el compañero en la lucha por defender desde la revista Pensamiento crítico, y desde el aula universitaria lo que él había definido como “el ejercicio de pensar”. El luchador intelectual con quien volví a reunirme en el Centro de Estudios de Europa Occidental en los setenta y en el Centro de Estudios sobre América y la revista Cuadernos de Nuestra América en los noventa. Soy miembro fundador de la Cátedra Antonio Gramsci que creó en el Instituto Juan Marinello y hemos estado identificados hasta sus últimos días. Es un vínculo de medio siglo. Ubieta debe saberlo. ¿A qué viene introducir sin ton ni son a Fernando en esta respuesta a mi nota del 5 de agosto? ¿Es que piensa que tiene que “protegerlo” de mi amistad, o es que quiere protegerse a costa suya de alguna crítica? Me satisface mucho, como es obvio, cuando veo que se acude a su obra y sus enseñanzas, pero comienzo a preguntarme también si habrá siempre sinceridad en quienes lo están haciendo.
Ahora me percato de que todo, o casi todo lo que quería responderle a Ubieta está en el primer párrafo de su artículo. Me satisface que me quede poco para terminar, porque como él mismo ha dicho,  “es una tarea fatigosa volver a repetir ideas que ya han sido formuladas por otros colegas”. También resulta fatigoso repetirse una y otra vez sin atender los argumentos del otro. En el debate en torno a… ¿el centrismo,  en Cuba, hoy? creo que ya sabemos cómo pensamos todos. Así que me ahorro fatigas innecesarias. Me salto el recuento referencial de Ubieta sobre lo publicado en sus artículos y libros y los de otros, así como sus comentarios críticos a mis apreciaciones aunque no los comparta –no polemizo con él, prefiero cederle el privilegio de la última palabra. Lo que motivó mi misiva a Granma, fue que anunciaba un debate del que solo daba a conocer una posición, omitiéndose los criterios distintos, de los cuales cité algunos de los que me lucían más interesantes. Solamente un anónimo, escrito en un estilo bastante parecido al de este artículo de Ubieta, asumió la tarea de defender, en Post Cuba, de mi supuesto atrevimiento, al órgano del partido.
Quiero detenerme, para terminar, en sus últimas líneas, donde introduce el “origen de esta polémica, tendenciosamente olvidado: Cuba posible”. Tendenciosamente olvidado, aclaro, porque siendo el blanco de sus críticas, Ubieta , y otros colegas, han preferido caracterizarlo desde el principio mismo como una peligrosa tendencia centrista. Me pregunto si han leído lo publicado porque hasta ahora su argumentación se ha centrado en condenas a priori más que en la discusión de contenidos.
Claro que no hay que ignorar intereses y movidas de quienes, fuera y dentro del país se pronuncian y trabajan en contra del futuro socialista del proyecto cubano. Esas posiciones surgen y van a surgir alrededor de cualquier iniciativa crítica sobre la cual vean la posibilidad de influir. Es parte del desafío, como también creo que lo es propiciar la existencia de un abanico de reflexión con la mayor amplitud de posiciones.
No sé si las esferas de dirección del país debieron propiciarlo ellas mismas, o permitir simplemente que se tomara la iniciativa desde la sociedad civil. Cuba posible se creó en esa perspectiva, como foro de reflexión.  Se excluía en aquella iniciativa solo lo que en la teoría o en la acción respondiera a las proyecciones de los enemigos del proyecto social cubano. Pero, hecha esa salvedad, sería un espacio para que participaran contribuciones que merecieran ser tomadas en cuenta, vinieran desde la izquierda, el centro o la derecha; verla como centrista puede ser incluso un reduccionismo. Porque de la derecha, cuando no responde al canon del enemigo, y aunque no aceptemos sus soluciones, nos debieran interesar las críticas. Suelen conocer nuestros errores tanto como los que estamos comprometidos a fondo con el ideal socialista que nos guía, que, por otra parte, nos vemos atrapados a veces entre conformismos y vacilaciones.
Lo que sobre un tema dado piensen Roberto Veiga y Lenier Gonzalez – como cualquier otro autor – es lo que piensan ellos y no algo consensuado. Sus posiciones habría que debatirlas con ellos y no con Cuba posible. Yo puedo no compartir sus tesis, pero creo que tienen el derecho, en una democracia socialista, de defender lo que piensan, y que Ubieta debe respetarles ese derecho tanto como yo. O más que yo porque tiene funciones que permiten accesos más elevados y responsabilidades de mayor alcance que las que yo pueda tener. Y también discutirles – sobre todo si cree que es tan peligroso el desafío –  y propiciar que otros puedan discutir sus criterios.
De repente tengo la impresión de que Ubieta me está criticando con la mirada puesta en otro lugar. No sería mucho pedirle que se atuviera, para hacerlo, a lo que yo haya dicho o publicado, allí o fuera de allí. En el fondo lo que justifica estas líneas, es la necesidad de rechazar, de una sola vez, la sarta inaceptable de insultos que ha lanzado contra mi persona, frente a los cuales, cercano ya a los ochenta, pienso que mi conducta y mis posiciones revolucionarias no deja lugar a dudas.
Además, insisto en que para juzgar con objetividad, lo primero sería tomar en cuenta el apreciable caudal de reflexión que ha producido y difundido, desde su constitución, Cuba posible. No pienso que todo lo publicado sea igualmente valioso pero estoy convencido de que contiene una contribución de utilidad en nuestra sociedad real, hoy; la que ha vivido la mitad del siglo XX bajo el bloqueo y posiblemente tenga que seguir viviendo buena parte del XXI sin poder sacudírselo. Una contribución a comprender sus problemas viejos y los nuevos, a identificar los errores, y medir los  desafíos. Creo sinceramente que Cuba posible merece existir, y padecer todos los encontronazos polémicos que pueda generar su existencia.
Ese es el espíritu con el que recuerdo que se creó y me gustaría que logre mantener. No trato de definirla.  A veces las definiciones congelan las cosas, y las cosas cambian, no son estáticas. A veces sus cambios se generan desde dentro, a veces se les empuja desde fuera a ser algo distinto. Y cuando ya no son lo que creímos que serían, o dejan de existir, pueden llegar otros, que harán lo que queríamos hacer, pero dándole otro nombre, o harán algo distinto bajo el mismo nombre.

