A veces, muy de tarde en tarde, algunos contrarrevolucionarios exhiben sentido del humor. Uno lo agradece, porque la mayoría de ellos interpreta su papel de forma burdamente melodramática. Así que me he divertido con este montaje de La Habana Elegante, y quiero compartirlo con mis amigos. Aprovecho para reproducir también el cartel original (de 1950), cuyo mensaje de paz está hoy más vigente que nunca. No sé si el autor del blog quiso expresar con ello --hay cosas que en Miami deben ser dichas subliminalmente--, su apoyo a las reflexiones de Fidel sobre las reales amenazas de guerra. La verdad es que me veo bien de overol. Solo pido, para futuros montajes, que se respete el color rojo del cartel original.
martes, 30 de noviembre de 2010
lunes, 29 de noviembre de 2010
Encuentro de blogueros cubanos con colegas del mundo.
Rosa C. Báez
Pues sí, modestia aparte, uno de los más importantes momentos de la recientemente finalizada Brigada contra el Terrorismo Mediático (23 - 25 de noviembre), fue la primera reunión de trabajo de los blogueros cubanos.
Allí nos reunimos, esta vez en el escenario del pequeño teatro del CIJAM, algunos de los camaradas que, a través de esta nueva y valiosa herramienta de lucha, dedicamos gran parte de nuestros días a difundir no sólo la verdad de Cuba y a desarmar las campañas mediáticas contra nuestro país, sino a cooperar en la difusión de noticias sobre Nuestra América.
Moderando la mesa estuvo Norelys Morales, creadora, además, de la Red Blogueros y Corresponsales de la Revolución; M. H. Lagarde, del blog Cambios en Cuba; Enrique Ubieta, de La Isla desconocida; Paquito el de Cuba, mi valiente amigo: Ernesto Pérez, el chico malo, Maité López, una de las chicas de BlogCIP, donde se nuclean blogs de periodistas cubanos y una servidora, La Polilla Cubana.
En breves palabras, dimos a los presentes una idea de los temas que tratan nuestros blogs y compartimos anécdotas y experiencias con los brigadistas presentes, que expresaron inquietudes y dudas, y manifestaron su apoyo y solidaridad hacia nuestro trabajo. En ese contexto, se anunció el empeño de reunir, en el próximo año, a blogueros de todos los países en Cuba.
Allí nos reunimos, esta vez en el escenario del pequeño teatro del CIJAM, algunos de los camaradas que, a través de esta nueva y valiosa herramienta de lucha, dedicamos gran parte de nuestros días a difundir no sólo la verdad de Cuba y a desarmar las campañas mediáticas contra nuestro país, sino a cooperar en la difusión de noticias sobre Nuestra América.
Moderando la mesa estuvo Norelys Morales, creadora, además, de la Red Blogueros y Corresponsales de la Revolución; M. H. Lagarde, del blog Cambios en Cuba; Enrique Ubieta, de La Isla desconocida; Paquito el de Cuba, mi valiente amigo: Ernesto Pérez, el chico malo, Maité López, una de las chicas de BlogCIP, donde se nuclean blogs de periodistas cubanos y una servidora, La Polilla Cubana.
En breves palabras, dimos a los presentes una idea de los temas que tratan nuestros blogs y compartimos anécdotas y experiencias con los brigadistas presentes, que expresaron inquietudes y dudas, y manifestaron su apoyo y solidaridad hacia nuestro trabajo. En ese contexto, se anunció el empeño de reunir, en el próximo año, a blogueros de todos los países en Cuba.
Vida de mascotas.
Hernán Calvo Ospina
Hace unos años una amiga francesa viajó hasta Argentina. Empacó al gato en su jaula, y con un indescriptible dolor lo entregó para que lo acomodaran en el compartimiento especial del avión. Ella llegó a su destino, pero no el animal. Desesperada, armó uno de los mayores escándalos que se recuerdan en la compañía transportadora. A los dos días, cuando ella se encontraba al bordo de la agonía, le avisaron que habían encontrado la jaula, pero ni rastro de su mascota. Sin pensarlo un minuto, y sin importarle la posible pérdida de su trabajo, regresó a Paris. Bajó del avión y salió rauda a buscarlo en las bodegas. Lloró mares cuando lo encontró despeinado, sucio y aterrado. La bestia llevaba esos días sin comer, pues esas mascotas sólo comen galletitas ya que ni cazar un ratón saben: les temen.
Hace otros tiempos un amigo exiliado me confesó que había encontrado un tipo de carne muy barata. Era un poco dura, pero en olla a presión quedaba excelente. Lo acompañé. En verdad que era un poco más económica. Lo particular es que el amigo no comprendía el idioma y no sabía que era carne para perros. Quiso vomitar, pero recordó que sus tres hijitas y su mujer seguían vivas y contentas.
La revista de un avión me hizo recordar esas dos anécdotas. Había dos páginas dedicadas a cierta clase social de perro, que mostraba “los nuevos productos y servicios para que los cándidos estén entre algodones”. Por ejemplo, un almacén ofrece galletas “que incluyen divertidos mensajes. A tu can le resultarán deliciosas”. No explican quien lee. Otro vendedor: “sus ratos de ejercicio serán todo glamour si su perrita tira de una correa con cristales XXXX”. Este comerciante propone: “Cuando ataca el sueño, el colchón hinchable de XXXX garantiza la comodidad del más travieso”. Una empresa de Nueva York expone: “Esta sudadera realza la musculatura hasta del bulldog menos fibroso (Disponible en varias tallas y colores)”.
También me entero que en algunos hoteles del mundo existen “Espacios con pedigrí”. Que un hotel de Miami “no se olvida de los inquilinos peludos”, y entre lo ofrecido está un “paquete de lujo” que incluye “cama, galletas especiales, rutas de paseo, cuidadores personales e incluso preparan citas entre canes”.
Otro hotel en Londres ofrece “Lujo para dos”, al ser “uno de los más ecuánimes en el trato animal y humano”. El “pack de atención” incluye “un masaje para ambos al mismo tiempo, cena especial, fotografía y cesta con regalos”.
La propaganda de un hotel en Nueva York dice que esa ciudad “puede estresar a cualquiera, incluso a las mascotas”. Por tanto, “para alivio del amigo perruno, en este hotel tratan a los canes como auténticos príncipes”. La atención incluye “masaje de agua, comida cocinada a mano con ingredientes de alta calidad y hasta un programa de televisión pensado para nuestros mejores amigos”.
Y la revista, que trata este tema como si fuera trascendental para el futuro de las especies humana y canina, remata con esta información: “Muchas celebridades han aparcado a sus compañeros varones y prefieren posar con sus amores de cuatro patas”. Por ejemplo: un tal Tommy Mottola le regaló una chihuahua a su esposa latina. Pues bien, ese animalito “es objeto de cuidados tan VIP como los que la mexicana dedica a su hija”.
Nos cuentan con el mayor regocijo que la “estrella” Britney Spears “no duerme sola: a su vera pernocta su trío de chihuahuas de glamurosos nombres y vida de lujo”.
Aunque no tengo idea quien es el líder de los Sex Pistols, un tal Sid Vicious, tiene manías con sus perros como su apellido: El y su esposa, Jessica Alba, lucen los collares de sus perros, y sus pugs llevan las joyas de ellos.” Claro, con diamantes y brillantes en todos los casos. Ah, los canes portan los nombres de sus propietarios. No se sabe cómo se las arreglan cuando se llaman.
Es el turno a Gloria Estefan. Como si no fuera poco lo hasta ahora leído, la revista dice que “Lo de la artista latina tiene visos de delirio. Su bulldog inglés, Noelle, protagoniza dos libros de cuentos que Estefan ha escrito, y en los que la perra es protagonista de fantásticas hazañas”. No puedo imaginar qué cosas sensacionales puede hacer un animal de estos al que apenas se le permite comer, hacer caca y quizás musitar un ladrido.
Me gasté 10 minutos leyendo esto en un avión, y luego tuve dificultades para dormir por andar reflexionando en el contenido de tan aleccionadora lectura. Y no, no voy a contar aquí cuantos niños se mueren de hambre o por enfermedad cada minuto. Menos diré cuantas personas morirán de frío en este invierno europeo por no tener en donde meter ni un dedo (El año pasado en Francia fueron más de 300, y parece que este año aumentará la mortandad pues la pobreza se duplicó)
Para botar la rabia que me habían producido esas dos páginas, decidí recordar a los perros más sensacionales que he conocido, esos con los cuales compartí las calles de mi barrio humilde, los de mi niñez y adolescencia.
Aunque regularmente eran de padre y madre desconocidos, y de pedigrí raramente cercano a cualquier marca, se les veía orgullosos. Vivían felices rascándose las pulgas, y cuando los desesperaban se tiraban a revolcarse en la tierra o la hierba. Corrían tras los carros y las bicicletas, le ladraban a los extraños y perseguían ratas y palomas. Comían de todo, y de los basureros recuperaban el mínimo alimento, en especial los huesos de pollo. Esos apetitosos huesos que las mascotas de hoy no pueden ni saborear, ya que las han vuelto tan inútiles que no saben triturar las astillas.
Insisto: los mejores son los perros de los barrios humildes, esos que en manada siguen armando tremendos zafarranchos en las calles tratando de apoderarse de los favores de una perra en calor. Y en esos momentos salen las madres escandalizadas, ordenando de entrar a casa para que los divertidos y curiosos niños no presencien tal acto perruno.
Hace unos años una amiga francesa viajó hasta Argentina. Empacó al gato en su jaula, y con un indescriptible dolor lo entregó para que lo acomodaran en el compartimiento especial del avión. Ella llegó a su destino, pero no el animal. Desesperada, armó uno de los mayores escándalos que se recuerdan en la compañía transportadora. A los dos días, cuando ella se encontraba al bordo de la agonía, le avisaron que habían encontrado la jaula, pero ni rastro de su mascota. Sin pensarlo un minuto, y sin importarle la posible pérdida de su trabajo, regresó a Paris. Bajó del avión y salió rauda a buscarlo en las bodegas. Lloró mares cuando lo encontró despeinado, sucio y aterrado. La bestia llevaba esos días sin comer, pues esas mascotas sólo comen galletitas ya que ni cazar un ratón saben: les temen.
Hace otros tiempos un amigo exiliado me confesó que había encontrado un tipo de carne muy barata. Era un poco dura, pero en olla a presión quedaba excelente. Lo acompañé. En verdad que era un poco más económica. Lo particular es que el amigo no comprendía el idioma y no sabía que era carne para perros. Quiso vomitar, pero recordó que sus tres hijitas y su mujer seguían vivas y contentas.
La revista de un avión me hizo recordar esas dos anécdotas. Había dos páginas dedicadas a cierta clase social de perro, que mostraba “los nuevos productos y servicios para que los cándidos estén entre algodones”. Por ejemplo, un almacén ofrece galletas “que incluyen divertidos mensajes. A tu can le resultarán deliciosas”. No explican quien lee. Otro vendedor: “sus ratos de ejercicio serán todo glamour si su perrita tira de una correa con cristales XXXX”. Este comerciante propone: “Cuando ataca el sueño, el colchón hinchable de XXXX garantiza la comodidad del más travieso”. Una empresa de Nueva York expone: “Esta sudadera realza la musculatura hasta del bulldog menos fibroso (Disponible en varias tallas y colores)”.
También me entero que en algunos hoteles del mundo existen “Espacios con pedigrí”. Que un hotel de Miami “no se olvida de los inquilinos peludos”, y entre lo ofrecido está un “paquete de lujo” que incluye “cama, galletas especiales, rutas de paseo, cuidadores personales e incluso preparan citas entre canes”.
Otro hotel en Londres ofrece “Lujo para dos”, al ser “uno de los más ecuánimes en el trato animal y humano”. El “pack de atención” incluye “un masaje para ambos al mismo tiempo, cena especial, fotografía y cesta con regalos”.
La propaganda de un hotel en Nueva York dice que esa ciudad “puede estresar a cualquiera, incluso a las mascotas”. Por tanto, “para alivio del amigo perruno, en este hotel tratan a los canes como auténticos príncipes”. La atención incluye “masaje de agua, comida cocinada a mano con ingredientes de alta calidad y hasta un programa de televisión pensado para nuestros mejores amigos”.
Y la revista, que trata este tema como si fuera trascendental para el futuro de las especies humana y canina, remata con esta información: “Muchas celebridades han aparcado a sus compañeros varones y prefieren posar con sus amores de cuatro patas”. Por ejemplo: un tal Tommy Mottola le regaló una chihuahua a su esposa latina. Pues bien, ese animalito “es objeto de cuidados tan VIP como los que la mexicana dedica a su hija”.
Nos cuentan con el mayor regocijo que la “estrella” Britney Spears “no duerme sola: a su vera pernocta su trío de chihuahuas de glamurosos nombres y vida de lujo”.
Aunque no tengo idea quien es el líder de los Sex Pistols, un tal Sid Vicious, tiene manías con sus perros como su apellido: El y su esposa, Jessica Alba, lucen los collares de sus perros, y sus pugs llevan las joyas de ellos.” Claro, con diamantes y brillantes en todos los casos. Ah, los canes portan los nombres de sus propietarios. No se sabe cómo se las arreglan cuando se llaman.
Es el turno a Gloria Estefan. Como si no fuera poco lo hasta ahora leído, la revista dice que “Lo de la artista latina tiene visos de delirio. Su bulldog inglés, Noelle, protagoniza dos libros de cuentos que Estefan ha escrito, y en los que la perra es protagonista de fantásticas hazañas”. No puedo imaginar qué cosas sensacionales puede hacer un animal de estos al que apenas se le permite comer, hacer caca y quizás musitar un ladrido.
Me gasté 10 minutos leyendo esto en un avión, y luego tuve dificultades para dormir por andar reflexionando en el contenido de tan aleccionadora lectura. Y no, no voy a contar aquí cuantos niños se mueren de hambre o por enfermedad cada minuto. Menos diré cuantas personas morirán de frío en este invierno europeo por no tener en donde meter ni un dedo (El año pasado en Francia fueron más de 300, y parece que este año aumentará la mortandad pues la pobreza se duplicó)
Para botar la rabia que me habían producido esas dos páginas, decidí recordar a los perros más sensacionales que he conocido, esos con los cuales compartí las calles de mi barrio humilde, los de mi niñez y adolescencia.
