Omar Rafael García Lazo
México
1. La policía de Guerrero y el ejército nacional, con la anuencia de los poderes locales y la complicidad estructural del Estado mexicano, asesinaron 43 adolescentes normalistas.
2. El Gobierno sigue negando la vinculación de las instituciones nacionales y a duras penas han achacado toda la responsabilidad a grupos mafiosos en contubernio con el alcalde de Iguala.
3. Aún no se han arrestado a todos los responsables materiales e intelectuales.
4. Los medios de prensa nacionales e internacionales han reducido su cobertura a mera crónica roja. Han desenfocado la demanda de justicia de los padres y compañeros, además de omitir cualquier alusión a la responsabilidad del Estado con el crimen y con la creación de condiciones democráticas y de seguridad para evitar que hechos como este, habituales ya en México, se repitan.
Venezuela
1. Un miembro de la Policía Nacional Bolivariana, desoyendo todas las instrucciones existentes, cae en la trampa de la provocación y asesina a un adolescente vinculado a las protestas que en San Cristóbal, Táchira, elementos violentos tratan de reactivar para derrocar al gobierno nacional.
2. Las instituciones del Estado, léase, presidente de la República, presidente del Parlamento, Gobernador de Táchira, Fiscal General, Defensor del Pueblo y otros altos cargos se pronuncian, inmediatamente, contra el execrable crimen y demandan de las autoridades pertinentes una respuesta jurídica efectiva.
3. Rápidamente fue arrestado el autor material del crimen y se inició en su contra un proceso judicial.
4. La prensa nacional e internacional omite o reduce la respuesta del Estado y las instituciones venezolanas ante el crimen y se concentran en inflamar el acontecimiento para continuar posicionando la matriz de opinión que resalta que en “Venezuela se violan los derechos humanos”.
Algunas conclusiones preliminares:
1. La Revolución Bolivariana es un objetivo prioritario de EE.UU. mientras que México, eufemísticamente llamado “aliado”, no es otra cosa que parte de la “frontera sur” de EE.UU., sobre todo después de que el país azteca entrara en el TLCAN. Para Washington en Venezuela se violan los derechos humanos, en México no existen.
2. Los medios en manos de la derecha latinoamericana e internacional siguen actuando como actores políticos e imponen, de forma articulada, las agendas mediáticas en consonancia con los intereses políticos de EE.UU. y sus aliados regionales.
3. Los medios de comunicación revolucionarios de la región siguen a la defensiva y desarticulados.
4. La izquierda regional debe pasar de la denuncia a las propuestas concretas en términos comunicacionales.
5. Se precisa de acciones comunicativas concertadas para revertir la ofensiva mediática derechista y contrarrevolucionaria que forma parte de la contraofensiva del imperialismo dirigida a revertir los cambios políticos en América Latina y el Caribe.
viernes, 27 de febrero de 2015
miércoles, 25 de febrero de 2015
Mamá
Mis padres, en los años 90
Enrique Ubieta GómezSe fue mi Mamá. Antes se había achicado, física y mentalmente. En los días finales, cuando decía que no podía respirar, sentía alivio si acariciaba su cabellera, blanca y sedosa. Entonces se recostaba en mi pecho, como una niña chiquita, a veces traviesa y tierna, a veces majadera o iracunda, todavía intuitivamente generosa, como madre al fin y al cabo. Sus ojos ya no veían bien, pero todo lo adivinaban. Se fue diez años después que Papá, casi exactamente. Pero esa década no cuenta, fueron años de sobrevida. Encontraba fuerzas en su hija necesitada, y se consumía necesitando.
A Mamá la educaron para ser ama de casa, con una preparación de resguardo: la de secretaria bilingüe. No tuvo más instrucción. Papá en cambio, ocho años mayor, estudió periodismo, leyes y economía. Ella no conoció más hombre que él: se hizo mujer y revolucionaria desde sus paradigmas. Crió a sus cuatro hijos mientras Papá brillaba como profesional y tardó en vencer los límites de su formación, pero cuando salió a la calle se transformó en huracán. Pese a su educación burguesa, no tenía para vender más que su fuerza de trabajo. Por eso fue absolutamente radical, impaciente e incansable. De recepcionista, llegó a ser en pocos años secretaria ejecutiva. Perteneció por muchos años a la dirección del CDR de su cuadra, y al de la Zona. Mi Papá, que provenía de una familia de clase media profesional, era sin embargo menos popular: un dirigente medio muy respetado y brillante, pero poco visible. Evidenciaba “rezagos pequeño-burgueses”, como se decía entonces. Se comunicaba de manera abierta con su familia ida, algo que siempre advertía a los jefes nuevos que sin embargo, le confiaban las tareas más sensibles. Nos bautizó a los cuatro, aunque el último de mis hermanos nació en 1966, no porque fuese un creyente devoto –era profundamente anticlerical–, sino porque “si uno de sus hijos se bautizó, se bautizan todos”, decía. Mamá tenía un hermano en México, pero este había roto con todo, incluso con ella.
Ambos (nos) formaron a sus hijos como revolucionarios: Papá desde la reflexión, Mamá desde la pasión. No significa que Papá no fuese apasionado, pero en él primaba el elemento racional. Cuando polemizo y aflora la parsimonia analítica de Papá, triunfo; la pasión de Mamá me pierde. Ninguno de los dos militó en el Partido, pero nos educaron a sus hijos para militar. Cuando ya estaban jubilados –Mamá en tareas cederistas, Papá en las comisiones voluntarias de los procesos electorales de base–, el núcleo zonal quiso hacerle el proceso de admisión a Mamá. Ella puso una condición: aceptaba si se le hacía también a Papá. Hubo acuerdo. El resultado fue sorpresivo: Papá arrastraba el veto de sus relaciones familiares y fue rechazado; Mamá, en cambio, recibíría el ansiado carné. Entonces ocurrió un hecho que tipifica y enaltece a Mamá: en la reunión en la que se le comunicaba el acuerdo expresó su emoción de militar, y de inmediato, su decisión irrevocable de renunciar a la militancia. Argumentaba que su formación revolucionaria se la debía a Papá, y que ella no podía acceder al Partido si él no estaba en sus filas. Cuando éste se enfermó, dejó todas las responsabilidades cederistas (que en determinado momento se convirtieron en el sentido de su vida) para dedicarse a él.
Fue una pareja unida que se amaba –Papá falleció unos días después de que el matrimonio celebrase el medio siglo–, aunque eran dos personas muy diferentes. Mamá fue una mujer práctica, explosiva e hiperquinética, y siempre lamentó que su esposo y sus hijos no fuesen personas hábiles para los oficios domésticos (carpintería, plomería, etc.). Llegó a entender a Papá (y por extensión, a mí), pero en el fondo de su alma, trabajar, lo que se dice trabajar, no era leer o escribir. A veces traté de imaginar su vida con otro hombre más apegado a su ideal. Pero esa era una idea que no pasaba por su mente: su amor era como ella, absolutamente pasional, alejado de cualquier reflexión. Y sentía orgullo de Papá y de nosotros, sus hijos, a quienes valoraba siempre como seres perfectos.
Mamá se consumió en el cuidado de su hija enferma y en la frustración de no tener a una compañera plena salida de sus entrañas. Ella y Lili se querían y necesitaban cada vez más, aunque peleaban por cada minucia de su cotidianidad. Quiso dejar todos los cabos atados para asegurar su vida. La noche anterior a su partida, larga y difícil, se quitó el anillo de bodas y el de Papá, que había usado a partir de su fallecimiento, y se los entregó a ella, “para que los guardes tu”, dijo, y no comprendimos que se despedía. Ya no está, aunque es difícil no verla caminar impaciente de un lado al otro de la vieja casa familiar. Ya no están, ninguno de los dos. Ahora son lo que somos.
domingo, 22 de febrero de 2015
Conspirar en Estados Unidos
Atilio A. Boron
Toda la prensa hegemónica y los “intelectuales bienpensantes” (al decir de Alfonso Sastre) acusan al gobierno bolivariano de tiránico y totalitario por haber apresado a Antonio Ledezma, alcalde metropolitano de Caracas. Tuvo suerte este personaje, porque le hubiera ido mucho peor si lo que hizo en Venezuela: participar en una conspiración para derrocar por medios violentos al gobierno, lo hubiese hecho en Estados Unidos. A continuación, algunos antecedentes de utilidad para contextualizar su detención y, de paso, la de Leopoldo López, otro que cuenta con iguales o peores antecedentes que Ledezma.
En efecto, la legislación de Estados Unidos considera como un crimen federal cualquier acto de un nacional que “organice, ayude o intente organizar una sociedad, grupo o conjunto de personas que enseñan, promueven o alientan el derrocamiento o destrucción del gobierno.” Para que se configure esta figura penal no es necesario que el plan urdido por los conspiradores sea llevado a la práctica. Basta con haberlo concebido. En virtud de esta legislación, en 1981 Oscar López Rivera -un líder independentista de Puerto Rico y veterano de la Guerra de Vietnam- fue declarado culpable y condenado a 70 años de prisión por conspiración sediciosa y otros delitos. Después del primer atentado contra las Torres Gemelas, en 1993, las investigaciones condujeron a la detención de Omar-Abdel Rahman -un invidente clérigo musulmán, nacido en Egipto y residente en New Jersey- y nueve otras personas, todas acusadas de “conspiración sediciosa” por estar involucradas en un plan supuestamente destinado a librar una guerra terrorista contra los Estados Unidos y su gobierno. Los inculpados no llegaron a concretar sus propósitos pero se los condenó por haber puesto en marcha un complot destinado a tal fin. La evidencia: se los sorprendió manipulando sustancias explosivas en un garaje de Queens. Pese a que el clérigo ciego mal podría haber participado en la preparación de las bombas que supuestamente se colocarían en las Torres Gemelas fue acusado de ofrecer una justificación religiosa a los conspiradores. Todos fueron condenados en 1996, y a Rahman el juez Michael Mukasey le impuso una condena de prisión perpetua. Después de los atentados del 11 de Septiembre del 2001 y con la aprobación de la Ley Patriota (Pub. L. No. 107-56, 115 Stat. 272) se acentuaron las prerrogativas del Ejecutivo para perseguir a quienes el presidente considere han planeado, autorizado, ayudado a realizar o realizado actos hostiles o ataques en contra de Estados Unidos y su gobierno.
Ledezma apoyó abiertamente el golpe de estado de Abril del 2002 y luego el paro petrolero de 2002-2003. Fue un activo promotor y protagonista del “Plan Salida”, del 2014, cuyos desmanes y guarimbas sembraron la destrucción en el país y provocaron la muerte de 43 venezolanos. Y en los últimos días se involucró de lleno en la propuesta de “cambio de régimen”, abogando por el derrocamiento y reemplazo extraconstitucional del gobierno de Nicolás Maduro. Por su participación en el golpe del 2002 y el paro petrolero Ledezma estaría sirviendo una condena de 20 años en los Estados Unidos, y no podría haber proseguido su carrera política como lo hizo bajo la “tiranía chavista”, como con evidente perversidad gustan decir él, Leopoldo López y Corina Machado. Curiosa tiranía esta que permite que conspiradores sediciosos actúen libremente, compitan por cargos públicos, dispongan de ilimitado acceso a la prensa y difamen a diario a las autoridades legítimamente constituidas del país, convocando a tales efectos la ayuda y el apoyo de terceros países, lo que en Estados Unidos agravaría las penas. La magnanimidad de la revolución bolivariana le permitió a Ledezma seguir disfrutando de todas las garantías del Estado de Derecho y, bajo ese amparo, promover arteramente la violación del orden constitucional. Esto no lo podría hacer hecho en Estados Unidos. Pero ya sabemos que Washington padece de esquizofrenia aguda: quien sería condenado por sedicioso puertas adentro se convierte en un heroico “combatiente de la libertad” cuando sus crímenes los perpetra contra un gobierno que no es de su agrado y al que trata de destruir apelando a cualquier recurso.
Toda la prensa hegemónica y los “intelectuales bienpensantes” (al decir de Alfonso Sastre) acusan al gobierno bolivariano de tiránico y totalitario por haber apresado a Antonio Ledezma, alcalde metropolitano de Caracas. Tuvo suerte este personaje, porque le hubiera ido mucho peor si lo que hizo en Venezuela: participar en una conspiración para derrocar por medios violentos al gobierno, lo hubiese hecho en Estados Unidos. A continuación, algunos antecedentes de utilidad para contextualizar su detención y, de paso, la de Leopoldo López, otro que cuenta con iguales o peores antecedentes que Ledezma.
En efecto, la legislación de Estados Unidos considera como un crimen federal cualquier acto de un nacional que “organice, ayude o intente organizar una sociedad, grupo o conjunto de personas que enseñan, promueven o alientan el derrocamiento o destrucción del gobierno.” Para que se configure esta figura penal no es necesario que el plan urdido por los conspiradores sea llevado a la práctica. Basta con haberlo concebido. En virtud de esta legislación, en 1981 Oscar López Rivera -un líder independentista de Puerto Rico y veterano de la Guerra de Vietnam- fue declarado culpable y condenado a 70 años de prisión por conspiración sediciosa y otros delitos. Después del primer atentado contra las Torres Gemelas, en 1993, las investigaciones condujeron a la detención de Omar-Abdel Rahman -un invidente clérigo musulmán, nacido en Egipto y residente en New Jersey- y nueve otras personas, todas acusadas de “conspiración sediciosa” por estar involucradas en un plan supuestamente destinado a librar una guerra terrorista contra los Estados Unidos y su gobierno. Los inculpados no llegaron a concretar sus propósitos pero se los condenó por haber puesto en marcha un complot destinado a tal fin. La evidencia: se los sorprendió manipulando sustancias explosivas en un garaje de Queens. Pese a que el clérigo ciego mal podría haber participado en la preparación de las bombas que supuestamente se colocarían en las Torres Gemelas fue acusado de ofrecer una justificación religiosa a los conspiradores. Todos fueron condenados en 1996, y a Rahman el juez Michael Mukasey le impuso una condena de prisión perpetua. Después de los atentados del 11 de Septiembre del 2001 y con la aprobación de la Ley Patriota (Pub. L. No. 107-56, 115 Stat. 272) se acentuaron las prerrogativas del Ejecutivo para perseguir a quienes el presidente considere han planeado, autorizado, ayudado a realizar o realizado actos hostiles o ataques en contra de Estados Unidos y su gobierno.
Ledezma apoyó abiertamente el golpe de estado de Abril del 2002 y luego el paro petrolero de 2002-2003. Fue un activo promotor y protagonista del “Plan Salida”, del 2014, cuyos desmanes y guarimbas sembraron la destrucción en el país y provocaron la muerte de 43 venezolanos. Y en los últimos días se involucró de lleno en la propuesta de “cambio de régimen”, abogando por el derrocamiento y reemplazo extraconstitucional del gobierno de Nicolás Maduro. Por su participación en el golpe del 2002 y el paro petrolero Ledezma estaría sirviendo una condena de 20 años en los Estados Unidos, y no podría haber proseguido su carrera política como lo hizo bajo la “tiranía chavista”, como con evidente perversidad gustan decir él, Leopoldo López y Corina Machado. Curiosa tiranía esta que permite que conspiradores sediciosos actúen libremente, compitan por cargos públicos, dispongan de ilimitado acceso a la prensa y difamen a diario a las autoridades legítimamente constituidas del país, convocando a tales efectos la ayuda y el apoyo de terceros países, lo que en Estados Unidos agravaría las penas. La magnanimidad de la revolución bolivariana le permitió a Ledezma seguir disfrutando de todas las garantías del Estado de Derecho y, bajo ese amparo, promover arteramente la violación del orden constitucional. Esto no lo podría hacer hecho en Estados Unidos. Pero ya sabemos que Washington padece de esquizofrenia aguda: quien sería condenado por sedicioso puertas adentro se convierte en un heroico “combatiente de la libertad” cuando sus crímenes los perpetra contra un gobierno que no es de su agrado y al que trata de destruir apelando a cualquier recurso.
sábado, 21 de febrero de 2015
El man Gilbert
Enrique Ubieta Gómez
La Jiribilla
Como en la Rosa púrpura del Cairo, un personaje ha salido de la pantalla, y camina por una ciudad, la nuestra. O fue al revés: un espectador se obsesionó con cierto tipo de películas, seriales y videos, quiso vivir en ellos y se introdujo en la pantalla, renunció a ser persona para convertirse en personaje de ficción.