COMENTARIOS A UNA CARTA ABIERTA
Enrique Ubieta Gómez
1.


1.  No sé a qué “refriega de insultos personales” responde Aurelio Alonso, he vuelto a leer mi texto –que no se titula "La respuesta" sino "La pregunta esencial", la respuesta es él quien puede dárnosla– y no los encuentro, a no ser que estime “ofensiva” mi discrepancia. En mi texto hay argumentos y ciertamente, no los responde. A un pensador revolucionario de larga trayectoria, no le asienta la victimización. Hay quien pide osadía a los jóvenes si estos piensan como ellos, y respeto, si piensan de manera diferente a ellos (yo ya, como él sabe, no soy joven). La unánime certeza de que el debate debe imponerse en la sociedad cubana, se derrumba cuando los que lo reclaman se ven enfrentados a criterios discrepantes: el listado de insultos contra mi persona es largo y ancho. Pero no me quejo, ni los reproduzco.


2.     Tampoco me lee bien. Dije que él “se insertó desde el comienzo en el debate en curso con un texto ajeno a su temática”. Es obvio que me refería a la temática del debate y no a la de sus competencias.

3.      Precisamente el respeto a Fernando –de quien me consta fue muy amigo–, fue el factor que me detuvo al inicio. Es lo que dije y repito. No tengo que protegerlo y menos aún protegerme de nada. Fernando fue uno de los pensadores anticapitalistas más coherentes que he conocido.

4.      Jamás he colaborado con el blog Post Cuba ni he enviado algún anónimo, ni a ese blog ni a sitio alguno: tengo la satisfacción de que todo lo que he querido decir en mi vida ha sido firmado con mi nombre y apellidos. No comparto la manera en la que ese blog defiende sus criterios. Y dicho sea de paso, porque he visto comentarios absurdos y –esos sí– ofensivos sobre mí: respeto y admiro la vida y la obra de Silvio (ahora mismo escucho su música, es un “vicio” sano que, por encima de cualquier diferencia de criterios, me alimenta). Esos comentaristas, sí que quieren desviar el sentido del debate y dividirnos. Las ofensas, cuando aparecen, son extravíos, y no debiéramos colocarlas en el camino real; a veces surgen de provocadores que persiguen distraernos o conducirnos a equívocos insalvables.

5.       “Lo que sobre un tema dado piensen Roberto Veiga y Lenier González – como cualquier otro autor – es lo que piensan ellos y no algo consensuado”, escribe Aurelio. El problema es que las citas que reproduzco de esos autores no expresan opiniones personales; son los fundamentos explícitos –según sus directivos– de un proyecto público: Cuba Posible. Lo que dicen no es lo que piensan, es lo que se proponen hacer con esa plataforma. Veiga dice (disculpen que lo repita): “Yo tengo una opinión personal a favor de una Cuba pluripartidista. Nuestro proyecto quiere facilitar esto y contribuir con serenidad a ese proceso.” Y agrega: “Cuba Posible promoverá el ‘cambio transicional’”. No veo cómo Aurelio pueda ignorar eso al decidir participar en su directiva.

6.      A diferencia suya, lo que a mí me interesa comentar de su Carta Abierta no son los párrafos iniciales, sino los finales: “Se excluía en aquella iniciativa solo lo que en la teoría o en la acción respondiera a las proyecciones de los enemigos del proyecto social cubano –escribe Aurelio–. Pero, hecha esa salvedad, sería un espacio para que participaran contribuciones que merecieran ser tomadas en cuenta, vinieran desde la izquierda, el centro o la derecha; verla como centrista puede ser incluso un reduccionismo. Porque de la derecha, cuando no responde al canon del enemigo, y aunque no aceptemos sus soluciones, nos debieran interesar las críticas”. ¿Qué entiende el ideólogo revolucionario Aurelio por “enemigos del proyecto social cubano”? ¿De qué derecha habla cuando dice que “no responde al canon del enemigo”? Hay hombres y mujeres conservadores y honestos, eso lo sé, pero esas no son clasificaciones que pueden definir a los ideólogos. Pero mi estupor es grande: ¿cree Aurelio que los ideólogos de derecha y los de centro –él acepta de facto la existencia del término– acuden a Cuba Posible a exponer sus críticas para fortalecer la Revolución en el poder?, ¿que publican en (y financian) ese espacio de “cambio transicional” e invitan a sus integrantes a mesas de diálogo en Washington, incluso en el Departamento de Estado, y en México, sobre, por ejemplo, como cambiar nuestra Constitución, para disfrutar del intercambio civilizado entre colegas? A mí también me interesa conocer lo que piensa la derecha, pero para eso están los libros y la prensa transnacional hegemónica que, por cierto, le ha dado cobertura desde sus inicios a Cuba Posible, mientras silencia, cuando no ataca a los revolucionarios cubanos.

