Intervención del Historiador de La Habana, Eusebio Leal, en el VIII Congreso de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC)
Quisiera felicitar mucho, ante todo, a todo el Consejo y particularmente a nuestro querido y admirado Miguel (Barnet). Siempre he creído que es una de las más brillantes figuras de nuestra intelectualidad de todos los tiempos, y con una de las más sólidas formaciones intelectuales: antropólogo, poeta, escritor brillante, novelista premiado, orador.
Eso se acerca mucho a ese ideal que magistralmente explicaba la doctora Graziella Pogolotti cuando señalaba el papel de los intelectuales cubanos en el siglo XIX y lo que hicieron y cómo contribuyeron a ir formando, en circunstancias tan difíciles y tan arduas, un ideal de nación; y cómo surgieron allí conflictos y contradicciones, aun entre ellos mismos.
Es inolvidable el sentimiento de pesar y tristeza de (José María) Heredia, que muere lejos de Cuba, y que fue incomprendido por los propios compañeros de generación cuando, por razones estrictamente personales, decidió volver a Cuba en una circunstancia difícil.
Otros cuestionaban a la Avellaneda porque había salido de Cuba y no había regresado; solo para recibir el imponente tributo de la intelectualidad cubana. Estamos celebrando su bicentenario.
Y, desde luego, aquí se ha evocado una serie de nombres que serían infinitos. Cuando uno de los más conspicuos partícipes del evento, nuestro amigo Esteban (Morales) hablaba de la necesidad del monumento a (José Antonio) Aponte, recordaba las palabras de José Martí a José Joaquín Palma, el poeta emigrado que viviendo en Guatemala y compositor críptico del Himno Nacional de aquella patria, fue el primer biógrafo de Céspedes: “Nosotros tenemos héroes que eternizar, heroínas que enaltecer, admirables pujanzas que encomiar. Nosotros tenemos agraviada a la legión gloriosa de nuestros mártires a los cuales debemos nuestros cánticos y nuestro signo, o nuestros trinos y nuestro signo”; quiere decir que serían muchos los monumentos a erigir e incontables las memorias. El subdesarrollo genera como mal terrible el olvido.
Es como si fuese necesario comenzar todos los días. Por eso la doctora Pogolotti, en admirable lección, explicaba la necesidad de la memoria.
Aquí en la sala ha estado sentado el primer Ministro de Educación de la Revolución Cubana, el Doctor Armando Hart. Lo fue porque, hijo de una estirpe de pensadores, de abogados, de hombres que creyeron en el derecho, puso su espalda al látigo, la frente alta al juicio, porque fue consecuente con la enseñanza de su padre, el primer magistrado, y primer cubano en llevar la Orden Nacional José Martí, porque puso por medio la sangre de su hermano y porque además durante muchos años, durante el tiempo vital de su acción como Ministro de Educación, tuvimos el privilegio –sobre todo los mayores– de participar en aquel magno acontecimiento que fue la alfabetización.
Los que fuimos alfabetizadores, los que asistimos a la concentración a la Plaza, con los lápices; los que fueron al campo o estábamos en la periferia agónica e infernal de las ciudades, enseñando a leer y escribir, sabemos cómo es esta historia.
No se presenta la Revolución ante la posteridad con las manos vacías, no.
Con razón se ha dicho que el magisterio cubano y los maestros cubanos fueron los depositarios del fuego; fueron los que guardaron la estrella radiante.
Eduardo Torres Cuevas, otro brillante intelectual, presidente de nuestra Academia, decía en una oportunidad que el sentimiento precede al conocimiento. Lo primero es el sentimiento. Nosotros no sabemos que nuestra madre es tal hasta mucho tiempo después.
Lo primero fue el silencio sepulcral del claustro materno, luego el alumbramiento, luego alguien cuyo palpitante corazón no recordamos, pero que nos nutrió, nos dio vida. Finalmente, identificamos ese ser con la palabra madre.