¿La ficción construye la vida, o la vida construye la ficción? Si en época de Cervantes era posible que alguien, de tanto leer historias de caballerías, encarnase en su vida-ficción real al personaje “loco” y justiciero, en la nuestra, la letra impresa ha cedido su capacidad de influencia al audiovisual.
No es, obviamente, la única ni la más importante diferencia. El audiovisual contemporáneo que impera recrea otras historias y reproduce otros valores, para nada quijotescos. Al margen de la polémica sobre la validez artística del reguetón —no me interesa dilucidar su trascendencia como género musical—, por ejemplo (y no es un ejemplo tomado al azar), su puesta en pantalla nos impone un mediocre sentido de vida.
Parece inevitable que el reguetón se ofrezca en un módulo audiovisual que nos devalúa como seres humanos y nos mide a través de las cosas que nos poseen: el carro de lujo del año, la muchacha más Barbie (no es un elogio), descerebrada y deshuesada –la mujer como simple objeto sexual–, las cadenas de oro, las maletas de dólares, las bebidas más caras, los guardaespaldas, la ostentación (que en Cuba llaman especulación) como espuria evidencia de un falso triunfo.
Una noticia recorre las pantallas de las computadoras cubanas: un “especulador”, seudo cantante de reguetón, cuya vida imitaba los estereotipos visuales del género, fue detenido en un operativo policial digno del serial televisivo más espectacular. Por ahí circulan los videos de la detención, como si fuesen capítulos de “UNO” o de “Tras la huella”. Como no se han concluido las pesquisas ni se ha efectuado el juicio, no hablaré de cargos. Mi tema no serán las posibles ilegalidades de su conducta pública, sino su sentido corruptor.
Para ello acudo a los hechos visibles, constatables: este ciudadano, que se hace llamar Gilbertman —como Superman, o Spiderman, un “superhéroe” de mágicos (monetarios) poderes—, fugitivo de la justicia estadounidense (la cual, según parece, no ha querido colaborar con la nuestra en este caso), se instaló en su humilde barrio habanero de origen y compró en un año casas, autos de lujo, conciencias, cuerpos de mujer, y otros “objetos”.
Se hacía retratar mostrando su bíceps “poderoso”, y sobre él, en perfecto equilibrio, contenidos por su mano, fajos de billetes de a cien dólares. Fuerza física, fuerza monetaria. Llegaban sus autos y en ellos sus guardaespaldas; entonces descendía este SuperNada de 28 años, como si pisara la alfombra roja del éxito, como si de verdad alguien lo amara o pretendiera liquidarlo.
Nada que apareciese en los video-clips de sus amigos reguetoneros, y en los suyos, escapaba a su codicia simbólica. ¿Que en los videos se exhibían semi o casi desnudas las mujeres? Él alquilaba las suyas. ¿Que en los videos llegaban los tipos de mirada inflexible en carros de lujo? Llegó a coleccionar 22 autos de marcas caras. ¿Que en ellos se contaban historias de matones y de jefes mafiosos? Él mostraba sin recato una pistola, no sabemos si real o falsa, pero ¿importa?, y maletas llenas de dólares. Extraña, retorcida manera de parecer “alguien”.
Super/Gilbertman regalaba a los vecinos y parecía extorsionar a los restantes habitantes del planeta. ¿Imitaba a Pablo Escobar, es decir, la leyenda cinematográfica del “buen” matón colombiano? Su divisa, su fuerza, su triunfo aparente, era tener (ya se sabe que el cómo no importa) y especular; en esencia, la misma de Bill Gates o de Carlos Slim, aunque su origen era humilde y sus opciones otras.
En el capitalismo el matonismo es una profesión de prestigio, y tiene su glamour, su onda… ¿lo queremos en Cuba? Gilbertman financiaba videos de los Desiguales, de Eddy K (de regreso en la isla), del Yonki, del Príncipe, de Damián, a condición de que lo dejasen aparecer en pantalla. No se diferenciaban mucho esos videos de los que hacen Yakarta y el Chacal (por ejemplo, “Ellas son locas”), u Osmani García (por ejemplo, su reciente “Barra abierta”, made in Miami). En su afán por indiferenciar su vida de los más aberrantes modelos “musicales”, Gilbertman utilizaba su casa y sus carros como espacios de filmación, se representaba a sí mismo o a aquel con quien soñaba ser.
En una de sus últimas producciones, “No hay break”, reunía en su casa a sus financiados, entre maletas llenas de mujeres, de dinero, de expresiones duras, de pistolas, de cadenas de oro, de muebles caros y de mal gusto, como capos a la espera del resultado de una supuesta guerra callejera, importada de otras calles, de otro mundo que no es el nuestro, un video donde la violencia alcanza grados repugnantes, y en el que se compra la imagen, el símbolo esta vez invertido del joven actor que encarnaba al Chala: si el socialismo —que es representado por la maestra— peleaba en la película de Daranas, entre sus propias contradicciones, por salvar al niño de su familia y de su entorno social, este video reniega de aquella “conducta”, pisotea el símbolo.
La revista digital de frivolidades Vistar magazine —que presenta en su costado más banal a los buenos, regulares y malos artistas, con anuncios de negocios que pagan, sean o no legales—, le dedicó una página en uno de sus números y en otro, anunció el video.
La guerra cultural es explícita, aunque Gilbertman no tenga la menor idea de su existencia: nosotros necesitamos salvar, emancipar, ellos quieren hacernos creer que es imposible. Contaminan, corrompen. Este “Chala” de rostro duro, traiciona y dispara a sangre fría, para cobrar su parte. ¿No hay leyes en Cuba que castiguen la producción de videos violentos en los que participan niños?
Que triste vida la de Gilberto, el joven de 28 años que se disfrazaba de Gilbertman. Pero su caso, por extremo, es paradigmático: nadie encarnó tan literalmente el personaje del reguetonero audiovisual, del “triunfador” made in USA; nadie se jugó como él todas las cartas a favor de la cultura del tener, del capitalismo, en su versión más grotesca, más vulgar. Y es paradigmático también en otro sentido: Gilbertman creía que el dinero, su superpoder, lo haría invencible en Cuba, como podría serlo en Miami o en Bogotá. Tanto lo creyó que se anunciaba en Internet y alardeaba públicamente de su “fuerza”. La guerra cultural contra el socialismo pasa por el envilecimiento y la corrupción de nuestros ciudadanos. No puedo hablar de ilegalidades hasta que fiscales y abogados de la defensa diriman responsabilidades, pero trabajemos por forjar sueños mejores en nuestros niños y jóvenes, porque los cubanos tengan un paradigma de vida superior.
La Jiribilla
Como en la Rosa púrpura del Cairo, un personaje ha salido de la pantalla, y camina por una ciudad, la nuestra. O fue al revés: un espectador se obsesionó con cierto tipo de películas, seriales y videos, quiso vivir en ellos y se introdujo en la pantalla, renunció a ser persona para convertirse en personaje de ficción.
¿La ficción construye la vida, o la vida construye la ficción? Si en época de Cervantes era posible que alguien, de tanto leer historias de caballerías, encarnase en su vida-ficción real al personaje “loco” y justiciero, en la nuestra, la letra impresa ha cedido su capacidad de influencia al audiovisual.
No es, obviamente, la única ni la más importante diferencia. El audiovisual contemporáneo que impera recrea otras historias y reproduce otros valores, para nada quijotescos. Al margen de la polémica sobre la validez artística del reguetón —no me interesa dilucidar su trascendencia como género musical—, por ejemplo (y no es un ejemplo tomado al azar), su puesta en pantalla nos impone un mediocre sentido de vida.
Parece inevitable que el reguetón se ofrezca en un módulo audiovisual que nos devalúa como seres humanos y nos mide a través de las cosas que nos poseen: el carro de lujo del año, la muchacha más Barbie (no es un elogio), descerebrada y deshuesada –la mujer como simple objeto sexual–, las cadenas de oro, las maletas de dólares, las bebidas más caras, los guardaespaldas, la ostentación (que en Cuba llaman especulación) como espuria evidencia de un falso triunfo.
Una noticia recorre las pantallas de las computadoras cubanas: un “especulador”, seudo cantante de reguetón, cuya vida imitaba los estereotipos visuales del género, fue detenido en un operativo policial digno del serial televisivo más espectacular. Por ahí circulan los videos de la detención, como si fuesen capítulos de “UNO” o de “Tras la huella”. Como no se han concluido las pesquisas ni se ha efectuado el juicio, no hablaré de cargos. Mi tema no serán las posibles ilegalidades de su conducta pública, sino su sentido corruptor.
Para ello acudo a los hechos visibles, constatables: este ciudadano, que se hace llamar Gilbertman —como Superman, o Spiderman, un “superhéroe” de mágicos (monetarios) poderes—, fugitivo de la justicia estadounidense (la cual, según parece, no ha querido colaborar con la nuestra en este caso), se instaló en su humilde barrio habanero de origen y compró en un año casas, autos de lujo, conciencias, cuerpos de mujer, y otros “objetos”.
Se hacía retratar mostrando su bíceps “poderoso”, y sobre él, en perfecto equilibrio, contenidos por su mano, fajos de billetes de a cien dólares. Fuerza física, fuerza monetaria. Llegaban sus autos y en ellos sus guardaespaldas; entonces descendía este SuperNada de 28 años, como si pisara la alfombra roja del éxito, como si de verdad alguien lo amara o pretendiera liquidarlo.
Nada que apareciese en los video-clips de sus amigos reguetoneros, y en los suyos, escapaba a su codicia simbólica. ¿Que en los videos se exhibían semi o casi desnudas las mujeres? Él alquilaba las suyas. ¿Que en los videos llegaban los tipos de mirada inflexible en carros de lujo? Llegó a coleccionar 22 autos de marcas caras. ¿Que en ellos se contaban historias de matones y de jefes mafiosos? Él mostraba sin recato una pistola, no sabemos si real o falsa, pero ¿importa?, y maletas llenas de dólares. Extraña, retorcida manera de parecer “alguien”.
Super/Gilbertman regalaba a los vecinos y parecía extorsionar a los restantes habitantes del planeta. ¿Imitaba a Pablo Escobar, es decir, la leyenda cinematográfica del “buen” matón colombiano? Su divisa, su fuerza, su triunfo aparente, era tener (ya se sabe que el cómo no importa) y especular; en esencia, la misma de Bill Gates o de Carlos Slim, aunque su origen era humilde y sus opciones otras.
En el capitalismo el matonismo es una profesión de prestigio, y tiene su glamour, su onda… ¿lo queremos en Cuba? Gilbertman financiaba videos de los Desiguales, de Eddy K (de regreso en la isla), del Yonki, del Príncipe, de Damián, a condición de que lo dejasen aparecer en pantalla. No se diferenciaban mucho esos videos de los que hacen Yakarta y el Chacal (por ejemplo, “Ellas son locas”), u Osmani García (por ejemplo, su reciente “Barra abierta”, made in Miami). En su afán por indiferenciar su vida de los más aberrantes modelos “musicales”, Gilbertman utilizaba su casa y sus carros como espacios de filmación, se representaba a sí mismo o a aquel con quien soñaba ser.
En una de sus últimas producciones, “No hay break”, reunía en su casa a sus financiados, entre maletas llenas de mujeres, de dinero, de expresiones duras, de pistolas, de cadenas de oro, de muebles caros y de mal gusto, como capos a la espera del resultado de una supuesta guerra callejera, importada de otras calles, de otro mundo que no es el nuestro, un video donde la violencia alcanza grados repugnantes, y en el que se compra la imagen, el símbolo esta vez invertido del joven actor que encarnaba al Chala: si el socialismo —que es representado por la maestra— peleaba en la película de Daranas, entre sus propias contradicciones, por salvar al niño de su familia y de su entorno social, este video reniega de aquella “conducta”, pisotea el símbolo.
La revista digital de frivolidades Vistar magazine —que presenta en su costado más banal a los buenos, regulares y malos artistas, con anuncios de negocios que pagan, sean o no legales—, le dedicó una página en uno de sus números y en otro, anunció el video.
La guerra cultural es explícita, aunque Gilbertman no tenga la menor idea de su existencia: nosotros necesitamos salvar, emancipar, ellos quieren hacernos creer que es imposible. Contaminan, corrompen. Este “Chala” de rostro duro, traiciona y dispara a sangre fría, para cobrar su parte. ¿No hay leyes en Cuba que castiguen la producción de videos violentos en los que participan niños?
Que triste vida la de Gilberto, el joven de 28 años que se disfrazaba de Gilbertman. Pero su caso, por extremo, es paradigmático: nadie encarnó tan literalmente el personaje del reguetonero audiovisual, del “triunfador” made in USA; nadie se jugó como él todas las cartas a favor de la cultura del tener, del capitalismo, en su versión más grotesca, más vulgar. Y es paradigmático también en otro sentido: Gilbertman creía que el dinero, su superpoder, lo haría invencible en Cuba, como podría serlo en Miami o en Bogotá. Tanto lo creyó que se anunciaba en Internet y alardeaba públicamente de su “fuerza”. La guerra cultural contra el socialismo pasa por el envilecimiento y la corrupción de nuestros ciudadanos. No puedo hablar de ilegalidades hasta que fiscales y abogados de la defensa diriman responsabilidades, pero trabajemos por forjar sueños mejores en nuestros niños y jóvenes, porque los cubanos tengan un paradigma de vida superior.
martes, 17 de febrero de 2015
Acotaciones sobre el golpe frustrado en Venezuela
Atilio A. Boron
Hace poco más de un año la derecha fascista venezolana lanzaba una nueva ofensiva dirigida a provocar la “salida” del presidente Nicolás Maduro. La “salida” era un eufemismo para designar una convocatoria a la sedición, es decir, la destitución por medios violentos, ilegales y anticonstitucionales del mandatario legal y legítimamente electo por el pueblo venezolano. Esta iniciativa fue rodeada por un halo de heroísmo por la prensa de derecha de todo el continente, que con sus engañifas y sus “mentiras que parecen verdades” -según la perspicaz expresión de Mario Vargas Llosa- intentó concretar una audaz de operación de alquimia política: convertir a un grupo de sediciosos en épicos “combatientes de la libertad”. Todo esto, naturalmente, fue alentado, organizado y financiado desde la Casa Blanca que a la fecha aún no ha reconocido el triunfo de Maduro en las elecciones presidenciales del 14 de Abril del 2013. Washington ha sido en cambio veloz como un rayo para bendecir la elección de Otto Pérez Molina, un general guatemalteco involucrado en una macabra historia de represión genocida en su país; o para consagrar la elección de Porfirio Lobo en un fraudulento proceso electoral urdido por el régimen golpista que destituyó al presidente legítimo José Manuel “Mel” Zelaya y sumió a Honduras en un interminable baño de sangre. Pero una cosa son los amigos y otra muy distinta los enemigos o, mejor dicho, los gobiernos que por no arrodillarse ante los úkases imperiales se convierten en enemigos. La República Bolivariana de Venezuela es uno de ellos, al igual que nuestra Cuba, Bolivia y Ecuador. Al desconocer el veredicto de las urnas Washington no sólo transgrede la legalidad internacional sino que, además, se convierte en instigador y cómplice de los sediciosos cuya obra de destrucción y muerte cobró la vida de 43 venezolanas y venezolanos (en su gran mayoría chavistas o miembros de los cuerpos de seguridad del estado).