7.      No está de más recordar la caracterización ejemplar que hizo Aurelio sobre el proyecto editorial Encuentro de la Cultura Cubana, en el sitio La Jiribilla, en junio de 2000: “Me represento a Encuentro de la cultura cubana como un producto típico del anticastrismo de tercera generación: no proclive a una propuesta de reversión total del cambio de los sesenta, capaz de incorporar el rechazo a la política norteamericana hacia la Isla, y circunscrito a rescates puntuales en torno al pasado; matizado en las críticas a la influencia del socialismo soviético, en especial para restar relevancia a la política cubana en los puntos de acuerdo tanto como en los de desacuerdo; amparado en una propuesta de reconciliación nacional tan sesgada, parcial y ajena a la realidad que se hace imposible tomarla en serio; implacable ante la extensión, después del derrumbe del Este, del liderazgo revolucionario en Cuba, la cual considera anacrónica, de corte gerontocéntrico; y contra el socialismo mismo como proyecto.” Desde luego, es otra época, ya el anticastrismo –con el que Aurelio jamás comulgaría–, es inoperante. Cuba Posible es más sutil, su lenguaje y su propósito deconstructor se apoyan en un fenómeno que Lenier González, uno de sus gestores, describe de la siguiente manera: “Si algo ha tipificado los últimos 10 años, es un corrimiento “al centro” en un conjunto importante de actores sociales y políticos, dentro y fuera de la Isla”.

8.      Jamás se me ocurriría confeccionar una lista de “centristas” u otra de “anticentristas” –cada persona es un mundo, decía mi abuelo–; hablo de un proyecto que El Nuevo Herald, tendencioso, es obvio, pero sagaz, calificaba hace unos días de político y de centro. Los que se incorporan alegremente al imaginario “listado” por no estar de acuerdo con algún punto o alguna expresión de los que han señalado las características de ese proyecto, le hacen el juego (y ocultan) a los que sí trabajan contra el proyecto revolucionario.

9.      No entiendo la frase enigmática en la que afirma que estoy respondiéndole a él (no, como dice, criticándolo) con la mirada “en otro lugar”. Después de darle vueltas, supuse que se refiere a los comentarios que incorporo sobre textos de Humberto Pérez y Pedro Monreal. Pero resulta que es él quien los comenta favorablemente en su artículo y dice que casi lo hacen desistir de escribir. Es decir, que no miro a ningún otro lugar que no sea su artículo.

10.  Un último punto: se ha mencionado mi supuesta alta responsabilidad en el Partido –que no es tal, aunque toda responsabilidad es alta desde un punto de vista moral– para insinuar que no debo involucrarme en estos debates. Me siento orgulloso de ser un cuadro del Partido de Fidel y de Raúl, y también un intelectual que, a un año de cumplir mis 60, jamás ha escrito un texto en el que no crea. Mi responsabilidad –que no empieza ni termina con un cargo, felizmente efímero–, de la manera en que la siento, es la que me obliga a participar en el debate. Pero hay responsabilidades sin cargos –como la que tenía Fidel, salvando las distancias, en sus años finales de vida, o aquella a la que alude el Che en su carta de despedida, por lo que significan vida y obra– que son abrumadoramente superiores a las de quienes ocupan cargos. Responsabilidades como esas, estoy seguro que hicieron escribir a Aurelio aquel texto sobre la revista Encuentro de la Cultura Cubana.

jueves, 10 de agosto de 2017

DEBATE: AURELIO ALONSO / ENRIQUE UBIETA GÓMEZ



¿Es que el centro es el centro?

