viernes, 13 de noviembre de 2015

Pasajes de la Revolución en África. Conversación con Víctor Dreke

En la foto, Víctor Dreke y Amílcar Cabral
Enrique Ubieta Gómez
La Calle del Medio
En Guinea Conakry comprendí que si quería escribir sobre la hazaña internacionalista de los médicos cubanos en el combate contra el ébola, tendría que hurgar, al menos como antecedente, en el medio siglo de acciones solidarias de Cuba en África. En cada una de nuestras conversaciones con médicos, funcionarios o ministros guineanos, aparecía de fondo la larga relación entre los países del continente y la pequeña isla caribeña; quizás porque los directivos guineanos del Centro de Tratamiento al ébola en Coyah se habían graduado en universidades cubanas, o porque los directivos de la Coordinación Nacional de Lucha contra el ébola, también lo habían hecho en la Isla, todos de generaciones diferentes.
En la Conakry de Sékou Touré se reunían los grandes dirigentes anticoloniales. Pero como me dijo Mohamed Touré, su hijo, «si vamos a hablar de los grandes líderes históricos de África, tenemos entonces que empezar por Fidel Castro Ruz, quien es para nosotros un africano, un cubano, un hombre del mundo, un héroe de la lucha de liberación del África». Cuba apoyó de manera activa la liberación del continente. Alhoussein Makanova Kaké, Ministro de la Comunicación de Guinea abrió el diálogo con el equipo cubano de prensa con una afirmación: «los guineanos conocen bien a los cubanos», pero añadió: «particularmente en mi caso que soy de Boké». Si no fuese porque a fines de los sesenta e inicios de los setenta del siglo pasado, en el poblado de Boké ―muy cerca de la frontera con la pequeña Guinea Bissau―, residían algunos de los militares y los médicos cubanos que fungían como instructores o como sanadores de heridas de combate en las filas del Partido Africano por la Independencia de Guinea Bissau y Cabo Verde (PAIGC), que lideraba el gran Amílcar Cabral, la coletilla no tendría sentido. Por eso, de regreso, aproveché mis días de obligada cuarentena ―como todo viajero que llegaba de esa región, en tiempos de epidemia―, para leer a Piero Gleijeses y su amena y muy documentada historia de las relaciones de Cuba con África. Los vínculos entre los dos países adquirieron espesor precisamente cuando ―después de una definitoria entrevista entre Amílcar Cabral y el Che en Conakry―, este visitara Cuba y conversara con Fidel. La decisión de Cuba de apoyar al movimiento de liberación de Guinea Bissau y Cabo Verde, cuya base de operaciones se encontraba en Conakry, acercó a los dos gobiernos.
De la historia escrita, pasé con suerte a la historia vivida. Conocí a Víctor Dreke en un congreso de historiadores en La Habana. No participaba como historiador, sino como protagonista de la historia. Accedió a que lo entrevistara. Ya es un hombre de 78 años, vital y lúcido, pero su historia revolucionaria empezó a los 15.
Trato de imaginar la Conakry de aquellos años de auge revolucionario. Escucho fascinado las anécdotas y reflexiones de Víctor Dreke, compañero del Che durante la toma de Santa Clara, y después en el Congo, y de Amílcar Cabral en Guinea. En aquella Conakry vivieron o transitaron grandes paladines de la epopeya anticolonialista: Sekou Touré, Amílcar, Nkrumah, Nyerere, Kenneth Kaunda, Jibbo Bakary, entre otros. Y muchos jóvenes cubanos, héroes cuyos nombres apenas recoge la historia. «¿Qué los motivaba? ―pregunta Gleijeses en su libro, y Ulises Estrada, uno de los combatientes cubanos, responde―: «Soñábamos con la revolución. Deseábamos ser parte de ella»». Y agrega Gleijeses: «Los voluntarios no recibían elogios públicos en Cuba. (…) No ganaron medallas ni recompensas materiales».
La doctora Ana Morales Valera participa en el diálogo. Conoció a Dreke en 1985 en Guinea Bissau ―desde entonces es su fiel compañera en la vida―, después de la independencia, cuando se desempeñaba como jefa de la misión médica. En esos años recibió y cumplió la encomienda de crear la primera Facultad de Medicina del África Subsahariana, que lleva el nombre de Raúl Díaz Argüelles. Me dice que están recogiendo los datos biográficos de los 130 hombres de la guerrilla del Che. Jóvenes ―la edad promedio era de 24 años― humildes, revolucionarios, que siguieron después siendo humildes y revolucionarios. Durante veinte años guardaron el secreto, y no son conocidos. Algunos ni siquiera recuerdan ya el sobrenombre de guerra que llevaron.