Hace poco más de un año la derecha fascista venezolana lanzaba una nueva ofensiva dirigida a provocar la “salida” del presidente Nicolás Maduro. La “salida” era un eufemismo para designar una convocatoria a la sedición, es decir, la destitución por medios violentos, ilegales y anticonstitucionales del mandatario legal y legítimamente electo por el pueblo venezolano. Esta iniciativa fue rodeada por un halo de heroísmo por la prensa de derecha de todo el continente, que con sus engañifas y sus “mentiras que parecen verdades” -según la perspicaz expresión de Mario Vargas Llosa- intentó concretar una audaz de operación de alquimia política: convertir a un grupo de sediciosos en épicos “combatientes de la libertad”. Todo esto, naturalmente, fue alentado, organizado y financiado desde la Casa Blanca que a la fecha aún no ha reconocido el triunfo de Maduro en las elecciones presidenciales del 14 de Abril del 2013. Washington ha sido en cambio veloz como un rayo para bendecir la elección de Otto Pérez Molina, un general guatemalteco involucrado en una macabra historia de represión genocida en su país; o para consagrar la elección de Porfirio Lobo en un fraudulento proceso electoral urdido por el régimen golpista que destituyó al presidente legítimo José Manuel “Mel” Zelaya y sumió a Honduras en un interminable baño de sangre. Pero una cosa son los amigos y otra muy distinta los enemigos o, mejor dicho, los gobiernos que por no arrodillarse ante los úkases imperiales se convierten en enemigos. La República Bolivariana de Venezuela es uno de ellos, al igual que nuestra Cuba, Bolivia y Ecuador. Al desconocer el veredicto de las urnas Washington no sólo transgrede la legalidad internacional sino que, además, se convierte en instigador y cómplice de los sediciosos cuya obra de destrucción y muerte cobró la vida de 43 venezolanas y venezolanos (en su gran mayoría chavistas o miembros de los cuerpos de seguridad del estado).
lunes, 16 de febrero de 2015
Mi libro Ser, parecer, tener (Casa Editora Abril, 2014) en la Feria del Libro
El viernes 20 de febrero a las 12 del día en el Salón de Mayo del Pabellón Cuba se presentará nuevamente mi libro Ser, parecer, tener (Casa Editora Abril, 2014). Para los amigos y los interesados que no lo tienen aún, es una oportunidad. A los que ya lo tienen y desean preguntar, comentar o discrepar, los espero allí. Un abrazo y mi agradecimiento por adelantado.
Sheyla Valladares estrena sus poemas en la Feria del Libro
Sheyla junto a la narradora y poeta Leidi Fernández de Juan
La Feria del Libro siempre trae sorpresas y buenos augurios. Esta vez irrumpe en el panorama editorial cubano una querida amiga, la poeta y periodista Sheyla Valladares Quevedo (Unión de Reyes, 1982), quien fuera jefa de redacción de la revista La Calle del Medio y ahora conduce La Jiribilla. El viernes pasado presentó su poemario La intensidad de las cosas cotidianas (La Habana, Sed de Belleza Ediciones, 2014) y el domingo su poemario para niños grandes y pequeños, Lo que se me olvida, premio Pinos Nuevos 2014.jueves, 12 de febrero de 2015
Caso Nisman: ¿una aberración argentina?
Atilio A. Boron
Se ha convertido un lugar común decir, a propósito de la muerte del fiscal Alberto Nisman, que “cosas como estas sólo ocurren en la Argentina”. Una nota aparecida en la página de opinión del New York Times del Martes 10 de Febrero abona la supuesta verdad contenida en esa afirmación que, como era de esperar, fue reproducida y agigantada hasta extremos indecibles por la prensa hegemónica y los intereses del bloque oligárquico-imperialista empeñado en acelerar, también en la Argentina, un “cambio de régimen” sin tener que atenerse a los plazos y nimiedades establecidas por la Constitución y la legislación electoral. Y decimos supuesta porque si hay algo que enseña la historia comparada contemporánea es que casos como el de Nisman: muertes sospechosas, imposibles de certificar si fueron suicidios o asesinatos, no son infrecuentes en las principales democracias del mundo. Casos que, casi invariablemente, se archivaron rápidamente señalando causas y culpables de menos que improbable verosimilitud.
En lugar de sermonear a los argentinos por el caso Nisman el New York Times podría hacerle un servicio a su país si investigase seriamente el asesinato de John F. Kennedy o el de otros connotados personajes de la política norteamericana que murieron bajo asombrosas circunstancias, para decirlo con benevolencia. La forma en que se investigó y se cerró el caso de JFK con el Informe Warrenque dictaminó que Lee H. Oswald actuó en solitario para matar a JFK y herir al Gobernador Connally, y que Jacob Rubenstein (a) Jack Ruby, un conocido hampón y narcotraficante de Dallas, hizo lo mismo al matar a Oswald dos días después en la propia comisaría. Pocas cosas contribuyeron tanto al descrédito del sistema judicial de EEUU como ese informe refrendado por la Corte Suprema de ese país. El NYT, que con tanto entusiasmo adhirió a la absurda teoría de que había armas de destrucción masiva en Irak haría bien en tratar de develar las razones y consecuencias de una mentira que costó millones de vidas, heridos y gentes desplazadas; o de ilustrar a sus lectores qué ocurrió con Osama Bin Laden, cuya supuesta muerte en Mayo del 2011 quedó sellada en las profundidades del Océano Índico mientras un espectro de sospechas corroe hasta el tuétano la credibilidad de la justicia y el gobierno de Estados Unidos, lo mismo que los macabros misterios -cada vez menos herméticos y más cuestionados- que rodean los sospechosos atentados del 11-S. La lista sería tan extensa que necesitaríamos una página simplemente para enumerar las principales muertes de altos funcionarios o personas muy allegadas al poder político en Estados Unidos. Tomemos el caso de dos exdirectores de la CIA. WilliamColby lo fue entre 1973 y 1976 falleció en 1996 mientras hacía una solitaria excursión en canoa en un río cercano a su domicilio en Maryland. Colby duró poco en su cargo; no era muy bien visto por sus colegas en la Agencia porque sentía que algunos de sus “agentes operativos” (vulgo: killers) gozaban de demasiadas prerrogativas y desconfiaba de los verdaderos propósitos de algunas de sus operaciones secretas. Otro ex Director de la CIA, William J. Casey, dirigió la agencia entre 1981 y el año de su muerte, 1987, sirviendo en tal calidad durante casi todo el período presidencial de Ronald Reagan. Casey, un fundamentalista católico, carecía de los escrúpulos que le llevaron a su predecesor a sufrir un fatal accidente náutico. Pero tuvo mala suerte también él, porque falleció pocas horas antes de testificar en el Congreso sobre la criminal operación Irán-Contra y también sobre la intervención de la CIA en el reclutamiento y organización de los mujaidines afganos bajo el liderazgo de Osama bin Laden. La versión oficial, apta sólo para ingenuos incurables, es queCasey padecía de un extraño tumor cerebral que de la noche a la mañana se agravó hasta privarlo del habla y, un par de días después, despacharlo al otro mundo. Otro caso interesante es el del senador republicano John Tower, que a mediados de los setentas presidió junto con el demócrata Frank Church un comité que examinó el papel de la CIA en el golpe de estado de Chile de 1973. En el curso de la investigación se descubrió que la CIA estaba desarrollando una pistola altamente sofisticada que podía eliminar enemigos políticos inoculándoles bacterias o gérmenes letales mediante el disparo de un rayo ultracongelado que penetraba en el organismo de la víctima sin que esta fuera consciente de ello. Tower murió en un accidente de un pequeño avión de línea regional. Otro desafortunado fue Vincent Foster, un amigo y consejero del Presidente Clinton que supuestamente se suicidó en 1993. La investigación estuvo plagada de irregularidades, incomprensibles en el caso de un sujeto tan cercano a la familia presidencial, nacido y criado en el mismo pueblo en Arkansas. Un informe señala que llamó al celular de Hillary Clinton unas pocas horas antes de su muerte. El caso se catalogó como suicidio y asunto concluido.
Como vemos, el NYT tiene una lista de temas bastante extensa para preocuparse, además del caso Nisman. Si cruzamos el Atlántico las cosas no mejoran. Uno de los incidentes más resonantes de los últimos tiempos es el del notable científico británico y autoridad reconocida en el tema de la guerra bacteriológica: David Christopher Kelly. Había sido inspector de la ONU en Irak en aquella búsqueda absurda de las supuestas armas de destrucción masiva y que todos sabían que no estaban allí. Kelly fue llamado a testimoniar ante el Comité de Asuntos Exteriores del Parlamento Británico y se produjo un áspero debate en donde refutó inapelablemente la postura de los secuaces parlamentarios del Primer Ministro Tony Blair, íntimo aliado de las mentiras y crímenes de George W. Bush. Dos días después y en medio de la conmoción que habían producido sus declaraciones Kelly apareció muerto. La información oficial dijo que se había suicidado, y a diferencia de lo ocurrido hasta ahora con Nismanla comisión parlamentaria dirigida por Lord Hutton resolvió, luego de una pericia más que superficial, archivar todos los elementos probatorios del caso (incluyendo la autopsia y las fotografías del cadáver)y resguardarlos como material clasificado ¡por un plazo de 70 años!Este sí es un caso de “encubrimiento” que debería despertar las iras de tantos políticos argentinos que con total irresponsabilidad apelan a esa figura jurídica para acusar al gobierno nacional de ocultar la responsabilidad de Irán en la tragedia de la AMA. Políticos y publicistas que demuestran su incoherencia (o mala fe) cuando se cuidan de aplicarla a quienes -como el propio Nisman al seguir las orientaciones de la CIA y el Mossad- encubrieron “la pista siria” y la “conexión local” involucrados en el criminal atentado de la AMIA y, no olvidemos, de la Embajada de Israel, de la cual sorprende lo muy poco que se habla.
Podríamos seguir con este listado de muertes sospechosas en suelo europeo: mencionemos sólo otros dos. La del Papa Juan Pablo I que entra en esa misma categoría de crímenes irresueltos, aunque un pesado manto de silencio impidió que se investigara tan exhaustivamente como ocurriera con JFK. Otro: Olof Palme, progresista primer ministro sueco asesinado en las escalinatas de una calle céntrica de una ciudad tan segura y tranquila como Estocolmo, sin haberse jamás hallado al magnicida cuando en ese país hasta el ratero más insignificante es aprehendido por las fuerzas policiales en menos que canta un gallo.
De lo anterior se desprende que el discurso que proclama una suerte de aberrante “excepcionalismo” argentino carece de fundamento. Por supuesto, esto no equivale a minimizar la gravedad de la muerte del ex fiscal o a cerrar los ojos ante la impericia con que actualmente se está investigando el caso Nisman -para ni hablar de la AMIA- o ante la parálisis de la pesquisa sobre la muerte de los 10 bomberos en el harto sospechoso incendio del depósito de archivos y documentos almacenados enIron Mountain, en el barrio de Barracas, entre tantas otras causas que merecerían la minuciosa investigación de nuestros fiscales. Pero, por favor, terminemos con eso de que tragedias como las del fiscal Nisman sólo pueden ocurrir en la Argentina.
Se ha convertido un lugar común decir, a propósito de la muerte del fiscal Alberto Nisman, que “cosas como estas sólo ocurren en la Argentina”. Una nota aparecida en la página de opinión del New York Times del Martes 10 de Febrero abona la supuesta verdad contenida en esa afirmación que, como era de esperar, fue reproducida y agigantada hasta extremos indecibles por la prensa hegemónica y los intereses del bloque oligárquico-imperialista empeñado en acelerar, también en la Argentina, un “cambio de régimen” sin tener que atenerse a los plazos y nimiedades establecidas por la Constitución y la legislación electoral. Y decimos supuesta porque si hay algo que enseña la historia comparada contemporánea es que casos como el de Nisman: muertes sospechosas, imposibles de certificar si fueron suicidios o asesinatos, no son infrecuentes en las principales democracias del mundo. Casos que, casi invariablemente, se archivaron rápidamente señalando causas y culpables de menos que improbable verosimilitud.
En lugar de sermonear a los argentinos por el caso Nisman el New York Times podría hacerle un servicio a su país si investigase seriamente el asesinato de John F. Kennedy o el de otros connotados personajes de la política norteamericana que murieron bajo asombrosas circunstancias, para decirlo con benevolencia. La forma en que se investigó y se cerró el caso de JFK con el Informe Warrenque dictaminó que Lee H. Oswald actuó en solitario para matar a JFK y herir al Gobernador Connally, y que Jacob Rubenstein (a) Jack Ruby, un conocido hampón y narcotraficante de Dallas, hizo lo mismo al matar a Oswald dos días después en la propia comisaría. Pocas cosas contribuyeron tanto al descrédito del sistema judicial de EEUU como ese informe refrendado por la Corte Suprema de ese país. El NYT, que con tanto entusiasmo adhirió a la absurda teoría de que había armas de destrucción masiva en Irak haría bien en tratar de develar las razones y consecuencias de una mentira que costó millones de vidas, heridos y gentes desplazadas; o de ilustrar a sus lectores qué ocurrió con Osama Bin Laden, cuya supuesta muerte en Mayo del 2011 quedó sellada en las profundidades del Océano Índico mientras un espectro de sospechas corroe hasta el tuétano la credibilidad de la justicia y el gobierno de Estados Unidos, lo mismo que los macabros misterios -cada vez menos herméticos y más cuestionados- que rodean los sospechosos atentados del 11-S. La lista sería tan extensa que necesitaríamos una página simplemente para enumerar las principales muertes de altos funcionarios o personas muy allegadas al poder político en Estados Unidos. Tomemos el caso de dos exdirectores de la CIA. WilliamColby lo fue entre 1973 y 1976 falleció en 1996 mientras hacía una solitaria excursión en canoa en un río cercano a su domicilio en Maryland. Colby duró poco en su cargo; no era muy bien visto por sus colegas en la Agencia porque sentía que algunos de sus “agentes operativos” (vulgo: killers) gozaban de demasiadas prerrogativas y desconfiaba de los verdaderos propósitos de algunas de sus operaciones secretas. Otro ex Director de la CIA, William J. Casey, dirigió la agencia entre 1981 y el año de su muerte, 1987, sirviendo en tal calidad durante casi todo el período presidencial de Ronald Reagan. Casey, un fundamentalista católico, carecía de los escrúpulos que le llevaron a su predecesor a sufrir un fatal accidente náutico. Pero tuvo mala suerte también él, porque falleció pocas horas antes de testificar en el Congreso sobre la criminal operación Irán-Contra y también sobre la intervención de la CIA en el reclutamiento y organización de los mujaidines afganos bajo el liderazgo de Osama bin Laden. La versión oficial, apta sólo para ingenuos incurables, es queCasey padecía de un extraño tumor cerebral que de la noche a la mañana se agravó hasta privarlo del habla y, un par de días después, despacharlo al otro mundo. Otro caso interesante es el del senador republicano John Tower, que a mediados de los setentas presidió junto con el demócrata Frank Church un comité que examinó el papel de la CIA en el golpe de estado de Chile de 1973. En el curso de la investigación se descubrió que la CIA estaba desarrollando una pistola altamente sofisticada que podía eliminar enemigos políticos inoculándoles bacterias o gérmenes letales mediante el disparo de un rayo ultracongelado que penetraba en el organismo de la víctima sin que esta fuera consciente de ello. Tower murió en un accidente de un pequeño avión de línea regional. Otro desafortunado fue Vincent Foster, un amigo y consejero del Presidente Clinton que supuestamente se suicidó en 1993. La investigación estuvo plagada de irregularidades, incomprensibles en el caso de un sujeto tan cercano a la familia presidencial, nacido y criado en el mismo pueblo en Arkansas. Un informe señala que llamó al celular de Hillary Clinton unas pocas horas antes de su muerte. El caso se catalogó como suicidio y asunto concluido.
Como vemos, el NYT tiene una lista de temas bastante extensa para preocuparse, además del caso Nisman. Si cruzamos el Atlántico las cosas no mejoran. Uno de los incidentes más resonantes de los últimos tiempos es el del notable científico británico y autoridad reconocida en el tema de la guerra bacteriológica: David Christopher Kelly. Había sido inspector de la ONU en Irak en aquella búsqueda absurda de las supuestas armas de destrucción masiva y que todos sabían que no estaban allí. Kelly fue llamado a testimoniar ante el Comité de Asuntos Exteriores del Parlamento Británico y se produjo un áspero debate en donde refutó inapelablemente la postura de los secuaces parlamentarios del Primer Ministro Tony Blair, íntimo aliado de las mentiras y crímenes de George W. Bush. Dos días después y en medio de la conmoción que habían producido sus declaraciones Kelly apareció muerto. La información oficial dijo que se había suicidado, y a diferencia de lo ocurrido hasta ahora con Nismanla comisión parlamentaria dirigida por Lord Hutton resolvió, luego de una pericia más que superficial, archivar todos los elementos probatorios del caso (incluyendo la autopsia y las fotografías del cadáver)y resguardarlos como material clasificado ¡por un plazo de 70 años!Este sí es un caso de “encubrimiento” que debería despertar las iras de tantos políticos argentinos que con total irresponsabilidad apelan a esa figura jurídica para acusar al gobierno nacional de ocultar la responsabilidad de Irán en la tragedia de la AMA. Políticos y publicistas que demuestran su incoherencia (o mala fe) cuando se cuidan de aplicarla a quienes -como el propio Nisman al seguir las orientaciones de la CIA y el Mossad- encubrieron “la pista siria” y la “conexión local” involucrados en el criminal atentado de la AMIA y, no olvidemos, de la Embajada de Israel, de la cual sorprende lo muy poco que se habla.