Aurelio Alonso
Segunda Cita  / 5 de agosto de 2017
Con el título “Un debate ideológico necesario”, la primera página del Granma del 21 de julio remitía al artículo de su sección de opinión. Pensé que ese enunciado podía abrir el espacio a otros puntos de vista y envié a la Dirección del diario unas líneas, el día 29, las cuales no fueron publicadas ni puedo reconocer respondidas. Pues no se me ocurre identificar una respuesta en el anónimo titulado “El debate, el Arca de Noé y los reclamos al Granma”, irrespetuoso además para mi persona y para otros compañeros, aparecido en el blog Post Cuba, junto a otros textos igualmente acusatorios. Como no había hecho públicas mis líneas al diario, solicito ahora a Silvio que me permita una vez más hacer uso de su espacio Segunda cita para darlas a conocer. La unidad se fortalece tomando en cuenta las discrepancias dentro de la Revolución, y termino preguntándome si no habrá quien se regodee de habernos puesto a pelear en torno a un dilema teórico cuando enfrentamos el más complejo desafío práctico como Nación.
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Fue con un día de retraso que logré leer la entrevista de Enrique Ubieta en el Granma del viernes 7 de julio, y me pasó otro tanto con el artículo de Elier Ramirez del día 21. Confieso que por momentos he sentido deseos de decir que no quiero oír más de centrismo,  pero sería meter la cabeza en la arena, como dicen que hace el avestruz. La existencia del centro en política, derivada de la oposición de fuerzas de izquierda y de derecha – conceptos cuya connotación es siempre relativa, sujeta a realidades históricas concretas –, es un hecho desde la transición de las monarquías absolutas al republicanismo burgués o la realeza  formal en el siglo XIX europeo. Lo que quisiera añadir ahora es que lo que llamamos el centro es el más borroso de los territorios, pues puede ser caracterizado desde la moderación sistemática, la falta de radicalidad, la prudencia desmedida, la indefinición, la voluntad de permanecer apolíticos, la vacilación o la incertidumbre. Por lo tanto no siempre califica como tendencia. Una característica a tomar en cuenta del centrismo, cuando se le necesita para concertar alianzas, es que suele comenzar distanciándose de la izquierda para terminar barrido por la derecha. Lo delatan actuaciones pendulares. Omar Pérez Salomón, en La pupila insomne, usó una cita de Martí en 1882 para caracterizar retrospectivamente lo que sería, en su criterio, un centrismo autonomista: “soberbios para abominar la dominación española, pero bastante tímidos para no exponer su bienestar personal en combatirla”. Pero Martí nunca les llamó centristas.
Una digresión, sin entrar en las respuestas de Ubieta, para señalar una discrepancia con su entrevistador de Cubadebate, en una apreciación que, por ser común, no dejo de considerar errada, y  que afecta la mirada global. El mundo no dejó de ser bipolar, solo que se nos despejó la errática noción del bipolarismo Este/Oeste, como primario, para dejar inequívoco el dominio del bipolarismo Norte/Sur, que siempre estuvo ahí. Pienso que, en el fondo, nunca hubo dos mercados en competencia en el mundo, sino que el mercado moderno fue siempre uno, capitalista, a escala global, y que el CAME no pasó de ser una asociación para insertarse en él con condiciones más ventajosas. Su éxito fue relativo, aunque los presupuestos de la coexistencia entre dos sistemas resultaron inconsistentes. Pero este sería otro debate.
Posiblemente uno de nuestros pecados – que no son de la dimensión de los atribuibles al socialismo soviético aunque tampoco los creo ajenos – ha sido no haberlo entendido antes, aunque no nos faltaran atisbos. Tuvo que derrumbarse el sistema socialista a escala mundial para que la necesidad nos llevara a descubrir que era posible (y necesaria) la asociación con el capital extranjero, la explotación del turismo como fuente de ingresos, la expansión de sistemas de propiedad cooperativa, una comprensión positiva de la autogestión, y la privatización en escala controlada; todo eso sin salirnos de las coordenadas del proyecto socialista. 
Confieso que interrumpí este artículo al ver que Pedro Monreal se había detenido en una oportuna defensa del significado de las estadísticas, y del dato probatorio (y otros puntos en textos igualmente certeros), y Humberto Pérez desmontó, con una síntesis impecable de referencias marxistas estratégicas, la quimera de que el capitalismo no tiene aporte que dar en una transición socialista. Nada que ver en ellos con la superficialidad de imaginar “terceras vías” o “juntar lo mejor del capitalismo y el socialismo” que se atribuye a los centristas camuflados. Estamos hablando de perfeccionamiento socialista, y de los Lineamientos que lo definen a través de las discusiones de muchos de nuestros propios criterios. Posteriormente apareció también un artículo –convincente por su rigor– de Julio César Guanche sobre el centrismo. Todo ello en el sitio web Segunda cita, donde debemos agradecer la solidaridad de Silvio Rodríguez al acoger las respuestas polémicas desde temprano, sin dejar de tomar posición con sus criterios personales.