1966
– Llegamos a Conakry en el año 1966 al frente de la misión militar cubana de Guinea Conakry y de Guinea Bissau, que como tú sabes son fronterizas. Nadie sabe dónde empieza una y dónde termina la otra, aunque dicen que los divide el río Boké. La situación económica de la población era pésima, los franceses se habían ido de Guinea Conakry después del NO de Sékou Touré ―que no debe ser olvidado por la historia― y se llevaron todo, hasta los clavos, como decimos nosotros. Rompieron los semáforos y se los llevaron. El Hospital Dunka, que era el único en aquel momento, estaba cerrado. Pero también existía una situación tensa entre Sékou Touré y sectores del ejército, el jefe del estado mayor general había estudiado en Francia, respondía a los franceses y quería derrocar a Sékou Touré, y eso trajo como resultado que se tuvieran que formar milicias para defenderlo, a petición del propio Presidente.
Por otra parte, en aquellos años se desarrollaba la lucha por la independencia de Guinea Bissau y el Estado Mayor completo del movimiento independentista de Guinea Bissau radicaba en Conakry. El único Hospital que tenía el Movimiento de Liberación de Guinea Bissau estaba en Boké, aunque pertenecía físicamente a Guinea Conakry. Todo eso lo puso Sékou Touré a disposición del PAIGC. Era importante saber que la primera ayuda internacionalista médica a Guinea Bissau la dieron los médicos militares cubanos, que eran parte de la guerrilla, que además de atender a los combatientes nuestros y a los de Guinea Bissau, atendían a toda la población, y que además, los primeros enfermeros que se formaron en Guinea Bissau, lo hicieron en el Hospital de Boké, por el doctor Noroña, ya fallecido, muy famoso por aquellos lares y por el doctor Castillo, y varios compañeros más, y Castell, laboratorista, que formaron al primer grupo de sanitarios, como les decían. Eran de Bissau y se formaban allí, pero también fueron algunos de Conakry a formarse allí.
Cuando Amílcar Cabral pide la ayuda, la pide en artilleros y en médicos, porque el nivel de los de Bissau era bajo, no sabían tirar con cañones, eran analfabetos, muy valientes, muy heroicos, pero tenían esa dificultad y la tropa nuestra va a prepararlos, y los médicos para atender a la población, que era una de las grandes preocupaciones de Amílcar Cabral, la de Guinea Bissau. Por eso, años después, cuando se crea la primera Escuela de Medicina de Guinea Bissau, se le pone el nombre de Raúl Díaz Argüelles, que era otro jefe militar nuestro, que participó en la toma y liberación de Guinea Bissau.

– ¿Cómo recuerda a Amílcar Cabral?
– Como uno de los hombres que más conocía la vida de los africanos en general, y que más conocía a la gente de Bissau, e incluso de Conakry. Un gran dirigente, un hombre formado por los portugueses ―el primer ingeniero agrónomo de África― con la intención de que fuese su capataz esclavista, el mayoral de su propia gente, por eso lo asesinan, porque piensan que los ha traicionado, que en lugar de pasarse a ellos se convierte en un revolucionario y organiza la lucha de liberación. Muy amigo de Fidel y de la Revolución cubana, muy inteligente, tenía un gran prestigio en África. Eran cinco las colonias portuguesas, pero en las actividades que se daban de conjunto ―y estaban los principales líderes vivos todavía―, el designado para hablar a nombre de todas ellas era Amílcar Cabral. Por eso se decía que cuando Guinea Bissau se liberara, se liberaban todas las restantes colonias portuguesas, por la firmeza de Amílcar. Allí existía una organización fuerte, porque nosotros veníamos con la experiencia del Congo, muy diferente, y cuando llegamos a Guinea encontramos otra realidad: los dirigentes de Amílcar estaban junto a sus soldados, junto a nosotros. Amílcar entraba y salía, porque en aquel momento, para que le dieran ayuda al movimiento de liberación de Guinea Bissau tenía que ir Amílcar. Ningún gobierno, ninguno, se metía en eso si no estaba la palabra de Amílcar, porque algunas veces las armas y la ayuda se podían ir a otro lugar. Había una confianza absoluta en Amílcar. La táctica nuestra de quitarle las armas al enemigo fue correcta, pero los portugueses no salían de los cuarteles, llevaban los suministros de forma sorpresiva, bombardeaban, iban los tanques, entraban con las mercancías y salían. No era como en Cuba, que las tropas salían y podían ser emboscadas. Aquellos soldados vivían allí, y se rodeaban de la población fula, metían a las familias fulas en las áreas de defensa de los cuarteles, a hombres, mujeres y niños. Era difícil atacar un cuartel de aquellos, cuando estaba la población por delante.
– Usted estuvo varias veces en Guinea Bissau…
– Sí, y participé en varias acciones combativas también. Porque no se puede mandar desde lejos, en Conakry. Eso fue en contra de la decisión de Amílcar Cabral, que me decía, «si a usted le pasa algo aquí, qué le digo yo a Fidel». Nosotros éramos un poco libreteros.