Aunque regularmente eran de padre y madre desconocidos, y de pedigrí raramente cercano a cualquier marca, se les veía orgullosos. Vivían felices rascándose las pulgas, y cuando los desesperaban se tiraban a revolcarse en la tierra o la hierba. Corrían tras los carros y las bicicletas, le ladraban a los extraños y perseguían ratas y palomas. Comían de todo, y de los basureros recuperaban el mínimo alimento, en especial los huesos de pollo. Esos apetitosos huesos que las mascotas de hoy no pueden ni saborear, ya que las han vuelto tan inútiles que no saben triturar las astillas.
Insisto: los mejores son los perros de los barrios humildes, esos que en manada siguen armando tremendos zafarranchos en las calles tratando de apoderarse de los favores de una perra en calor. Y en esos momentos salen las madres escandalizadas, ordenando de entrar a casa para que los divertidos y curiosos niños no presencien tal acto perruno.
Mirar hacia otro lado.
Ilustración de ARES
Santiago Alba Rico
La Calle del Medio No. 31
A los niños hay que enseñarles a manejar los cubiertos, a atarse los zapatos, a leer, a comprender un cuadro, a tocar un instrumento. Pero no hay que enseñarles a “mirar”. Todos sabemos mirar. Basta abrir los ojos y el mundo entra en avalancha -rostros, nubes, montes, restos de imágenes a la deriva- con la ligereza de un rebaño y la mansedumbre de un arroyo.
No es verdad. Si algo me parece importante en relación con el medio audiovisual –precisamente porque se ha convertido en el medio ecológico de nuestra percepción- es analizar la síntesis que nos impone; es decir, desnaturalizar su existencia, desnudar el bastidor sobre el que se monta su espontaneidad inocente. De la misma manera que se les enseña a leer –a descifrar esa complejísima técnica del alfabeto- es necesario enseñar a los niños a mirar, porque la “mirada” es en realidad tan “secundaria”, tan “construida”, tan “artefacta”, como una metáfora de Góngora o una frase de Lezama Lima; tan “aparatosa” y complicada como un puente o una locomotora.
La dificultad con los medios audiovisuales estriba en que no parece traducir los objetos en signos, como hace la escritura, sino sencillamente transportarlos sin alteración allí donde podemos verlos. Lo primero que suprime una imagen televisiva, en efecto, es la mediación técnica que la ha hecho posible, con todas sus decisiones concomitantes, y esto de tal manera que, al contrario de lo que ocurre con la pintura, la pantalla se presenta ante nuestros ojos investida de una falsa transparencia y, en consecuencia, de una autoridad visual inmediata: se limita, al parecer, a mostrarnos lo que hay. Esta ilusión de “transparencia”, junto a la autoridad y legitimidad que la acompañan, ha pervertido como ningún medio anterior nuestra relación con los objetos y con nuestra propia conciencia. En el nuevo horizonte de ingeniería visual en el que vivimos, nos parece que podemos apoderarnos de todo sin esfuerzo ni rodeos, en la inmediatez de una mirada limpia, absoluta, liberada de los enojosos trabajos de la memoria, el discurso y la inteligencia: la cámara por fin nos proporciona una experiencia bruta, la experiencia por antonomasia, ésa que nos prometió en vano la filosofía y la ciencia de la Ilustración (ilusión terrible cuya banalidad y frustración se pone ejemplarmente de manifiesto en la obsesión fotográfica del turista, al que la experiencia de la cámara le parece mucho más pura e intensa que la de su propia mirada y, por supuesto, infinitamente más completa que la de cualquier “relato” que pueda recibir o construir). Con los niños, antes de que el polvo se asiente en sus pupilas, hay que trabajar esta desnaturalización del medio, a sabiendas de que la tendencia a la petrificación pertenece al medio mismo y no sólo al uso nefasto que bajo el capitalismo se hace de él. Una necesaria “educación de la mirada” debe dirigir su atención simultáneamente, por tanto, al análisis del discurso y al análisis del medio.
Este efecto “naturalizador” asociado al soporte tecnológico añade una nueva dificultad al trabajo de resistencia frente al medio audiovisual. Como no me canso de repetir, la vista es el único sentido a cuyos estímulos no podemos resistirnos, con independencia de su contenido. Podemos taparnos los oídos para no escuchar un zumbido molesto, podemos pinzarnos la nariz para evitar el hedor de la basura, podemos rechazar el tacto de una superficie áspera o viscosa y podemos negarnos a probar un alimento que nos repugna, pero no podemos -no podemos, no- cerrar los ojos a ninguna imagen, por muy “pecaminosa” que sea. La mayor parte de los cuentos infantiles y mitos antiguos tratan de esta tentación irresistible y del castigo que la acompaña: el que ve lo que no debe ver sufre una transformación (se convierte habitualmente en animal). Así les ocurrió a Acteón, a la mujer de Lot, a Psiqué y a Melusina, a la esposa de Barba Azul . La conciencia de los límites morales de lo visual, por lo demás, pertenecía a una época en la que la mayor parte de las “imágenes” sólo podían ser precisamente “imaginarias”, íntimas o privadas, lo que confirmaba de alguna manera su condición irregular. El problema es hoy que la tecnología permite materializar ante la vista y de manera pública lo que hasta hace muy poco sólo se podía imaginar o, mejor dicho, fantasear, o en todo caso vivir como excepción radical: ciertas experiencias extremas, por ejemplo, que durante siglos estuvieron confinadas en el ámbito de la guerra o de la criminalidad. El que volvía de una batalla callaba por pudor lo que había visto o confiaba con angustia su experiencia a un amigo en un momento de debilidad: en nuestros días sencillamente no tendría nada que contar, pues la vivencia de un soldado -si es que no la ha “colgado” él mismo en internet- es mucho menos vívida y detallada que la de cualquier espectador de cine. Hoy todos hemos visto lo que sólo vio Jack el Destripador -y desde su mismo punto de vista.
Al mismo tiempo, la tecnología no sólo permite “representar” material y públicamente lo que hasta ahora sólo se podía imaginar en privado sino que –más allá- permite representar material y públicamente cosas inimaginables, cosas que hasta ahora nadie había podido imaginar: ciertos escorzos visuales que el protagonista de una acción no puede jamás contemplar o ciertas catástrofes que la naturaleza no puede producir y que obligan a la fantasía a ir de pronto a remolque de las imágenes exteriores manufacturadas, siempre a la zaga de las pantallas, en creciente retraso respecto de la tecnología visual. Como el espíritu de Hegel, la tecnología capitalista carece de imaginación -pues hace inmediatamente realidad todo lo que potencialmente contiene- y nos impide tanto imaginar como fantasear: todo está ya material y públicamente “imaginado”.
Pero la posibilidad, siempre “actualizada”, de materializar tecnológicamente lo que hasta ahora sólo podíamos imaginar concentra sobre todo su actividad, por razones obvias, en esos dos terrenos radicales que definen de manera homogénea la condición humana y sobre los que las distintas culturas, a lo largo de los siglos, han impuesto todo tipo de tabúes y restricciones: el terror y el sexo. La tecnología ha hecho legítima y trivial la experiencia de mirar lo que no se debería “ver”, de tener siempre ante los ojos lo que debería permanecer “invisible”. Esta combinación de tecnología y –digamos- “condición humana” impone dos “mandamientos” cuya convergencia bajo el capitalismo produce efectos catastróficos.
El primer mandamiento –tecnológico- es el de que debemos hacer todo lo que podemos hacer: esto implica fabricar la bomba nuclear, puesto que sabemos cómo hacerla, y además usarla; y en términos más banales, significa que en el cine, por ejemplo, los llamados “efectos especiales”, sobre todo en el campo del terror, se imponen casi mecánicamente a expensas del guión o del “mensaje”.
El segundo mandamiento –el de la antropología humana- es el de que debemos mirar todo lo que podemos ver. La combinación de tecnología y capitalismo ha logrado no sólo ampliar el número de cerraduras a través de las cuales sorprender una escena “prohibida” sino además legitimar ese gesto, trivializarlo y colectivizarlo: podemos (materialmente) verlo todo, pero además, en condiciones capitalistas, bajo el dominio antipuritano de la mercancía, se nos permite (moralmente) verlo todo. En los cuentos y mitos antiguos, el castigo que se imponía al infractor (al mirón que sorprendía a la diosa desnuda, al voyeur que volvía la mirada hacia la escena de destrucción) era la mutación animal. Nuestra visualidad ininterrumpida, ¿sólo recibirá el premio de una nueva imagen? ¿No entraña ningún castigo? ¿Ninguna mutación? Mucho me temo que el capitalismo, que ha borrado la diferencia entre guerra y paz, entre destrucción y construcción, entre comer, usar y mirar, ha borrado también la diferencia entre premios y castigos y ha conseguido que la reducción tecnológica del hombre a la animalidad –castigo clásico- el hombre la perciba como un premio y no como una maldición.
Contra ese “premio” es difícil luchar, y por eso la educación visual, que debe empezar muy pronto, debe consistir en combatir penosamente el binomio poder/deber, más consolidado que nunca a partir de la aparente “neutralidad” de la tecnología. No podemos poder ciertas cosas y “reprimirse” es la condición no sólo de la supervivencia antropológica y moral de la humanidad sino también de todos los goces estéticos y artísticos: poeta es el que “reprime” ciertas palabras, pintor es el que “rechaza” ciertos colores y cineasta es el que “descarta” ciertas imágenes. Si hacemos todo lo que podemos hacer simplemente porque podemos hacerlo, si podemos ver todo lo que podemos fantasear (o incluso más de lo que podemos fantasear porque la realidad fantasea más y mejor que nosotros) nos convertimos sencillamente en un conjunto de funciones biológicas y toda la riqueza cultural y todos los refinamientos tecnológicos acumulados durante siglos conducen paradójicamente al establecimiento de una pobreza puramente “animal”, a la restauración complicadísima de un primitivismo total. Como es fácil entender, a ningún régimen de producción le conviene más la combinación de estos dos mandamientos (el tecnológico y el visual) que al capitalismo. Hay, sí, ciertos artefactos tecnológicos que son en sí mismos no-socialistas. Puesto que no podemos impedir su existencia, “lo socialista” sólo puede ser amortiguar sus efectos. Educar a niños en el uso de la televisión es importante también bajo el socialismo, como –bajo el socialismo- es importante educar a los niños en el buen uso de los cuchillos o los productos químicos.
Santiago Alba Rico
La Calle del Medio No. 31
A los niños hay que enseñarles a manejar los cubiertos, a atarse los zapatos, a leer, a comprender un cuadro, a tocar un instrumento. Pero no hay que enseñarles a “mirar”. Todos sabemos mirar. Basta abrir los ojos y el mundo entra en avalancha -rostros, nubes, montes, restos de imágenes a la deriva- con la ligereza de un rebaño y la mansedumbre de un arroyo.
No es verdad. Si algo me parece importante en relación con el medio audiovisual –precisamente porque se ha convertido en el medio ecológico de nuestra percepción- es analizar la síntesis que nos impone; es decir, desnaturalizar su existencia, desnudar el bastidor sobre el que se monta su espontaneidad inocente. De la misma manera que se les enseña a leer –a descifrar esa complejísima técnica del alfabeto- es necesario enseñar a los niños a mirar, porque la “mirada” es en realidad tan “secundaria”, tan “construida”, tan “artefacta”, como una metáfora de Góngora o una frase de Lezama Lima; tan “aparatosa” y complicada como un puente o una locomotora.
La dificultad con los medios audiovisuales estriba en que no parece traducir los objetos en signos, como hace la escritura, sino sencillamente transportarlos sin alteración allí donde podemos verlos. Lo primero que suprime una imagen televisiva, en efecto, es la mediación técnica que la ha hecho posible, con todas sus decisiones concomitantes, y esto de tal manera que, al contrario de lo que ocurre con la pintura, la pantalla se presenta ante nuestros ojos investida de una falsa transparencia y, en consecuencia, de una autoridad visual inmediata: se limita, al parecer, a mostrarnos lo que hay. Esta ilusión de “transparencia”, junto a la autoridad y legitimidad que la acompañan, ha pervertido como ningún medio anterior nuestra relación con los objetos y con nuestra propia conciencia. En el nuevo horizonte de ingeniería visual en el que vivimos, nos parece que podemos apoderarnos de todo sin esfuerzo ni rodeos, en la inmediatez de una mirada limpia, absoluta, liberada de los enojosos trabajos de la memoria, el discurso y la inteligencia: la cámara por fin nos proporciona una experiencia bruta, la experiencia por antonomasia, ésa que nos prometió en vano la filosofía y la ciencia de la Ilustración (ilusión terrible cuya banalidad y frustración se pone ejemplarmente de manifiesto en la obsesión fotográfica del turista, al que la experiencia de la cámara le parece mucho más pura e intensa que la de su propia mirada y, por supuesto, infinitamente más completa que la de cualquier “relato” que pueda recibir o construir). Con los niños, antes de que el polvo se asiente en sus pupilas, hay que trabajar esta desnaturalización del medio, a sabiendas de que la tendencia a la petrificación pertenece al medio mismo y no sólo al uso nefasto que bajo el capitalismo se hace de él. Una necesaria “educación de la mirada” debe dirigir su atención simultáneamente, por tanto, al análisis del discurso y al análisis del medio.
Este efecto “naturalizador” asociado al soporte tecnológico añade una nueva dificultad al trabajo de resistencia frente al medio audiovisual. Como no me canso de repetir, la vista es el único sentido a cuyos estímulos no podemos resistirnos, con independencia de su contenido. Podemos taparnos los oídos para no escuchar un zumbido molesto, podemos pinzarnos la nariz para evitar el hedor de la basura, podemos rechazar el tacto de una superficie áspera o viscosa y podemos negarnos a probar un alimento que nos repugna, pero no podemos -no podemos, no- cerrar los ojos a ninguna imagen, por muy “pecaminosa” que sea. La mayor parte de los cuentos infantiles y mitos antiguos tratan de esta tentación irresistible y del castigo que la acompaña: el que ve lo que no debe ver sufre una transformación (se convierte habitualmente en animal). Así les ocurrió a Acteón, a la mujer de Lot, a Psiqué y a Melusina, a la esposa de Barba Azul . La conciencia de los límites morales de lo visual, por lo demás, pertenecía a una época en la que la mayor parte de las “imágenes” sólo podían ser precisamente “imaginarias”, íntimas o privadas, lo que confirmaba de alguna manera su condición irregular. El problema es hoy que la tecnología permite materializar ante la vista y de manera pública lo que hasta hace muy poco sólo se podía imaginar o, mejor dicho, fantasear, o en todo caso vivir como excepción radical: ciertas experiencias extremas, por ejemplo, que durante siglos estuvieron confinadas en el ámbito de la guerra o de la criminalidad. El que volvía de una batalla callaba por pudor lo que había visto o confiaba con angustia su experiencia a un amigo en un momento de debilidad: en nuestros días sencillamente no tendría nada que contar, pues la vivencia de un soldado -si es que no la ha “colgado” él mismo en internet- es mucho menos vívida y detallada que la de cualquier espectador de cine. Hoy todos hemos visto lo que sólo vio Jack el Destripador -y desde su mismo punto de vista.