Al igual que el día 7, el viernes 21 me sorprendió de nuevo Granma, dedicando completa la página de opinión a una contra-riposta de Elier, sin que se hubieran hecho llegar igualmente al lector las opiniones discrepantes que acabo de aludir, todas ellas incuestionables por su seriedad como por su perspectiva revolucionaria. Sin precisar a quienes responde, Elier habla de una “maquinaria de fango” (sic), de “improperios y manipulación” que yo no he hallado en los autores citados, y si se trata de otros autores habría que nombrarlos y no dejar acusaciones en el aire. De ningún modo dejarlos confundidos con la polémica de argumentos. También alude sin más datos a quienes “antes fueron defensores a ultranza del dogma y ahora se presentan como abogados de la mayor pluralidad de ideas…”. Bueno, solo puedo decir que la evolución a posiciones críticas de una inteligencia que se inició dogmática, al igual que la de un reformista que se radicaliza – sea uno u otro el caso– me motiva casi siempre reconocimientos, nunca reproches.
No excluyo que Elier se haya sentido ofendido; no lo he leído todo y no puedo saber si alguien incurrió en “improperios”, como dice. Pero en todo caso dudo que sean más graves que las acusaciones arbitrarias de desviarse, de manera intencional o por ingenuidad, del curso socialista, que Ubieta y él han lanzado con impunidad, hacia quienes no compartimos los criterios que les animan en este debate. A quien pueda seguir las dos posiciones en discusión – para lo cual, hasta ahora, tiene que entrar en Internet, porque Granma solo ha propiciado una mirada – se hace más fácil discernir quienes “eluden [verdaderamente] lo esencial del debate”, y cómo lo eluden.
Decir que “la fórmula centrista funciona al interior del sistema capitalista como un recurso electorero” – como afirmó Ubieta en la entrevista de marras – es válido, pero insuficiente, pues el centrismo no se define así. No obstante, de lo que se trataría aquí es de explicar cómo funciona al interior del socialismo; del nuestro específicamente. Situados ya en este plano, afirma que el centrismo “se apropia de elementos del discurso revolucionario, adopta una postura reformista y en última instancia frena, retarda u obstruye el desarrollo de una verdadera Revolución”. Dicho en abstracto puedo compartir esa afirmación. Pero cuando en 2005 Fidel lanzó la dramática advertencia de que la Revolución no podía ser derrotada por el enemigo pero que existía el peligro de que la hiciéramos fracasar nosotros mismos, se refirió de manera explícita a la corrupción, no al centrismo. Aunque no excluyo que podamos ver también en la complacencia hacia el acomodo, la  indolencia, el inmovilismo, la incompetencia tolerada, el oportunismo, la búsqueda de beneficios en los cargos públicos y todas las anomias que distorsionan los dispositivos de la administración socialista, una manifestación del centrismo. Una más íntima, que no se genera en estrategas de Washington. Ahí están los circuitos más generalizados de corrupción que afectan al sistema cubano, donde el crimen organizado, el narcotráfico, el lavado de dinero, el robo de bancos, el terrorismo, la prostitución infantil, el tráfico de personas no existen o no alcanzan (todavía) una magnitud que pueda desordenar la sociedad (o reordenarla en consonancia con la aquiescencia imperial).
Pero no es ese el centrismo que parece preocupar a Ubieta y a Elier, sino la proximidad, real o aparente, de una corriente crítica, proyectada al cambio, con objetivos reformistas de corte socialdemócrata. Y tampoco es para subestimarlo.
Les preocupa que, con la generación histórica de la revolución envejecida, el 80% de los cubanos vivos – ellos mismos incluidos – no han vivido el capitalismo. En ese 80% se proponen distinguir los dispuestos a impedir que los planos del pasado nacional retornen a nuestra Isla, de los que querrían la restauración de la burguesía. ¿Pero cómo definir “el centro” simplemente a partir de la acusación a personas o a iniciativas institucionales dentro de la sociedad  civil? ¿Y piensan  que el peligro advertido por Fidel en 2005 se desvaneció solo?
Por cierto, aprovecho para recordarle a Ubieta que en el asesinato de Olof Palme, socialdemócrata amigo, en febrero de 1982, no puede verse, como él afirma, un hecho sucedáneo a la desarticulación de la Unión Soviética, que ocurrió casi una década después.
El problema es que la polémica que se ha abierto ahora no me parece dirigida  realmente contra el centrismo sino contra el ejercicio de la crítica y la disposición de polemizar desprejuiciadamente, en el momento en que nuestra revolución más lo necesita y cuenta con más madurez para hacerlo.
Me he decidido a retomar estas líneas después de leer el día 21 “Tarjeta roja para el ‘centro’: respuesta a Elier Ramírez” de Monreal, por la carta enviada a Granma por Fidel Vascós, que el diario publicó solo en su página digital, y el comentario de Humberto Pérez sobre la asimetría en la difusión de este debate entre revolucionarios. Ninguna de estas notas ha llegado al gran público.
Hago llegar estas líneas a la dirección de Granma con la solicitud expresa de que aparezcan en la edición impresa, ya que ninguno de los textos omitidos – más importantes que lo que aquí expreso – han sido publicados en el diario. Lo hago porque creo, personalmente, que lo que se dirime en este debate –aun si quedara limitado solamente a dejar el problema expuesto con claridad –es de un talante que rebasa el marco de los planteos teóricos, y toca al dilema práctico de hacer sostenible (o sustentable, como prefiera decir cada cual) nuestro proyecto socialista.
Reconozco que tiene razón Elier, cuando afirma, al final de su último artículo, que  “el tiempo se ocupará en definitiva de sacar a flote la verdad y colocar a cada quien en su verdadero lugar”.

