Enrique Ubieta Gómez
Sé
que mis palabras se mueven a contracorriente. Que el consenso que existe y se
pavonea en los medios conduce hacia otras riberas. Pero los consensos no son verdades,
sino construcciones. A veces, expresan realidades; a veces, las producen. Un
lento y arduo proceso de construcción ha convencido a muchos de la superioridad del
béisbol profesional. Y ese convencimiento –sobre el que pesan mitos, argumentos
y deserciones bien remuneradas: toda una estrategia de imposición persuasiva–,
nos ha llevado a la debacle de Isla Margarita. La derrota se exhibe ahora como
la muy ansiada “prueba” que certifica la inferioridad, algo que los defensores
del profesionalismo no consiguieron de manera clara en ninguno de los tres
Clásicos. Como se ha dicho, supongo que sin alegría, “al fin podemos apreciar
el nivel real del béisbol cubano”.
No
estoy de acuerdo con esa frase. Mi posición no pretende que se ignoren
deficiencias y carencias actuales que
sin duda afectan a nuestro deporte nacional, desde sus bases hasta el nivel
superior. Concuerdo en que el exceso de equipos en la Serie Nacional es incongruente
con la cantidad de habitantes del país, e incide en la calidad del espectáculo,
en la preparación y la autoexigencia de los mejores. Sobre estos y muchos otros
problemas, ya se ha escrito. Quiero por eso referirme a aquellos tópicos que sobrepasan
lo estrictamente deportivo, y que sin embargo lo condicionan. Porque la derrota
momentánea del amauterismo –que no es la victoria de la profesionalidad, sino
del profesionalismo–, es una de las consecuencias naturales de la derrota
momentánea del socialismo.
Es
poco serio discutir sobre la real o supuesta merma de calidad en los equipos cubanos,
si no mencionamos el continuado desangramiento que producen las deserciones (el
robo) de peloteros consagrados y de talentos en desarrollo. ¿Alguien ignora las
razones por las que el equipo de Cienfuegos, por solo citar un ejemplo, cayó
bruscamente en el campeonato nacional de las primeras posiciones al sótano? Con
los peloteros que abandonaron el país y que hoy brillan en diferentes
organizaciones del béisbol profesional –en su mayoría formados por la escuela
cubana de béisbol y algunos de ellos, ex miembros de nuestro equipo nacional,
por mucho que quiera atribuírsele a los compradores el haber limado posibles
deficiencias– podrían confeccionarse varios equipos de nivel internacional. Nadie
dice que el bloqueo estadounidense
obliga a los peloteros cubanos que se insertan en Grandes Ligas a vivir fuera
de la Isla. Pero el tema tiene una contraparte: ¿cómo es posible que Yasiel
Puig, un prospecto del equipo de Cienfuegos, cause sensación en Grandes Ligas y
casi se lleve el título de Novato del Año?, la comparación con el talentoso lanzador
de origen cubano que alcanzó esa distinción es intencionada, ya que aquel no se
formó como este en Cuba, y mi propósito no es hablar del “talento natural” de
los cubanos para la pelota, sino de la escuela nacional que los forma, ¿cómo es
que Yoenis Céspedes, ex miembro del equipo Cuba, pudo conquistar el Derby de
jonrones en su primer juego de las estrellas en la Gran Carpa?, ¿por qué José
Dariel Abreu, el toletero y primera base de los equipos Cuba y Cienfuegos, fue
contratado de inicio por la astronómica suma de más de 60 millones de dólares?
Mi punto es este: esos desertores demuestran también la calidad de la pelota
cubana. Calidad que se extiende a los cubanos que ahora integran equipos
mexicanos, boricuas o venezolanos, ex jugadores de series nacionales que nunca
clasificaron o sí, para el equipo del país. Entonces, ¿cómo es que, a pesar de
esa continua sangría, el equipo Cuba logra recomponerse año tras año?
