Yeilen Delgado/Blog De Lupas y catalejos
Hace poco me contaban cómo en un evento había dos tipos de asistentes: los VIP (léase Very Important Person) y el resto.
La diferencia entre ambos grupos estaba clara. Los primeros tenían recibimiento, una persona a su cargo, un programa pormenorizado de actividades.
Los segundos, nada de lo anterior, salvo uno de los organizadores que, apenado, no sabía dónde meter la cara para explicarles el por qué de las diferenciaciones.
La categorización de VIP, tomada de la farándula extranjera, ha venido a entronizarse en Cuba desde hace unos años, sobre todo en el mundo de la cultura; y no se refiere, precisamente, a la estatura artística del seleccionado, sino, meramente, a su nivel de popularidad.
Puede que toda una vida desarrolles una obra de gran calidad sin ser VIP, o que, por un golpe de suerte, comiences a aparecer en la TV, te conozca la gente y, exactamente, con la misma propuesta que has hecho siempre, te conviertas en VIP.
También es posible que quienes se pavonean como artistas, sin ser tales, se conviertan en VIP, porque ganan muchísimo dinero con sus trabajos cargados de banalidad
Y me pregunto: ¿todos no merecemos el básico aliciente de sentirnos atendidos, el respeto a nuestro esfuerzo? No se me malinterprete, no impugno las consideraciones a figuras que por su labor merecen atenciones especiales; pero, una cosa es establecer protocolos y otra bien diferente, crear un grupo de elegidos y otro de bultos, de simples mortales.
Además, me he percatado de que las personas ante las que hay que quitarse el sombrero siempre son las más sencillas, las que disfrutan estar en contacto con la gente y hasta se apenan por las excesivas ceremonias.
Tal vez el influjo guevariano en mí es muy fuerte, mas considero que todos debemos ser, en principio, iguales. No quiero un país donde pululen las clasificaciones de VIP, donde la gente se preocupe menos por lo que hace y más por lo exitosos que los otros puedan considerarlos. Donde el mundo falso y aparatoso de la farándula termine por tragarnos.
Si peligrosas son las diferencias económicas que desde los 90 sufrimos en Cuba, peores son las de naturaleza cultural, las que se cargan de significaciones espirituales e ideológicas. El tema merece reflexión. No dejemos que la pirámide se invierta en terrenos más peligrosos.
VIP es mi mamá que se levanta todos los días bien temprano para cuidar a mi sobrina y que mi hermana pueda trabajar, limpia la casa, hace comida y arregla cuanto se rompe.
VIP es mi padre, que trabaja casi desde adolescente, sin conocer horarios, para sostener a sus tres hijas.
VIP es mi compañera de trabajo que construye una casa sola, casi con tres trabajos a la vez y, además, hace arte.
VIP es mi amigo, que sale del campo cada mañana para poner un granito de arena por su profesión, aunque a veces le flaquee el ánimo.
VIP es mi suegra, periodista desde que se levanta hasta que se acuesta.
VIP son todos los artistas, que pese a problemas de promoción, pagos que se retrasan, etc. siguen empeñados en hacer arte genuino, comprometido, veraz.
VIP los hay en Cuba por MILES, MILLONES, gente que se levanta de madrugada y llega temprano al trabajo a pesar del transporte. Gente que lucha y que cree en mejorar su país, sin traicionar principios; gente que duda, pero que tiene fe. Esos son los VIP que admiro, los VIP que quiero en mi país.
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