28 de julio de 2017.

La pregunta esencial

Enrique Ubieta Gómez
A pesar de que Aurelio Alonso se insertó desde el comienzo en el debate en curso con un texto ajeno a su temática, que solo parecía buscar el descrédito del joven historiador Elier Ramírez Cañedo, yo me abstuve de mencionarlo, sobre todo por respeto a Martínez Heredia –un hombre de extraordinaria coherencia–, su amigo, a quien admiré siempre, y porque el propio Elier se encargó de responderle de manera brillante. Ha vuelto sin embargo al ruedo, ahora sí en tema. No sé si solo ha leído los textos aparecidos en Granma –el de Elier y el mío–, pero debo enfatizar el hecho de que en estos días se han publicado contundentes reflexiones en el blog La pupila insomne, en Cubadebate y en las redes, más valiosos y profundos en mi opinión que los que cita con entusiasmo y casi nos privan de su respuesta, según dice.
Es una tarea fatigosa volver a repetir ideas que ya han sido formuladas por otros colegas. Me permito recomendar al lector algunos pocos de esos textos:
de Raúl Antonio Capote, “Tercera opción en Cuba, el drama de los equilibristas”, (Cubadebate, del 26 de junio); de Jorge Ángel Hernández, “¿Qué nos dice el centrismo a estas alturas en Cuba?”, (La Jiribilla); de Iroel Sánchez, “El debate abierto y la mano cerrada”, (10 de julio, blog La pupila insomne); y de Carlos Luque Zayas Bazán, “Breves notas sobre la moderación política”, (8 de agosto, blog La pupila insomne) entre otros. Escritores no directamente vinculados a la polémica como Luis Toledo Sande, incluso algunos que residen en el exterior, como René Vázquez Díaz y Emilio Ichikawa, han aportado valiosos comentarios.
Una de las dificultades de un debate como este suele ser la dispersión de los textos y la posibilidad de que los contendientes no lean las respuestas más abarcadoras. Es el caso de Aurelio, al parecer. Como reduce su réplica a mis palabras en la entrevista citada –al fin y al cabo, una entrevista oral, retocada por supuesto, pero prisionera de la improvisación–, e ignora mi artículo “Las falacias en su centro” (Cubadebate, 18 de julio) y luego mis extensas respuestas a López Levy (blog La isla desconocida, Primera Parte, 24 de julio y Segunda Parte, 29 de julio), desconoce los argumentos expuestos en esos textos, que quizás, hubiesen evitado entuertos retóricos innecesarios.
En mi respuesta a López Levy menciono el hecho de que el Che ya avizoraba que la contradicción primaria –prefiero usar ese término– de la época, es la de países explotadores versus países explotados. Tras ella, sin embargo, subyace otra, que sí puede ser catalogada de fundamental: la que marca los límites históricos del capitalismo. No hablo de una contradicción entre países capitalistas y países “socialistas”, sino entre el capitalismo y el socialismo necesario. Porque no hay, no habrá supresión de la explotación para la mayoría de los países y de los seres humanos, vivan donde vivan, por unos pocos, si no se derriba el capitalismo.
Me sorprende sin embargo que un investigador como Aurelio afirme que Cuba no pudo entender esa realidad antes de la caída del socialismo este-europeo; si hubo un país que rompió desde sus propios orígenes revolucionarios la burbuja de un “campo socialista en coexistencia pacífica con el imperialismo” y se hizo cargo de aquella contradicción primaria, fue Cuba. Una cosa son los manuales, estimado Aurelio, –incluso los publicados o distribuidos en Cuba–, y otra la práctica revolucionaria, cuando existen líderes de la estatura de Fidel y del Che. No fue por el equilibrio Este – Oeste  que decenas de miles de cubanos entregaron sus vidas (muchas veces a contrapelo de los criterios de Moscú) en República Dominicana, Argelia, Congo, Congo Brazzaville, Guinea Bissau, Angola, Etiopía, Venezuela, Bolivia, Centroamérica, etc., ni el incondicional apoyo dado a Vietnam –el nuestro fue el único país que tuvo embajada en el territorio liberado del Sur–, o a los gobiernos de Allende en Chile, o de los sandinistas nicas en su primera etapa, para solo citar tres casos paradigmáticos. Tampoco el hecho de que decenas de miles de colaboradores de la salud y de otros sectores –maestros, constructores, entrenadores deportivos, ingenieros, etc.– ofrecieran sus servicios en zonas intrincadas, selváticas o marginales de más de 60 países, en su mayoría del Tercer Mundo. Sobre las diferencias entre el CAME y el ALBA, como proyectos integradores, expongo mi criterio en el libro Cuba, ¿revolución o reforma? (páginas 227 – 230) cuya segunda edición a cargo de la Editorial Ocean Sur –de donde ubico las páginas–, será presentada dentro de algunas semanas, en el venidero septiembre.
Me sorprende también su afirmación de que el derrumbe del sistema socialista nos hizo “descubrir que era posible (y necesaria) la asociación con el capital extranjero, la explotación del turismo como fuente de ingresos, la expansión de sistemas de propiedad cooperativa, una comprensión positiva de la autogestión, y la privatización en escala controlada”. Aurelio coloca de esta manera la verdad fuera de todo contexto, como una entidad que debe ser vislumbrada o descubierta al margen de los sucesos históricos y sus necesidades. Existe la tendencia a calificar de erróneas todas las políticas implementadas con anterioridad por la Revolución –no creo que sea su caso–, lo que resulta un disparate y en algunos autores, una estrategia descalificadora. Por cierto, la primera Ley de Inversión Extranjera data de 1982, mucho antes de la caída del socialismo europeo.
Empecemos por abordar el tema del reformismo. Las reformas en el capitalismo –en este caso, las que provienen de, o fueron enarboladas por la socialdemocracia– solo son realizables si el capitalismo las necesita o dicho de manera más exacta, solo fueron realizables mientras el capitalismo las necesitó. Ese es el problema histórico del reformismo, que presume de realista y de pragmático, de conocedor de los datos de la realidad, de lo que es posible –en oposición al espíritu revolucionario, acusado de utópico, de cazador de imposibles– en aras de objetivos mayores que nunca alcanza. Cuando el capitalismo europeo necesitó del Estado de Bienestar y de las políticas keynesianas, en las décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial, las implementó, estuviese o no en el gobierno la socialdemocracia. No fueron conquistas de un partido, sino enroques de un sistema. Pero a finales de la década de 1970 cambió la situación: la especulación financiera y la contracción del capital productivo, así como la transnacionalización desnacionalizadora del capitalismo, entre otros rasgos, requerían de políticas neoliberales. Algunos líderes socialdemócratas como Olof Palme resultaban molestos y contraproducentes para el insaciable proceso de reproducción del Capital, y fueron eliminados de manera impune. Cuando sobrevino la caída del llamado campo socialista, la socialdemocracia –supuestamente dueña absoluta, por primera vez, de las banderas de la izquierda–, ya no era viable (por sí misma nunca lo fue), y para sobrevivir electoralmente tuvo que ajustar sus programas hasta hacerlos indiferenciables de la derecha neoliberal. En la entrevista oral que reprodujo Granma, hablo de manera muy sucinta  de esto y al intercalar la alusión al asesinato de Palme, da la impresión de que lo vinculo al derrumbe del socialismo, peccata minuta que aprovecha Aurelio, ante la ausencia de argumentos más sólidos. Vale decir, no obstante, que sí existe al menos una relación indirecta y por supuesto, adelantada, entre aquel asesinato y esa caída, porque el debilitamiento del sistema socialista le permitiría al capitalismo el abandono paulatino de las políticas de corte socialdemócrata, algo que Aurelio debiera saber y no dice. Si hubiese leído mi respuesta a López Levy, hubiese comprendido lo que acabo de explicar.