Las
acciones y campañas mediáticas contra el deporte cubano –que son contra el sistema
deportivo cubano, lo que
significa decir, contra el socialismo cubano– cuando no pueden
evitar el avance o el triunfo de los jugadores del patio en eventos
profesionales, donde cualquier equipo grande gana o pierde sin complejos,
promueve la deserción como recurso desestabilizador. Decía al inicio de esta
reflexión que ninguno de los tres Clásicos logró demostrar la inferioridad del
béisbol cubano. Recuerdo que en días previos al I Clásico, los medios
contrarrevolucionarios auguraban la más rotunda derrota de Cuba y la
politizaban. Cubaencuentro, en Internet, afirmaba:
El Clásico Mundial de
Béisbol (CMB) dará la posibilidad, de una vez y por todas, de comprobar cuál es
el nivel real del béisbol cubano. […]
Alejada del mejor béisbol del mundo
por casi cinco décadas, Cuba competirá con una presión adicional. El equipo de la Isla no puede darse el lujo
de una derrota aparatosa, pues se derrumbaría toda la propaganda montada
durante tantos años. El béisbol ha sido el principal baluarte de una política
propagandística dirigida a demostrar la superioridad del sistema deportivo
cubano. […]
Algún
comentarista llegó a afirmar que si Cuba no llegaba a la discusión de la
medalla de oro, se evidenciaría el fracaso del sistema deportivo
revolucionario. Era tal el deseo de que el equipo cubano naufragara, que ese mismo
sitio web, en un editorial de la
redacción, estalló de alegría cuando caímos en el primer juego frente a Puerto
Rico, y se apresuró en la organización del entierro:
El marcador, 12 x 2, refleja la derrota más abultada del equipo cubano
desde que el régimen de Fidel Castro decidiera darle la espalda al mundo
profesional del béisbol. Ha habido que esperar casi cincuenta años, y ha
llegado en el primer encuentro contra un rival de envergadura. Un batazo de
Bernie Williams en la segunda entrada bastó para dejar atrás los “gloriosos
años” en los que la selección nacional barría a conjuntos amateurs de todo el
mundo. La realidad es mucho más cruda. Fuera de la burbuja propagandística del
castrismo, el equipo nacional se vio desamparado y sin respuesta ante una
novena que le arrolló en todos los ámbitos del juego. Tras más de cuatro
décadas de politización de la vida cubana en general, y en especial del deporte
y del béisbol, se hace muy difícil para los aficionados obviar tras el partido
un enfoque desde esta perspectiva. Y lo que acaba de pasar, impensable en un
año como 1959, dice mucho de la situación actual del país.
¿Quién
politiza qué? El mercado politiza todo lo que toca, a favor del capitalismo por
supuesto. La verdadera despolitización del deporte es su no mercantilización. Y
bien, cuando se obtuvo el subcampeonato frente a Japón, ningún medio, ni
siquiera los nuestros –regañamos a nuestros peloteros por ese segundo lugar–
invirtió los términos de la apuesta y exclamó: Cuba ha demostrado tener un
sistema deportivo superior. Durante el II Clásico, los vaticinios de la contra fueron más cautelosos. Entonces
empezó el largo recuento de las glorias deportivas que tuvo Cuba antes de 1959,
para fijar la idea de que los triunfos en la pelota nada debían a la
Revolución.
En
aquel evento Cuba derrotó de forma convincente a un equipo de México superior a
este que ahora acudió a la Serie del Caribe, el mismo que después venció al
equipo estadounidense. Pero la apuesta manifiesta en blogs y medios
contrarrevolucionarios durante el II Clásico, fue a favor de la deserción de
los peloteros. Por otra parte, tanto en el II como en el III Clásico, los
organizadores siguieron la táctica de hacer que los campeones y los
subcampeones se eliminaran entre sí. Nos alejaban del camino, y nosotros,
haciéndoles el juego, aceptábamos la falsa premisa de que el grupo donde
competíamos era el más débil. Perdimos el juego decisivo. ¿Cuántas veces Brasil
ha sido eliminado en campeonatos mundiales de fútbol? Ninguno de los tres
Clásicos, por cierto, ha reivindicado la real calidad del equipo estadounidense,
¿la prensa de aquel país habló de crisis
en el béisbol o sugirió acaso que debían imitarse los métodos cubanos o
japoneses? Cuba tuvo en el III Clásico uno de los mejores promedios de carreras
limpias permitidas y uno de los mejores promedios ofensivos. Aquel equipo no
era este que nos representó en la Serie del Caribe, pero se asemejaba. Los
contrarios en esta Serie son inferiores a los del Clásico, ¿qué ha cambiado
tanto para concluir que el (en ocasiones) desastroso juego de los cubanos,
refleja el verdadero nivel de la pelota en Cuba?
