Ángel Guerra Cabrera
En las últimas semanas hemos presenciado un despliegue extraordinario de la mafia mediática imperialista que machaca la caída del Muro de Berlín como el “fin del comunismo”. Aunque el clavo final al ataúd de la Unión Soviética fue puesto el 25 de diciembre de 1991, se ha instalado la percepción de la caída del muro como el principio del fin de aquel magno primer experimento de liberación humana iniciado por el Partido Bolchevique en 1917.
Pero no fue el fin del comunismo ni como sistema social ni como teoría y práctica políticas. No lo fue como sistema social porque con todos los prodigiosos avances sociales, económicos, políticos, culturales y científicos logrados en aquel gigantesco país abrumadoramente campesino y analfabeto, lo alcanzado quedó lejos del horizonte imaginado por Marx. Allí y en otros países que se sumaron a la experiencia, los partidos dirigentes se desvincularon de las masas y en algunos casos cometieron graves desviaciones de los principios del humanismo marxista que, en conjunto, llevaron a la implosión del sistema. Aunque está por hacerse un verdadero balance científico de aquella experiencia, sí tenemos la certeza de que nació, creció y murió bajo el acoso y la guerra sin cuartel de las potencias imperialistas y que debemos la derrota del nazismo principalmente al heroísmo del pueblo soviético y del Ejército Rojo.
No ocurrió el fin del comunismo como teoría y práctica política puesto que desde bastante antes de la caída del muro y hasta hoy el capitalismo se hunde en una crisis multidimensional irreversible que confirma como nunca antes la vigencia de la crítica de Marx a ese sistema de explotación y saqueo.
No fue tampoco el fin de la historia como lo demuestra la crisis de hegemonía que atraviesa Estados Unidos y el surgimiento de un mundo pluripolar donde no puede ejercer sus tiránicas políticas de guerra y depredación sin fuerte resistencia y sin sufrir grandes descalabros, como en Irak, Afganistán, Libia, Siria y Ucrania. A ello han contribuido notable y crecientemente la emergencia de dos grandes potencias económicas y militares con políticas de paz precisamente en los dos estados donde ocurrieron las dos grandes revoluciones socialistas de Europa y Asia.
Pero las pruebas más contundentes de la vigencia de los ideales de igualdad, justicia y libertad entrañados en el comunismo las tenemos en América Latina. Cuba no renunció al socialismo ni cuando cayó aquel muro ni cuando se derrumbó la Unión Soviética, que había sido su aliado principal frente a la hostilidad de Washington, no obstante que este recrudeció el bloqueo y los planes desestabilizadores contra la isla.
En febrero de 1989, antes aún de la caída del muro, Venezuela protagonizaba el caracazo, la primera gran rebelión antineoliberal del planeta, preludio de otras en que las masas latinoamericanas dejaron muy claro su rechazo a las nuevas formas de explotación capitalista. El caracazo abonó el camino al surgimiento de ese gigante de nuestro tiempo que fue Hugo Chávez.
Una década después(1999), a ocho años del derrumbe soviético, iniciaba en América Latina y el Caribe lo que Rafael Correa ha llamado un cambio de época pues marca el momento en que fructifica la rebelión y la unidad latino-caribeña contra la imposición de Washington. En la cresta de una gran ola popular suramericana, Chávez, acompañado de la amistad y el intercambio de ideas con Fidel y sólidamente unido con Lula, Kirchner y Evo derrotó las pretensiones gringas de imponer un tratado de libre comercio continental como el que ha sumido a México en la pobreza, la subordinación al norte y la violencia sin límites. A la vez, sentó las bases institucionales del ideal de unidad e integración de América Latina y el Caribe al impulsar el surgimiento del Alba, Petrocaribe, Unasur, el Mercocur posneoliberal y Unasur.
Si América Latina es hoy –junto a los BRICS- uno de los grandes pilares de la multipolaridad, se debe a esas trasformaciones políticas, que tuvieron su inspiración primigenia en Bolívar y Martí pero también en Marx, Lenin, Trotsky, Gramsci, Che, y –muy importante- en la teología de la liberación. No es el socialismo el objetivo actual de todos nuestros procesos nacional-populares pero difícilmente habrían podido avanzar y fortalecerse tan rápido sin el ejemplo de resistencia del socialismo cubano ni explicarse sin la influencia ejercida en la mayoría de sus líderes por el ideal socialista y comunista.
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