El General Presidente requería y hablaba de la urgencia de la teoría revolucionaria, un pensamiento leninista, no hay Revolución sin teoría revolucionaria. ¡Pero qué suerte ha tenido este país, que ha tenido una pléyade tan destacada y gloriosa de intelectuales, pensadores, como también de científicos! “¡Cómo es posible!”, preguntaba yo a una persona el otro día. Cada vez me admiro más de Joaquín Albarrán, qué figura, qué extraño misterio el de ese pueblo, Sagua la Grande, que dio figuras tan extraordinarias. ¡Qué privilegio el de San Juan y Martínez, que dio a esas dos inteligencias extraordinarias, a esas dos almas puras y grandes y comprometidas cuyos padres conocí!
Entonces nosotros no podemos sentir el desaliento aterrador de que hablaba José Joaquín Palma. Nosotros tenemos que sentir que no es grave ni complejo que en una reunión como esta, más breve o más larga, se discuta o se batalle.
Hace 48 horas cuando esto comenzaba, daba la casualidad de que se conmemoraba aniversario de la gloriosa Asamblea Constituyente de Guáimaro, utopía cubana democrática. Pero no podemos ignorar que, aun allí, surgieron problemas y confrontaciones y visiones diferentes del mundo.
Fue Fidel el único que fue capaz de unir este país, después de haber enfrentado desde el nacimiento de la idea infinitas discordias. Para llegar a la concordia, hemos recorrido un largo camino de sangre, de sacrificio.
El Periodo Especial fue un momento duro del cubano. Salvar a una partida habría sido fácil; pero no lo fue salvar a una nación, hacer pasar a un pueblo por un camino tan angustioso como el paso de Termópilas, pasando trabajos infinitos, y lograr la victoria de podernos hoy reunir aquí de nuevo, con ciertas confortables condiciones que me parecen maravillosas.
Ah, pero nos vimos en condiciones tan duras como aquellas que describió Ramón Roa en su criticado y duro libro: A pie y descalzo.
Yo me permito recordar el apasionante prólogo de José Martí a ese libro lindo: Los poetas de la guerra. Todos suscribieron sus versos con su sangre. Y recuerdo la incomprensión de un gran libertador, que no era hombre de cultura, más bien hombre de valor acerado y probado, que, viendo llegar al presidente Bartolomé Masó rodeado de la flor y nata de la intelectualidad, recibió del Presidente la siguiente interpelación: “¿Y a usted qué le pasa, General?”, porque vio que se puso rojo, y este le dijo: “Es que lo veo a usted rodeado de esos bandidos”. Y le dijo: “¿Cómo va a decir usted bandidos, si esto es lo mejor, este es el pensamiento?”. “Yo no sé. A mí me han dicho que son unos poetas”.
Y es que pensaba el adusto libertador que los poetas estaban solo al pie de la lira y el árbol, de la noche, de la estrella, de la rosa y no sabía que casi todos o todos los que ahí estaban fueron mártires y héroes de la revolución cubana.
Entonces, no se presenta la Revolución con las manos vacías. Aquí han pasado cosas terribles. Esta nación tuvo que enfrentar y enfrenta –y recientemente se ha denunciado una nueva y más sutil forma– ataque y agresión. Este país ha tenido que caminar recorriendo también sus propios extravíos, como toda Revolución verdadera.
Recuerdo que cuando el Presidente francés me cursó una invitación sorprendente para asistir a la conmemoración gloriosa de la Revolución Francesa y de la Batalla de Valmy, iba entrando el cuerpo diplomático, los eclesiásticos vistiendo su ropa, los embajadores, príncipes de las dinastía antigua que se encontraban allí, la princesa, Napoleón, etc. Y entonces dije yo a mis adentros: “Si alguna de las grandes figuras de la revolución, de los protagonistas de esta conmemoración, apareciera aquí de pronto, todo el mundo saldría corriendo, incluyéndome a mí”. Claro, se sentiría quizás aquella voz terrible que dijo al amigo: “Me precedes en la muerte”, que fueron las palabras terribles dichas por un amigo al otro.
Pero también recuerdo las de Robespierre cuando, en la enfermería con la mandíbula rota por el disparo, teniendo a Saint-Just por compañero, a aquel le dijo señalando los Derechos del Hombre que estaban sobre la pared de la conserjería: “Al menos pudimos hacer algo”.
