La Embajadora Maité Rivero durante una visita al Centro de Tratamiento al ébola de Coyah
Enrique Ubieta Gómez Este es mi homenaje a las mujeres cubanas en su Día
Fragmento de mi libro Zona roja. La experiencia cubana del ébola (La Habana, Casa Editora Abril, 2016)
Las autoridades cubanas determinaron que
solo irían hombres —se desconocía el nivel de riesgo real que correrían los
especialistas que se enviaban y los análisis estadísticos parecían confirmar la
hipótesis, posteriormente descartada, de que las mujeres eran más proclives
biológicamente a contraer el virus—, y la medida causó disgusto entre cientos
de mujeres médicos y enfermeras que deseaban participar. El doctor Manuel Seijas,
coordinador del equipo médico cubano que se desempeñó en la Unidad de
Tratamiento al ébola de Maforki-Port Loko, en Sierra Leona, me explicaba:
Nosotros
hicimos un balance del trabajo a los dos meses, con un estudio del
comportamiento de la enfermedad y nos percatamos de que el virus no tenía
predilección ni por edad ni por sexo. Pero los hábitos y costumbres del país
hacían más vulnerable a la mujer, por el desempeño que tiene en la vida diaria,
porque es la que más relaciones tiene, la que más se mueve dentro de la
población en busca de la alimentación, los quehaceres hogareños y por ende, era
la que más se infectaba. También predominaba en los niveles de letalidad, no
con mucha diferencia, pero predominaba el sexo femenino. Porque físicamente la
mujer estaba también más deteriorada. Eso lo pudimos apreciar.
Lo mismo sucedía con niños y ancianos,
según el doctor Seijas: “se habla de una expectativa de vida de 47 años. Era
extraño entre los pacientes ver ancianos. Los hay pero también en las edades
extremas de la vida, en las personas mayores de 60 años y en el menor de 5 años
la tasa de letalidad fue mucho mayor”.
Pero entre las razones que se argüían,
aparecía una que revelaba el carácter de la misión: si los que partían podían
no regresar, era preferible que fuesen hombres y no mujeres, pues estas
constituyen la espina dorsal de la sociedad. No hubo limitación discriminatoria
que indicase preferencia por motivos específicos de género, de orientación
sexual o de fe: en la guerra contra el ébola participaron todos.
Por eso quiero dedicar algunas palabras a
dos mujeres que vivieron momentos intensos de la epidemia sin amilanarse: a la
embajadora de Cuba en Guinea, Maité Rivero Torres, que fue la única que
permaneció en su frente todo el tiempo, desde antes de la llegada de los
cooperantes cubanos especializados en el tratamiento al filovirus y de los
recursos de la solidaridad internacional, hasta después de la partida de estos,
junto a su esposo, Daffne, y a la doctora Eneida Álvarez Horta, quien se
desempeñó como jefa de la brigada del Programa Integral de Salud (PIS) en
Sierra Leona, hasta la llegada del contingente Henry Reeve.
La doctora Geldys Rodríguez Palacio estuvo
menos tiempo al frente de la brigada cubana del PIS en Guinea Conakry —sustituyó
al doctor Graciliano, que terminaba su misión, y había sido enrolado como
segundo jefe por el contingente Henry Reeve, que combatiría el ébola—, pero también
pidió quedarse y afrontar el peligro de la epidemia.
De Maité, me diría el doctor Graciliano, que
era el jefe del PIS en Guinea cuando empezó la epidemia: “Siempre me mantuve al
tanto de la situación de la enfermedad con la embajadora Maité, que fue una
escuela realmente como persona, como cubana, como amiga. Siempre estuvo al tanto
de lo que ocurría con el ébola, que empezó en marzo de 2014”.