Podríamos seguir con este listado de muertes sospechosas en suelo europeo: mencionemos sólo otros dos. La del Papa Juan Pablo I que entra en esa misma categoría de crímenes irresueltos, aunque un pesado manto de silencio impidió que se investigara tan exhaustivamente como ocurriera con JFK. Otro: Olof Palme, progresista primer ministro sueco asesinado en las escalinatas de una calle céntrica de una ciudad tan segura y tranquila como Estocolmo, sin haberse jamás hallado al magnicida cuando en ese país hasta el ratero más insignificante es aprehendido por las fuerzas policiales en menos que canta un gallo.
De lo anterior se desprende que el discurso que proclama una suerte de aberrante “excepcionalismo” argentino carece de fundamento. Por supuesto, esto no equivale a minimizar la gravedad de la muerte del ex fiscal o a cerrar los ojos ante la impericia con que actualmente se está investigando el caso Nisman -para ni hablar de la AMIA- o ante la parálisis de la pesquisa sobre la muerte de los 10 bomberos en el harto sospechoso incendio del depósito de archivos y documentos almacenados enIron Mountain, en el barrio de Barracas, entre tantas otras causas que merecerían la minuciosa investigación de nuestros fiscales. Pero, por favor, terminemos con eso de que tragedias como las del fiscal Nisman sólo pueden ocurrir en la Argentina.
De la amistad y la firmeza
Fernando M. García Bielsa
Tun, tun, ¿quién es? – La paloma y el laurel… ¡Abre la muralla!,
Tun, tun¿Quién es? – El alacrán y el cienpiés… ¡Cierra la muralla!
Nicolás Guillén, 1958
Al tiempo que nos expresamos acerca de los peligros que la nueva dinámica bilateral y la necesidad de estar alertas y preparados, lo hacemos sin perder de vista lo fundamental de los hechos recientes: que el giro del gobierno Obama hacia el restablecimiento de relaciones con nuestro país y la excarcelación de nuestros héroes son una victoria de nuestra resistencia y nuestros principios, y que avanzar hacia una progresiva y mutuamente beneficiosa “normalización” es algo a lo que damos plena bienvenida.
Por otra parte, no es nuevo que los objetivos subversivos de la política estadunidenses se formulen melosamente, como si fuerana tendernos la mano, y que sigan anunciando que tratarán de “promover la democracia” en Cuba y articular o financiar programas para “ayudar al pueblo”. El énfasis que el que subscribe y muchos otros hacemos en la necesidad de conocer tales planes y los subterfugios de aproximación del enemigo histórico de nuestra nación es bien pertinente.
Pero es asimismo muy importante que, junto a tal posicionamiento, no vayamos a caer en actitudes defensivas simplistas o extremas, ajenas a nuestro proceder. De ninguna manera nuestro pueblo ni nuestras instituciones confundirán a quien nos visita – y que acogemos –, con los planes del enemigo – que rechazamos. Alertas sí, pero sin alarmismo. Mientras mejor informado, nuestro pueblo estará en mejor capacidad para ello.
Una efectiva defensa debe partir de no desnaturalizarnos, sino crecernos y ser como somos por naturaleza: abiertos, cálidos, y amistosos…, que están entre las cualidades con que siempre nos hemos ganado a la gran mayoría de quienes nos visitan y que aquí ven desmentidas, por nuestra imperfecta pero admirable realidad, las horrendas historias que les han narrado en la prensa amarilla predominante en muchos lugares.
Muchos en EE.UU. y en el mundo han saludado con legítima emoción el anuncio conjunto del 17 de diciembre. Siempre hemos sabido diferenciar entre el pueblo y el gobierno de EE.UU. Ello ha sido un concepto y casi un principio que se desprende de todos los planteamientos de Fidel y nuestra revolución, desde el mismo enero de 1959. Y muchos en Cuba hemos tenido ocasión de conocer a muy amistosos ciudadanos de EE.UU., provenientes de círculos muy diversos, no pocos de los cuales después se han sumado a la solidaridad.
Estoy convencido – pues lo he palpado – que la muy extendida opinión adversa en la población norteamericanarespecto a nuestro país y su sistema de gobierno tiene un sustento muy superficial, epidérmico. Cuando uno rasga esos “criterios”, cuando nos movemos fuera de ciertos círculos de Washington y del sur de la Florida, el ciudadano estadounidense no tiene, en general,una opinión formada sino solo una imagen simplista alimentada por los medios, que se desarma cuando conoce y trata con un “cubano de la isla” y, más aun, cuando visita Cuba.
Así que demos la bienvenida a los intercambios y reforcemos los contenidos nuestros en los llamados “contactos pueblo a pueblo”, al tiempo que nos mantenemos informados y preparados para enfrentar los planes de confundirnos y para “matarnos con amor” del gobierno estadounidense.
Podemos convivir con el vecino del norte, pero no hay razón para que queramos al país imperial y prepotente. Queremos como dijo Martí a la patria de Lincoln, no a la deCutting – y agregaríamos que tampoco a la del KuKluxKlan, ni la del macartismo. Recordamos y queremos, pues son parte de los que hacen posible la meta de una verdadera normalización de relaciones, entre otros, a todos los que han formado parte de los 45 contingentes de la Brigada Venceremos, de las 23 caravanas de Pastores por la Paz que lideró el ReverendoLucius Walker; los millones que apoyaron el derecho del niño Elián a regresar con su padre a Cuba, y los otros tantos que – en ese país – se solidarizaron con nuestros Cinco Héroes.
Es la tierra también de Henry Reeve y Pete Seeger, de Martin Luther King y MalcomX; de Harry Belafonte, Ángela Davis, Sandra Levinson y Danny Glover; de Leonard Weinglass y muchos otros abogados solidarios; de SaulLandauy toda una gama de académicos e intelectuales amigos, entre muchos otros. Es además la tierra donde residen un millón de cubanos los que en su inmensa mayoría mantienen fuertes vínculos familiares y de todo tipo con nuestro país.
Es aquella una nación cuyas mujeres han estado a la vanguardia en la lucha por los derechos femeninos. Es la patria, entre otros muchos, de los millones movilizados contra la guerra en Vietnam, contra las armas nucleares y por detener esa furia de agresiones que desde allí se originan, incluyendo las que se han producido contra nuestro país, los que seguramente se mantendrán activos en contra del bloqueo y de cualquier nueva forma de agresión.
Por eso, junto con la necesidad de mantenernos alertas en defensa de nuestra soberanía y a la urgencia de restañar vulnerabilidades y resquicios, estas líneas se hacensin menoscabo de la amistad entre nuestros pueblos. Estos temas deben estar sobre la mesa porque el momento lo exige y porque aquella sociedad aún está dominada por estructuras y una lógica imperial.
Pero con el mismo énfasis, sumo mi voz a la de muchos otros que acerca de estos temas tratan de situar las cosas en multicolor, en todos sus matices, lo que incluye que entendamos las complejidades, que evitemos las rigideces, o una eventual paranoia, improbable por ajena a nuestra naturaleza.
Como pueblo culto, patriota y comprometido con esta revolución, nos posicionamos y estaremosvigilantes ante toda acción irrespetuosa u hostil; y no cometeremos deslices ni ingenuidades ante aproximaciones sutiles que están a la orden del día y pretenden inocular el veneno.
Y a la vez, simultáneamente, seguiremos siendo como somos, seguros de nosotros mismos, acogedores con quienes nos visitan, revolucionarios con las dosis de amor que mencionara el Che y con el concepto martiano de ¡Patria es Humanidad!.
Tun, tun, ¿quién es? – La paloma y el laurel… ¡Abre la muralla!,
Tun, tun¿Quién es? – El alacrán y el cienpiés… ¡Cierra la muralla!
Nicolás Guillén, 1958
Al tiempo que nos expresamos acerca de los peligros que la nueva dinámica bilateral y la necesidad de estar alertas y preparados, lo hacemos sin perder de vista lo fundamental de los hechos recientes: que el giro del gobierno Obama hacia el restablecimiento de relaciones con nuestro país y la excarcelación de nuestros héroes son una victoria de nuestra resistencia y nuestros principios, y que avanzar hacia una progresiva y mutuamente beneficiosa “normalización” es algo a lo que damos plena bienvenida.
Por otra parte, no es nuevo que los objetivos subversivos de la política estadunidenses se formulen melosamente, como si fuerana tendernos la mano, y que sigan anunciando que tratarán de “promover la democracia” en Cuba y articular o financiar programas para “ayudar al pueblo”. El énfasis que el que subscribe y muchos otros hacemos en la necesidad de conocer tales planes y los subterfugios de aproximación del enemigo histórico de nuestra nación es bien pertinente.
Pero es asimismo muy importante que, junto a tal posicionamiento, no vayamos a caer en actitudes defensivas simplistas o extremas, ajenas a nuestro proceder. De ninguna manera nuestro pueblo ni nuestras instituciones confundirán a quien nos visita – y que acogemos –, con los planes del enemigo – que rechazamos. Alertas sí, pero sin alarmismo. Mientras mejor informado, nuestro pueblo estará en mejor capacidad para ello.
Una efectiva defensa debe partir de no desnaturalizarnos, sino crecernos y ser como somos por naturaleza: abiertos, cálidos, y amistosos…, que están entre las cualidades con que siempre nos hemos ganado a la gran mayoría de quienes nos visitan y que aquí ven desmentidas, por nuestra imperfecta pero admirable realidad, las horrendas historias que les han narrado en la prensa amarilla predominante en muchos lugares.
Muchos en EE.UU. y en el mundo han saludado con legítima emoción el anuncio conjunto del 17 de diciembre. Siempre hemos sabido diferenciar entre el pueblo y el gobierno de EE.UU. Ello ha sido un concepto y casi un principio que se desprende de todos los planteamientos de Fidel y nuestra revolución, desde el mismo enero de 1959. Y muchos en Cuba hemos tenido ocasión de conocer a muy amistosos ciudadanos de EE.UU., provenientes de círculos muy diversos, no pocos de los cuales después se han sumado a la solidaridad.
Estoy convencido – pues lo he palpado – que la muy extendida opinión adversa en la población norteamericanarespecto a nuestro país y su sistema de gobierno tiene un sustento muy superficial, epidérmico. Cuando uno rasga esos “criterios”, cuando nos movemos fuera de ciertos círculos de Washington y del sur de la Florida, el ciudadano estadounidense no tiene, en general,una opinión formada sino solo una imagen simplista alimentada por los medios, que se desarma cuando conoce y trata con un “cubano de la isla” y, más aun, cuando visita Cuba.
Así que demos la bienvenida a los intercambios y reforcemos los contenidos nuestros en los llamados “contactos pueblo a pueblo”, al tiempo que nos mantenemos informados y preparados para enfrentar los planes de confundirnos y para “matarnos con amor” del gobierno estadounidense.
Podemos convivir con el vecino del norte, pero no hay razón para que queramos al país imperial y prepotente. Queremos como dijo Martí a la patria de Lincoln, no a la deCutting – y agregaríamos que tampoco a la del KuKluxKlan, ni la del macartismo. Recordamos y queremos, pues son parte de los que hacen posible la meta de una verdadera normalización de relaciones, entre otros, a todos los que han formado parte de los 45 contingentes de la Brigada Venceremos, de las 23 caravanas de Pastores por la Paz que lideró el ReverendoLucius Walker; los millones que apoyaron el derecho del niño Elián a regresar con su padre a Cuba, y los otros tantos que – en ese país – se solidarizaron con nuestros Cinco Héroes.
Es la tierra también de Henry Reeve y Pete Seeger, de Martin Luther King y MalcomX; de Harry Belafonte, Ángela Davis, Sandra Levinson y Danny Glover; de Leonard Weinglass y muchos otros abogados solidarios; de SaulLandauy toda una gama de académicos e intelectuales amigos, entre muchos otros. Es además la tierra donde residen un millón de cubanos los que en su inmensa mayoría mantienen fuertes vínculos familiares y de todo tipo con nuestro país.
Es aquella una nación cuyas mujeres han estado a la vanguardia en la lucha por los derechos femeninos. Es la patria, entre otros muchos, de los millones movilizados contra la guerra en Vietnam, contra las armas nucleares y por detener esa furia de agresiones que desde allí se originan, incluyendo las que se han producido contra nuestro país, los que seguramente se mantendrán activos en contra del bloqueo y de cualquier nueva forma de agresión.
Por eso, junto con la necesidad de mantenernos alertas en defensa de nuestra soberanía y a la urgencia de restañar vulnerabilidades y resquicios, estas líneas se hacensin menoscabo de la amistad entre nuestros pueblos. Estos temas deben estar sobre la mesa porque el momento lo exige y porque aquella sociedad aún está dominada por estructuras y una lógica imperial.
Pero con el mismo énfasis, sumo mi voz a la de muchos otros que acerca de estos temas tratan de situar las cosas en multicolor, en todos sus matices, lo que incluye que entendamos las complejidades, que evitemos las rigideces, o una eventual paranoia, improbable por ajena a nuestra naturaleza.
Como pueblo culto, patriota y comprometido con esta revolución, nos posicionamos y estaremosvigilantes ante toda acción irrespetuosa u hostil; y no cometeremos deslices ni ingenuidades ante aproximaciones sutiles que están a la orden del día y pretenden inocular el veneno.
Y a la vez, simultáneamente, seguiremos siendo como somos, seguros de nosotros mismos, acogedores con quienes nos visitan, revolucionarios con las dosis de amor que mencionara el Che y con el concepto martiano de ¡Patria es Humanidad!.
Ucrania y la amenaza de guerra nuclear
Ángel Guerra Cabrera
La inteligencia y prudencia de Vladimir Putin y de la diplomacia rusa y la exitosa contraofensiva militar de las repúblicas populares de Donetsk y Lugansk han sido las que finalmente empujaron a viajar a Moscú a la canciller alemana Angela Merkel y al presidente francés Francoise Hollande. Cinco horas con el presidente ruso condujeron a la reanudación del fenecido proceso de paz de Minsk, capital de Bielorrusia.
Por su parte, el multimillonario Poroshenko, cabeza visible de la junta fascistoide de Ucrania, quien ordenó romper la tregua en septiembre pasado y lanzar una brutal ofensiva “antiterrorista” contra el sureste del país, se ha visto obligado a asistir a Minsk, no porque quiera la paz, sino en un intento de preservar en las pláticas lo que ha perdido en el campo de batalla.
Merkel y Hollande, aunque incapaces de desprenderse de la tutela de Washington, comprenden que para Europa, hundida en la debacle económica neoliberal, la debilidad del euro y la amenaza al estatus quo representada por la victoria de Syriza en Grecia, sería desastroso verse arrastrada a la intensificación del conflicto en Ucrania, a cuya génesis no son ajenas Alemania y Francia, pero del que Estados Unidos ha sido el promotor principal.
Ucrania es, en muchos sentidos, la última trinchera en la defensa de la integridad territorial y la soberanía de Rusia, que ha visto abalanzarse sobre sus fronteras un creciente despliegue militar de la OTAN. Algo cuya continuación no está dispuesto a permitir Moscú. De modo que no aceptará nunca que Kiev pase a formar parte de esa organización ni tampoco una sustancial ayuda militar estadunidense a la junta de Porochenko, como pretende Obama. A Kiev no le ha servido de mucho la asistencia militar europea y estadunidense pues sus tropas carecen de moral combativa y motivaciones patrióticas a diferencia de las autodefensas.