No comparto la teoría del péndulo en la sensibilidad política de los pueblos, pero es posible señalar al menos dos períodos de predominio reformista en Cuba, ambos asociados a grandes decepciones nacionales; el primero ocurre después del Pacto del Zanjón, cuando se impone la mirada del autonomismo, y del cientificismo positivista. Cintio Vitier añade un tercer elemento a los dos anteriores, que los complementa: la crítica literaria academicista. Martí, solar, se apartó de esa tríada de tendencias reductoras. Fue independentista (revolucionario), antipositivista –la verdad social no podía ser ajena a la justicia humana–, y modernista.
El segundo momento se produce al nacer la República neocolonial, con una Enmienda que rebajaba su condición de Estado libre y soberano, por el que habían muerto en la manigua tantos cubanos. Durante las dos primeras décadas del siglo XX predominó en Cuba el apego al dato, un cientificismo positivizante muy orondo, sin alas para volar. No significa, por supuesto, que en uno u otro período no se hiciesen aportes relevantes a la cultura cubana; el mejor ejemplo, por sus indudables aciertos y también por sus limitaciones, es la revista Cuba Contemporánea. Incluso Fernando Ortiz, nuestro tercer descubridor, aparece atado todavía a conceptos “científicos” que lastran sus primeros acercamientos a la realidad nacional, lo que luego superaría con creces.
A veces temo que un sector descreído de la intelectualidad –escéptico y desilusionado– produzca un tercer período, e intento hacer contrapeso. A eso me refería, por supuesto, cuando aludía a las estadísticas y a la descripción minimalista, como síntomas de un cientificismo empobrecedor y desmovilizador (contrarrevolucionario). Es una reacción típica de un cientificista el sacar de inmediato su sable en defensa de las estadísticas –sin entender el sentido de la frase–, cuando cualquiera, en realidad, las reconoce como útiles y necesarias. Las estadísticas, desde luego, no son el problema: son los hombres y las mujeres que las usan, los que quedan atrapados en sus redes. Los revolucionarios están obligados a conocer a fondo la realidad –la tangible y la intangible, la visible y la invisible, o simplemente la posible (que es una zona muchas veces desconocida de la realidad)– para transformarla, nunca para aceptarla de forma pasiva. Martí y Fidel conocían mejor que sus contemporáneos sus respectivas realidades, porque trascendían la mirada que se ajustaba estrictamente al dato comprobable. He repetido mucho esta anécdota en mis conferencias y textos sobre Martí, pero es menester que insista en ella: cuentan que tras un ardoroso discurso ante emigrados cubanos en los Estados Unidos, en el que Martí había exaltado con verbo encendido las condiciones que según él existían en el país para la Revolución, un recién llegado de la Isla replicó: “Maestro, pero en la atmósfera de Cuba no se respira ese fervor que usted describe”, a lo que Martí respondió: “Pero yo no hablo de la atmósfera, hablo del subsuelo”.
El uso de uno u otro nombre para denotar un hecho o una posición política, caramba, no cambia su cualidad. Que Martí no utilizara el término centrista para referirse al autonomismo –atrapado en una solución intermedia entre el colonialismo verticalista y la independencia– no implica que el reformismo no intente situarse siempre en esa incómoda e irreal posición. Pero, ¿alguien cree que nos creemos el cuento? Si nos piden que eliminemos “la etiqueta” por falsa, no tendremos reparos; lo que no podemos es dejar de señalar la postura. Tampoco Aurelio logra avanzar mucho al rechazar mis asedios al término. Coloca una advertencia que compartimos todos: “una característica a tomar en cuenta del centrismo, cuando se le necesita para concertar alianzas, es que suele comenzar distanciándose de la izquierda para terminar barrido por la derecha. Lo delatan actuaciones pendulares”. Parece escrito por el incisivo Iroel Sánchez. Pero intenta deslindarse: “la fórmula centrista –afirmo yo en la entrevista oral–, funciona al interior del sistema capitalista como un recurso electorero”, y Aurelio, en un tono condescendiente, acota de inmediato: “es válido, pero insuficiente”. También lo creo. Después, reproduce mi definición para Cuba: el centrismo “se apropia de elementos del discurso revolucionario, adopta una postura reformista y en última instancia frena, retarda u obstruye el desarrollo de una verdadera Revolución”. Retengo la respiración para esperar el veredicto, pero enseguida sentencia: “dicho en abstracto puedo compartir esa afirmación.” Estoy aliviado, al menos saco el aprobado. Sin embargo, el propio Aurelio demuestra más adelante –lo hace para objetar que nos enfoquemos en algo que le parece baladí– que la definición del centrismo que manejamos no es tan abstracta como pretendía: “el centrismo que parece preocupar a Ubieta y a Elier, [es] la proximidad, real o aparente, de una corriente crítica, proyectada al cambio, con objetivos reformistas de corte socialdemócrata”. No podría decirlo mejor.
Aurelio pide que revisemos el discurso de Fidel en el Aula Magna de la Universidad de La Habana, aquel que advierte que el imperialismo jamás podría destruirnos, y que nosotros sí. Sobre ese discurso publiqué un artículo titulado “Dos modelos éticos: una década después de la advertencia de Fidel” en la revista Universidad de La Habana, en su número 279 de enero – junio de 2015. Lo que podría autodestruirnos, dice Aurelio basado en ese texto, no es el centrismo, sino la corrupción. Pero yo le recomiendo que relea con más detenimiento ese discurso extraordinario. Por supuesto, a Fidel le preocupa la corrupción, y no el centrismo –que solo existe en la mente calenturienta de algunos partidarios del capitalismo, por acción o por omisión– pero no en abstracto: le preocupa el mercanchinfleo, el enriquecimiento ilícito de los que juegan al capitalismo como fuente de una desigualdad no basada en el trabajo. Es decir, a Fidel le preocupan los bolsones de capitalismo que emergen sin control en la sociedad cubana. Recientemente el Estado cubano ha iniciado un reordenamiento de la actividad privada y cooperativa, no para frenar su expansión, sino para mantener el control popular. Los que se oponen a ese ordenamiento, y claman por una profundización (liberalización) de las medidas, saben o intuyen –el instinto de clase es poderoso–, que el desorden y la ausencia de controles le abriría las puertas al capitalismo. A propósito, resulta pueril, pero evidentemente necesaria, una aclaración: jamás