Maité gozaba de un gran prestigio entre los funcionarios del gobierno guineano,
y eso nos abrió todas las puertas ante ministros e intelectuales, y el acceso
al Presidente de la República. La habían visto acompañar a sus médicos y
enfermeros, y comportarse como una guineana más. Su peculiar carisma y su
sencillez —nos sirvió de traductora en los encuentros oficiales, a pesar de su
rango diplomático y ha sido una colaboradora entusiasta de este libro en la
distancia— la involucraron en todas las actividades de la brigada, que visitaba
en Coyah asiduamente. Pero Maité era una cubana en todas las derivaciones del
gentilicio. Una anécdota revela su carácter: durante una recepción en honor a
la orquesta Aragón de visita en el país (que por supuesto terminó en un pequeño
concierto), el Presidente, una persona muy circunspecta, la invitó a bailar —ella
es una casinera consumada—, y las
imágenes de ese baile fueron trasmitidas una y otra vez por la televisión
nacional. El presidente Alpha Condé nos contaba risueño: “La esposa del presidente de Mali me llamó, ¿cómo es que
la Aragón viene a Guinea, bailas con la embajadora de Cuba y no me invitas a
venir a bailar también? Aquí en Guinea me llamaron para decirme, ¿por qué bailas
con la Embajadora de Cuba y con nosotras no? Ella es mi compañera de baile. Los
guineanos hemos crecido con la música cubana”. Y le
dijo un día a ella, invitada de manera inusual a una reunión de embajadores
africanos: “Cuba es África”. Era una mujer querida y respetada por todos. Al
finalizar su misión en noviembre de 2015, recibió la Orden Nacional del Mérito
de la República de Guinea, en el grado de Comendador, por su contribución a la
amistad entre los pueblos cubano y guineano. En sus palabras de agradecimiento,
dijo: “Sentimos que esta condecoración pertenece también a todos los
colaboradores cubanos que han cumplido misión en este país, especialmente los
del sector de la salud y, entre ellos, de manera particular, a los 38 médicos y
enfermeros que, bajo los auspicios de la Organización Mundial de la Salud, vinieron
a combatir la epidemia de ébola, aún a riesgo de sus propias vidas”.
De la doctora Eneida Álvarez Horta y sus
compañeras de misión en Sierra Leona, también hay mucho que decir. Cuando la
brigada regresó de sus vacaciones patrias, en mayo de 2014, la prensa solo
hablaba de la existencia de una epidemia de ébola en los países limítrofes,
Guinea y Liberia. Los funcionarios del gobierno sierraleonés al parecer, ocultaban
la presencia de la enfermedad. Ella me cuenta:
A
finales del mes de mayo, el ambiente en la oficina del doctor Maya Conteh, coordinador
del proyecto en el Ministerio de Salud, se tornaba tenso, pero no hablaban
delante de mí. Yo estaba preocupada, sabía que sucedía algo y que tenía
relación con el ébola; todos los días despachaba con él los problemas de la
brigada, cuando se resolvían unos, aparecían otros y antes de ir a mi consulta
o después que terminaba, nos reuníamos.
Mi
chofer ya sabía que se estaban muriendo personas en Kailahun, distrito que se
encontraba a una distancia de 75 millas del distrito de Kenema, donde yo
tenía tres colaboradores y de Kailahun a Liberia 105 millas, además de que
entre Kenema y Liberia existía comunicación por carretera, una distancia
de 175 millas; todos estos datos para mí eran muy importantes, pues en Liberia
la epidemia estaba fuera de control y las personas huían hacia Kailahun. Como
le explicaba anteriormente, los enfermos morían y no se sabía de qué, pues
muchos no asistían al hospital por miedo, huían a la selva y ahí morían, además
los síntomas eran parecidos a los del paludismo, enfermedad endémica en África
y en Sierra Leona.
En
los primeros días de junio me entrevisté con el coordinador y el primer punto
del despacho fue sobre el ébola, le dije, desde que llegamos he oído
comentarios de que existen casos de ébola en el distrito de Kailahun, quiero
que me diga la verdad y si me está ocultando información, por temor a que Cuba
retire la brigada no tenga preocupación, que yo estoy convencida que nosotros
no nos vamos a ir de aquí, la posición de Cuba ha sido siempre la de enviar
refuerzos y no la de retirar al personal cubano, y le hice la historia del
cólera en Haití y del terremoto en Haití. Entonces ya me dice que es verdad,
que hay muchos muertos en ese distrito, pero que no se sabía con certeza porque
no tenían para hacer el test y se enviaban las muestras al distrito de Kenema,
donde estaba el único laboratorio de Fiebre de Lassa y trabajaba el único y
mejor virólogo del país y estaban dando positivos algunos casos, ahí yo tenía
trabajando en ese hospital a tres colaboradores, dos mujeres y un hombre.
A partir de ese momento el ébola empezó su
conquista de territorios, y la doctora Eneida, multiplicándose, paró en seco a
quienes se sentían proclives a abandonar la misión; visitaba a sus
colaboradores, informaba y recibía orientaciones de Cuba, distribuía los trajes
especiales, las indicaciones de bioseguridad aprendidas en La Habana. Hubo
situaciones difíciles, como la de aquella licenciada en anestesia que trabajaba
en el salón de operaciones del hospital materno y recibió a una enferma en muy
malas condiciones, sangrando, y tuvo que administrarle por vía
endovenosa la metoclopramida y tomarle la tensión arterial. La mujer falleció
al día siguiente y el test confirmó que era ébola. Fue puesta de inmediato en
cuarentena y se informó a La Habana. Pero la mujer había usado de forma
correcta el traje y seguido el procedimiento indicado.