Al mismo tiempo, la tecnología no sólo permite “representar” material y públicamente lo que hasta ahora sólo se podía imaginar en privado sino que –más allá- permite representar material y públicamente cosas inimaginables, cosas que hasta ahora nadie había podido imaginar: ciertos escorzos visuales que el protagonista de una acción no puede jamás contemplar o ciertas catástrofes que la naturaleza no puede producir y que obligan a la fantasía a ir de pronto a remolque de las imágenes exteriores manufacturadas, siempre a la zaga de las pantallas, en creciente retraso respecto de la tecnología visual. Como el espíritu de Hegel, la tecnología capitalista carece de imaginación -pues hace inmediatamente realidad todo lo que potencialmente contiene- y nos impide tanto imaginar como fantasear: todo está ya material y públicamente “imaginado”.
Pero la posibilidad, siempre “actualizada”, de materializar tecnológicamente lo que hasta ahora sólo podíamos imaginar concentra sobre todo su actividad, por razones obvias, en esos dos terrenos radicales que definen de manera homogénea la condición humana y sobre los que las distintas culturas, a lo largo de los siglos, han impuesto todo tipo de tabúes y restricciones: el terror y el sexo. La tecnología ha hecho legítima y trivial la experiencia de mirar lo que no se debería “ver”, de tener siempre ante los ojos lo que debería permanecer “invisible”. Esta combinación de tecnología y –digamos- “condición humana” impone dos “mandamientos” cuya convergencia bajo el capitalismo produce efectos catastróficos.
El primer mandamiento –tecnológico- es el de que debemos hacer todo lo que podemos hacer: esto implica fabricar la bomba nuclear, puesto que sabemos cómo hacerla, y además usarla; y en términos más banales, significa que en el cine, por ejemplo, los llamados “efectos especiales”, sobre todo en el campo del terror, se imponen casi mecánicamente a expensas del guión o del “mensaje”.
El segundo mandamiento –el de la antropología humana- es el de que debemos mirar todo lo que podemos ver. La combinación de tecnología y capitalismo ha logrado no sólo ampliar el número de cerraduras a través de las cuales sorprender una escena “prohibida” sino además legitimar ese gesto, trivializarlo y colectivizarlo: podemos (materialmente) verlo todo, pero además, en condiciones capitalistas, bajo el dominio antipuritano de la mercancía, se nos permite (moralmente) verlo todo. En los cuentos y mitos antiguos, el castigo que se imponía al infractor (al mirón que sorprendía a la diosa desnuda, al voyeur que volvía la mirada hacia la escena de destrucción) era la mutación animal. Nuestra visualidad ininterrumpida, ¿sólo recibirá el premio de una nueva imagen? ¿No entraña ningún castigo? ¿Ninguna mutación? Mucho me temo que el capitalismo, que ha borrado la diferencia entre guerra y paz, entre destrucción y construcción, entre comer, usar y mirar, ha borrado también la diferencia entre premios y castigos y ha conseguido que la reducción tecnológica del hombre a la animalidad –castigo clásico- el hombre la perciba como un premio y no como una maldición.
Contra ese “premio” es difícil luchar, y por eso la educación visual, que debe empezar muy pronto, debe consistir en combatir penosamente el binomio poder/deber, más consolidado que nunca a partir de la aparente “neutralidad” de la tecnología. No podemos poder ciertas cosas y “reprimirse” es la condición no sólo de la supervivencia antropológica y moral de la humanidad sino también de todos los goces estéticos y artísticos: poeta es el que “reprime” ciertas palabras, pintor es el que “rechaza” ciertos colores y cineasta es el que “descarta” ciertas imágenes. Si hacemos todo lo que podemos hacer simplemente porque podemos hacerlo, si podemos ver todo lo que podemos fantasear (o incluso más de lo que podemos fantasear porque la realidad fantasea más y mejor que nosotros) nos convertimos sencillamente en un conjunto de funciones biológicas y toda la riqueza cultural y todos los refinamientos tecnológicos acumulados durante siglos conducen paradójicamente al establecimiento de una pobreza puramente “animal”, a la restauración complicadísima de un primitivismo total. Como es fácil entender, a ningún régimen de producción le conviene más la combinación de estos dos mandamientos (el tecnológico y el visual) que al capitalismo. Hay, sí, ciertos artefactos tecnológicos que son en sí mismos no-socialistas. Puesto que no podemos impedir su existencia, “lo socialista” sólo puede ser amortiguar sus efectos. Educar a niños en el uso de la televisión es importante también bajo el socialismo, como –bajo el socialismo- es importante educar a los niños en el buen uso de los cuchillos o los productos químicos.
sábado, 27 de noviembre de 2010
Discurso de recepción y "no-recepción" del "Premio Dulce Chacón" a cargo de Martina, protagonista del libro galardonado "Deseo de ser punk".
Belén Gopegui
Buenas tardes y muchas gracias por acogerme. Voy a leerles una carta que la narradora y protagonista de Deseo de ser punk me ha hecho llegar.
Hola, soy Martina. Me dice la autora que soy yo quien debe hablaros, que el premio se lo han dado a la novela así que, en realidad, es para mí. He estado mirando en internet para ver de qué va todo esto, y me he emocionado. Es un premio para honrar la memoria de Dulce Chacón. Yo también quise honrar a un muerto con mi historia. Los muertos no son sólo ellos, quiero decir, su nombre y apellidos, su carnet de identidad. Yo me los imagino como un sistema. Colocas a la persona en el centro y vas sacando bifurcaciones: en una pones las cosas que hizo, las consecuencias que tuvieron y a dónde le llevaron, en otra rama, las cosas que le pasaron, en otra, no sé, lo que le gustaba. Vas abriendo ramas nuevas: las más sólidas, las que más van a quedar, son las que tratan de lo que le era importante para esa persona. Sus combates. Un sistema de combates, no sólo con los grandes enemigos; la ternura a veces también es un combate, y el respeto. Dulce Chacón combatió por "los que se vieron obligados a guardar silencio" y yo admiro su sistema de combates.
Sé que hay quien dice que la literatura no es para combatir, sino sólo para disfrutar. Pero a lo mejor ahora nos hace falta combatir. ¿Os acordáis de cómo empieza Historia de dos ciudades, de Dickens? "Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos, la edad de la sabiduría, y también la de la locura; la época de las creencias y de la incredulidad; la era de la luz y de las tinieblas; la primavera de la esperanza y el invierno de nuestra desesperación (...) En una palabra, aquella época era tan parecida a la actual...". Pues cuando lo leí me pareció bastante optimista. Porque de esta época nuestra y a este paso pronto sólo podremos escribir un lado de ese comienzo, sonaría así: "es el peor de los tiempos, la edad de la locura, de la incredulidad, de las tinieblas, el invierno de nuestra desesperación". Yo, como seguramente ustedes, también le tengo miedo a las grandes palabras, a las mayúsculas. Y cuando vi que en las bases de este premio se hablaba de "defender los grandes valores humanos", me alarmé un poco. Pero resulta que la tormenta se nos viene encima y más nos vale tener a mano unos cuantos grandes valores, y algunos pequeños, en lugar de valores baratos y vendidos. Así que no le tengo miedo a decir que es un honor que hayan elegido mi historia y que ojalá suene a veces como un punk rocker escandinavo, encallado en penínsulas cerca de ningún sitio, que intenta seguir tocando con fuerza y dignidad.
Tampoco tengo miedo de recordar que soy una mujer. Porque ya sé, parece que hay que hacer como si tal cosa, decir: yo estoy aquí por lo que he escrito, y lo demás no importa, es tan irrelevante que yo y mi autora seamos una mujer como que mi apellido empiece por H o el color de mis ojos. Pero no es igual y hasta da rabia tener que recordarlo. Voy a leerles un poema del autor del blog Throw' em to the lions!!!, que aparece en mi historia, quien a su manera está conmigo ahora pues sin él no habría podido escribirla. Se titula "Deseos: Autopolítica en resistencia", y dice:
Donde hay alguien que lucha, ser marxista.
Donde no hay nadie que luche, ser anarquista.
Donde hay una nación oprimida, propia o ajena, nacionalista e internacionalista (y nada nos es ajeno), ser patriota.
Donde hay uno o varios dioses que dan luz a la justicia y la comunidad, ser creyente.
Las mujeres hemos sido una nación oprimida, todavía lo somos. Unas más y otras menos, claro, pero también cuando las colonias luchaban por liberarse de la metrópoli se encontraron con que luego, además, necesitaban hacer una revolución dentro del territorio liberado. De manera que no da igual que las mujeres luchemos, y no da igual que yo esté aquí y que sea una mujer, una de siete pero todavía hay que dar, no a ustedes sino a otras personas, ya me entienden, explicaciones.
Ahora viene algo complicado que voy a decirles, aunque a quienes conozcan mi historia les parecerá lógico. Yo no puedo quedarme con la parte metálica de este premio. Y en la palabra yo incluyo también a Belén Gopegui, la autora que les está leyendo mi carta. Supongo que cuando eres una adolescente y has escrito algunas cosas, lo que no puedes es no intentar intentar algo. Sí, he repetido "intentar" porque al final creo que me ha tocado una generación que ve el futuro rayado y muchas veces ya no intentamos estudiar para tener un trabajo o gastar poca agua para que no se agote, intentamos intentarlo, intentamos creernos que tenemos una salida, intentamos hacerla. Yo me encuentro con este premio y sé que vais a entender cuando os diga que quiero que sea para la Casa de la Juventud del Ayuntamiento, quizá para habilitar dentro un local pequeño autogestionado por los jóvenes del que pudieran tener la llave. O si algo así ya existe, para lo que ellos y ellas consideren, instrumentos, una radio comunitaria, presupuesto para hermanarse con jóvenes de lugares donde la vida es más difícil, conexiones o esas cuatro paredes donde estar acompañándose. Así la memoria de Dulce Chacón a través del personaje de un libro llegará a un sitio en donde a lo mejor alguien convierte su pena en electricidad o planea, piensa en común, busca con otras personas acciones e ideas para que un día salgamos de este tiempo turbio.
Los premios son un mecanismo de ida y vuelta, el nombre de quien lo da queda unido al nombre de quien lo recibe y al revés. Mi nombre va a quedar unido no sólo a Dulce Chacón y al Ayuntamiento, también a la Asociación de Escritores de Extremadura y al Seminario Humanístico del Zafra. A todos quiero dar las gracias, y en especial al seminario, porque seguramente existo debido a que, fruto de vuestra tarea, una escritora se encontró con grupos de adolescentes, se vio en la necesidad de hablarles y comprendió que no había sabido escribirles una historia. Y decidió probar.
El libro que habéis premiado habla mucho de música, ahora quiero despedirme recordando un trozo de una canción. No es rock ni punk, es una canción infantil, si se piensa bien no hace tanto que tuvimos siete, nueve años. Se llama Puff the magic dragon, seguro que os suena. Cuenta la historia de un dragón que se hace amigo de un niño, luego el niño crece y se olvida del dragón. "Los dragones", dice la letra, "viven para siempre, pero no los niños y niñas". Eso de los dragones también nos pasa a los personajes. Yo voy a estar siempre cuando me busquéis y nunca voy a dejar de ser esta adolescente que cree que las cosas se pueden arreglar y que hay que intentarlo. Luego se crece y se rompen del todo. Y cuando hay muchas rotas a lo mejor ya no tienes fuerza o simplemente te han atrapado tantas amenazas y tristezas que no puedes tomar algunas decisiones. Pero yo sigo aquí, como el dragón, y hoy le he dado a la autora un poco de mi libertad y de mi adolescencia. Porque ¿sabéis?, la gente no para de preguntarle si cree que las historias, las novelas, sirven para algo, si pueden cambiar algo, si influyen. Ahora es como si ella me pidiera que contestase yo. Sí que influyen.
Muchas gracias
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Sobre Belén Gopegui y El deseo de ser punk
Buenas tardes y muchas gracias por acogerme. Voy a leerles una carta que la narradora y protagonista de Deseo de ser punk me ha hecho llegar.
Hola, soy Martina. Me dice la autora que soy yo quien debe hablaros, que el premio se lo han dado a la novela así que, en realidad, es para mí. He estado mirando en internet para ver de qué va todo esto, y me he emocionado. Es un premio para honrar la memoria de Dulce Chacón. Yo también quise honrar a un muerto con mi historia. Los muertos no son sólo ellos, quiero decir, su nombre y apellidos, su carnet de identidad. Yo me los imagino como un sistema. Colocas a la persona en el centro y vas sacando bifurcaciones: en una pones las cosas que hizo, las consecuencias que tuvieron y a dónde le llevaron, en otra rama, las cosas que le pasaron, en otra, no sé, lo que le gustaba. Vas abriendo ramas nuevas: las más sólidas, las que más van a quedar, son las que tratan de lo que le era importante para esa persona. Sus combates. Un sistema de combates, no sólo con los grandes enemigos; la ternura a veces también es un combate, y el respeto. Dulce Chacón combatió por "los que se vieron obligados a guardar silencio" y yo admiro su sistema de combates.
Sé que hay quien dice que la literatura no es para combatir, sino sólo para disfrutar. Pero a lo mejor ahora nos hace falta combatir. ¿Os acordáis de cómo empieza Historia de dos ciudades, de Dickens? "Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos, la edad de la sabiduría, y también la de la locura; la época de las creencias y de la incredulidad; la era de la luz y de las tinieblas; la primavera de la esperanza y el invierno de nuestra desesperación (...) En una palabra, aquella época era tan parecida a la actual...". Pues cuando lo leí me pareció bastante optimista. Porque de esta época nuestra y a este paso pronto sólo podremos escribir un lado de ese comienzo, sonaría así: "es el peor de los tiempos, la edad de la locura, de la incredulidad, de las tinieblas, el invierno de nuestra desesperación". Yo, como seguramente ustedes, también le tengo miedo a las grandes palabras, a las mayúsculas. Y cuando vi que en las bases de este premio se hablaba de "defender los grandes valores humanos", me alarmé un poco. Pero resulta que la tormenta se nos viene encima y más nos vale tener a mano unos cuantos grandes valores, y algunos pequeños, en lugar de valores baratos y vendidos. Así que no le tengo miedo a decir que es un honor que hayan elegido mi historia y que ojalá suene a veces como un punk rocker escandinavo, encallado en penínsulas cerca de ningún sitio, que intenta seguir tocando con fuerza y dignidad.