– En el Congo usted estuvo con el Che, luego en Guinea Bissau, ¿por qué esta generación de revolucionarios cubanos desde el primer momento asumió como una necesidad o como un deber el internacionalismo?
– Éramos muy jóvenes, habíamos leído a Martí, un poco a Maceo, las ideas de nuestros libertadores. Cuba tenía dos alternativas, o rendirse a las presiones imperialistas y aceptar lo que el imperialismo quería, o buscar la forma de golpear al imperialismo. Y esa fue nuestra respuesta. La respuesta que dio Fidel y todos nosotros, el pueblo totalmente de acuerdo, fue la digna. Y de ahí sale el apoyo a la lucha de liberación y el internacionalismo en estos países, para ayudarlos a liberarse, y en los que ya se habían liberado, ayudarlos a mantener la semi-independencia que tenían, porque seguían siendo atropellados económicamente.
La sangre que regamos valió la pena. Porque nosotros no podemos pensar en una revolución socialista igual a la de Cuba. En sentido general, los africanos aprecian y quieren a Cuba, no hay duda de eso. En Namibia, en el Congo, más allá de cualquier partido. Ellos pueden ser de cualquier partido, el que gane, Cuba nunca tiene problemas. Inclusive, lograron superar la barrera racial, y aceptar a cualquier cubano, lo mismo negro que blanco. Al principio te decían, ¿y Fidel Castro es blanco?, sí, porque ahora Fidel en África se conoce, pero en los años en que nosotros fuimos casi nadie lo conocía, lo conocían los lideres pero en las tribus donde estábamos nosotros nadie, no sabían dónde estaba Cuba. Por eso pienso que cuando haces un análisis de conjunto y ves que todos esos pueblos se liberaron de una forma o de otra, y votan por Cuba, uno dice, valió la pena; no van a ser igual que nosotros, ni nosotros mismos queremos que lo sean.

– Una pregunta personal, ¿a usted le hubiera gustado ir a Bolivia con el Che?
– Sí, a lo mejor si me lo propone me hubiesen temblado las piernas, pero seguro que sí, que hubiese ido, pero bueno, fue un grupo valioso de compañeros. Cuando el Che estaba en Bolivia, estábamos en la guerrilla de Guinea Bissau y allí nos enteramos de la muerte del Che, y eso fue muy duro, varios de nosotros habíamos estado con el Che en el Congo. Yo era combatiente del Directorio en Las Villas, y allí llegó el Che el 16 o el 17 de octubre, y desde entonces venía con él, pero además estuvimos seis o siete meses en el Congo muy pegados. Además, el primer mes, o los primeros dos meses, estuvimos solos, y la soledad une a los hombres, aprendimos en ese poco tiempo de estar con el Che de la vida, de la Revolución, de los criterios y las concepciones de lucha que tenía.
Era un hombre difícil, pero si tú trabajabas bien no tenías problemas. Con él no podías decir mentiras, siempre la verdad y te decía cuatro cosas, pero ya, no lo engañes, porque él sabía lo que le estabas diciendo; míralo directo a la cara, a los ojos, y dile la verdad. Pero no maltrataba a nadie. Inclusive, a veces, cuando correspondía, decía, oye, yo fui el que me equivoqué, tú tenías razón. Pero no esperes que te pase la mano por la cabeza. Fíjate que hay algunas cosas que incluso aparecen en su Diario del Congo: él se echa la culpa de algunas cosas que sucedieron allá, y a veces no la tenía, porque él no era el jefe de todo aquello sino de los cubanos, y malamente, no por sus cualidades, sino porque estábamos dispersos, a kilómetros, del Che. Por ejemplo, el ataque a Front du force, siempre hablamos del fracaso de esa acción, pero ahí fue donde más bajas se le causó al enemigo, estuvieron un día y medio sacando a los heridos y muertos con la aviación. Fue el ataque más fuerte que se le propinó a los belgas. Y eso que nos falló la emboscada. Pero bueno, perdimos a cuatro compañeros y eso pesa mucho, para nosotros eso es mortal.