Las anécdotas de los hospitales son
dramáticas: “En las salas de medicina general morían pacientes y varios días
después se comentaba que habían tenido ébola y no malaria, pero los
colaboradores eran muy disciplinados en el cumplimiento de las medidas de
seguridad; y no se procedió a la evacuación porque entonces, ¿quién iba a
atender a los niños y a las embarazadas?”. En la capital no fue más organizada
la recepción del filovirus:
Cuando la epidemia
llega a la capital, enferma y fallece en el hospital Connaught un médico
sierraleonés, solo de sujetar a una mujer que se desmayó porque tenía ébola. En
ese salón esperaban para ser atendidos todos los enfermos y había confusión, no
se clasificaban, y por ahí mismo entrábamos nosotros cuatro, los colaboradores
de las especialidades de maxilofacial, otorrino, electromedicina y
dermatología. Después de la muerte de ese médico, el hospital se declara en
huelga y cierran casi todos los servicios; el personal nacional se niega a
trabajar por el riesgo al contagio, pero nosotros continuamos prestando
asistencia médica, ya no entrábamos por ese lugar, sino por otro, pero los
pacientes pedían el alta, apenas quedaban pacientes ingresados. Murieron muchas
enfermeras que trabajaban en la clasificación en el cuerpo de guardia.
La situación cada
día se hacía más difícil y a la consulta del otorrino llegaban pacientes
sangrando y con síntomas que no tenían que ver con su especialidad, al máxilo
también le llegaban pacientes en malas condiciones y con fiebre, y a mí que era
la dermatóloga, con problemas ginecológicos y con otros síntomas. Sabíamos que
las enfermeras no los estaban clasificando y solo había dos médicos en el
cuerpo de guardia, de una ONG. En el pasillo donde estaban la consulta del
otorrino y la mía, los pacientes se caían y cuando los llevaban para el cuerpo
de guardia, morían de ébola.
Los hombres de esa brigada se sintieron
compulsados por el ejemplo de las mujeres. El doctor Jacinto del Llano
Rodríguez, con misiones anteriores en Gambia y en Venezuela, reconoce el valor
de sus compañeras: “En algún momento sentimos miedo. Es una enfermedad muy
difícil, desconocida, no había un tratamiento específico, pero somos cubanos y
hemos vivido otras crisis. Las mujeres fueron un pilar muy importante. Ellas no
querían irse, querían completar la misión que se cumplía en abril. Todos los
hombres y las mujeres dimos nuestra disposición de si era necesario pasarnos a
la brigada del ébola”.
Opinión que comparte y amplía el
electromédico de la brigada, Pedro Luis Ferreira Betancourt, de 60 años, con
misiones previas en Mozambique y en Honduras:
Nuestra
jefa de brigada siempre estuvo muy preocupada porque todos cumplieran con las
medidas de seguridad, yo estuve en dos recorridos con ella por las provincias
asegurando eso, pero las mujeres demostraron su grandeza. Estuve en Kenema en
agosto, cuando surgía el primer foco, el foco rojo, allí estaban dos compañeras
y su respuesta fue que se quedaban allí, que no las trasladaran. Siempre hay
alguien que se asusta más, pero nadie abandonó su puesto de trabajo. Ninguna
mujer flaqueó, fue muy inesperada la noticia de que debían abandonar la misión.
Por eso fue tan dura la decisión —tomada en
el mes de octubre, cuando la epidemia empezaba a declinar— de que las mujeres
debían regresar a Cuba. La impetuosa Eneida envió una sentida carta a Cuba, que
reproduzco porque expresa el sentir de esas mujeres ejemplares, y de las
mujeres cubanas:
Estimados
compañeros:
En reunión
extraordinaria del Consejo de Dirección al cual pertenezco por mi condición de
jefa de la BMC permanente en Sierra Leona, convocada por la dirección de la
Misión estatal, recibí con asombro y desconcierto la triste noticia del retiro
inmediato de las mujeres que integran nuestra brigada, que en su mayoría hace
más de dos años prestan servicios en este país y se han ganado la admiración y
el respeto de nuestros compañeros, del pueblo sierraleonés, sus autoridades
sanitarias y políticas.