Tampoco tengo miedo de recordar que soy una mujer. Porque ya sé, parece que hay que hacer como si tal cosa, decir: yo estoy aquí por lo que he escrito, y lo demás no importa, es tan irrelevante que yo y mi autora seamos una mujer como que mi apellido empiece por H o el color de mis ojos. Pero no es igual y hasta da rabia tener que recordarlo. Voy a leerles un poema del autor del blog Throw' em to the lions!!!, que aparece en mi historia, quien a su manera está conmigo ahora pues sin él no habría podido escribirla. Se titula "Deseos: Autopolítica en resistencia", y dice:
Donde hay alguien que lucha, ser marxista.
Donde no hay nadie que luche, ser anarquista.
Donde hay una nación oprimida, propia o ajena, nacionalista e internacionalista (y nada nos es ajeno), ser patriota.
Donde hay uno o varios dioses que dan luz a la justicia y la comunidad, ser creyente.
Las mujeres hemos sido una nación oprimida, todavía lo somos. Unas más y otras menos, claro, pero también cuando las colonias luchaban por liberarse de la metrópoli se encontraron con que luego, además, necesitaban hacer una revolución dentro del territorio liberado. De manera que no da igual que las mujeres luchemos, y no da igual que yo esté aquí y que sea una mujer, una de siete pero todavía hay que dar, no a ustedes sino a otras personas, ya me entienden, explicaciones.
Ahora viene algo complicado que voy a decirles, aunque a quienes conozcan mi historia les parecerá lógico. Yo no puedo quedarme con la parte metálica de este premio. Y en la palabra yo incluyo también a Belén Gopegui, la autora que les está leyendo mi carta. Supongo que cuando eres una adolescente y has escrito algunas cosas, lo que no puedes es no intentar intentar algo. Sí, he repetido "intentar" porque al final creo que me ha tocado una generación que ve el futuro rayado y muchas veces ya no intentamos estudiar para tener un trabajo o gastar poca agua para que no se agote, intentamos intentarlo, intentamos creernos que tenemos una salida, intentamos hacerla. Yo me encuentro con este premio y sé que vais a entender cuando os diga que quiero que sea para la Casa de la Juventud del Ayuntamiento, quizá para habilitar dentro un local pequeño autogestionado por los jóvenes del que pudieran tener la llave. O si algo así ya existe, para lo que ellos y ellas consideren, instrumentos, una radio comunitaria, presupuesto para hermanarse con jóvenes de lugares donde la vida es más difícil, conexiones o esas cuatro paredes donde estar acompañándose. Así la memoria de Dulce Chacón a través del personaje de un libro llegará a un sitio en donde a lo mejor alguien convierte su pena en electricidad o planea, piensa en común, busca con otras personas acciones e ideas para que un día salgamos de este tiempo turbio.
Los premios son un mecanismo de ida y vuelta, el nombre de quien lo da queda unido al nombre de quien lo recibe y al revés. Mi nombre va a quedar unido no sólo a Dulce Chacón y al Ayuntamiento, también a la Asociación de Escritores de Extremadura y al Seminario Humanístico del Zafra. A todos quiero dar las gracias, y en especial al seminario, porque seguramente existo debido a que, fruto de vuestra tarea, una escritora se encontró con grupos de adolescentes, se vio en la necesidad de hablarles y comprendió que no había sabido escribirles una historia. Y decidió probar.
El libro que habéis premiado habla mucho de música, ahora quiero despedirme recordando un trozo de una canción. No es rock ni punk, es una canción infantil, si se piensa bien no hace tanto que tuvimos siete, nueve años. Se llama Puff the magic dragon, seguro que os suena. Cuenta la historia de un dragón que se hace amigo de un niño, luego el niño crece y se olvida del dragón. "Los dragones", dice la letra, "viven para siempre, pero no los niños y niñas". Eso de los dragones también nos pasa a los personajes. Yo voy a estar siempre cuando me busquéis y nunca voy a dejar de ser esta adolescente que cree que las cosas se pueden arreglar y que hay que intentarlo. Luego se crece y se rompen del todo. Y cuando hay muchas rotas a lo mejor ya no tienes fuerza o simplemente te han atrapado tantas amenazas y tristezas que no puedes tomar algunas decisiones. Pero yo sigo aquí, como el dragón, y hoy le he dado a la autora un poco de mi libertad y de mi adolescencia. Porque ¿sabéis?, la gente no para de preguntarle si cree que las historias, las novelas, sirven para algo, si pueden cambiar algo, si influyen. Ahora es como si ella me pidiera que contestase yo. Sí que influyen.
Muchas gracias
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viernes, 26 de noviembre de 2010
Declaración de los participantes en el Coloquio Internacional.
Los participantes en el Coloquio Internacional "La América Latina y el Caribe entre la independencia de las metrópolis coloniales y la integración emancipatoria", reunidos en La Habana del 22 al 24 de noviembre de 2010, acordamos dirigirnos a los gobiernos de nuestra América para que adopten, con toda la urgencia que el tema merece, una estrategia concertada, a largo plazo, de ayuda multifacética al hermano pueblo de Haití.
Una estrategia que cuente con una coordinación intergubernamental institucionalizada que canalice contribuciones públicas y privadas desde nuestros estados, que sea operada con sentido de austeridad e impida las filtraciones y excesos de gastos burocráticos, para que los aportes arriben al pueblo haitiano; que codifique, atienda y priorice, en coordinación con instancias locales, las urgencias que deben ser atendidas; que cuente con los dispositivos necesarios de rendición de cuenta a los contribuyentes y al interior de la institución.
Una estrategia que contribuya a retribuir la inmensa deuda histórica de nuestra América con el heroísmo, los sacrificios y el dolor de los herederos de los primeros próceres de una independencia cuyo bicentenario hoy celebramos, pero que ellos inauguraron seis años antes, el 1ro de enero de 1804, al cabo de una gesta iniciada en 1791.
Casa de las Américas, 24 de noviembre de 2010
Una estrategia que cuente con una coordinación intergubernamental institucionalizada que canalice contribuciones públicas y privadas desde nuestros estados, que sea operada con sentido de austeridad e impida las filtraciones y excesos de gastos burocráticos, para que los aportes arriben al pueblo haitiano; que codifique, atienda y priorice, en coordinación con instancias locales, las urgencias que deben ser atendidas; que cuente con los dispositivos necesarios de rendición de cuenta a los contribuyentes y al interior de la institución.
Una estrategia que contribuya a retribuir la inmensa deuda histórica de nuestra América con el heroísmo, los sacrificios y el dolor de los herederos de los primeros próceres de una independencia cuyo bicentenario hoy celebramos, pero que ellos inauguraron seis años antes, el 1ro de enero de 1804, al cabo de una gesta iniciada en 1791.
Casa de las Américas, 24 de noviembre de 2010
miércoles, 24 de noviembre de 2010
PARA QUE SEA LA MUERTE HERMOSA Y ÚTIL.
“…lo que queremos es saludar con inefable gratitud, como misterioso símbolo de la pujanza patria, del oculto y seguro poder del alma criolla, a los que, a la primer voz de la muerte, subieron sonriendo, del apego y cobardía de la vida común al heroísmo ejemplar.”
José Martí
Los pinos nuevos
Discurso en el Liceo Cubano, Tampa, 27 de noviembre de 1891
Los pinos nuevos
Discurso en el Liceo Cubano, Tampa, 27 de noviembre de 1891
Carlos Rodríguez Almaguer
Cada 27 de noviembre la juventud cubana, encabezada por miles de estudiantes de medicina, se reúne en los parques y plazas de todos los pueblos de la Isla, para rendir homenaje a aquellos ocho adolescentes que sucumbieron en tiempos terribles “a manos de la inhumanidad y la codicia”, como diría Martí. Es hermoso ver a un pueblo entero recordar agradecido a los que con el sacrificio de sus vidas, cegadas en flor, le hicieron comprender que la felicidad no es un destino, sino el propio camino que recorremos cada día, y que la vida es breve, frágil, y puede escurrirse silenciosa a nuestro lado si nos entretenemos.
No en balde los poderes mundiales, a los que interesa que los hombres no se enteren de esta verdad elemental, han creado una industria del entretenimiento y pagan a las mentes más brillantes que puedan encontrar para buscar modos cada vez más sutiles de domesticación con que tenernos distraídos en el aquí y ahora, porque dejarnos mirar a la historia puede traerles grandes complicaciones, pues solo ella nos dice de qué somos capaces. Por eso, si no pueden borrarla ni falsearla, tratan de reducirla a una fría cronología de hechos sazonada con unos cuantos nombres célebres.
La cotidianidad es abrasiva. Desgasta poco a poco la materia y el espíritu, y de esas dos cosas estamos hechos los seres humanos. Por eso solía decir Martí que era doblemente bueno dar pan al cuerpo y darlo al alma, porque “los pueblos que no creen en la perpetuación y universal sentido, en el sacerdocio y glorioso ascenso de la vida humana, se desmigajan como un mendrugo roído de ratones”. De ahí que conmueva tanto ver año tras año a las sucesivas generaciones de cubanos asistir a la tumba o sentir en el alma el recuerdo de aquellos que siendo inocentes supieron mirar de frente a la infamia y entrar en la muerte con la frente alta. “¡Cadáveres amados los que un día/ ensueños fuisteis de la patria mía…” recordaba Fidel en La Historia me absolverá las estrofas del treno sublime que dedicó Martí a los niños mártires en el primer aniversario del horrendo crimen, y pedía multiplicarlo por diez para tener una idea de los abominables asesinatos perpetrados por la tiranía de Batista luego del asalto al cuartel Moncada, el 26 de julio de 1953. Recordemos también que aquellos jóvenes guiados por Fidel habían ido a impedir, con esa acción de desagravio, que la memoria del Apóstol se extinguiera en el alma de la patria en el año de su Centenario. “¡Cuba, qué sería de ti si hubieras dejado morir a tu Apóstol!”, exclamaba Fidel, solo, rodeado de bayonetas en el pequeño local donde lo juzgaban.
Es bueno recordar a los héroes, y dedicarles encendidos discursos, y escribirles canciones y poemas, porque crece espiritualmente quien es capaz de amar a aquellos a quienes tiene algo que agradecer, pero ya estamos avisados de que el mejor modo de honrar a los que se sacrificaron por nosotros es imitarlos. ¿Qué habremos de imitar de los jóvenes del 71? Lo mismo que de los del 10 de octubre, el 24 de febrero, los de la lucha antimachadista en los años 1930 y los del 26 de julio de1953 o el 13 de marzo de 1957: la firmeza con que supieron enfrentar el reto que su época les puso enfrente, sin temblar. La capacidad para entender que la dignidad de la patria no es más que la suma de nuestras dignidades personales, que una idea, un país, una nación, valen lo que valen los hombres y las mujeres que los representan y que cada uno de nosotros es responsable de crecer y ayudar a crecer a los demás desde esa misma cotidianidad corrosiva, en busca de aquel sueño martiano seguido por Fidel de alcanzar para nuestro pueblo “toda la justicia”. Ser cubano es algo más que haber nacido en Cuba: es querer serlo con toda la voluntad que ello implica.
De ahí que lo que inicia la educación pública, tendrá que terminarlo la educación personal. Cada uno es responsable de la senda por donde decide dirigir sus pasos y las señales que habrá de seguir. Por tanto, es indispensable para la sociedad mantener el equilibrio, y a la par que trabajar en el fortalecimiento de la economía, porque “en pueblos, como en hombres, la vida se cimenta sobre la satisfacción de las necesidades materiales”, no descuidar un segundo la formación ética y el crecimiento espiritual de los cubanos, pues el mismo Apóstol alertó que “Importa poco llenar de trigo los graneros, si se desfigura, enturbia y desgrana el carácter nacional. Los pueblos no viven a la larga por el trigo, sino por el carácter.”
Y ha sido, precisamente, el carácter cubano el que ha impedido que, a pesar de las tantas crueldades de las que hemos sido víctimas a lo largo de los últimos dos siglos en los que se ha venido forjando nuestra nacionalidad, no vayamos por el mundo llenos de remordimientos y rencores, sino sembrando paz y concordia, llevando vida a los mismos lugares a los que nuestros matadores siguen llevando muerte, porque sabemos que el odio no es propio de cubanos. No es extraño entonces que en los más recónditos parajes del mundo, junto a la lobreguez de los fusiles y las caras oscas de los soldados del imperio, brillen las batas blancas y las sonrisas de nuestros hombres y mujeres de la medicina, herederos legítimos, no solo en la poesía y la remembranza heroica, sino en la verdad cruda y sublime del día a día, de aquellos jóvenes estudiantes fusilados en 1871. Porque ellos siguen siendo raíz e inspiración, no hay que llorar su muerte útil, sino que, con Martí, “Cantemos hoy, ante la tumba inolvidable, el himno de la vida”.
lunes, 22 de noviembre de 2010
Los nuevos confederados.
Guillermo Rodríguez Rivera
En Cuba, salvo los anexionistas que querían unirse a él para librarse del colonialismo español, mantener la esclavitud y conjurar la amenaza de “otro” Haití, sabemos poco del Sur norteamericano.
Lo mejor para nosotros de ese sur, siempre fue New Orleans, nuestro auténtico vínculo con los Estados Unidos antes de 1959: por los ferry boats y por la trompeta de Satchmo.
Mejor que leer la sureña novela de Margaret Mitchell, vimos Lo que el viento se llevó que rehicieron Hollywood y David O’Selznick, con la inglesa Vivien Leigh en el papel de Scarlet O’Hara y Clark Gable como Reth Butler.
Dicen que cuando le comentaron a una muchacha del sur si le parecía lógico que el personaje de Scarlet, tan intensamente southern, sobre todo en su condición pasional, fuera representado por una extranjera, respondió: “Mejor una inglesa que una yankee”. Los yankees eran los norteños, los que ganaron la guerra civil, abolieron la esclavitud y humillaron al Sur.