Para Putin hace rato quedó claro que Estados Unidos no está dispuesto a resignarse a su pérdida de hegemonía y, por consiguiente, a convivir en un mundo pluripolar. Lo testimonia que no haya reparado en sus descalabros militares ni en haber ocasionado la muerte de cientos de miles de civiles y el arrasamiento literal de Afganistán, Irak, Libia, Siria, las zonas tribales de Pakistán y ahora del sureste de Ucrania, donde ya hay cinco mil muertos y un millón y medio de civiles desplazados. Putin sabe también que Washington no quedará satisfecho con convertir a Ucrania en una colonia, a la que ya está saqueando sus ubérrimos recursos naturales, sino que su objetivo principal es debilitar y destruir a Rusia como Estado nación y convertirla en otro vasallo de sus desenfrenados planes de acumulación capitalista; como también a China.
Merkel y Hollande ven como la política injerencista y guerrerista de Estados Unidos lleva inexorablemente al escalamiento del conflicto por la vía militar, que es la razón por la que el títere Poroshenko se muestra tan belicista. No es necesario ser un estratega militar para darse cuenta que ello conduciría a la guerra entre Rusia y Estados Unidos. Una guerra que no puede ser más que nuclear y de la cual entre las principales víctimas estarán las naciones de Europa.
No es casual que la mendaz mafia mediática mundial, sierva incondicional de Washington, no le haya prestado apenas atención al dictamen reciente publicado en el Boletín de Científicos Atómicos. Según los científicos estamos a tres minutos de la “medianoche”, es decir del holocausto, la segunda medida más baja desde que comenzaron estas mediciones en 1947. Únicamente superada por los dos minutos de 1952, cuando en plena guerra fría Estados Unidos realizó la primera prueba con la bomba termonuclear, o de hidrógeno. El razonamiento de los hombres(y mujeres) de ciencia se basa casi exclusivamente en la disponibilidad de armas nucleares y la voluntad de las potencias para utilizarlas en este momento. Los científicos también toman en consideración la creciente amenaza del calentamiento atmosférico. Estas condiciones, afirman, “plantean extraordinarias e innegables amenazas a la continuidad de la existencia de la humanidad”.
Al cierre de este artículo habían concluido las pláticas entre los líderes de Rusia, Alemania, Francia y Ucrania con el acuerdo de crear una zona desmilitarizada y el inicio de un diálogo de paz entre los rebeldes del sureste y la junta de Kiev. Faltaba lo fundamental: definir si las demandas de las autodefensas serán tomadas en cuenta. Si no es así, continuará la guerra.
La inteligencia y prudencia de Vladimir Putin y de la diplomacia rusa y la exitosa contraofensiva militar de las repúblicas populares de Donetsk y Lugansk han sido las que finalmente empujaron a viajar a Moscú a la canciller alemana Angela Merkel y al presidente francés Francoise Hollande. Cinco horas con el presidente ruso condujeron a la reanudación del fenecido proceso de paz de Minsk, capital de Bielorrusia.
Por su parte, el multimillonario Poroshenko, cabeza visible de la junta fascistoide de Ucrania, quien ordenó romper la tregua en septiembre pasado y lanzar una brutal ofensiva “antiterrorista” contra el sureste del país, se ha visto obligado a asistir a Minsk, no porque quiera la paz, sino en un intento de preservar en las pláticas lo que ha perdido en el campo de batalla.
Merkel y Hollande, aunque incapaces de desprenderse de la tutela de Washington, comprenden que para Europa, hundida en la debacle económica neoliberal, la debilidad del euro y la amenaza al estatus quo representada por la victoria de Syriza en Grecia, sería desastroso verse arrastrada a la intensificación del conflicto en Ucrania, a cuya génesis no son ajenas Alemania y Francia, pero del que Estados Unidos ha sido el promotor principal.
Ucrania es, en muchos sentidos, la última trinchera en la defensa de la integridad territorial y la soberanía de Rusia, que ha visto abalanzarse sobre sus fronteras un creciente despliegue militar de la OTAN. Algo cuya continuación no está dispuesto a permitir Moscú. De modo que no aceptará nunca que Kiev pase a formar parte de esa organización ni tampoco una sustancial ayuda militar estadunidense a la junta de Porochenko, como pretende Obama. A Kiev no le ha servido de mucho la asistencia militar europea y estadunidense pues sus tropas carecen de moral combativa y motivaciones patrióticas a diferencia de las autodefensas.
Para Putin hace rato quedó claro que Estados Unidos no está dispuesto a resignarse a su pérdida de hegemonía y, por consiguiente, a convivir en un mundo pluripolar. Lo testimonia que no haya reparado en sus descalabros militares ni en haber ocasionado la muerte de cientos de miles de civiles y el arrasamiento literal de Afganistán, Irak, Libia, Siria, las zonas tribales de Pakistán y ahora del sureste de Ucrania, donde ya hay cinco mil muertos y un millón y medio de civiles desplazados. Putin sabe también que Washington no quedará satisfecho con convertir a Ucrania en una colonia, a la que ya está saqueando sus ubérrimos recursos naturales, sino que su objetivo principal es debilitar y destruir a Rusia como Estado nación y convertirla en otro vasallo de sus desenfrenados planes de acumulación capitalista; como también a China.
Merkel y Hollande ven como la política injerencista y guerrerista de Estados Unidos lleva inexorablemente al escalamiento del conflicto por la vía militar, que es la razón por la que el títere Poroshenko se muestra tan belicista. No es necesario ser un estratega militar para darse cuenta que ello conduciría a la guerra entre Rusia y Estados Unidos. Una guerra que no puede ser más que nuclear y de la cual entre las principales víctimas estarán las naciones de Europa.
No es casual que la mendaz mafia mediática mundial, sierva incondicional de Washington, no le haya prestado apenas atención al dictamen reciente publicado en el Boletín de Científicos Atómicos. Según los científicos estamos a tres minutos de la “medianoche”, es decir del holocausto, la segunda medida más baja desde que comenzaron estas mediciones en 1947. Únicamente superada por los dos minutos de 1952, cuando en plena guerra fría Estados Unidos realizó la primera prueba con la bomba termonuclear, o de hidrógeno. El razonamiento de los hombres(y mujeres) de ciencia se basa casi exclusivamente en la disponibilidad de armas nucleares y la voluntad de las potencias para utilizarlas en este momento. Los científicos también toman en consideración la creciente amenaza del calentamiento atmosférico. Estas condiciones, afirman, “plantean extraordinarias e innegables amenazas a la continuidad de la existencia de la humanidad”.
Al cierre de este artículo habían concluido las pláticas entre los líderes de Rusia, Alemania, Francia y Ucrania con el acuerdo de crear una zona desmilitarizada y el inicio de un diálogo de paz entre los rebeldes del sureste y la junta de Kiev. Faltaba lo fundamental: definir si las demandas de las autodefensas serán tomadas en cuenta. Si no es así, continuará la guerra.
lunes, 9 de febrero de 2015
Peter C. Bjarkman: Creo que los jugadores en Cuba durante los últimos diez años son los mejores de su historia
Peter C. Bjarkman junto a Yadier Pedroso
Esta entrevista de 2014 contiene interesantes reflexiones de uno de los más importantes estudiosos del béisbol cubano, el norteamericano Peter C. Bjarkman. Aprovecho la victoria de Cuba en la recién finalizada Serie del caribe para ofrecerles algunos fragmentos de la extensa conversación.Reynaldo Cruz
Peter C. Bjarkman es uno de los más reconocidos y menos prejuiciados autores que se adentran en el tema del béisbol cubano. Sus dos libros SMOKE: THE ROMANCE AND LORE OF CUBAN BASEBALL (escrito de conjunto con Mark Rucker en 1999) y A HISTORY OF CUBAN BASEBALL, 1864-2007 (recientemente vuelto a publicar por McFarland Publishers) avalan la afirmación que se trata de uno de los eruditos del béisbol cubano, ansioso por desenterrar sus más profundos secretos. Es por eso que el sitio www.BaseballdeCuba.com, del cual es su escritor principal, es uno de los más visitados y prestigiosos de aquellos que tocan el tema del béisbol cubano. Bjarkman ha aparecido en repetidas ocasiones en medios de prensa estadounidenses e internacionales como experto en el tema cubano. Además, acompañó como guía al Chef de TV Anthony Bourdain por toda La Habana en el episodio NO RESERVATIONS CUBA, del Canal de Viaje en 2011. También, aparecerá en el documental 30-30 de ESPN “Brothers in Exile” (la historia de Liván Hernández y Orlando “El Duque” Hernández) que se espera salga al aire en 2014.
Este escritor, cuyo sitio web aparece en www.Bjarkman.com, accedió recientemente a concedernos una entrevista vía correo electrónico.
Universo Béisbol: Usted ha estado corriendo la voz sobre la historia del béisbol cubano. ¿Cuándo, cómo y por qué se interesó en este tema?
Peter C. Bjarkman: Déjame darte una respuesta corta para una larga historia. Luego de haber sufrido varios y grandes “cambios de vida” a finales de los 80, dejé el mundo académico (era profesor de lingüística en la Universidad de Purdue) para cultivar la pasión de escribir sobre el béisbol. Uno de mis primeros éxitos fue una historia del deporte en América Latina (mi entrenamiento académico y mis estudios doctorales se habían centrado en lingüística española) y ese libro se publicó en 1994, el mismo año que la huelga de los jugadores de Grandes Ligas. La huelga de 1994 me había desconectado de la versión del deporte que brindaba la MLB y estaba buscando una nueva fuente para mis pasiones beisboleras. Cerca de la celebración de los Juegos Olímpicos de Atlanta 1996, mi colega y amigo Mark Rucker se me acercó con la propuesta de viajar a Cuba y recopilar materiales para un libro “coffee table[i]” ilustrando la rica historia beisbolera de la isla. Ahí empezó, en los Juegos Olímpicos de Atlanta y con mi primer viaje a Cuba en febrero de 1997. Inmediatamente me enamoré de la Isla, su gente, su sociedad revolucionaria, su música y su béisbol, y este amor por Cuba se ha mantenido como una parte fundamental de mi vida desde entonces.
(…)
UB: Hay un debate común, que se encarniza cuando los que están involucrados viven en mundos separados (Cuba y Estados Unidos). ¿Cree usted que la historia del béisbol cubano puede escribirse soslayando el béisbol cubano antes de 1959 o desestimando las contribuciones de los jugadores cubanos en el extranjero?
PCB: Por supuesto que no. Ambas mitades constituyen un capítulo importante en la historia. Esto fue esencialmente el tema de mi propio libro de béisbol cubano (A HISTORY OF CUBAN BASEBALL, 1864-2007), y muchos de los que reseñaron el libro hablaron del hecho de que mi libro es el primero que da igual tratamiento a ambos lados de la historia (a diferencia del de Roberto González Hechavarría, que desestima ampliamente el béisbol cubano luego de 1962). Sin embargo, donde más en desacuerdo estoy con González Hechavarría y muchos otros es en que mi visión sobre la Era Dorada del Béisbol está en las últimas décadas y no con la limitada liga invernal profesional de La Habana en la primera mitad del siglo XX. ¿Por qué? Los jugadores cubanos son más grandes, más rápidos y más talentosos hoy que hace cincuenta años (justo como lo son en las Grandes Ligas norteamericanas). Es la ascendente evolución natural de todos los deportes. El juego puede no ser tan bonito o estético pero los atletas sin dudas son mejores. Uno no podía imaginar a las principales estrellas cubanas en los años 50 compitiendo contra los mejores de las Grandes Ligas como lo hicieron Cepeda, Paret y compañía en el primer Clásico en 2006. Incluso con las trabas políticas, Cuba envió más nuevos jugadores a las Grandes Ligas (nueve) este año (2014) que en cualquier temporada precedente en la historia. Los peloteros cubanos (y por tanto el béisbol cubano como un todo) son mucho, mucho mejores en las dos últimas décadas que antes de 1960. También la Cuba post-revolucionaria tiene ahora una liga verdaderamente a escala nacional, mientras el béisbol profesional en la Isla antes de Fidel estaba mayormente restringido a solo cuatro equipos en la ciudad de La Habana (y más de la mitad de los jugadores en esa vieja liga invernal eran realmente norteamericanos y no cubanos de nacimiento).
(…)
UB: A mediados de los 80, hasta el surgimiento de jugadores como José Canseco y Rafael Palmeiro, hubo un tiempo sin mucha actividad cubana en las Ligas Mayores. ¿Por qué cree que sucedió? ¿Considera que esta sea una etapa de sequía?
PCB: ¿Qué sucedió? Simple… ¡política! La división de los dos países por la Guerra Fría durante varias décadas impidió que las Ligas Mayores pudieran acceder a peloteros cubanos, a menos que “desertaran” —lo cual muy pocos o casi ninguno (hasta los años 2000) estuvieron dispuestos a hacer. Para los fans de la MLB en los Estados Unidos esa fue una “etapa de sequía” concerniente al béisbol cubano puesto que la escena cubana era totalmente invisible para los norteamericanos. Pero ciertamente no era una “etapa de sequía” en Cuba. Canseco y Palmeiro, por cierto, no significaron en realidad una presencia verdaderamente cubana en las Mayores, pues aunque era técnicamente “jugadores cubanos” (nacidos en la isla) eran de hecho peloteros norteamericanos y no peloteros legítimamente cubanos. Nunca tocaron un bate o una pelota en Cuba, y aprendieron su béisbol enteramente en la Florida. Son harina de otro costal. Durante los años 70, 80 y 90, los mejores peloteros cubanos no tenían suficientes motivos o deseos de irse de casa… eran grandes héroes en la Isla, los equipos nacionales casi nunca perdían, y los jugadores estaban motivados por el patriotismo y la lealtad al sistema que los formó. Omar Linares era el chico de portada de esa actitud. Pero ahora, con la debilitada economía en Cuba y los titulares hablando de la cantidad de dólares brindados a estrellas como (José Dariel) Abreu y Alexei Ramírez (y también a otros jugadores no considerados entre los mejores de Cuba como Aroldis Chapman, Yasiel Puig, Rusney Castillo y Alexander Guerrero, por ejemplo) todo eso ha cambiado.
UB: Hasta ahora, la Serie Nacional Cubana ha tenido incontables estructuras distintas, y algunas han sido más competitivas que otras. ¿Cuál cree usted que haya sido la mejor?
PCB: Esta es una pregunta muy difícil de contestar para el INDER y para Higinio Vélez, y también lo es para mí. Me gusta mucho el sistema que tuvo lugar durante la mayor parte del último cuarto de siglo, con los equipos en cada provincia y jugando contra otros en igual cantidad de veces. Ese es el verdadero béisbol nacional, pues brinda un genuino “deporte nacional” para todos los fanáticos de la Isla, y uno que se juega en o cerca de sus lugares de origen. También da oportunidad a muchos jugadores jóvenes de desarrollarse. Pero igualmente entiendo (y ampliamente estoy de acuerdo con) el argumento de que la cantidad de talento ha decrecido y que por tanto una liga de ocho equipos sería más competitiva y haría más para desarrollar el equipo nacional (que es en primer lugar el propósito principal de la liga cubana). El problema es que dejarlo en ocho equipos priva a la mitad de las provincias de la nación de sus equipos locales y por tanto disminuye la fanaticada en muchos rincones de la Isla.
Lo que no me gusta es la decisión de la Comisión de tratar de hacerla de las dos maneras y hacerla al mismo tiempo (en otras palabras, el actual formato de 16 equipos jugando 42 partidos y entonces 8 equipos clasificados jugando 45 juegos). Este nuevo calendario dividido tiene demasiados contratiempos. Las estadísticas (y su comparación de un año a otro) ahora se convierten en una pesadilla. La tradición vital de tener a los jugadores en sus provincias de origen (tal vez mi aspecto favorito del béisbol cubano) ahora está destruida. Y las pequeñas provincias rurales (como Las Tunas, Guantánamo, Holguín o La Isla) podrían perder el béisbol por la mitad de cada temporada. Es un problema difícil de resolver y no sé aún cual es verdaderamente la mejor solución.
UB: Luego de ver que el equipo cubano terminó segundo en la edición inaugural del Clásico Mundial de Béisbol de 2006, ¿cómo cree que le habría ido a los poderosos equipos de finales de los 80 y principios de los 90 si el torneo del WBC se hubiese celebrado antes?