Desde el comienzo de
la epidemia de ébola, las mujeres nos hemos mantenido firmes y fieles a las
ideas de Fidel, Raúl, nuestros padres y la Revolución, convencidos de que nunca
abandonaríamos a este pueblo en los duros momentos que atraviesa.
En los meses de
julio, agosto y septiembre, cuando la situación de la epidemia se hizo más
difícil y nos encontramos prácticamente solos en este país, nos comunicábamos
diariamente con los colaboradores y las mujeres siempre respondieron valiente y
positivamente, ninguna abandonó su puesto de trabajo y algunas asumieron los
servicios del personal médico extranjero y nacional que se marchó por temor a
la epidemia. Visitamos Kenema, segundo foco rojo por aquellos días, para
valorar la permanencia de nuestros compatriotas ubicados en ese distrito y la
respuesta de la doctora Vanesa, la Licenciada Teresa y el doctor Larramendi
fueron muy precisas y estimulantes, continuarían extremando las medidas de
protección para permanecer allí donde eran tan necesarios.
Nunca recibí ninguna
queja de alguna de nuestras compañeras, ni en los momentos de mayor peligro,
cuando inclusive algunos de nuestros hombres dudaron en permanecer en sus
puestos de trabajo, por temor al contagio. Acataremos disciplinadamente las
decisiones de nuestros superiores, pero pienso que precisamente ahora, cuando
la epidemia está decreciendo notablemente como registran los reportes
oficiales, están garantizados los medios de protección adecuados y contamos con
la presencia alentadora de la Brigada Médica del Contingente Henry Reeve y un
representante permanente del MINREX, nos merecemos un voto de confianza para al
igual que los hombres, cumplir enteramente con nuestro compromiso.
Todavía no he sido
autorizada para comunicar esta nueva decisión a las demás compañeras, pero
estoy convencida de que todas compartirán mi sentir.
El mejor
reconocimiento a nuestro sacrificio y entrega sería regresar en abril a la
Patria, todos juntos, hombres y mujeres, con el inmenso orgullo del deber
cumplido como dignas herederas de Mariana, Celia, Vilma y tantas otras heroínas
que a lo largo de los gloriosos años de Revolución han entregado lo mejor de
sí, para poner en alto el nombre de la mujer cubana.
Revolucionariamente
Dra. Eneida Álvarez
Horta
Coordinadora de la
Brigada Médica Cubana Permanente en Sierra Leona.
A pesar de esta sentida carta, todas las
mujeres que estaban en Guinea y Sierra Leona fueron llamadas de regreso a Cuba,
fueron condecoradas con la Orden 23 de agosto, que otorga la Federación de
Mujeres Cubanas. Todas las mujeres y los hombres del PIS que estaban en los
países del ébola recibieron además la Medalla Hazaña Laboral. Las mujeres, casi
todas, partieron hacia otros países, a cumplir nuevas misiones
internacionalistas. La doctora Eneida se encuentra, en el momento en que
redacto estas líneas, en Mozambique.
Es imprescindible también que dedique unas
palabras a las esposas y a las madres de los brigadistas cubanos. Algunas
estaban embarazadas cuando sus esposos partieron —y sus hijos nacieron mientras
estos se exponían en África Occidental—, otras tenían niños pequeños, de uno o
dos meses; todas recibieron el impacto de la selección de sus compañeros o
hijos para una misión que se vislumbraba desde el mundo como suicida, y sin
embargo, en su mayoría los apoyaron. Todas sufrieron la muerte por paludismo de
los dos colaboradores, Jorge Juan y Coqui y la enfermedad de Félix, como si
hubiese sido la de sus hombres o hijos. Las hay de todas las esferas laborales,
porque hay más mujeres profesionales en Cuba que hombres, y sin embargo,
tuvieron que cargar con todas las responsabilidades, sociales y familiares, que
antes compartían. Como recodaba el presidente Raúl Castro en la “Conferencia de
líderes globales sobre igualdad de género y empoderamiento de las mujeres: un
compromiso de acción”, el 17 de septiembre de 2015, en Nueva York:
La esperanza de vida al nacer de las cubanas es de 80,4
años; la tasa de mortalidad materna directa es solo de 21,4 por cada 100 000
nacidos vivos, una de las más bajas del mundo; representan el 48 % del total de
las personas ocupadas en el sector estatal civil y el 46 % de los altos cargos
de dirección; el 78,5 % del personal de salud, el 48 % de los investigadores
científicos y el 66,8 % de la fuerza de mayor calificación técnica y
profesional. Cursan, como promedio, 10,2 grados y son el 65,2 % de los graduados
en la Educación Superior.
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