El sur aristócrata vivió muchos años con la afrenta de haber sido sometido por los vulgares norteños, de haber perdido sus esclavos, de ser obligados a considerarlos sus iguales. De esa frustración emergió el Ku Klux Klan, el racismo convertido en crimen enmascarado, en impunidad y en rencor, que los mejores blancos del sur rechazaron con una cuota de espanto: recuerdo la versión para el cine de Intruder in the dust, que escribiera originalmente el maestro William Faulkner, quien incluso contribuyera a conformar el guión que fuera la base del filme. En ese rencor se incluía asimismo a Abraham Lincoln, asesinado en el palco de un teatro, por un fanático del sur derrotado.
Cuando, contra toda expectativa, el afroamericano Barack Obama derrotó a la carismática, rubia y sureña Hillary Clinton para hacerse con la nominación demócrata a la presidencia, y luego, mucho más fácilmente, arrasó con el viejo conservador John McCain que no era capaz de separarse del desacreditado programa de su predecesor George W. Bush, parecía que el fantasma de Lincoln, el viejo captain exaltado por Whitman, regresaba para señorear sobre la maltrecha unión norteamericana que había dejado Bush.
Desde que Obama asciende a la presidencia, los conservadores extremos se nuclean en torno a un mito estadounidense: el famoso Boston Tea Party en el que, quienes luego serían los fundadores de la federación, arrojaron a la bahía bostoniana el cargamento de té que las autoridades inglesas querían gravarle.
Lo que era en sus orígenes un desahogo popular, el de los colonos que se rebelaban contra el atropello de las autoridades coloniales, se convertía ahora en una exaltación nacional casi xenófoba. Los “verdaderos” estadounidenses no eran los partidarios de ese negro socialista que nada tiene que ver con la anglosaxon tradition; un presidente hijo de africano, que ha nacido en un distante archipiélago que no es Chicago, ni New York, ni Houston, ni Cleveland, ni Washington, ni siquiera Idaho.
El Tea Party es el conservadurismo norteamericano intentando construirse un país que nunca existió y que no puede existir, porque para existir tendría que negar justamente el proceso que ha colocado a sus miembros en la élite mundial. Son los Estados Unidos de los blancos anglosajones, los que se declararon independientes proclamando que todos los hombres han sido creados iguales, pero que mantuvieron por un siglo la esclavitud de los negros.
El Tea Party quieren ser esos Estados Unidos que marcaron muy claramente esa diferencia entre blancos y negros, pero que se hicieron gran potencia cuando los negros esclavizados perdieron las cadenas de la esclavitud y empezaron a ser obreros, y a alimentar la gran industria que consolidó y extendió el poder del país. El Tea Party lo quiere todo: la esclavitud y la industria, la preservación de los Estados Unidos blancos y el dominio de todo el mundo que es lo que ha llevado a latinos, negros y asiáticos a “contaminar” la gran nación que es en verdad la asaltante del mundo y la utopía de la derecha.
Obama y su partido han sido escandalosamente derrotados en las recientes elecciones parlamentarias de los Estados Unidos. El presidente ha incumplido el programa que lo llevó al ejecutivo con un significativo apoyo popular. Obama tiene que saber que fueron los pobres, los negros, los latinos, los críticos del conservadurismo que representó Bush, quienes le llevaron al poder. Sus partidarios son la mayoría, pero él no ha sido capaz de cumplir su programa. El fue electo con un programa y está gobernando con otro. Lo está pagando.
Heredó dos guerras que ahí están todavía, aunque ganó el premio Nobel de la Paz; dos guerras que no van a ser ganadas, y uno no puede menos que pensar que los Estados Unidos no aspiran a ganarlas, sino sólo a mantenerlas: seguir enriqueciendo al poderosísimo complejo militar industrial y usar las guerras como manera de emplear a sus ciudadanos menos favorecidos. Le recortaron pavorosamente su proyecto de programa de salud, le impidieron cerrar la vergonzosa cárcel en la base de Guantánamo, creada por Bush, y en la que se arresta y se tortura, por pura decisión del gobierno, a hombres que pueden no ser nunca encausados.
Barack Obama heredó una crisis económica que es fruto claro del neoliberalismo antiestatal que él no ha sido capaz de impugnar como doctrina económica. Obama ha defraudado a sus partidarios y no ha conseguido ni conseguirá atraer a sus adversarios. ¿Será capaz de volver a su programa electoral en los dos años que le restan en el ejecutivo y con un congreso que va a bombardearlo? Es su única posibilidad de reelegirse, pero tendría que tener mucha audacia y mucho valor para hacerlo.
Mientras Bush se entretenía mintiendo para atacar y devastar Irak, y persiguiendo absurdamente por Afganistán a un Osama Bin Laden que no aparecía sino cuando el presidente quería asustar a sus conciudadanos, América Latina iba lenta pero seguramente desvinculándose de los Estados Unidos. Bush podría ser recordado como el presidente que no ganó ninguna de sus guerras y perdió la de América Latina.
Desde Roosevelt y los tiempos del New Deal, Norteamérica no ha tenido una política coherente para sus vecinos del sur, que tan importantes han sido siempre para ella. Los Kennedy – John y Robert – quisieron echar adelante una Alianza para el Progreso que los asesinatos de los dos convirtieron en herencia para Lyndon B. Johnson, que tuvo mucho cuidado en desaparecerla.
El Tea Party ha comprendido la desastrosa situación de los Estados Unidos con respecto a los países al sur del río Bravo, ese lugar que ha sido considerado su traspatio.
Durante años, los Estados Unidos esgrimieron los peligros de una amenaza extracontinental que acechaba a América. Las evidencias iban dirigidas a culpar a la URSS, pero resultó que la única intervención militar de un país no americano en la región, fue la guerra de Inglaterra contra Argentina, por la posesión de las Islas Malvinas. Y los Estados Unidos apoyaron al Reino Unido.
La ultraderecha, de pronto, ha descubierto con espanto el panorama latinoamericano y planea cargar contra la insurrección latinoamericana que singularizan en el liderazgo de Hugo Chávez. Les molesta enormemente – conocen muy bien el poder del dinero – que ese liderazgo lo ejerza el presidente de un país que tiene los enormes ingresos que procura el petróleo.
Esa ultraderecha norteamericana ha reunido en Washington, como para concertar acciones, a toda la caterva derechista que los pueblos latinoamericanos han echado del poder en sus países: el venezolano, golpista y terrorista Guillermo Zuloaga, el boliviano Luis Núñez, a varios viejos sicarios de Sánchez de Lozada, el vapuleado golpista ecuatoriano Lucio Gutiérrez, a quien el pueblo arrojó de la presidencia de su país; a Alejandro Aguirre, presidente de la SIP. Los convocan viejos ultraderechistas norteamericanos bien conocidos, encabezados por Ileana Ros-Lethinen, Otto Reich, Richard Noriega, Connie Mack. Ron Klein y otros del mismo linaje, que incitarán a los Estados Unidos a una política agresiva especialmente contra los países del ALBA: Cuba, Venezuela, Bolivia, Ecuador y Nicaragua.
Rafael Correa dijo hace algún tiempo que América Latina no vivía una época de cambios, sino un cambio de época. Me parece claro signo de ello que la señora Ros-Lethinen se desfogue hablando de la “obsoleta” OEA porque, porque a pesar de los servicios que le ha prestado a los Estados Unidos -- el derrocamiento de Árbenz en 1954, la expulsión de Cuba en 1962 --, la organización ya no le sirve a los Estados Unidos para convocar a la invasión de algún país que no obedezca, como hizo en 1965 con le República Dominicana.
Ocurre que los países rebeldes ya no son únicamente los del ALBA, aunque estos estén la primera trinchera. De alguna manera, protegen a los que están detrás, que por mucho menos de lo que hacen, habrían sido objeto de los golpes militares que los Estados Unidos han auspiciado en todo el continente, desde los “good old times” de Trujillo y Somoza, hasta los más recientes y menos afortunados de Pedro Carmona y Micheletti, pasando por los de Pérez Jiménez y Fulgencio Batista, e incluso el diseñado para Chile por el doctor Kissinger, que llevó al poder al general Pinochet.
En la debacle del ALCA, ocurrida en la Cumbre de las Américas de Mar del Plata, intervino Venezuela, pero fueron decisivos el criterio de países como Brasil y Argentina.
Hay, en efecto, otros países que, sin proclamar el socialismo del siglo XXI, ya no siguen sumisamente la subordinante política norteamericana: la Argentina de Cristina Fernández de Kirchner, el Brasil de Lula que ahora dirigirá Dilma Roussef, el Paraguay de Fernando Lugo, el Uruguay de Pepe Mujica, las islas caribeñas del CARICOM, ya no son los incondicionales seguidores de la política yankee que fueron tiempo atrás.
Ocurre que los negros que estos nuevos confederados tienen a manos (los pueblos mestizos de Nuestra América) ya no quieren ceñirse las cadenas de siempre, y no acatan las órdenes del general Lee.
Si yo fuera uno de estos anacrónicos émulos del derrotado general, me lo tomaría con cuidado.
Los pueblos han salido a las calles con las tres últimas asonadas militares pro-yankis. Cercaron el palacio de Miraflores en el 2002, cuando el golpe de estado a Hugo Chávez y devolvieron el poder al presidente; las masas se han volcado por meses a las calles de Honduras para rechazar tanto el golpe que derrocó al democráticamente electo Mel Zelaya y puso en el poder a Micheletti, como luego la farsa electoral que colocó al empresario Porfirio Lobo en la presidencia; rodearon el hospital de la Policía en Quito, para rescatar al presidente Rafael Correa, secuestrado por los golpistas de Lucio Gutiérrez.
Las estadísticas de los últimos golpes de Estado, van 2x1 a favor de los pueblos. Y ni la presión norteamericana ni la tibieza de la OEA han conseguido librar de su mácula al régimen de Profirio Lobo.
La ideóloga Ileana Ros-Lethinen, gusana cubana de toda la vida, líder en el secuestro de Elián González, que emerge como presidenta de la Comisión de Relaciones Exteriores de una Cámara de Representantes dominada por la derecha, ha encontrado un argumento precioso para desacreditar a los gobiernos populares de América Latina. Según ella, estos líderes electos en elecciones pluralistas, “están usando los instrumentos democráticos para sus propios fines autocráticos”. Es decir, que ya no vale que a un presidente lo elijan los electores con sus votos: hay que buscar sus ocultos “fines” detrás de esa victoria democrática.
La burguesía empieza a desconfiar de la democracia cuando pierde con ella, y detrás de esa desconfianza lo que viene es el totalitarismo, el fascismo. La única manera de “corregir” esos mal usados instrumentos democráticos, es echándolos por la borda.
Lo que esta extrema derecha está viendo con horror, es que la mansedumbre de los pueblos ha terminado: los pueblos eligen a los gobernantes que quieren y después, si es preciso, salen a defenderlos en las calles.
Que tengan cuidado con lo que vayan a hacer los del Tea Party y sus cipayos latinoamericanos, no sea que las cosas se les pongan peor de lo que ya las tienen.
En Cuba, salvo los anexionistas que querían unirse a él para librarse del colonialismo español, mantener la esclavitud y conjurar la amenaza de “otro” Haití, sabemos poco del Sur norteamericano.
Lo mejor para nosotros de ese sur, siempre fue New Orleans, nuestro auténtico vínculo con los Estados Unidos antes de 1959: por los ferry boats y por la trompeta de Satchmo.
Mejor que leer la sureña novela de Margaret Mitchell, vimos Lo que el viento se llevó que rehicieron Hollywood y David O’Selznick, con la inglesa Vivien Leigh en el papel de Scarlet O’Hara y Clark Gable como Reth Butler.
Dicen que cuando le comentaron a una muchacha del sur si le parecía lógico que el personaje de Scarlet, tan intensamente southern, sobre todo en su condición pasional, fuera representado por una extranjera, respondió: “Mejor una inglesa que una yankee”. Los yankees eran los norteños, los que ganaron la guerra civil, abolieron la esclavitud y humillaron al Sur.
El sur aristócrata vivió muchos años con la afrenta de haber sido sometido por los vulgares norteños, de haber perdido sus esclavos, de ser obligados a considerarlos sus iguales. De esa frustración emergió el Ku Klux Klan, el racismo convertido en crimen enmascarado, en impunidad y en rencor, que los mejores blancos del sur rechazaron con una cuota de espanto: recuerdo la versión para el cine de Intruder in the dust, que escribiera originalmente el maestro William Faulkner, quien incluso contribuyera a conformar el guión que fuera la base del filme. En ese rencor se incluía asimismo a Abraham Lincoln, asesinado en el palco de un teatro, por un fanático del sur derrotado.
Cuando, contra toda expectativa, el afroamericano Barack Obama derrotó a la carismática, rubia y sureña Hillary Clinton para hacerse con la nominación demócrata a la presidencia, y luego, mucho más fácilmente, arrasó con el viejo conservador John McCain que no era capaz de separarse del desacreditado programa de su predecesor George W. Bush, parecía que el fantasma de Lincoln, el viejo captain exaltado por Whitman, regresaba para señorear sobre la maltrecha unión norteamericana que había dejado Bush.
Desde que Obama asciende a la presidencia, los conservadores extremos se nuclean en torno a un mito estadounidense: el famoso Boston Tea Party en el que, quienes luego serían los fundadores de la federación, arrojaron a la bahía bostoniana el cargamento de té que las autoridades inglesas querían gravarle.
Lo que era en sus orígenes un desahogo popular, el de los colonos que se rebelaban contra el atropello de las autoridades coloniales, se convertía ahora en una exaltación nacional casi xenófoba. Los “verdaderos” estadounidenses no eran los partidarios de ese negro socialista que nada tiene que ver con la anglosaxon tradition; un presidente hijo de africano, que ha nacido en un distante archipiélago que no es Chicago, ni New York, ni Houston, ni Cleveland, ni Washington, ni siquiera Idaho.
El Tea Party es el conservadurismo norteamericano intentando construirse un país que nunca existió y que no puede existir, porque para existir tendría que negar justamente el proceso que ha colocado a sus miembros en la élite mundial. Son los Estados Unidos de los blancos anglosajones, los que se declararon independientes proclamando que todos los hombres han sido creados iguales, pero que mantuvieron por un siglo la esclavitud de los negros.
El Tea Party quieren ser esos Estados Unidos que marcaron muy claramente esa diferencia entre blancos y negros, pero que se hicieron gran potencia cuando los negros esclavizados perdieron las cadenas de la esclavitud y empezaron a ser obreros, y a alimentar la gran industria que consolidó y extendió el poder del país. El Tea Party lo quiere todo: la esclavitud y la industria, la preservación de los Estados Unidos blancos y el dominio de todo el mundo que es lo que ha llevado a latinos, negros y asiáticos a “contaminar” la gran nación que es en verdad la asaltante del mundo y la utopía de la derecha.