Nosotros hemos hecho un poco más de algo. No hay un solo rincón de la Tierra donde no se sienta una y otra vez el nombre sonoro y breve de esta isla: Cuba.
Somos una isla y somos como aparecemos aquí en la sala: como decía yo hace un rato a mi amigo el Chino (Eduardo) Heras, qué mezcla somos, qué creación, qué fascinante creación se ha hecho sobre nosotros. “Se han vertido en ti cien pueblos”, como decía el poeta. África infinita, España infinita, la huella indígena en nuestra sangre, los que vinieron del país del loto, como dijo Dulce María Loynaz, y todos esos esclavos. Y crearon un pueblo que, como decía en un verso bello Martí, cantado como nadie por Miriam Ramos: “qué dulcísimo, qué dulcísimo nombre: Cuba”.
Entonces, en nombre de eso, diría, debemos salir porque ya se aproxima la hora, sabiendo que hemos logrado un éxito en el Congreso, que se ha escuchado la opinión, que se ha discutido, que ha habido momentos –como es lógico– de tensiones, que ocurren en el seno de la mejor familia, que han elegido a un granado Consejo donde están presentes mujeres y hombres de mucho mérito.
Tenemos un presidente de lujo…
Aquí a veces los compañeros no se han dado cuenta, también la educación y las formas obligan a saber cómo hay que comportarse en cada tiempo y lugar. Está sentado aquí el Primer Vicepresidente –y que conste que yo no soy de Las Villas–. Pero digo esto en gracia a la importancia, como él dijo esta mañana, de la presencia de los ministros del gobierno.
Ah, tú has dicho algo muy grande hace un momento. Has recordado a Fidel. Cuando hace seis años nos reunimos, recuerdo que dije: “Fidel no está porque no puede, no porque no quiere. Pero no ha estado ausente en ningún momento de nuestro espíritu ni de nuestro pensamiento”. Fidel es un hombre, un ser humano, una figura de la historia que ha recibido una luz profunda y sobre las sombras que proyecta tan grande figura tendrá mucho tiempo la Historia que hablar. Pero sin él no habría sido posible esta reunión, ni estas altas consideraciones, ni este sentido que tuvo siempre de cuidar el pensamiento, porque él mismo es un intelectual.
Y cuando tan alto magistrado está ausente y va a cumplir felizmente 87 años, lo vimos recientemente los que tuvimos el privilegio de estar en el acto inaugural de la exposición de Kacho, y entró la estatua que otra vez vive, con sus ojos brillantes, tomó la mano de algunos de nosotros y dijo estas palabras: “Estamos aquí porque hemos resistido”.
Cuando falten unas pocas decenas de minutos entrará por la puerta el que tiene que conducir a este país al umbral de la salida, porque quiero que se sepa que vamos a salir y que estamos saliendo, que el momento es solemne y decisivo, porque muchas cosas se saben y otras no; pero hay que timonear contra olas grandes, hay que pagar deudas, hay que trabajar mucho. El país tiene que producir para que se levante y viva; porque tan importante como pensar, es el pan. Hay que tener un pan para pensar. Hay que meditar si se tiene primero un pan o se hace filosofía. Es necesario tener un pan, y no hay escapatoria. Las mejores amistades, cuando se les debe un solo celemín, tuercen la sonrisa y reclaman el celemín.
Los cubanos no podemos vivir dependientes permanentemente de lo que otros nos dieron o de lo que en momentos determinados obtuvimos. Los cubanos tenemos que salir hacia delante unidos por nuestro propio esfuerzo, con nuestra propia fuerza. Dentro de un rato entrará el que lleva el depósito del fuego que le entregó aquel que, en el momento grave de peligro, dijo: “Lo que Raúl disponga”, y el que lleva lo más importante que ha impedido que nadie ponga un pie en este pueblo: la espada.
Muchas gracias.
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hay que quitarse el sombrero ante la prosa y el verbo profundo de este hombre, gracias eusebio
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