PCB: Los fanáticos del béisbol obviamente adoran estos debates y todo el mundo tiene una firme opinión. Nadie puede ganar en estos debates (tal vez porque son muy populares) pero no hay métrica para medir una época y compararla con otra. Tengo la firme opinión como la tiene todo el mundo y ya la he mencionado. Creo que los jugadores en Cuba durante los últimos diez años son los mejores, y que los equipos cubanos más talentosos que Cuba ha presentado (aunque no llegaron a las finales como la escuadra de 2006 que tuvo varios breaks que rompieron en su favor todo el tiempo). Vimos lo que Cepeda, Abreu, Bell y otros podían hacer contra lanzadores de Grandes Ligas. Las estrellas anteriores como Linares, Kindelán y Pacheco lograron sus incontables victorias contra equipos universitarios y usando bates de aluminio. Eso no quiere decir que si les hubiesen dado la oportunidad de usar bates de madera contra una competencia más resistente no habrían tenido un éxito similar. Pero simplemente no hay forma de saberlo. No vi a Marquetti o Muños en sus mejores tiempos, pero vi a Linares y Kindelán. Para mí, Cepeda ha sido tal vez el bateador más completo de Cuba contra pitcheo de primer nivel, igual que Abreu, y muchos scouts de la MLB están de acuerdo conmigo en este punto. Lo importante es que Abreu, Puig, Cepeda (etcétera) son jugadores PROBADOS. Linares, Kindelán, Capiró y compañía seguirán siendo por siempre apenas una cuestión de ESPECULACIÓN infundada. Esa es una de las bellezas de la fanaticada del béisbol. Así que yo digo, que siga el debate.
domingo, 8 de febrero de 2015
Cuba campeón de la Serie del Caribe
Parece que las aguas toman su lugar. A pesar de las deserciones, Cuba se las arregla para componer equipos de primer nivel. Del III Clásico, en el 2013, nos abandonaron Pito Abreu, Arruebarruena, José Miguel Fernández, Rusney Castillo, Yasmany Tomás... Mientras competían por Cuba decíamos que no estaban al nivel de la MBL, pero todos se insertaron con éxito en ese circuito. "Los peloteros cubanos (y por tanto el béisbol cubano como un todo) son mucho, mucho mejores en las dos últimas décadas que antes de 1960", afirma categórico Peter C. Bjarkman, estudioso estadounidense de nuestro béisbol. Y añade: "Creo que los jugadores en Cuba durante los últimos diez años son los mejores, y que (son) los equipos cubanos más talentosos que Cuba ha presentado (aunque no llegaron a las finales como la escuadra de 2006 que tuvo varios breaks que rompieron en su favor todo el tiempo). Vimos lo que Cepeda, Abreu, Bell y otros podían hacer contra lanzadores de Grandes Ligas".
Lo cierto es que existe la intención de desestructurar la Serie Nacional, despojándola de sus mejores jugadores, y que cuando un equipo de provincia empieza a despegar (Villa Clara, Cienfuegos, Matanzas), los scouts se centran en ellos. Hay personas que creen que la pelota cubana "ya no sirve", y en su fuero interno desean que los equipos nacionales pierdan. Pero ya lo dije, año tras año, Cuba se las arregla para componer equipos de primer nivel. En octubre pasado ganamos los Juegos Centroamericanos. Los escépticos dijeron que el nivel de los contendientes era bajo. Antes de partir hacia la recién finalizada Serie del Caribe se apresuraron en devaluar cualquier resultado: puesto que llevábamos "un equipo Cuba" (y no solo el de la provincia ganadora de la Serie), una derrota sería un desastre, y una victoria no sería meritoria. Perdimos los primeros partidos –más por un factor sicológico que de calidad deportiva y quizás por deudas de entrenamiento, mal cumplido durante nuestra Serie–, y los elogios a los contrarios crecieron. Venezuela se presentó con cuatro grandeligas y ocho prospectos de las Mayores –enumeración hecha con admiración–, y se dio como favorita contra Cuba. Sorpresa: ganamos 8 x 4. Mi hermano me comentaba que en cierta ocasión había leído un comentario en un sitio de Internet que se refería a un equipo contrario al que Cuba había vencido de manera peyorativa "porque no tenía a sus mejores jugadores de Grandes Ligas", y que a continuación encontró otro que decía con sorna: bueno, el nuestro tampoco, pero todos en principio son prospectos de la MLB, al menos en sueños. Hoy Cuba –parodiando el letrero de la camiseta del equipo mexicano que decía "Jalisco es México": "Pinar del Río es Cuba"– venció a México y se llevó, inesperada e indeseadamente para algunos, el título de la Serie del Caribe. Me alegro. Que sufran los escépticos. Ahora vamos por el oro en los Panamericanos de 2015.
miércoles, 4 de febrero de 2015
Venezuela y la batalla por la hegemonía mundial
Ángel Guerra Cabrera
La crisis de hegemonía que atraviesa Estados Unidos ha creado en la escena internacional una situación inestable, peligrosa y de desenlace impredecible pues Washington no se resigna a aceptar la pérdida de la primacía casi absoluta que disfrutaba en el planeta. Parecería no quererse dar cuenta de que el mundo transita hacia la multipolaridad, en la que está obligado a tomar en consideración los intereses y concepciones de otros actores –entre ellos China y Rusia- a menos que desee correr el riego de empujar a la humanidad al holocausto de una guerra nuclear.
Actúa muchas veces guiado más por la irracionalidad que por el pragmatismo, como en Ucrania. O, como observamos en América Latina y el Caribe, donde aún en el caso de Cuba, con la que afirma que va a cambiar de política, no se cansa de repetir con descaro inaudito que “su objetivo es el mismo”. O sea, reinstaurar el capitalismo y la putrefacta democracia liberal en la isla contra la opinión del pueblo cubano.
Washington cierra los ojos ante su creciente debilidad económica – que la burbuja del petróleo y el gas de esquisto no pueden ocultar-, el descrédito político que ha cosechado con sus sangrientas guerras de agresión, las torturas a prisioneros, el asesinatos de civiles inocentes por drones o por sus grupos de operaciones especiales en cada vez más países, el espionaje generalizado de comunicaciones, incluso a sus propios aliados, el constante homicidio de negros por sus policías y la alarmante desigualdad y pobreza que corroe a la sociedad estadunidense.
En esta situación, acabar con la Revolución Bolivariana por la fuerza, ya que por vía electoral no ha podido, es su mayor prioridad en la política hacia nuestra región, que decidió acelerar después de la desaparición del presidente Hugo Chávez. Pero su objetivo no es solo ese, sino arrasar con todos los gobiernos que no se le someten, no aceptan las políticas neoliberales y procuran la unidad e integración de América Latina y el Caribe (ALC). Los estrategas del imperio razonan que si Washington no es capaz de meter en cintura al que siempre consideró su traspatio, mucho menos podrá imponerse al resto del mundo.
Por eso ambiciona destruir la arquitectura bolivariana en nuestra región, construida desde 1999 bajo el liderazgo y la inspiración de Hugo Chávez, pero para conseguirlo debe arrasar con el puntal venezolano. No es solo que Venezuela tenga las mayores reservas de hidrocarburos del mundo.
Tanto o más importante es la existencia en la patria de Bolívar de un destacamento revolucionario de singular combatividad, consciente políticamente y cargada de simbolismo, como es el chavismo. Este, aún con bajos precios del petróleo y sometido a la guerra económica y el desabastecimiento, atesora reservas morales y políticas fundamentales para mantener unidas y combativas a las mejores fuerzas y los gobiernos más independientes de ALC.
Es por eso que el imperio ha probado todo contra Caracas. Desde una metódica guerra sicológica ligada con guerra económica por sectores burgueses nacionales e internacionales que especulan con las divisas del pueblo venezolano o acaparan y contrabandean apoyados por todas las corporaciones mediáticas del planeta, hasta la organización de las violentas y asesinas “guarimbas”, a cargo de delincuentes, paramilitares colombianos y desclasados, que solo en febrero del año pasado costaron 43 muertos. También, en violación del derecho internacional, ha reforzado las sanciones contra Venezuela
La reciente reunión con los gobiernos del Caricom del vicepresidente estadunidense, Richard Biden, se proponía destruir Petrocaribe, ejemplar instrumento de solidaridad con esos países ideado por Chávez, aunque se ha filtrado que el funcionario también conspiró groseramente contra el presidente Maduro.
La presencia provocadora e injerencista en Caracas de tres ex presidentes latinoamericanos, cuestionados en sus países por su irrespeto a los derechos humanos, da una medida de quienes apoyan a la oposición golpista venezolana, pues días antes el presidente Maduro había recibido el apoyo de sus colegas de la Celac frente a los planes desestabilizadores.
En la disputa por la hegemonía mundial se abre un importante capítulo en ALC desde ahora hasta la Cumbre de las Américas. La diplomacia yanqui se está empleando a fondo para tender una emboscada allí contra Cuba y Venezuela e intentar dividir a los gobiernos latinoamericanos y caribeños. El tiro les saldrá por la culata.
La crisis de hegemonía que atraviesa Estados Unidos ha creado en la escena internacional una situación inestable, peligrosa y de desenlace impredecible pues Washington no se resigna a aceptar la pérdida de la primacía casi absoluta que disfrutaba en el planeta. Parecería no quererse dar cuenta de que el mundo transita hacia la multipolaridad, en la que está obligado a tomar en consideración los intereses y concepciones de otros actores –entre ellos China y Rusia- a menos que desee correr el riego de empujar a la humanidad al holocausto de una guerra nuclear.
Actúa muchas veces guiado más por la irracionalidad que por el pragmatismo, como en Ucrania. O, como observamos en América Latina y el Caribe, donde aún en el caso de Cuba, con la que afirma que va a cambiar de política, no se cansa de repetir con descaro inaudito que “su objetivo es el mismo”. O sea, reinstaurar el capitalismo y la putrefacta democracia liberal en la isla contra la opinión del pueblo cubano.
Washington cierra los ojos ante su creciente debilidad económica – que la burbuja del petróleo y el gas de esquisto no pueden ocultar-, el descrédito político que ha cosechado con sus sangrientas guerras de agresión, las torturas a prisioneros, el asesinatos de civiles inocentes por drones o por sus grupos de operaciones especiales en cada vez más países, el espionaje generalizado de comunicaciones, incluso a sus propios aliados, el constante homicidio de negros por sus policías y la alarmante desigualdad y pobreza que corroe a la sociedad estadunidense.
En esta situación, acabar con la Revolución Bolivariana por la fuerza, ya que por vía electoral no ha podido, es su mayor prioridad en la política hacia nuestra región, que decidió acelerar después de la desaparición del presidente Hugo Chávez. Pero su objetivo no es solo ese, sino arrasar con todos los gobiernos que no se le someten, no aceptan las políticas neoliberales y procuran la unidad e integración de América Latina y el Caribe (ALC). Los estrategas del imperio razonan que si Washington no es capaz de meter en cintura al que siempre consideró su traspatio, mucho menos podrá imponerse al resto del mundo.
Por eso ambiciona destruir la arquitectura bolivariana en nuestra región, construida desde 1999 bajo el liderazgo y la inspiración de Hugo Chávez, pero para conseguirlo debe arrasar con el puntal venezolano. No es solo que Venezuela tenga las mayores reservas de hidrocarburos del mundo.
Tanto o más importante es la existencia en la patria de Bolívar de un destacamento revolucionario de singular combatividad, consciente políticamente y cargada de simbolismo, como es el chavismo. Este, aún con bajos precios del petróleo y sometido a la guerra económica y el desabastecimiento, atesora reservas morales y políticas fundamentales para mantener unidas y combativas a las mejores fuerzas y los gobiernos más independientes de ALC.
Es por eso que el imperio ha probado todo contra Caracas. Desde una metódica guerra sicológica ligada con guerra económica por sectores burgueses nacionales e internacionales que especulan con las divisas del pueblo venezolano o acaparan y contrabandean apoyados por todas las corporaciones mediáticas del planeta, hasta la organización de las violentas y asesinas “guarimbas”, a cargo de delincuentes, paramilitares colombianos y desclasados, que solo en febrero del año pasado costaron 43 muertos. También, en violación del derecho internacional, ha reforzado las sanciones contra Venezuela
La reciente reunión con los gobiernos del Caricom del vicepresidente estadunidense, Richard Biden, se proponía destruir Petrocaribe, ejemplar instrumento de solidaridad con esos países ideado por Chávez, aunque se ha filtrado que el funcionario también conspiró groseramente contra el presidente Maduro.
La presencia provocadora e injerencista en Caracas de tres ex presidentes latinoamericanos, cuestionados en sus países por su irrespeto a los derechos humanos, da una medida de quienes apoyan a la oposición golpista venezolana, pues días antes el presidente Maduro había recibido el apoyo de sus colegas de la Celac frente a los planes desestabilizadores.
En la disputa por la hegemonía mundial se abre un importante capítulo en ALC desde ahora hasta la Cumbre de las Américas. La diplomacia yanqui se está empleando a fondo para tender una emboscada allí contra Cuba y Venezuela e intentar dividir a los gobiernos latinoamericanos y caribeños. El tiro les saldrá por la culata.
¿Quién bloquea a quien? Cuba y la Internet
Atilio A. Boron
El nerviosismo que se ha apoderado de la derecha latinoamericana con la “normalización” de las relaciones entre Estados Unidos y Cuba ha desatado una serie de manifestaciones que asombran por la impunidad con que se desfigura la realidad. Un ejemplo lo ofrece la columna de Andrés Oppenheimer en La Nación del Martes 2 de Febrero cuyo título lo dice todo: “La clave de la libertad en Cuba es el acceso a Internet.” El articulista, conocido por su visceral rechazo a toda la obra de la Revolución Cubana, se pregunta si “el régimen cubano aceptará la ayuda estadounidense para expandir el acceso a Internet.” Poco más adelante recuerda que en su discurso del 17 de Diciembre del 2014 Obama dijo que “Washington eliminará varias regulaciones que impedían a las empresas estadounidenses exportar teléfonos inteligentes, software de Internet y otros equipos de telecomunicaciones, pero a juzgar por lo que me dicen varios visitantes que acaban de regresar de la isla, hay buenas razones para ser escépticos respecto de que el régimen cubano lo permita.” El remate de su artículo es de antología: “Washington debería centrarse en Internet. Y si Cuba no quiere hablar del tema, Estados Unidos y los países latinoamericanos deberían denunciar al régimen cubano por lo que es: una dictadura militar a la que ya se le acabaron las excusas para seguir prohibiendo el acceso a Internet en la isla.”Prefiero no perder tiempo en rebatir la inaudita caracterización de Cuba como una dictadura militar, que en un examen de Introducción a la Ciencia Política merecería el fulminante aplazo del estudiante que osara manifestar una ocurrencia (que no es lo mismo que una idea, más respeto a Hegel, ¡por favor!) de ese tipo. Oppenheimer no es uno de los energúmenos que pululan en la televisión norteamericana, violadores seriales de las más elementales normas del oficio periodístico. Pero el nerviosismo y la desesperación que se ha apoderado de los grupos anticastristas de Miami -cada vez más reducidos y desprestigiados- lo deben haber contagiado e impulsado a escribir una nota pletórica de falsedades. Me limitaré a señalar tres.
Primero, no puede ignorar que a causa del bloqueo Cuba ingresó parcial y tardíamente al ciberespacio, y cuando se produjo la vertiginosa expansión de la banda ancha y de la Internet la Casa Blanca presionó brutalmente a quienes le ofrecían esos servicios a la isla para que los interrumpieran de inmediato, orden que por supuesto no pudo ser desobedecida por los pequeños países de la cuenca del Caribe. Por eso, hasta la llegada del cable submarino procedente de Venezuela, hace poco más de un año, la conexión de Internet en Cuba se hacía exclusivamente por satélite. Ahora existe ese enlace físico, pero desgraciadamente el grueso del creciente tráfico cubano todavía debe transitar a través de lentos y muy costosos enlaces satelitales, y con un ancho de banda absolutamente insuficiente. Problemas que no se deben a una decisión de La Habana sino a la obcecación de Washington.