Obama y su partido han sido escandalosamente derrotados en las recientes elecciones parlamentarias de los Estados Unidos. El presidente ha incumplido el programa que lo llevó al ejecutivo con un significativo apoyo popular. Obama tiene que saber que fueron los pobres, los negros, los latinos, los críticos del conservadurismo que representó Bush, quienes le llevaron al poder. Sus partidarios son la mayoría, pero él no ha sido capaz de cumplir su programa. El fue electo con un programa y está gobernando con otro. Lo está pagando.
Heredó dos guerras que ahí están todavía, aunque ganó el premio Nobel de la Paz; dos guerras que no van a ser ganadas, y uno no puede menos que pensar que los Estados Unidos no aspiran a ganarlas, sino sólo a mantenerlas: seguir enriqueciendo al poderosísimo complejo militar industrial y usar las guerras como manera de emplear a sus ciudadanos menos favorecidos. Le recortaron pavorosamente su proyecto de programa de salud, le impidieron cerrar la vergonzosa cárcel en la base de Guantánamo, creada por Bush, y en la que se arresta y se tortura, por pura decisión del gobierno, a hombres que pueden no ser nunca encausados.
Barack Obama heredó una crisis económica que es fruto claro del neoliberalismo antiestatal que él no ha sido capaz de impugnar como doctrina económica. Obama ha defraudado a sus partidarios y no ha conseguido ni conseguirá atraer a sus adversarios. ¿Será capaz de volver a su programa electoral en los dos años que le restan en el ejecutivo y con un congreso que va a bombardearlo? Es su única posibilidad de reelegirse, pero tendría que tener mucha audacia y mucho valor para hacerlo.
Mientras Bush se entretenía mintiendo para atacar y devastar Irak, y persiguiendo absurdamente por Afganistán a un Osama Bin Laden que no aparecía sino cuando el presidente quería asustar a sus conciudadanos, América Latina iba lenta pero seguramente desvinculándose de los Estados Unidos. Bush podría ser recordado como el presidente que no ganó ninguna de sus guerras y perdió la de América Latina.
Desde Roosevelt y los tiempos del New Deal, Norteamérica no ha tenido una política coherente para sus vecinos del sur, que tan importantes han sido siempre para ella. Los Kennedy – John y Robert – quisieron echar adelante una Alianza para el Progreso que los asesinatos de los dos convirtieron en herencia para Lyndon B. Johnson, que tuvo mucho cuidado en desaparecerla.
El Tea Party ha comprendido la desastrosa situación de los Estados Unidos con respecto a los países al sur del río Bravo, ese lugar que ha sido considerado su traspatio.
Durante años, los Estados Unidos esgrimieron los peligros de una amenaza extracontinental que acechaba a América. Las evidencias iban dirigidas a culpar a la URSS, pero resultó que la única intervención militar de un país no americano en la región, fue la guerra de Inglaterra contra Argentina, por la posesión de las Islas Malvinas. Y los Estados Unidos apoyaron al Reino Unido.
La ultraderecha, de pronto, ha descubierto con espanto el panorama latinoamericano y planea cargar contra la insurrección latinoamericana que singularizan en el liderazgo de Hugo Chávez. Les molesta enormemente – conocen muy bien el poder del dinero – que ese liderazgo lo ejerza el presidente de un país que tiene los enormes ingresos que procura el petróleo.
Esa ultraderecha norteamericana ha reunido en Washington, como para concertar acciones, a toda la caterva derechista que los pueblos latinoamericanos han echado del poder en sus países: el venezolano, golpista y terrorista Guillermo Zuloaga, el boliviano Luis Núñez, a varios viejos sicarios de Sánchez de Lozada, el vapuleado golpista ecuatoriano Lucio Gutiérrez, a quien el pueblo arrojó de la presidencia de su país; a Alejandro Aguirre, presidente de la SIP. Los convocan viejos ultraderechistas norteamericanos bien conocidos, encabezados por Ileana Ros-Lethinen, Otto Reich, Richard Noriega, Connie Mack. Ron Klein y otros del mismo linaje, que incitarán a los Estados Unidos a una política agresiva especialmente contra los países del ALBA: Cuba, Venezuela, Bolivia, Ecuador y Nicaragua.
Rafael Correa dijo hace algún tiempo que América Latina no vivía una época de cambios, sino un cambio de época. Me parece claro signo de ello que la señora Ros-Lethinen se desfogue hablando de la “obsoleta” OEA porque, porque a pesar de los servicios que le ha prestado a los Estados Unidos -- el derrocamiento de Árbenz en 1954, la expulsión de Cuba en 1962 --, la organización ya no le sirve a los Estados Unidos para convocar a la invasión de algún país que no obedezca, como hizo en 1965 con le República Dominicana.
Ocurre que los países rebeldes ya no son únicamente los del ALBA, aunque estos estén la primera trinchera. De alguna manera, protegen a los que están detrás, que por mucho menos de lo que hacen, habrían sido objeto de los golpes militares que los Estados Unidos han auspiciado en todo el continente, desde los “good old times” de Trujillo y Somoza, hasta los más recientes y menos afortunados de Pedro Carmona y Micheletti, pasando por los de Pérez Jiménez y Fulgencio Batista, e incluso el diseñado para Chile por el doctor Kissinger, que llevó al poder al general Pinochet.
En la debacle del ALCA, ocurrida en la Cumbre de las Américas de Mar del Plata, intervino Venezuela, pero fueron decisivos el criterio de países como Brasil y Argentina.
Hay, en efecto, otros países que, sin proclamar el socialismo del siglo XXI, ya no siguen sumisamente la subordinante política norteamericana: la Argentina de Cristina Fernández de Kirchner, el Brasil de Lula que ahora dirigirá Dilma Roussef, el Paraguay de Fernando Lugo, el Uruguay de Pepe Mujica, las islas caribeñas del CARICOM, ya no son los incondicionales seguidores de la política yankee que fueron tiempo atrás.
Ocurre que los negros que estos nuevos confederados tienen a manos (los pueblos mestizos de Nuestra América) ya no quieren ceñirse las cadenas de siempre, y no acatan las órdenes del general Lee.
Si yo fuera uno de estos anacrónicos émulos del derrotado general, me lo tomaría con cuidado.
Los pueblos han salido a las calles con las tres últimas asonadas militares pro-yankis. Cercaron el palacio de Miraflores en el 2002, cuando el golpe de estado a Hugo Chávez y devolvieron el poder al presidente; las masas se han volcado por meses a las calles de Honduras para rechazar tanto el golpe que derrocó al democráticamente electo Mel Zelaya y puso en el poder a Micheletti, como luego la farsa electoral que colocó al empresario Porfirio Lobo en la presidencia; rodearon el hospital de la Policía en Quito, para rescatar al presidente Rafael Correa, secuestrado por los golpistas de Lucio Gutiérrez.
Las estadísticas de los últimos golpes de Estado, van 2x1 a favor de los pueblos. Y ni la presión norteamericana ni la tibieza de la OEA han conseguido librar de su mácula al régimen de Profirio Lobo.
La ideóloga Ileana Ros-Lethinen, gusana cubana de toda la vida, líder en el secuestro de Elián González, que emerge como presidenta de la Comisión de Relaciones Exteriores de una Cámara de Representantes dominada por la derecha, ha encontrado un argumento precioso para desacreditar a los gobiernos populares de América Latina. Según ella, estos líderes electos en elecciones pluralistas, “están usando los instrumentos democráticos para sus propios fines autocráticos”. Es decir, que ya no vale que a un presidente lo elijan los electores con sus votos: hay que buscar sus ocultos “fines” detrás de esa victoria democrática.
La burguesía empieza a desconfiar de la democracia cuando pierde con ella, y detrás de esa desconfianza lo que viene es el totalitarismo, el fascismo. La única manera de “corregir” esos mal usados instrumentos democráticos, es echándolos por la borda.
Lo que esta extrema derecha está viendo con horror, es que la mansedumbre de los pueblos ha terminado: los pueblos eligen a los gobernantes que quieren y después, si es preciso, salen a defenderlos en las calles.
Que tengan cuidado con lo que vayan a hacer los del Tea Party y sus cipayos latinoamericanos, no sea que las cosas se les pongan peor de lo que ya las tienen.
domingo, 21 de noviembre de 2010
Revolución o reforma. A cincuenta años de haberse declarado socialista la Revolución cubana.
El pasado viernes 19 de noviembre leí esta ponencia --que me habían solicitado los organizadores de forma expresa--, en la 9na. Conferencia de Estudios Americanos celebrada en La Habana. Aunque retoma ideas expresadas en otros textos míos --y es un poco larga para este medio--, quiero compartirla con los lectores de mi blog dado el momento de ajustes que vivimos.
Enrique Ubieta Gómez
Dentro de pocos meses la Revolución cubana cumplirá su primer medio siglo de haberse declarado socialista. Existía en el país una tradición revolucionaria que se remontaba a los orígenes de la nación: las necesidades vitales (económicas) de la población nacida en la colonia –de la esclava, por supuesto, de ascendencia africana o asiática, por momentos mayoritaria; pero también de la criolla, hija de peninsulares e isleños españoles--, solo podían ser satisfechas desde presupuestos éticos. Hasta que esas necesidades no cuajaron en moldes justicieros, no se fraguó el sentimiento independentista. El primer acto en pos de la independencia, fue inevitablemente de justicia: la liberación de los esclavos. Una rara identidad de lo ético y de lo útil engendraba la Patria. José Martí hablaría dos décadas después de “la utilidad de la virtud”. Cuando le correspondió organizar la nueva guerra, no habló de nación –un concepto viciado por sus usos metropolitanos, y por reivindicaciones raciales--, sino de Patria, que era, decía, Humanidad. Y paradójicamente, no creó un Partido Independentista, sino uno que nombró, para siempre, Revolucionario. Una importante cualidad animaba el pensamiento martiano, profundamente revolucionario: hombre culto, de fina sensibilidad y extraordinarios conocimientos científicos, Martí rechazó el materialismo vulgar, en el fondo idealista, del positivismo, al que se adherían muchos de sus coetáneos. Había en Martí un “loco” indomable, que rechazaba de forma casi instintiva el acatamiento pasivo de los “hechos” sociales: si algún antecedente tuvo la frase convertida en graffiti por una mano anónima en una calle parisina del 68 del siglo siguiente, esa que pedía que fuésemos realistas, e hiciéramos lo imposible, fue quizás el realismo político del decimonónico Martí. En algún texto he propuesto una diferenciación conceptual entre el “deber ser” y el “poder ser” martiano; el primer concepto ignora la realidad en todas sus facetas –lo visible, lo fáctico, y lo posible, lo latente--, para aferrarse a un ideal no ratificado por la práctica, y ajustar artificialmente la realidad al modelo; el segundo, parte de la existencia de diferentes posibilidades latentes en la sociedad, todas reales, aunque no totalmente manifiestas, y de la certeza de que la realización de cualquiera de ellas puede y debe impulsarse de forma conciente. Los positivistas recolectaban datos, y en nombre de la ciencia, al decir de Martí y con verbo de su invención, “insecteaban por lo concreto”; en oposición, pedía un vuelo de cóndor, en el que participase la intuición como forma del saber. Los positivistas eran esencialmente reformistas, José Martí fue un revolucionario.
¿Y esto qué tiene que ver con el socialismo cubano? El hilo de Ariadna solo sirve para encontrar el pasado, jamás para hallar el futuro; el presente aún puede conducir a diferentes futuros. Decir, como alegan sus enemigos, que la Revolución se ha inventado una historia teleológica, es una mala treta. Salto por sobre simplificaciones y esquematismos manualescos, siempre presentes: la Revolución cubana cuenta con una sólida tradición histórica. Tanto es así, que algunos ideólogos de la contrarrevolución propusieron en los noventa la existencia de dos líneas matrices en paralelo (necesitados ellos de una): la moderna, capitalista, que transitaba por los diversos reformismos –en la Cuba decimonónica, el anexionismo y el autonomismo, y en la del siglo XX, un capitalismo dependiente que finalmente se adhería a posturas neo-anexionistas o neo-autonomistas--, y que partía de los primeros patricios blancos, en los que aún la justicia y el interés de clase no se fundían, y llegaba hasta los actuales empresarios cubano americanos, en los que ya nunca la una y los otros encontrarán espacio común; y por la otra, la que llamaron antimoderna, utópica –en un sentido despectivo--, por anticapitalista, en la que juntaron sin recato y con razón a Martí y a Fidel. En la historia de Cuba dos conceptos adquirieron un sentido opuesto, excluyente: la Revolución fundacional, propiciadora del nacimiento de la Patria, y la Reforma conservadora, asidero de una elite entreguista, antinacional. El espíritu revolucionario que necesitaba la independencia y el reformista, que necesitaba la dependencia. Los autonomistas finiseculares que clamaban por la hispanidad imperecedera de Cuba, cuando las únicas alternativas fueron la Anexión a Estados Unidos o la Independencia Absoluta, optaron por la primera. En una carta inédita del 3 de septiembre de 1899, dirigida al anexionista cubano-americano José Ignacio Rodríguez –que se conserva en los archivos de la Biblioteca del Congreso en Washington--, el presidente del Partido Liberal Autonomista cubano, José María Gálvez expresaba en tono conspirativo: “La independencia absoluta es la ilusión del día fomentada por los 'patrioteros' y acariciada por la turba mulata. Conviene desvanecerla antes de emprender la demostración de que á la anexión ha de llegarse de todos modos, á la manera que para los católicos por todos los caminos se va a Roma. Creo haberte dicho antes y repito ahora que suspiran por la anexión todos los que tienen algo que perder, los que aspiran á adquirir, y la masa general de españoles”. De cualquier manera, para el que quiera ver por el ojo de la cerradura la reconstrucción de la historia que haría una victoriosa contrarrevolución cubana, asómese a las actuales sociedades este-europeas.
