martes, 8 de marzo de 2016

Mujeres

La Embajadora Maité Rivero durante una visita al Centro de Tratamiento al ébola de Coyah  
Enrique Ubieta Gómez
Este es mi homenaje a las mujeres cubanas en su Día
Fragmento de mi libro Zona roja. La experiencia cubana del ébola (La Habana, Casa Editora Abril, 2016)
Las autoridades cubanas determinaron que solo irían hombres —se desconocía el nivel de riesgo real que correrían los especialistas que se enviaban y los análisis estadísticos parecían confirmar la hipótesis, posteriormente descartada, de que las mujeres eran más proclives biológicamente a contraer el virus—, y la medida causó disgusto entre cientos de mujeres médicos y enfermeras que deseaban participar. El doctor Manuel Seijas, coordinador del equipo médico cubano que se desempeñó en la Unidad de Tratamiento al ébola de Maforki-Port Loko, en Sierra Leona, me explicaba:
Nosotros hicimos un balance del trabajo a los dos meses, con un estudio del comportamiento de la enfermedad y nos percatamos de que el virus no tenía predilección ni por edad ni por sexo. Pero los hábitos y costumbres del país hacían más vulnerable a la mujer, por el desempeño que tiene en la vida diaria, porque es la que más relaciones tiene, la que más se mueve dentro de la población en busca de la alimentación, los quehaceres hogareños y por ende, era la que más se infectaba. También predominaba en los niveles de letalidad, no con mucha diferencia, pero predominaba el sexo femenino. Porque físicamente la mujer estaba también más deteriorada. Eso lo pudimos apreciar.
Lo mismo sucedía con niños y ancianos, según el doctor Seijas: “se habla de una expectativa de vida de 47 años. Era extraño entre los pacientes ver ancianos. Los hay pero también en las edades extremas de la vida, en las personas mayores de 60 años y en el menor de 5 años la tasa de letalidad fue mucho mayor”.
Pero entre las razones que se argüían, aparecía una que revelaba el carácter de la misión: si los que partían podían no regresar, era preferible que fuesen hombres y no mujeres, pues estas constituyen la espina dorsal de la sociedad. No hubo limitación discriminatoria que indicase preferencia por motivos específicos de género, de orientación sexual o de fe: en la guerra contra el ébola participaron todos.
Por eso quiero dedicar algunas palabras a dos mujeres que vivieron momentos intensos de la epidemia sin amilanarse: a la embajadora de Cuba en Guinea, Maité Rivero Torres, que fue la única que permaneció en su frente todo el tiempo, desde antes de la llegada de los cooperantes cubanos especializados en el tratamiento al filovirus y de los recursos de la solidaridad internacional, hasta después de la partida de estos, junto a su esposo, Daffne, y a la doctora Eneida Álvarez Horta, quien se desempeñó como jefa de la brigada del Programa Integral de Salud (PIS) en Sierra Leona, hasta la llegada del contingente Henry Reeve.
La doctora Geldys Rodríguez Palacio estuvo menos tiempo al frente de la brigada cubana del PIS en Guinea Conakry —sustituyó al doctor Graciliano, que terminaba su misión, y había sido enrolado como segundo jefe por el contingente Henry Reeve, que combatiría el ébola—, pero también pidió quedarse y afrontar el peligro de la epidemia.
De Maité, me diría el doctor Graciliano, que era el jefe del PIS en Guinea cuando empezó la epidemia: “Siempre me mantuve al tanto de la situación de la enfermedad con la embajadora Maité, que fue una escuela realmente como persona, como cubana, como amiga. Siempre estuvo al tanto de lo que ocurría con el ébola, que empezó en marzo de 2014”. Maité gozaba de un gran prestigio entre los funcionarios del gobierno guineano, y eso nos abrió todas las puertas ante ministros e intelectuales, y el acceso al Presidente de la República. La habían visto acompañar a sus médicos y enfermeros, y comportarse como una guineana más. Su peculiar carisma y su sencillez —nos sirvió de traductora en los encuentros oficiales, a pesar de su rango diplomático y ha sido una colaboradora entusiasta de este libro en la distancia— la involucraron en todas las actividades de la brigada, que visitaba en Coyah asiduamente. Pero Maité era una cubana en todas las derivaciones del gentilicio. Una anécdota revela su carácter: durante una recepción en honor a la orquesta Aragón de visita en el país (que por supuesto terminó en un pequeño concierto), el Presidente, una persona muy circunspecta, la invitó a bailar —ella es una casinera consumada—, y las imágenes de ese baile fueron trasmitidas una y otra vez por la televisión nacional. El presidente Alpha Condé nos contaba risueño: “La esposa del presidente de Mali me llamó, ¿cómo es que la Aragón viene a Guinea, bailas con la embajadora de Cuba y no me invitas a venir a bailar también? Aquí en Guinea me llamaron para decirme, ¿por qué bailas con la Embajadora de Cuba y con nosotras no? Ella es mi compañera de baile. Los guineanos hemos crecido con la música cubana”. Y le dijo un día a ella, invitada de manera inusual a una reunión de embajadores africanos: “Cuba es África”. Era una mujer querida y respetada por todos. Al finalizar su misión en noviembre de 2015, recibió la Orden Nacional del Mérito de la República de Guinea, en el grado de Comendador, por su contribución a la amistad entre los pueblos cubano y guineano. En sus palabras de agradecimiento, dijo: “Sentimos que esta condecoración pertenece también a todos los colaboradores cubanos que han cumplido misión en este país, especialmente los del sector de la salud y, entre ellos, de manera particular, a los 38 médicos y enfermeros que, bajo los auspicios de la Organización Mundial de la Salud, vinieron a combatir la epidemia de ébola, aún a riesgo de sus propias vidas”.