Segundo, antes de preguntarse si La Habana aceptará la ayuda que promete Obama convendría que Oppenheimer averiguase si Washington aceptará poner fin al cerco informático dispuesto en contra de Cuba. Su argumento parece salido de una canción para niños de María E. Walsh: “El reino del revés”. No fue Cuba quien ante el advenimiento de la revolución de las comunicaciones decidió hacerse un harakiri informático sino que fue el imperio quien, consciente de la importancia de esas nuevas tecnologías, extendió los alcances de su criminal bloqueo para incluir también a la Internet. Cualquiera que haya visitado ese país sabe que no se puede acceder a muchísimos sitios de la red ni disponer de los principales instrumentos de navegación en el ciberespacio. Si lo intenta casi invariablemente aparecerá un fatídico mensaje de “Error 403” diciendo algo así como “Desde el lugar en que se encuentra no podrá acceder a este URL” u otro más elocuente: “El país en el que se encuentra tiene prohibido acceder a esta página”. No se puede utilizar el Skype, el Google Earth, o las plataformas de desarrollo colaborativo Google Code y Source Force, o descargar libremente las aplicaciones del Android. Y cuando se puede, el reducido ancho de banda hace prácticamente imposible trabajar con un mínimo de rapidez y eficiencia. Todo esto, ¿por culpa del gobierno cubano? A mediados del año pasado el CEO de Google, Eric Schmidt, encabezó una delegación que visitó a Cuba como respuesta a las acusaciones de que el gigante informático bloqueaba el acceso a sus servicios. Después de comprobar que varios productos de Google no estaban disponibles Schmidt señaló oblicuamente al responsable al decir que “las sanciones estadounidenses en contra de Cuba desafiaban a la razón.”
Tercero, tal vez Oppenheimer tiene razón en su escepticismo, pero no por causa de Cuba sino de Estados Unidos. Porque, ¿cómo olvidar que a comienzos de su primer mandato Obama ya había prometido lo que volvió a prometer hace poco más de un mes: “suavizar” algunas sanciones contempladas para las empresas informáticas que tengan negocios con Cuba? ¿Qué fue lo que ocurrió? Poco y nada. Ojalá que ahora sea diferente. La Ley Torricelli, de 1992, había permitido la conexión a Internet por vía satelital pero con una decisiva restricción: que cada prestación fuese contratada con empresas norteamericanas o sus subsidiarias previa aprobación del Departamento del Tesoro. Este impuso estrictos límites y estableció sanciones extraordinarias –por ejemplo, multas de 50 000 dólares por cada violación- para quienes favorecieran, dentro o fuera de los Estados Unidos, el acceso de los cubanos a la red. Lo que hizo Obama, en Marzo del 2010, fue eliminar algunas de estas sanciones, especialmente para las empresas que faciliten gratuitamente aplicaciones de correo electrónico, chat y similares. Pese a ello, en 2012, la sucursal en Panamá de la compañía Ericsson tuvo que pagar una multa de casi dos millones de dólares al Departamento de Comercio de Estados Unidos por violar las restricciones de exportación de equipos de comunicación a Cuba. Como siempre: una de cal, otra de arena. Por eso la accesibilidad sin restricciones a la red continúa tropezando con los grilletes del bloqueo. La “ciberguerra” que Washington le ha declarado a Cuba, un país que sigue estando escandalosamente incluido en la lista de los “patrocinadores del terrorismo”, continúa su curso. ¿Cumplirá esta vez Obama con su promesa? ¿Quién es el que “prohíbe” el acceso a la Internet en Cuba?
El nerviosismo que se ha apoderado de la derecha latinoamericana con la “normalización” de las relaciones entre Estados Unidos y Cuba ha desatado una serie de manifestaciones que asombran por la impunidad con que se desfigura la realidad. Un ejemplo lo ofrece la columna de Andrés Oppenheimer en La Nación del Martes 2 de Febrero cuyo título lo dice todo: “La clave de la libertad en Cuba es el acceso a Internet.” El articulista, conocido por su visceral rechazo a toda la obra de la Revolución Cubana, se pregunta si “el régimen cubano aceptará la ayuda estadounidense para expandir el acceso a Internet.” Poco más adelante recuerda que en su discurso del 17 de Diciembre del 2014 Obama dijo que “Washington eliminará varias regulaciones que impedían a las empresas estadounidenses exportar teléfonos inteligentes, software de Internet y otros equipos de telecomunicaciones, pero a juzgar por lo que me dicen varios visitantes que acaban de regresar de la isla, hay buenas razones para ser escépticos respecto de que el régimen cubano lo permita.” El remate de su artículo es de antología: “Washington debería centrarse en Internet. Y si Cuba no quiere hablar del tema, Estados Unidos y los países latinoamericanos deberían denunciar al régimen cubano por lo que es: una dictadura militar a la que ya se le acabaron las excusas para seguir prohibiendo el acceso a Internet en la isla.”Prefiero no perder tiempo en rebatir la inaudita caracterización de Cuba como una dictadura militar, que en un examen de Introducción a la Ciencia Política merecería el fulminante aplazo del estudiante que osara manifestar una ocurrencia (que no es lo mismo que una idea, más respeto a Hegel, ¡por favor!) de ese tipo. Oppenheimer no es uno de los energúmenos que pululan en la televisión norteamericana, violadores seriales de las más elementales normas del oficio periodístico. Pero el nerviosismo y la desesperación que se ha apoderado de los grupos anticastristas de Miami -cada vez más reducidos y desprestigiados- lo deben haber contagiado e impulsado a escribir una nota pletórica de falsedades. Me limitaré a señalar tres.
Primero, no puede ignorar que a causa del bloqueo Cuba ingresó parcial y tardíamente al ciberespacio, y cuando se produjo la vertiginosa expansión de la banda ancha y de la Internet la Casa Blanca presionó brutalmente a quienes le ofrecían esos servicios a la isla para que los interrumpieran de inmediato, orden que por supuesto no pudo ser desobedecida por los pequeños países de la cuenca del Caribe. Por eso, hasta la llegada del cable submarino procedente de Venezuela, hace poco más de un año, la conexión de Internet en Cuba se hacía exclusivamente por satélite. Ahora existe ese enlace físico, pero desgraciadamente el grueso del creciente tráfico cubano todavía debe transitar a través de lentos y muy costosos enlaces satelitales, y con un ancho de banda absolutamente insuficiente. Problemas que no se deben a una decisión de La Habana sino a la obcecación de Washington.
Segundo, antes de preguntarse si La Habana aceptará la ayuda que promete Obama convendría que Oppenheimer averiguase si Washington aceptará poner fin al cerco informático dispuesto en contra de Cuba. Su argumento parece salido de una canción para niños de María E. Walsh: “El reino del revés”. No fue Cuba quien ante el advenimiento de la revolución de las comunicaciones decidió hacerse un harakiri informático sino que fue el imperio quien, consciente de la importancia de esas nuevas tecnologías, extendió los alcances de su criminal bloqueo para incluir también a la Internet. Cualquiera que haya visitado ese país sabe que no se puede acceder a muchísimos sitios de la red ni disponer de los principales instrumentos de navegación en el ciberespacio. Si lo intenta casi invariablemente aparecerá un fatídico mensaje de “Error 403” diciendo algo así como “Desde el lugar en que se encuentra no podrá acceder a este URL” u otro más elocuente: “El país en el que se encuentra tiene prohibido acceder a esta página”. No se puede utilizar el Skype, el Google Earth, o las plataformas de desarrollo colaborativo Google Code y Source Force, o descargar libremente las aplicaciones del Android. Y cuando se puede, el reducido ancho de banda hace prácticamente imposible trabajar con un mínimo de rapidez y eficiencia. Todo esto, ¿por culpa del gobierno cubano? A mediados del año pasado el CEO de Google, Eric Schmidt, encabezó una delegación que visitó a Cuba como respuesta a las acusaciones de que el gigante informático bloqueaba el acceso a sus servicios. Después de comprobar que varios productos de Google no estaban disponibles Schmidt señaló oblicuamente al responsable al decir que “las sanciones estadounidenses en contra de Cuba desafiaban a la razón.”
Tercero, tal vez Oppenheimer tiene razón en su escepticismo, pero no por causa de Cuba sino de Estados Unidos. Porque, ¿cómo olvidar que a comienzos de su primer mandato Obama ya había prometido lo que volvió a prometer hace poco más de un mes: “suavizar” algunas sanciones contempladas para las empresas informáticas que tengan negocios con Cuba? ¿Qué fue lo que ocurrió? Poco y nada. Ojalá que ahora sea diferente. La Ley Torricelli, de 1992, había permitido la conexión a Internet por vía satelital pero con una decisiva restricción: que cada prestación fuese contratada con empresas norteamericanas o sus subsidiarias previa aprobación del Departamento del Tesoro. Este impuso estrictos límites y estableció sanciones extraordinarias –por ejemplo, multas de 50 000 dólares por cada violación- para quienes favorecieran, dentro o fuera de los Estados Unidos, el acceso de los cubanos a la red. Lo que hizo Obama, en Marzo del 2010, fue eliminar algunas de estas sanciones, especialmente para las empresas que faciliten gratuitamente aplicaciones de correo electrónico, chat y similares. Pese a ello, en 2012, la sucursal en Panamá de la compañía Ericsson tuvo que pagar una multa de casi dos millones de dólares al Departamento de Comercio de Estados Unidos por violar las restricciones de exportación de equipos de comunicación a Cuba. Como siempre: una de cal, otra de arena. Por eso la accesibilidad sin restricciones a la red continúa tropezando con los grilletes del bloqueo. La “ciberguerra” que Washington le ha declarado a Cuba, un país que sigue estando escandalosamente incluido en la lista de los “patrocinadores del terrorismo”, continúa su curso. ¿Cumplirá esta vez Obama con su promesa? ¿Quién es el que “prohíbe” el acceso a la Internet en Cuba?
lunes, 2 de febrero de 2015
La “nueva política” de los Estados Unidos hacia Cuba
Elier Ramírez Cañedo
Doctor en Ciencias Históricas.
Miembro Concurrente de la Academia de Historia de Cuba.
Cualquier análisis serio que se haga sobre los factores que estimularon el anuncio del 17 de diciembre por el presidente estadounidense Barack Obama, tiene que ponderar en primer lugar, la heroica resistencia del pueblo cubano por más de 50 años y la firmeza y sabiduría de su liderazgo histórico.
A pesar de que se trata de un paso histórico, lo esencial no se ha resuelto, como expresó el General de Ejército, Raúl Castro. El bloqueo continúa ahí y el camino hacia la “normalización” parece ser un proceso largo y complejo. “Nuestro pueblo debe comprender que –añadió Raúl en su discurso ante la Asamblea Nacional el 20 de diciembre-, en las condiciones anunciadas, esta será una lucha larga y difícil que requerirá que la movilización internacional y de la sociedad norteamericana continúe reclamando el levantamiento del bloqueo”.
Creo que insistir en esto es clave. De lo contrario, perderíamos el apoyo decisivo que siempre ha tenido Cuba en su lucha contra el bloqueo. Si en estos años no se logra su levantamiento definitivo, habrá que seguir llevando el tema a las Naciones Unidas y a otros foros internacionales. La lucha contra el bloqueo no debe cesar y, ni siquiera cuando este desaparezca, debemos desmovilizarnos. No hace falta leer entrelíneas para deducir los propósitos del “nuevo enfoque” que Obama quiere introducir en la política hacia Cuba.
La historia de los últimos 55 años nos ha convertido en un pueblo curtido en el enfrentamiento a las más disímiles políticas agresivas de los Estados Unidos; pero tal vez no contamos con el mismo entrenamiento a la hora de enfrentar una política de agresividad disimulada, que se proponga los mismos objetivos por vías del acercamiento y el intercambio cultural, académico, económico y político entre ambas sociedades, con menos restricciones. Un escenario donde el enemigo que ha contribuido a conformar nuestra cultura política pretende hacerse menos visible, desdibujarse.
Pero, al mismo tiempo, considero que poseemos en Cuba suficiente talento, inteligencia y entereza para unirnos más, ajustarnos a los nuevos retos y aprovechar las oportunidades que también pudiera ofrecernos en algunas esferas la nueva coyuntura. Es cierto que, si Cuba no pudo ser absorbida culturalmente por los Estados Unidos antes de 1959 y se hizo una Revolución Socialista apenas a 90 millas, muy difícilmente eso pueda ocurrir ahora. No debemos perder nunca el optimismo, pero debemos ser optimistas activos, optimistas con una clara percepción del riesgo, de nuestras vulnerabilidades y de las nuevas tácticas que se articulan desde el norte para destruir la revolución.
Sobre este tema Fidel expresó en 1992 al ser entrevistado por Tomás Borge:
"Tal vez nosotros estamos más preparados (…) para enfrentar una política de agresión, que para enfrentar una política de paz; pero no le tememos a una política de paz. Por una cuestión de principio no nos opondríamos a una política de paz, o a una política de coexistencia pacífica entre Estados Unidos y nosotros; y no tendríamos ese temor, o no sería correcto, o no tendríamos derecho a rechazar una política de paz porque pudiera resultar más eficaz como instrumento para la influencia de Estados Unidos y para tratar de neutralizar la Revolución, para tratar de debilitarla y para tratar de erradicar las ideas revolucionaras en Cuba".
A mi juicio, debemos sentirnos satisfechos de haber llegado hasta aquí sin ceder un ápice en cuestiones de principios, pero nadie puede llamarse a engaño y pensar que el ancestral conflicto Estados Unidos-Cuba ha llegado a su fin.
Desarmarnos ideológicamente en estos momentos sería suicida, cuando, al tratarse de un conflicto de naturaleza sistémica, hacia donde nos dirigimos es hacia un modus vivendi entre adversarios ideológicos. Cuba y los Estados Unidos jamás han tenido una relación normal: no la tuvieron en el siglo XIX, tampoco en el XX, y mientras la esencia del conflicto siga siendo hegemonía versus soberanía, será imposible hablar de una normalidad en las relaciones. Utilizar hoy ese concepto en su acepción clásica puede resultar engañoso y confuso. Cuba ha defendido siempre una normalización, que en nada se ajusta a la visión estadounidense del término. Estados Unidos siempre la ha entendido sobre la base de la dominación, que implica que la Isla ceda terreno en asuntos que competen a su soberanía, ya sea en materia de política exterior o doméstica.
Por otro lado, nada indica, hasta ahora, que otro de los pilares básicos de esa política, la subversión en sus diversas modalidades, vaya a cesar. Todo lo contrario, al parecer se irá incrementando con el tiempo a través de lo que Obama denomina vías más creativas y artificiosas que promuevan los valores e intereses norteamericanos. “La administración –dijo el presidente norteamericano- continuará implementando programas de EE.UU. enfocados en promover el cambio positivo en Cuba”.
El Departamento de Estado abrió convocatoria el 22 de diciembre, cinco días después de los anuncios de la Casa Blanca, para financiar programas por 11 millones de dólares que “promuevan los derechos civiles, políticos y laborales en Cuba”. Lo cierto es que la política de los Estados Unidos estará más caracterizada por la guerra cultural y la subversión política-ideológica, que por la idea de llevar a la Isla al colapso económico.
Asimismo, cuando el presidente estadounidense señala que continuará apoyando a la sociedad civil cubana, ya sabemos a cuál se está refiriendo: no es otra que la de los mercenarios que han nutrido las filas de una contrarrevolución fabricada y financiada desde los Estados Unidos.
Tanto la intervención de Obama como el Comunicado de la Casa Blanca demuestran que esta administración seguirá manejando las siguientes ideas en su estrategia subversiva e injerencista: “hacer que los ciudadanos obtengan cada vez más independencia económica del estado”, “los cubanoamericanos serán nuestros principales embajadores de la libertad”, “romper el bloqueo informativo”, “apoyar la sociedad civil en Cuba en materia de derechos humanos y democracia”, “empoderar al pueblo cubano y al naciente sector privado en Cuba”. La principal apuesta de la “nueva política” continuará siendo la juventud y dentro de ella: las mujeres, los negros, el sector cuentapropista y el artístico e intelectual.
Dos días después del anuncio del 17 de diciembre, en una conferencia de prensa, Obama fue aún más enfático y claro en sus intenciones hacia la Mayor de las Antillas:
"…el sentido que tiene normalizar las relaciones es que nos brinda más oportunidad de ejercer influencia sobre ese gobierno que si no lo hiciéramos. (…) Pero lo cierto es que vamos a estar en mejores condiciones, creo, de realmente ejercer alguna influencia, y quizás entonces utilizar tanto zanahorias como palos”.