¿Y esto qué tiene que ver con el socialismo cubano? El hilo de Ariadna solo sirve para encontrar el pasado, jamás para hallar el futuro; el presente aún puede conducir a diferentes futuros. Decir, como alegan sus enemigos, que la Revolución se ha inventado una historia teleológica, es una mala treta. Salto por sobre simplificaciones y esquematismos manualescos, siempre presentes: la Revolución cubana cuenta con una sólida tradición histórica. Tanto es así, que algunos ideólogos de la contrarrevolución propusieron en los noventa la existencia de dos líneas matrices en paralelo (necesitados ellos de una): la moderna, capitalista, que transitaba por los diversos reformismos –en la Cuba decimonónica, el anexionismo y el autonomismo, y en la del siglo XX, un capitalismo dependiente que finalmente se adhería a posturas neo-anexionistas o neo-autonomistas--, y que partía de los primeros patricios blancos, en los que aún la justicia y el interés de clase no se fundían, y llegaba hasta los actuales empresarios cubano americanos, en los que ya nunca la una y los otros encontrarán espacio común; y por la otra, la que llamaron antimoderna, utópica –en un sentido despectivo--, por anticapitalista, en la que juntaron sin recato y con razón a Martí y a Fidel. En la historia de Cuba dos conceptos adquirieron un sentido opuesto, excluyente: la Revolución fundacional, propiciadora del nacimiento de la Patria, y la Reforma conservadora, asidero de una elite entreguista, antinacional. El espíritu revolucionario que necesitaba la independencia y el reformista, que necesitaba la dependencia. Los autonomistas finiseculares que clamaban por la hispanidad imperecedera de Cuba, cuando las únicas alternativas fueron la Anexión a Estados Unidos o la Independencia Absoluta, optaron por la primera. En una carta inédita del 3 de septiembre de 1899, dirigida al anexionista cubano-americano José Ignacio Rodríguez –que se conserva en los archivos de la Biblioteca del Congreso en Washington--, el presidente del Partido Liberal Autonomista cubano, José María Gálvez expresaba en tono conspirativo: “La independencia absoluta es la ilusión del día fomentada por los 'patrioteros' y acariciada por la turba mulata. Conviene desvanecerla antes de emprender la demostración de que á la anexión ha de llegarse de todos modos, á la manera que para los católicos por todos los caminos se va a Roma. Creo haberte dicho antes y repito ahora que suspiran por la anexión todos los que tienen algo que perder, los que aspiran á adquirir, y la masa general de españoles”. De cualquier manera, para el que quiera ver por el ojo de la cerradura la reconstrucción de la historia que haría una victoriosa contrarrevolución cubana, asómese a las actuales sociedades este-europeas.
Pero la tradición revolucionaria en Cuba había recorrido también los caminos del marxismo en la primera mitad del siglo XX. Importantes intelectuales cubanos como Mella, Martínez Villena y Marinello, por solo citar a tres, fueron dirigentes partidistas; otros, colaboradores o simpatizantes del Partido. Los obreros cubanos y los estudiantes mostraban una impresionante pléyade de mártires y de líderes más o menos cercanos a los ideales socialistas. La ola revolucionaria de 1959 –antecedida por la del 33, que no tuvo una fuerza centrífuga que halara a sus diversos componentes--, unió esta vez a todos: las divergencias y los sectarismos fueron barridos por los acontecimientos, y los pocos que no fueron capaces de superar viejos rencores o ansiados protagonismos, desaparecieron del entramado histórico. La gesta libertaria del Movimiento 26 de julio fue nuevamente un desafío a lo aparentemente imposible: asaltos al cielo, travesías marítimas y desembarcos fantasmales, y la frase de Fidel al reunir apenas a ocho sobrevivientes del desembarco y siete fusiles, frente a un ejército bien armado y la previsible hostilidad del imperialismo más poderoso de la Tierra, “¡ahora sí ganamos la guerra!”. Del programa esbozado en La Historia me absolverá, pasando por la Primera Declaración de La Habana, hasta el día 16 de abril de 1961 en que se proclama el carácter socialista de la Revolución, han transcurrido veloces los acontecimientos. Una Revolución que transitó del anticolonialismo del siglo XIX al antiimperialismo del XX, era necesariamente anticapitalista. Buscar explicaciones externas al proceso, especular sobre las consecuencias que hubiese tenido una reacción más comprensiva por parte del gobierno estadounidense, es ignorar la naturaleza de los sucesos y de sus protagonistas: o era anticapitalista o no era. Fidel lo explica así en el Editorial del número inicial de la revista Cuba Socialista, en septiembre de 1961: “El 16 de abril, cuando acompañábamos a las víctimas del cobarde ataque aéreo del día anterior, puestas en tensión todas las fuerzas nacionales, respirándose ya la atmósfera de la agresión inminente, en víspera de la batalla contra el imperialismo que todo el mundo adivinaba, se proclamó el carácter socialista de la Revolución. La Revolución no se hizo socialista ese día. Era socialista en su voluntad y en sus aspiraciones definidas, cuando el pueblo formuló la Declaración de La Habana. Se hizo definitivamente socialista en las realizaciones, en los hechos económicos-sociales cuando convirtió en propiedad colectiva de todo el pueblo los centrales azucareros, las grandes fábricas, los grandes comercios, las minas, los transportes, los bancos, etc. El germen socialista de la Revolución se encontraba ya en el Movimiento del Moncada, cuyos propósitos, claramente expresados, inspiraron todas las primeras leyes de la Revolución. (…) Y dentro de un régimen social semi-colonial y capitalista como aquel, no podía haber otro cambio revolucionario que el socialismo, una vez que se cumpliera la etapa de la liberación nacional”
La brújula de navegación marcaba la ruta del Este europeo, pero nuestros padres, más que al hipotético lugar de llegada, miraban al de partida, con sus tareas sociales pendientes y sus poderosos enemigos al acecho. El comando que se hizo de la embarcación no provenía del Partido (Comunista) –muy bien organizado en Cuba, con una historia heroica, pero demasiado enredado en los saberes de su tiempo y en las tácticas de lo inmediato--, y no traía manuales de navegación. Eran jóvenes irreverentes, melenudos y barbudos, que despreciaban las normas burguesas de comportamiento e invadían con sus botas guerrilleras los salones de la burguesía derrotada; estadistas que al ser rechazados en los hoteles neoyorkinos de lujo, amenazaban con instalarse en carpas improvisadas en los jardines de Naciones Unidas o aceptaban gustosos una habitación en un modesto hotel del barrio negro de Harlem (eran tiempos de segregación racial legalizada en Estados Unidos). Pero no eran hombres y mujeres políticamente inmaduros; Fidel, en específico, había leído concienzudamente textos de Marx y Lenin, de historia, conocía en profundidad la realidad de su país –la visible y la latente--, poseía un optimismo revolucionario arrollador (solo es posible, lo que se cree posible), y un instinto político poco común. Como todos, vivió el diario, acelerado aprendizaje, que propicia una Revolución. En ellos es norma el apego a un código ético estricto que se expresó desde los días de la Sierra en el trato a los prisioneros enemigos y a los campesinos del entorno, y después, en la relación con el pueblo y en los compromisos internacionales. A pesar de ello, dijo Fidel hace cinco años y repitió en días pasados, “entre los muchos errores que hemos cometido todos, el más importante error era creer que alguien sabía de socialismo, o que alguien sabía de cómo se construye el socialismo”. Pero también dijo: “¿Qué sociedad sería esta, o qué digna de alegría cuando nos reunimos en un lugar como este, un día como este, si no supiéramos un mínimo de lo que debe saberse, para que en esta isla heroica, este pueblo heroico, este pueblo que ha escrito páginas no escritas por ningún otro en la historia de la humanidad preserve la Revolución?” Porque hay que decir que el socialismo cubano nunca dejó de buscarse, de rectificarse, de recomenzarse: cada década marca de alguna manera un nuevo comienzo, una nueva búsqueda.
Suele decirse con malévola intención o desconocimiento, que las masas enardecidas que acompañan a un proceso revolucionario carecen de voluntad propia. En realidad, solo una Revolución es capaz de transformar a las masas en colectivos de individualidades, solo un proceso revolucionario convierte a los individuos en sujetos, en actores de su destino. La escena de la película Madagascar en la que la protagonista se busca inútilmente en una foto aérea de una concentración masiva publicada en un periódico de la época, convencida de que se hallaría en ella, es muy reveladora: esa mujer no concebía que su rostro no apareciese, porque se sentía protagonista de aquel suceso, por más que estuviese acompañada por un millón de cubanos. El heroísmo individualizado y el heroísmo anónimo son dos expresiones, a veces complementarias, a veces contrapuestas, de una Revolución. Una Revolución es el proceso mediante el cual las masas empiezan a conformar colectividades de individuos. En la medida en que ese proceso se complete o deshaga, triunfa o fracasa. En Cuba, dice el Che, “este ente multifacético no es, como se pretende, la suma de elementos de la misma categoría (reducidos a la misma categoría, además, por el sistema impuesto), que actúa como un manso rebaño”. No obstante, continúa, “vistas las cosas desde un punto de vista superficial, pudiera parecer que tienen razón aquellos que hablan de la supeditación del individuo al Estado; la masa realiza con entusiasmo y disciplina sin iguales las tareas que el gobierno fija (...)”. Y avanza una hipótesis de trabajo verdaderamente revolucionaria: "Lo difícil de entender para quien no viva la experiencia de la Revolución es esa estrecha unidad dialéctica existente entre el individuo y la masa, donde ambos se interrelacionan y, a su vez la masa, como conjunto de individuos, se interrelaciona con los dirigentes".
Uno de los aportes y de las fortalezas del socialismo cubano, ha sido esa relación múltiple: la masa y cada individuo de una parte; la masa como conjunto de individuos y sus principales dirigentes, de la otra. Vuelvo sobre un ejemplo que suelo utilizar por su ejemplaridad: el Gobierno revolucionario podía tomar la decisión de enviar azúcar al pueblo chileno en época de la Unidad Popular, pero Fidel se dirigió a ese millón de cubanos que protagonizaba la Revolución con su presencia en la Plaza, y le preguntó, ¿está cada uno de ustedes, en disposición de donar una libra de azúcar de la que reciben por la libreta de abastecimiento al pueblo chileno? La inmensa mayoría de los presentes levantó conmovido su brazo, en señal de aprobación. Cada ciudadano, de forma individual, como si se tratara de un acuerdo entre vecinos, donaba parte de su escasa cuota de azúcar a un pueblo hermano. Los Lineamientos Económicos y Sociales que debatirá y aprobará el próximo Congreso del Partido se discutirán antes en todos los centros de trabajo y vecindarios del país. No es la primera vez, ha sido una práctica común en nuestra historia revolucionaria.
Siendo como fue una Revolución auténtica, la cubana nunca se percibió –y la verdad, tampoco hubiese podido hacerlo, aún de querer--, como asunto interno: fue Primer Territorio Libre de América, y en esencia, un eslabón de la Revolución mundial. Por primera vez en la historia, la vocación internacionalista de un estado revolucionario no se ejercía desde los presupuestos, los prejuicios o los intereses de un país de mayor desarrollo, hacia países o regiones de menor desarrollo. Cuba alzó la vista hacia sus hermanos de infortunio como un igual: de pobre a pobre, de ex colonia a colonia. Y sobrevivió, por cierto a los llamados “hermanos mayores” de Europa: hoy la Revolución cubana tiene más edad de la que tenían esos estados cuando se desmoronaron. El internacionalismo cubano se practicó como deber, no como favor. Compartió médicos, maestros, soldados, guerrilleros. Por eso acostumbraba a recibir la solidaridad con agradecimiento, convencida de que no recibía un favor, sino un trato justo. Fidel fundó como estadista una nueva práctica del internacionalismo, ajena a todo interés geopolítico, que se nutre del humanismo revolucionario, pero rechaza toda pretensión ideologizante –o evangelizadora de una doctrina revolucionaria--, salvo aquella que emana del ejemplo, como diría el Che. La Internacional comunista dispersaba a sus emisarios sin duda heroicos por el mundo, con una misión “evangelizadora”, similar en su carácter, aunque diferente en propósitos, a la del misionero católico o protestante. El médico cubano no habla de política, cura a ricos y a pobres, a neoliberales y a comunistas, a niños y a delincuentes; puede colaborar incluso con autoridades sanitarias de gobiernos fascistas si de salvar vidas se trata –como ocurrió en la Nicaragua de Somoza, en los días posteriores al terremoto--, o con instituciones de estados con los que no existen ni se reclaman relaciones diplomáticas. En 1991 sobrevino el Derrumbe: del horizonte, de la moda revolucionaria, para los que siempre navegan según la corriente, de las relaciones comerciales más justas. El bloqueo cerró todas las puertas y apagó la luz, no solo la eléctrica. Miles de cubanos salimos cada día en bicicletas al trabajo, llevando en la parrilla a la esposa y al hijo pequeño, dejando en casa, pospuestos, muchos proyectos de vida que parecían factibles. En momentos de momentánea pérdida del sentido de orientación, nuestra Revolución conservó sin embargo la pequeña llama que evitó el congelamiento. El socialismo cubano reorientó sus esfuerzos a la sobrevivencia de las más elementales conquistas; aún así, en 1998, cuando la palabra internacionalismo parecía olvidada, dispersó sus guerrillas médicas por Centroamérica y Haití e inició una nueva etapa de labor solidaria. Ese año marcó también el triunfo electoral de Hugo Chávez en Venezuela y el inicio de una nueva era de revoluciones constitucionales en América Latina. La dura batalla por la sobrevivencia de Cuba y su defensa de los principios socialistas e internacionalistas, permitieron a la postre ese renacimiento colectivo.
¿Es el socialismo cubano un hecho histórico del siglo XX?, ¿existe un socialismo del siglo XXI que lo relega al pasado, para estudio de academias?, ¿fracasó el socialismo cubano? Más de veinte años después de la caída de los otros, Cuba reajusta su economía, buscando acomodar sus fuerzas, esencialmente humanas, en un mundo hostil, y en circunstancias revolucionarias diferentes. ¿Es obsoleto el concepto de Revolución? No voy a recordar la definición fidelista, que lo ubica en un plano esencialmente ético. De alguna manera, los cubanos parecemos más centrados y terrenales ahora, pero nuestros sueños escritos y nuestras realizaciones colosales permanecen intactos. Esta es una Revolución que hizo posible lo imposible en un pequeño país del Tercer Mundo, permanentemente sometido a un bloqueo económico y a una guerra mediática: con índices de educación y salud del Primer Mundo, Cuba estableció pautas en la relación de sus líderes con las masas, del Partido revolucionario con su pueblo. La actualización de su modelo económico no es reformista; en la historia de Cuba, como hemos visto, la Reforma conduce a la ruptura entre lo ético y lo justo. “El país tendrá mucho más –ha reiterado Fidel--, pero no será jamás una sociedad de consumo, será una sociedad de conocimientos, de cultura, del más extraordinario desarrollo humano que pueda concebirse, desarrollo de la cultura, del arte, de la ciencia [...] con una plenitud de libertad que nadie puede cortar. Eso lo sabemos, no hay ni que proclamarlo, aunque sí recordarlo”.