he dicho que no existen elementos de capitalismo en el socialismo, o que no hemos abierto o cerrado compuertas, según las necesidades de su construcción. El camino hacia el socialismo, que es lo que comúnmente se entiende por socialismo, se construye con el cemento y la arena de las canteras del capitalismo. Pero, ¿qué significa traer “lo mejor” del socialismo (que no existe como realidad establecida, que apenas se construye) para unirlo a “lo mejor” del capitalismo? Lo mejor del socialismo, cuando se alcanza en algún punto, es la negación-superación del capitalismo en ese punto. Ignoro de dónde Humberto Pérez extrajo la frase entrecomillada –"al capitalismo hay que descartarlo completamente como fuente de experiencias a considerar ya que en él no hay aspectos positivos que rescatar"– que le sirve de comodín para caricaturizar la imposibilidad de unir “lo mejor” de cada sistema. No la escribí yo y él no expone la fuente. Google, tan acuciosa, solo lo sitúa a él como referente. Pero debo admitir sin embargo que en su más reciente artículo se acerca, no sé si conscientemente, a las ideas que defendemos. Suscribo plenamente esta afirmación suya referida a la Conceptualización del Modelo Económico y Social:
Es un magnifico documento que representa el nuevo Programa del Partido y la Revolución en las circunstancias actuales y que tiene sus antecedentes fundamentalmente en el Programa del Moncada, que fue el primer programa, y en la Plataforma Programática aprobada en el I Congreso del Partido, que fue el segundo programa de la revolución y su primero para la construcción del socialismo.
También Aurelio menciona en acuerdo, así sea someramente, la existencia de los Lineamientos consensuados con el pueblo. Entonces, ¿en qué discrepamos? Quieren hacer creer que estamos en contra de la crítica revolucionaria. En mi artículo “La añorada contaminación de la crítica revolucionaria. Algunas reflexiones” (2012), publicado en mi blog La isla desconocida y después en mi libro Ser, parecer, tener (Casa Editora Abril, 2014), apunto tres objetivos que avanzaban ya de manera sigilosa:
        El primer objetivo y el de más alcance, es quebrar la identidad histórica entre Gobierno y Revolución (presuntamente, el Gobierno cubano construye hoy en secreto un nuevo capitalismo).
        El segundo objetivo es la contaminación de ese imaginario con presupuestos de una izquierda no revolucionaria, restauradora del capitalismo, que utilice a conveniencia la terminología revolucionaria y eluda las definiciones para pasar inadvertida; que aliente el combate contra el Gobierno cubano “por no ser suficientemente revolucionario”, y que simultáneamente teja una urdimbre conceptual que “supere” la visión revolucionaria.
        El tercer objetivo sería entonces romper el nexo histórico entre rebeldía juvenil y Revolución. Contaminar el espacio de la crítica revolucionaria, es decir, incorporar en él a la crítica contrarrevolucionaria. Hacer que la Crítica pierda sus apellidos, para legitimar a los actores invisibles de la contrarrevolución.
Quiero recalcar que apoyo la crítica revolucionaria, la que tiene como fin no el desmantelamiento del sistema o su criminalización, sino su necesario y continuo perfeccionamiento; la crítica que denuncie la aparición de bolsones de capitalismo sin control popular; la que defienda a los más humildes de las injusticias o del acomodamiento de los de más recursos. Qué vengan todas las ideas útiles, todas las mentes dispuestas a contribuir al debate nacional, siempre que el propósito, la direccionalidad discursiva, el sentido de cada sugerencia, sea la derrota definitiva del capitalismo en Cuba. Pero entonces, ¿qué nos separa?, ¿quién nos separa?
Volvamos al origen de esta polémica, tendenciosamente olvidado: Cuba Posible. Uno de sus fundadores, Lenier González, expresaba en una entrevista concedida a Elaine Díaz para Global Voices, en el 2014:
en el contexto cubano no se trata de modificar “un modelo de prensa”, sino de transformar “un modelo de Estado”. Ese “modelo de Estado” consagra constitucionalmente una ideología y la proyecta sobre toda la nación, y pone a todo su aparato institucional en función de su reproducción, como si de una iglesia y sus fieles se tratase.
(…) El desafío, que es de índole estrictamente político, consiste en reconocer, de una vez por todas, el pluralismo político de la nación, y construir unos marcos legales e institucionales donde esos cubanos, con pensamiento(s) diferente(s), puedan trabajar por el cumplimiento de las metas históricas de la nación.
(…) Si algo ha tipificado los últimos 10 años, es un corrimiento “al centro” en un conjunto importante de actores sociales y políticos, dentro y fuera de la Isla. Ello ha sido positivo, y ha favorecido el surgimiento de plataformas e iniciativas de comunicación de inestimable valor.
¿Qué significa “un modelo de Estado” que promueva y difunda todas las ideologías? Todas significa una: el capitalismo. Otro de los fundadores, Roberto Veiga, comentaba a Reuters en el propio año 2014:
“Evidently in Cuba there will come a time when more than one party exists," Veiga said. "I have a personal opinion in favor of a multiparty Cuba. Our project wants to facilitate this and contribute to serenity in the process. (“Yo tengo una opinión personal a favor de una Cuba pluripartidista. Nuestro proyecto quiere facilitar esto y contribuir a la serenidad en el proceso.”)
(…) Cuba Posible will promote "transitional change" with views from a wide range of Cubans, Veiga said. (“Cuba Posible promoverá el ‘cambio transicional’”)
Estos son los propósitos fundacionales de Cuba Posible, alegremente financiados por embajadas, instituciones y fundaciones que –es evidente–, no quieren el socialismo en Cuba. Una plataforma en la que actores principales como Arturo López Levy declaran de manera abierta su militancia socialdemócrata (y sionista) y en la que se ataca desembozadamente a Venezuela (“Venezuela: claves para una crisis”, 6 de agosto) precisamente cuando el imperialismo intenta estrangularla y privarla de la solidaridad externa. Porque Venezuela y Cuba libran una guerra contra el mismo enemigo, aunque los procederes por el momento sean distintos. Por eso las palabras de Emir Sader dirigidas a los intelectuales que se distancian ahora de la Venezuela asediada, son también pertinentes para Cuba:
Para esos, aunque se digan de izquierda no existen ni capitalismo, ni imperialismo. No hay tampoco derecha, ni neoliberalismo. Las clases sociales desaparecen, disueltas en la tal “sociedad civil”, que pelea en contra del Estado. No toman en cuenta que se trata de un proyecto histórico anticapitalista y antimperialista.
Parece que no se dan cuenta que no se trata de defender un gobierno, sino un régimen y un proyecto histórico.
Entonces, la pregunta esencial del debate que Aurelio, uno de los miembros fundadores –como también lo fue Julio César Guanche– de la directiva de Cuba Posible, de larga trayectoria como intelectual revolucionario, debe hacerse, no para responderme –no me debe explicación alguna–, sino para responderse él solo, es esta: ¿comparte o son compatibles con sus principios, estas posiciones y realidades de partida?