Lo que estamos presenciando hoy es que Estados Unidos ha trasladado el centro de su atención hacia la realidad interna cubana, en la que pretenden incidir más abiertamente y con premura. La apertura de una embajada en la Isla responde igualmente a ese propósito. Quizás decir esto parezca innecesario y tonto, para todos los que han apreciado desde el inicio cual es el juego nuevo de los Estados Unidos con Cuba, pero por desgracia, algunos ya comienzan a equivocarse y a confundirse, tanto dentro como fuera del país.
Para Cuba, los retos no dejan de ser enormes. Hace 56 años, el 8 de enero de 1959, Fidel expresó, en medio de la celebración por el triunfo, que quizás en lo adelante todo sería más difícil. Creo que, también ahora, quizás en lo adelante todo sea más difícil en algunos terrenos, especialmente en el campo del enfrentamiento ideológico y cultural al imperialismo. Del mismo modo, recordaba cuánto necesitaron nuestros mambises a José Martí y a Antonio Maceo en 1898. Los liderazgos y la visión de aquellas figuras imprescindibles hubieran ayudado muchísimo a los cubanos a enfrentar los desafíos de inicios del siglo XX. Por suerte para nosotros, esto ha sucedido en vida de nuestros principales líderes históricos: Fidel y Raúl, y coincidido con el regreso a la patria -como parte del propio proceso- de Gerardo, Ramón y Toni, que junto a René y Fernando, constituyen el mejor destacamento de vanguardia con el que podemos contar los revolucionarios cubanos en las nuevas circunstancias históricas.
La nueva contienda debe enfrentarse no solo en el plano del discurso y la reflexión –no menos importantes-, sino sobre todo, en la transformación real y concreta de la vida cotidiana del pueblo cubano, tanto en el plano espiritual como material. Sin teoría revolucionaria no hay práctica revolucionaria; pero es la práctica la que en última instancia transforma la realidad. Por eso Fidel insistió en numerosas ocasiones que la Batalla de Ideas eran también hechos y realizaciones concretas. Y el primer vicepresidente Miguel Díaz Canel ha planteado que “el mejor antídoto contra los intentos de subversión del enemigo es hacer las cosas bien en cada lugar”.
Creo, a su vez, que debemos afrontar la transformación de nuestro país de manera orgánica, lo económico junto a lo ideológico y cultural. Se impone una guerra aún más rigurosa y efectiva contra todos aquellos males e insuficiencias de orden interno que en ocasiones resultan más subversivos que la labor de nuestro enemigo y les facilita el trabajo. En especial, es necesario desatar una ofensiva a muerte contra el burocratismo, la corrupción, la insensibilidad, la negligencia y la doble moral.
Como sabiamente dijera Graziella Pogolotti a los artistas y jóvenes intelectuales cubanos en octubre del 2013:
"…el neoliberalismo propone una concepción totalizadora, una concepción económica, ideológica, social, de irrespeto a las víctimas, a los perdedores, y también cultural, que es la cultura de la banalidad que estamos consumiendo todos en alguna medida. Nuestro proyecto también tiene que ser un proyecto totalizador. Con una articulación que colocaría en otro orden lo político, lo social, lo cultural y lo económico, unido también a una batalla ideológica"
Habrá que movilizar a la verdadera sociedad civil cubana –nada que ver con la que defiende Obama- para articular una respuesta coherente a la nueva etapa de confrontación y que toda ella se convierta en nuestro principal y más poderoso núcleo de resistencia cultural.
Desde hace mucho tiempo estamos siendo testigos de una cruenta guerra de símbolos, por lo que resulta ineludible reforzar en el imaginario social nuestros símbolos y atributos nacionales, así como nuestras tradiciones más populares. Hoy nos hace mucho daño el hecho que una bandera cubana no pueda ser comprada a un precio asequible o que nuestros niños no puedan tener calcomanías, juguetes y otros objetos con la imagen de animados cubanos como el Elpidio Valdés o Meñique y que ese vacío sea llenado por Mickey Mouse y el Pato Donald. No porque Mickey Mause y el Pato Donald nos vayan ahora a crear grandes problemas, sino porque no tener lo alternativo, lo que más nos representa e identifica, es lo ciertamente lamentable.
La guerra cultural no se da solo en el presente, sino también en el pasado, de ahí que el trabajo con la historia de Cuba revista hoy cada vez más importancia. Escribir y divulgar la historia de la Revolución Cubana en el poder, de 1959 hasta la actualidad, sin que existan anatemas o zonas vedadas, constituye en mi criterio una cuestión de primer orden.
Debemos trabajar en la formación de un pensamiento crítico en nuestros jóvenes y adolescentes, dotarlos de un entrenamiento para el debate, e incentivar en ellos una mirada antiimperialista y anticolonialista. Así podrán cumplir la profecía de Fidel, cuando en el año 2000 se dirigió a los agoreros al servicio del Imperio para advertirles: “…cumplo el cortés deber de advertirles que la Revolución cubana no podrá ser destruida ni por la fuerza ni por la seducción”.
Doctor en Ciencias Históricas.
Miembro Concurrente de la Academia de Historia de Cuba.
Cualquier análisis serio que se haga sobre los factores que estimularon el anuncio del 17 de diciembre por el presidente estadounidense Barack Obama, tiene que ponderar en primer lugar, la heroica resistencia del pueblo cubano por más de 50 años y la firmeza y sabiduría de su liderazgo histórico.
A pesar de que se trata de un paso histórico, lo esencial no se ha resuelto, como expresó el General de Ejército, Raúl Castro. El bloqueo continúa ahí y el camino hacia la “normalización” parece ser un proceso largo y complejo. “Nuestro pueblo debe comprender que –añadió Raúl en su discurso ante la Asamblea Nacional el 20 de diciembre-, en las condiciones anunciadas, esta será una lucha larga y difícil que requerirá que la movilización internacional y de la sociedad norteamericana continúe reclamando el levantamiento del bloqueo”.
Creo que insistir en esto es clave. De lo contrario, perderíamos el apoyo decisivo que siempre ha tenido Cuba en su lucha contra el bloqueo. Si en estos años no se logra su levantamiento definitivo, habrá que seguir llevando el tema a las Naciones Unidas y a otros foros internacionales. La lucha contra el bloqueo no debe cesar y, ni siquiera cuando este desaparezca, debemos desmovilizarnos. No hace falta leer entrelíneas para deducir los propósitos del “nuevo enfoque” que Obama quiere introducir en la política hacia Cuba.
La historia de los últimos 55 años nos ha convertido en un pueblo curtido en el enfrentamiento a las más disímiles políticas agresivas de los Estados Unidos; pero tal vez no contamos con el mismo entrenamiento a la hora de enfrentar una política de agresividad disimulada, que se proponga los mismos objetivos por vías del acercamiento y el intercambio cultural, académico, económico y político entre ambas sociedades, con menos restricciones. Un escenario donde el enemigo que ha contribuido a conformar nuestra cultura política pretende hacerse menos visible, desdibujarse.
Pero, al mismo tiempo, considero que poseemos en Cuba suficiente talento, inteligencia y entereza para unirnos más, ajustarnos a los nuevos retos y aprovechar las oportunidades que también pudiera ofrecernos en algunas esferas la nueva coyuntura. Es cierto que, si Cuba no pudo ser absorbida culturalmente por los Estados Unidos antes de 1959 y se hizo una Revolución Socialista apenas a 90 millas, muy difícilmente eso pueda ocurrir ahora. No debemos perder nunca el optimismo, pero debemos ser optimistas activos, optimistas con una clara percepción del riesgo, de nuestras vulnerabilidades y de las nuevas tácticas que se articulan desde el norte para destruir la revolución.
Sobre este tema Fidel expresó en 1992 al ser entrevistado por Tomás Borge:
"Tal vez nosotros estamos más preparados (…) para enfrentar una política de agresión, que para enfrentar una política de paz; pero no le tememos a una política de paz. Por una cuestión de principio no nos opondríamos a una política de paz, o a una política de coexistencia pacífica entre Estados Unidos y nosotros; y no tendríamos ese temor, o no sería correcto, o no tendríamos derecho a rechazar una política de paz porque pudiera resultar más eficaz como instrumento para la influencia de Estados Unidos y para tratar de neutralizar la Revolución, para tratar de debilitarla y para tratar de erradicar las ideas revolucionaras en Cuba".
A mi juicio, debemos sentirnos satisfechos de haber llegado hasta aquí sin ceder un ápice en cuestiones de principios, pero nadie puede llamarse a engaño y pensar que el ancestral conflicto Estados Unidos-Cuba ha llegado a su fin.
Desarmarnos ideológicamente en estos momentos sería suicida, cuando, al tratarse de un conflicto de naturaleza sistémica, hacia donde nos dirigimos es hacia un modus vivendi entre adversarios ideológicos. Cuba y los Estados Unidos jamás han tenido una relación normal: no la tuvieron en el siglo XIX, tampoco en el XX, y mientras la esencia del conflicto siga siendo hegemonía versus soberanía, será imposible hablar de una normalidad en las relaciones. Utilizar hoy ese concepto en su acepción clásica puede resultar engañoso y confuso. Cuba ha defendido siempre una normalización, que en nada se ajusta a la visión estadounidense del término. Estados Unidos siempre la ha entendido sobre la base de la dominación, que implica que la Isla ceda terreno en asuntos que competen a su soberanía, ya sea en materia de política exterior o doméstica.
Por otro lado, nada indica, hasta ahora, que otro de los pilares básicos de esa política, la subversión en sus diversas modalidades, vaya a cesar. Todo lo contrario, al parecer se irá incrementando con el tiempo a través de lo que Obama denomina vías más creativas y artificiosas que promuevan los valores e intereses norteamericanos. “La administración –dijo el presidente norteamericano- continuará implementando programas de EE.UU. enfocados en promover el cambio positivo en Cuba”.
El Departamento de Estado abrió convocatoria el 22 de diciembre, cinco días después de los anuncios de la Casa Blanca, para financiar programas por 11 millones de dólares que “promuevan los derechos civiles, políticos y laborales en Cuba”. Lo cierto es que la política de los Estados Unidos estará más caracterizada por la guerra cultural y la subversión política-ideológica, que por la idea de llevar a la Isla al colapso económico.
Asimismo, cuando el presidente estadounidense señala que continuará apoyando a la sociedad civil cubana, ya sabemos a cuál se está refiriendo: no es otra que la de los mercenarios que han nutrido las filas de una contrarrevolución fabricada y financiada desde los Estados Unidos.
Tanto la intervención de Obama como el Comunicado de la Casa Blanca demuestran que esta administración seguirá manejando las siguientes ideas en su estrategia subversiva e injerencista: “hacer que los ciudadanos obtengan cada vez más independencia económica del estado”, “los cubanoamericanos serán nuestros principales embajadores de la libertad”, “romper el bloqueo informativo”, “apoyar la sociedad civil en Cuba en materia de derechos humanos y democracia”, “empoderar al pueblo cubano y al naciente sector privado en Cuba”. La principal apuesta de la “nueva política” continuará siendo la juventud y dentro de ella: las mujeres, los negros, el sector cuentapropista y el artístico e intelectual.
Dos días después del anuncio del 17 de diciembre, en una conferencia de prensa, Obama fue aún más enfático y claro en sus intenciones hacia la Mayor de las Antillas:
"…el sentido que tiene normalizar las relaciones es que nos brinda más oportunidad de ejercer influencia sobre ese gobierno que si no lo hiciéramos. (…) Pero lo cierto es que vamos a estar en mejores condiciones, creo, de realmente ejercer alguna influencia, y quizás entonces utilizar tanto zanahorias como palos”.
Lo que estamos presenciando hoy es que Estados Unidos ha trasladado el centro de su atención hacia la realidad interna cubana, en la que pretenden incidir más abiertamente y con premura. La apertura de una embajada en la Isla responde igualmente a ese propósito. Quizás decir esto parezca innecesario y tonto, para todos los que han apreciado desde el inicio cual es el juego nuevo de los Estados Unidos con Cuba, pero por desgracia, algunos ya comienzan a equivocarse y a confundirse, tanto dentro como fuera del país.
Para Cuba, los retos no dejan de ser enormes. Hace 56 años, el 8 de enero de 1959, Fidel expresó, en medio de la celebración por el triunfo, que quizás en lo adelante todo sería más difícil. Creo que, también ahora, quizás en lo adelante todo sea más difícil en algunos terrenos, especialmente en el campo del enfrentamiento ideológico y cultural al imperialismo. Del mismo modo, recordaba cuánto necesitaron nuestros mambises a José Martí y a Antonio Maceo en 1898. Los liderazgos y la visión de aquellas figuras imprescindibles hubieran ayudado muchísimo a los cubanos a enfrentar los desafíos de inicios del siglo XX. Por suerte para nosotros, esto ha sucedido en vida de nuestros principales líderes históricos: Fidel y Raúl, y coincidido con el regreso a la patria -como parte del propio proceso- de Gerardo, Ramón y Toni, que junto a René y Fernando, constituyen el mejor destacamento de vanguardia con el que podemos contar los revolucionarios cubanos en las nuevas circunstancias históricas.
La nueva contienda debe enfrentarse no solo en el plano del discurso y la reflexión –no menos importantes-, sino sobre todo, en la transformación real y concreta de la vida cotidiana del pueblo cubano, tanto en el plano espiritual como material. Sin teoría revolucionaria no hay práctica revolucionaria; pero es la práctica la que en última instancia transforma la realidad. Por eso Fidel insistió en numerosas ocasiones que la Batalla de Ideas eran también hechos y realizaciones concretas. Y el primer vicepresidente Miguel Díaz Canel ha planteado que “el mejor antídoto contra los intentos de subversión del enemigo es hacer las cosas bien en cada lugar”.
Creo, a su vez, que debemos afrontar la transformación de nuestro país de manera orgánica, lo económico junto a lo ideológico y cultural. Se impone una guerra aún más rigurosa y efectiva contra todos aquellos males e insuficiencias de orden interno que en ocasiones resultan más subversivos que la labor de nuestro enemigo y les facilita el trabajo. En especial, es necesario desatar una ofensiva a muerte contra el burocratismo, la corrupción, la insensibilidad, la negligencia y la doble moral.
Como sabiamente dijera Graziella Pogolotti a los artistas y jóvenes intelectuales cubanos en octubre del 2013:
"…el neoliberalismo propone una concepción totalizadora, una concepción económica, ideológica, social, de irrespeto a las víctimas, a los perdedores, y también cultural, que es la cultura de la banalidad que estamos consumiendo todos en alguna medida. Nuestro proyecto también tiene que ser un proyecto totalizador. Con una articulación que colocaría en otro orden lo político, lo social, lo cultural y lo económico, unido también a una batalla ideológica"
Habrá que movilizar a la verdadera sociedad civil cubana –nada que ver con la que defiende Obama- para articular una respuesta coherente a la nueva etapa de confrontación y que toda ella se convierta en nuestro principal y más poderoso núcleo de resistencia cultural.
Desde hace mucho tiempo estamos siendo testigos de una cruenta guerra de símbolos, por lo que resulta ineludible reforzar en el imaginario social nuestros símbolos y atributos nacionales, así como nuestras tradiciones más populares. Hoy nos hace mucho daño el hecho que una bandera cubana no pueda ser comprada a un precio asequible o que nuestros niños no puedan tener calcomanías, juguetes y otros objetos con la imagen de animados cubanos como el Elpidio Valdés o Meñique y que ese vacío sea llenado por Mickey Mouse y el Pato Donald. No porque Mickey Mause y el Pato Donald nos vayan ahora a crear grandes problemas, sino porque no tener lo alternativo, lo que más nos representa e identifica, es lo ciertamente lamentable.
La guerra cultural no se da solo en el presente, sino también en el pasado, de ahí que el trabajo con la historia de Cuba revista hoy cada vez más importancia. Escribir y divulgar la historia de la Revolución Cubana en el poder, de 1959 hasta la actualidad, sin que existan anatemas o zonas vedadas, constituye en mi criterio una cuestión de primer orden.
Debemos trabajar en la formación de un pensamiento crítico en nuestros jóvenes y adolescentes, dotarlos de un entrenamiento para el debate, e incentivar en ellos una mirada antiimperialista y anticolonialista. Así podrán cumplir la profecía de Fidel, cuando en el año 2000 se dirigió a los agoreros al servicio del Imperio para advertirles: “…cumplo el cortés deber de advertirles que la Revolución cubana no podrá ser destruida ni por la fuerza ni por la seducción”.
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