Cuba ha creado una sociedad más diversa, porque ha enriquecido a sus individuos; su millón de profesionales, su población con un mínimo de noveno grado escolar, es la mayor de sus conquistas. El capitalismo incentiva el individualismo; el socialismo no siempre ha sabido o ha podido desencadenar al máximo, como un interés social, las potencialidades del individuo. La actualización cubana de su economía, potencia esas posibilidades. Sería probablemente extemporáneo debatir ahora sobre el llamado guevarismo, o sobre la relación exacta, útil y justa, de los estímulos materiales y morales en un país sin recursos. Vivimos una etapa cualitativamente distinta, y los revolucionarios dejaríamos de serlo si no superamos viejos estereotipos. “En este mundo real, que debe ser cambiado, todo estratega y táctico revolucionario tiene el deber de concebir una estrategia y una táctica que conduzcan al objetivo fundamental de cambiar ese mundo real. Ninguna táctica o estrategia que desuna sería buena”, ha reiterado Fidel en días pasados. El modelo económico y social capitalista ha fracasado, y Cuba rechaza el consumismo inherente al modo de producción capitalista.
Se demoniza a Cuba por no haber podido impedir el resurgimiento de la prostitución, aunque la solución implícita, la capitalista, significaría su masificación. Se acusa a Cuba de no haber podido contener ciertas injustas diferencias sociales y la solución capitalista sería acrecentarlas, hacerlas más hondas, injustas e irreversibles. Cada médico o deportista que deserta es la victoria de la “normalidad” frente al sueño de una sociedad solidaria. Pero la deserción (que es la renuncia de alguien a su presunta “anormalidad”) es presentada como un hecho en sí anormal, extraordinario. El cubano que deserta no es definido en función de sus intereses personales –como suele ser normal en este mundo--, sino como expresión de una posición política. Las imágenes que se trasmiten desde Cuba se regodean en los rincones sucios y demacrados de la ciudad, en los bordes más pobres de una sociedad estrangulada por el bloqueo. Los espacios bonitos se consideran falsos o manipulados. No importa que los espacios “feos” sean normales –y por eso poco interesantes--, en otras ciudades latinoamericanas. La normalidad cubana debe ser destruida, para que Cuba sea tan normal como los restantes países del Tercer Mundo. Sobre todo porque Cuba no acaba de admitir –ni admitirá--, la más importante y definitoria normalidad: la del “libre mercado” (concepto que en la gran prensa se roba los significados de democracia y de libertad).
Pienso para concluir, que no es posible construir la justicia deseada desde la pobreza, y que de alguna manera, los países del Tercer Mundo debemos levantarnos juntos. El ALBA –fundada sobre la experiencia del internacionalismo cubano--, ofrece una respuesta incipiente. No hay modelos para el socialismo, pero hay principios, y un horizonte único: el anticapitalismo. Creo que el socialismo cubano lejos de ser un proyecto del siglo XX, lo es del XXI; la Humanidad retomará sus “locuras” más hermosas, y por ello más necesarias, cuando esté en condiciones de universalizarlas. Mientras, esta pequeña isla de Utopía no cejará en su empeño de crecer y de compartir sus conquistas.
Una medalla para el Maestro Alberto Híjar
La Universidad Autónoma de Ciudad México acaba de otorgar una medalla al Maestro Alberto Híjar Serrano. No sé qué medalla es, y creo que no importa. El mismísimo homenajeado posa en el acto con la medalla de marras en el ojo derecho (una manera de decir, supongo, que solo ve por la izquierda). Conocí al Maestro Híjar a fines de 1988, cuando visité por primera vez ese país en calidad de investigador invitado del Colegio de México. Asfixiado por la supuesta asepsia política de la academia gringa que ese plantel trataba de imitar --escuela de los cuadritos del PRI, como se decía entonces--, emigré hacia la UNAM, donde hallé a excelentes profesores. Traía cartas de "recomendación" para Adolfo Sánchez Vázquez y Leopoldo Zea. Pero a Híjar lo conocí de la mejor manera posible. Fueron los estudiantes mexicanos de filosofía y estética quienes me lo recomendaron con insistencia. Y empecé a asistir a sus conferencias. Iconoclasta, con un sentido de la ironía muy personal que fascinaba a sus alumnos, el Maestro Híjar fue desde entonces un copadre mexicano (así se autodenominaba él), siempre dispuesto a tenderme la mano en mis frecuentes, desde entonces, visitas a México. Yo lo llamaba Maestro, con una mayúscula implícita, no por su grado académico, sino por su vida ejemplar. Así que felicidades Maestro, aunque las medallas y los títulos no signifiquen nada para hombres como usted.
miércoles, 17 de noviembre de 2010
Cuba: ideología e identidad.
José Steinsleger
Tomado de La Jornada
La cresta de la confusión entre identidad e ideología se alcanzó a inicios del decenio de 1990, cuando los partidos políticos de América Latina (sin excepción) fueron centrifugados por las hélices de la licuadora neoliberal: apoliticismo posmoderno, implosión en los países del socialismo real, y el cuento de la democracia “como en España y Chile… ¿ves?”.
Pocos años después, con la aparición del EZLN en Chiapas (1994) y el triunfo electoral del Movimiento Quinta República en Venezuela (1998), la identidad nacional y popular de nuestros pueblos volvió por sus fueros. Observación: adictos al simplismo, abstenerse. El articulista no está pensando en nacionalismo y populismo.
La identidad es un concepto subjetivo porque depende de una elección. Podemos cambiar de nombre y nacionalidad. En cambio, cuando políticamente nos expresamos desde lo nacional y popular (una sabrosa enchilada suiza, la defensa de los compañeros de Atenco), fijamos posición objetiva frente a lo que se le opone: la identidad cosmopolita y elitista.
Observación dos: la sustitución de la una identidad por la otra es tarea vana, pues en el mundo de hoy ambas funcionan como vasos comunicantes. Aunque la una, a expensas de la otra. Entonces, si la pretensión apunta a separar la paja del trigo, conviene tener claro si pensamos (o no), con criterio nacional y popular.
Observación tres: el pensamiento nacional y popular no consiste en prescindir de saberes originados fuera del país, sino en valorar las potencialidades del propio para visualizar los resortes de la dominación interna, y las presiones externas que nos impiden ser mejor de lo que somos.
A muchos intelectuales y políticos les atrae más recorrer el camino inverso. El costo va de suyo: aspirar a ser (en el mejor de los casos y sin garantías para ello) talentosos versificadores de lo que otros pensaron y consiguieron, piensan y consiguen en lugares y situaciones distintas a la propia. O, de plano, en cotorras del marxismo y el liberalismo de importación.
Observación cuatro: si en los países ricos (o sea, imperialistas) la exaltación de lo nacional y popular siempre ha sido igual a racismo, exclusión y discriminación, en los países pobres (o sea, saqueados y explotados) conlleva igualdad, derechos, justicia, inclusión.
Las prodigiosas realizaciones de la ciencia y la tecnología no son malas porque fueron engendradas por el capitalismo altamente desarrollado. Son malas (y sin comillas), porque sus beneficios y aplicaciones excluyen a tres cuartas partes de la humanidad.
En consecuencia, desde lo nacional y popular deberíamos preguntarnos por qué nuestros magnates, en lugar de invertir en actividades productivas, sólo aspiran a especular y figurar en la nómina de la revista Forbes. ¿No es triste verlos tan felices y serviles cuando, a la hora de cortar el pastel, los países imperialistas les dan una patada en el culo y, cuanto mucho, les permiten servir la mesa del festín neoliberal, quintaesencia del crimen organizado?
¿Cómo reformular una causa noble que aún es idea? El socialismo no figura en la agenda política de movimientos y gobiernos con identidad nacional y popular (lopezobradorismo en México, kirchnerismo en Argentina) ni en procesos emancipadores que lo invocan (Venezuela, Bolivia, Ecuador, Nicaragua): sus políticas son capitalistas.
El socialismo cubano, que responde a otras coordenadas, ha empezado un gran debate para ver cómo apuntalar su economía y conquistas sociales. Lo cierto es que la suerte de la revolución depende, como nunca, de las iniciativas de cooperación, integración y solidaridad que en América del Sur se han puesto en marcha.
A ver, chamanes de las ideologías reveladas: ¿a qué le juegan? No le pidamos más a la revolución cubana, que ya hizo demasiado por quienes la respetan, y por quienes aseguran respetarla peeeeero… Y en este para nada inocente peeeeero, antes que el derecho a la crítica subyace el perfeccionismo marxista, persuadido de que por operación de la Gracia Divina es posible alcanzar y mantener la perfección moral que los trabajadores de verdad serían los primeros en deplorar.
Si queremos ayudar a Cuba, evitemos aturdirla con señalamientos que, a más de ignorar las potentísimas reservas de su identidad nacional y popular, le dictan a control remoto el catecismo de la revolución proletaria mundial. “Como bien recalcaba Lenin…” ¡Por Ochún! Estos recursos verbales de autoridad ya suenan a logia de carbonarios.
Los presupuestos marxistas que se transmiten con frenesí notarial han sido causa de graves perturbaciones ideológicas y sicológicas. ¿Que en 32 páginas de un documento económico-social destinado al congreso del partido de abril 2011, la palabra socialismo aparece sólo tres veces?
Con algunas páginas más, el único momento en que Marx usó en El Capital la palabra revolución, fue para referirse a la técnica. Por último, si mal no recuerdo, Marx dijo en la sexta tesis sobre Feuerbach: El hombre es el conjunto de sus relaciones sociales. Ya lo ve, nadie está exento de apelar a la autoridad.
Tomado de La Jornada
La cresta de la confusión entre identidad e ideología se alcanzó a inicios del decenio de 1990, cuando los partidos políticos de América Latina (sin excepción) fueron centrifugados por las hélices de la licuadora neoliberal: apoliticismo posmoderno, implosión en los países del socialismo real, y el cuento de la democracia “como en España y Chile… ¿ves?”.
Pocos años después, con la aparición del EZLN en Chiapas (1994) y el triunfo electoral del Movimiento Quinta República en Venezuela (1998), la identidad nacional y popular de nuestros pueblos volvió por sus fueros. Observación: adictos al simplismo, abstenerse. El articulista no está pensando en nacionalismo y populismo.
La identidad es un concepto subjetivo porque depende de una elección. Podemos cambiar de nombre y nacionalidad. En cambio, cuando políticamente nos expresamos desde lo nacional y popular (una sabrosa enchilada suiza, la defensa de los compañeros de Atenco), fijamos posición objetiva frente a lo que se le opone: la identidad cosmopolita y elitista.
Observación dos: la sustitución de la una identidad por la otra es tarea vana, pues en el mundo de hoy ambas funcionan como vasos comunicantes. Aunque la una, a expensas de la otra. Entonces, si la pretensión apunta a separar la paja del trigo, conviene tener claro si pensamos (o no), con criterio nacional y popular.
Observación tres: el pensamiento nacional y popular no consiste en prescindir de saberes originados fuera del país, sino en valorar las potencialidades del propio para visualizar los resortes de la dominación interna, y las presiones externas que nos impiden ser mejor de lo que somos.
A muchos intelectuales y políticos les atrae más recorrer el camino inverso. El costo va de suyo: aspirar a ser (en el mejor de los casos y sin garantías para ello) talentosos versificadores de lo que otros pensaron y consiguieron, piensan y consiguen en lugares y situaciones distintas a la propia. O, de plano, en cotorras del marxismo y el liberalismo de importación.
Observación cuatro: si en los países ricos (o sea, imperialistas) la exaltación de lo nacional y popular siempre ha sido igual a racismo, exclusión y discriminación, en los países pobres (o sea, saqueados y explotados) conlleva igualdad, derechos, justicia, inclusión.
Las prodigiosas realizaciones de la ciencia y la tecnología no son malas porque fueron engendradas por el capitalismo altamente desarrollado. Son malas (y sin comillas), porque sus beneficios y aplicaciones excluyen a tres cuartas partes de la humanidad.
En consecuencia, desde lo nacional y popular deberíamos preguntarnos por qué nuestros magnates, en lugar de invertir en actividades productivas, sólo aspiran a especular y figurar en la nómina de la revista Forbes. ¿No es triste verlos tan felices y serviles cuando, a la hora de cortar el pastel, los países imperialistas les dan una patada en el culo y, cuanto mucho, les permiten servir la mesa del festín neoliberal, quintaesencia del crimen organizado?
¿Cómo reformular una causa noble que aún es idea? El socialismo no figura en la agenda política de movimientos y gobiernos con identidad nacional y popular (lopezobradorismo en México, kirchnerismo en Argentina) ni en procesos emancipadores que lo invocan (Venezuela, Bolivia, Ecuador, Nicaragua): sus políticas son capitalistas.
El socialismo cubano, que responde a otras coordenadas, ha empezado un gran debate para ver cómo apuntalar su economía y conquistas sociales. Lo cierto es que la suerte de la revolución depende, como nunca, de las iniciativas de cooperación, integración y solidaridad que en América del Sur se han puesto en marcha.
A ver, chamanes de las ideologías reveladas: ¿a qué le juegan? No le pidamos más a la revolución cubana, que ya hizo demasiado por quienes la respetan, y por quienes aseguran respetarla peeeeero… Y en este para nada inocente peeeeero, antes que el derecho a la crítica subyace el perfeccionismo marxista, persuadido de que por operación de la Gracia Divina es posible alcanzar y mantener la perfección moral que los trabajadores de verdad serían los primeros en deplorar.
Si queremos ayudar a Cuba, evitemos aturdirla con señalamientos que, a más de ignorar las potentísimas reservas de su identidad nacional y popular, le dictan a control remoto el catecismo de la revolución proletaria mundial. “Como bien recalcaba Lenin…” ¡Por Ochún! Estos recursos verbales de autoridad ya suenan a logia de carbonarios.
Los presupuestos marxistas que se transmiten con frenesí notarial han sido causa de graves perturbaciones ideológicas y sicológicas. ¿Que en 32 páginas de un documento económico-social destinado al congreso del partido de abril 2011, la palabra socialismo aparece sólo tres veces?
Con algunas páginas más, el único momento en que Marx usó en El Capital la palabra revolución, fue para referirse a la técnica. Por último, si mal no recuerdo, Marx dijo en la sexta tesis sobre Feuerbach: El hombre es el conjunto de sus relaciones sociales. Ya lo ve, nadie está exento de apelar a la autoridad.
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