– En el Congo ―a diferencia de lo que sucedería después en Guinea Bissau―, los guerrilleros cubanos encontraron que las fuerzas revolucionarias estaban desorganizadas, sin preparación militar y política, alejados de los jefes y desestimulados. La lectura del Diario del Che en el Congo, reescrito por él antes de su partida a Bolivia y publicado muchos años después bajo el título de Pasajes de la Guerra Revolucionaria: Congo, es un libro esencial para entender esa experiencia histórica y la grandeza humana del Che. Recuerdo un pasaje dramático: «Descansando en el firme de la loma donde debían esperarnos, hice la amarga reflexión de que éramos trece, uno más de los que tuvo Fidel en el momento dado, pero no era el mismo jefe».– Ah sí, eso fue un día que nos sorprendieron, ahí él demuestra una vez más su cariño por Fidel. Llegamos a quince, porque nos dispersamos, es decir, nos sorprenden en el campamento, hay que combatir y retirarse y retiramos al Che primero, él no quería irse, se lo llevan con varios compañeros más, y es ahí donde hieren a Bahaza, a quien él dedica el libro, que después murió, al amanecer del día siguiente. Estábamos en una casita de guano en el camino y nos acostamos los tres, el Che, Papi y yo. Había un frio del carajo, metimos al Che en el medio y nos tapamos los tres con un pedazo de colcha, porque estábamos temblando. Las otras colchas se las pusimos al herido porque había mucho frío en la selva de madrugada. Él no quería el ataque a Force, era ilógico, pero se vio obligado, no había otra opción. Lo había exigido el mando y sin embargo, él se echa esa culpa.
Cuando el Che se reunió con cada uno de nosotros, los que iríamos a la guerra, nos dijo: «aquí vienen a estar cinco años cuando menos, y es posible que te llevemos muerto para Cuba». Le habló a la gente muy claro. Lo que desilusionó a los compañeros fue la situación que encontramos allí, porque la mayoría lo que quería era defender al Che, no entendíamos que el Che estuviese allí día a día jugándose la vida. Ahora, la frustración en un jefe tiene que ser distinta a la de un soldado. Yo no podía decir eso, el Che no podía decir eso, él estaba claro, en su Diario ya se abre, dice todo lo que tiene que decir, porque allí en medio de la guerra, nunca lo dijo, al contrario, le exigía a los compañeros valentía, hidalguía, lealtad a la revolución, pero en el libro, sabiendo que después va a salir a otra misión, dice todo lo que aguantó durante los siete, ocho meses que estuvo en el Congo.

«Cuba siempre ha estado aquí, en África, en Guinea; ha formado a miles y miles de cuadros guineanos, a centenares de médicos guineanos que de haber estado organizados eficientemente hubiesen podido bloquear el ébola. Lo que hace Cuba ahora es mantener una tradición. Nunca seremos lo suficientemente agradecidos con el pueblo cubano. He dado algunos ejemplos de la colaboración cubana, pero nada sobrepasa su aporte a la independencia. Soldados cubanos han muerto en el campo de batalla para liberar a África. Entonces la respuesta al ébola, para nosotros, es un paso más en la larga tradición de colaboración entre el pueblo de Cuba y los pueblos africanos».
MOHAMED TOURÉ, hijo de Sékou Touré, en entrevista con el autor.

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