Porque
ciertamente, jugamos muy mal. No se trata de perder, que eso es parte del
juego. Que algunos peloteros no se tiraran de cabeza en pos de la pelota,
aunque no la atraparan, que Borrero no se deslizara en home, cuando de eso
dependía el empate –después supimos de una contracción muscular durante la
carrera, aunque siempre deseamos ver en los nuestros el extra que los
caracteriza–, que se cometieran errores casi infantiles o se pasara mansamente
la pelota en juego, para permitir claro que involuntariamente carreras
evitables, en fin, que cada jit conectado o boleto concedido por el (o al) adversario,
se transformara en carrera, es la consecuencia de jugar mal. Pero, ¿ese es
nuestro nivel? Esos mismos peloteros ¿cometen esos errores o se comportan con
ese desgano en la Serie Nacional? Los otros podrán ser superiores o no, pero
los nuestros no lucieron mal frente a los contrarios, sino frente a sí mismos. No
se consiguió el team work que existe
en los equipos ganadores, no hubo una preparación adecuada. ¿Se subestimó el
evento caribeño? La demostración de la novena que nos representó en la Serie
del Caribe –integrado por jugadores claves del equipo nacional–, fue
decepcionante, pero no refleja el nivel actual del béisbol cubano como quiere
hacerse ver. Los titulares que la prensa trasnacional planificó para el I Clásico
Mundial de béisbol, y no pudo publicar, reaparecen triunfales ahora. AFP se
recrea en ello: “la decepcionante participación de Cuba en su primera Serie del
Caribe en más de medio siglo encendió pasiones este jueves en la prensa, redes
sociales y los centros laborales, donde muchos coinciden en que el béisbol
cubano vive su peor crisis”.
Una última acotación sobre la Serie del Caribe. Soy aficionado a la pelota y
disfruto cualquier evento de calidad. Ya que el mundo ha cambiado y no existen otras
opciones fuera del entorno nacional, me alegra el regreso de Cuba a la Serie
del Caribe. Pero el retorno de Cuba a
escenarios profesionales no es una victoria, es una momentánea derrota. Es una
derrota la conversión de las Olimpiadas en bazares inescrupulosos, en los que
todo se vende, se promociona y se compra. Es una derrota –que la Humanidad
subsanará algún día– la desaparición del espíritu amateur en el mundo. Escuché
a un comentarista alabar el regreso a la Serie del Caribe y apostillar, “de la
que nunca debimos haber salido”. ¿Qué significa semejante afirmación?, ¿alguien
cree que no hicimos lo correcto al apostar por el amateurismo? Nuestros
peloteros, claro que son profesionales, eso lo he dicho en otras ocasiones, y
deben ser remunerados en correspondencia con su rendimiento, pero siempre han
jugado con espíritu amateur, y eso nos hace superiores. Conservar ese espíritu,
en las aguas turbulentas del profesionalismo (término que no equivale a
profesionalidad ni a oficio), es un reto que debe afrontar el deporte cubano.
Los contrarios cometen errores, algunos igualmente imperdonables para sus
aficiones, porque son humanos. Sepamos aprender de los otros sin disminuirnos,
sin que la descripción de un juego se convierta en el catálogo de los aciertos
del contrario –que suele acompañarse del comentario escueto frente a sus
errores–, y el azote y la desconfianza evidente en la fuerza de los propios. Revisemos
y reparemos las deficiencias, con la convicción de que el béisbol cubano no es
inferior al de nuestros vecinos.