Enrique Ubieta Gómez
Un viernes que parecía interminable, que detenía nuestra prisa de adultos y nos obligaba a acampar bajo un árbol cualquiera, frente a un campamento que alguna vez albergara mi cansancio adolescente y mis planes de conquista, un tiempo que regresaba sin anunciarse, porque un viaje a la Isla de la Juventud se posponía, y nos convertía en isla, en seres momentáneamente sin destino, mientras el katamarán (nombre cabalístico) regresaba a buscarnos; un viernes caluroso, denso, que nos permitió conocernos mejor a Daysi Francis Mexidor, Francisco Rodríguez Cruz (Paquito el de Cuba), el joven David Vázquez de Cubadebate, Ernán Sarmiento Vento, vicepresidente de la Asociación de los Economistas cubanos, José Martín, vicepresidente de la UPEC, Alberto Loreidis y su pequeño hijo, Katia, que había ido a rescatarnos y a mí, claro. Alguna oculta razón, digo yo, nos había reunido a todos allí, frente al campamento de mi adolescencia. Por primera vez conversábamos sin que la computadora mediara. No importó que llegásemos tarde, exhaustos, a la Isla. Durante el viaje en el katamarán fue compañera de asiento una adolescente que estudiaba en la Escuela Lenin --como yo, hace muchos años, como mis hijos--, lectora de La Calle, futura periodista. En cambio, el sábado fue el intercambio intenso entre colegas que ya se conocían de todo un viernes, en torno al reflejo de los Lineamientos económicos y sociales en la prensa y sobre la Ciberguerra. Otra vez la generosidad pinera nos hizo olvidar la espera del día anterior, que nos obligara a regresar en el tiempo para rescatarnos: Cuba volvía a nacer como nosotros, los cubanos, que zarpamos en un misterioso katamarán lleno de amigos recién inaugurados, para discutir con pasión el futuro de todos y las maneras de defenderlo.
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