De la doctora Eneida Álvarez Horta y sus compañeras de misión en Sierra Leona, también hay mucho que decir. Cuando la brigada regresó de sus vacaciones patrias, en mayo de 2014, la prensa solo hablaba de la existencia de una epidemia de ébola en los países limítrofes, Guinea y Liberia. Los funcionarios del gobierno sierraleonés al parecer, ocultaban la presencia de la enfermedad. Ella me cuenta:
A finales del mes de mayo, el ambiente en la oficina del doctor Maya Conteh, coordinador del proyecto en el Ministerio de Salud, se tornaba tenso, pero no hablaban delante de mí. Yo estaba preocupada, sabía que sucedía algo y que tenía relación con el ébola; todos los días despachaba con él los problemas de la brigada, cuando se resolvían unos, aparecían otros y antes de ir a mi consulta o después que terminaba, nos reuníamos.
Mi chofer ya sabía que se estaban muriendo personas en Kailahun, distrito que se encontraba a una distancia de 75 millas del distrito de Kenema, donde yo tenía tres colaboradores y de Kailahun a Liberia 105 millas, además de que entre Kenema y Liberia existía comunicación por carretera, una distancia de 175 millas; todos estos datos para mí eran muy importantes, pues en Liberia la epidemia estaba fuera de control y las personas huían hacia Kailahun. Como le explicaba anteriormente, los enfermos morían y no se sabía de qué, pues muchos no asistían al hospital por miedo, huían a la selva y ahí morían, además los síntomas eran parecidos a los del paludismo, enfermedad endémica en África y en Sierra Leona.
En los primeros días de junio me entrevisté con el coordinador y el primer punto del despacho fue sobre el ébola, le dije, desde que llegamos he oído comentarios de que existen casos de ébola en el distrito de Kailahun, quiero que me diga la verdad y si me está ocultando información, por temor a que Cuba retire la brigada no tenga preocupación, que yo estoy convencida que nosotros no nos vamos a ir de aquí, la posición de Cuba ha sido siempre la de enviar refuerzos y no la de retirar al personal cubano, y le hice la historia del cólera en Haití y del terremoto en Haití. Entonces ya me dice que es verdad, que hay muchos muertos en ese distrito, pero que no se sabía con certeza porque no tenían para hacer el test y se enviaban las muestras al distrito de Kenema, donde estaba el único laboratorio de Fiebre de Lassa y trabajaba el único y mejor virólogo del país y estaban dando positivos algunos casos, ahí yo tenía trabajando en ese hospital a tres colaboradores, dos mujeres y un hombre.
A partir de ese momento el ébola empezó su conquista de territorios, y la doctora Eneida, multiplicándose, paró en seco a quienes se sentían proclives a abandonar la misión; visitaba a sus colaboradores, informaba y recibía orientaciones de Cuba, distribuía los trajes especiales, las indicaciones de bioseguridad aprendidas en La Habana. Hubo situaciones difíciles, como la de aquella licenciada en anestesia que trabajaba en el salón de operaciones del hospital materno y recibió a una enferma en muy malas condiciones, sangrando, y tuvo que administrarle por vía endovenosa la metoclopramida y tomarle la tensión arterial. La mujer falleció al día siguiente y el test confirmó que era ébola. Fue puesta de inmediato en cuarentena y se informó a La Habana. Pero la mujer había usado de forma correcta el traje y seguido el procedimiento indicado.
Las anécdotas de los hospitales son dramáticas: “En las salas de medicina general morían pacientes y varios días después se comentaba que habían tenido ébola y no malaria, pero los colaboradores eran muy disciplinados en el cumplimiento de las medidas de seguridad; y no se procedió a la evacuación porque entonces, ¿quién iba a atender a los niños y a las embarazadas?”. En la capital no fue más organizada la recepción del filovirus:
Cuando la epidemia llega a la capital, enferma y fallece en el hospital Connaught un médico sierraleonés, solo de sujetar a una mujer que se desmayó porque tenía ébola. En ese salón esperaban para ser atendidos todos los enfermos y había confusión, no se clasificaban, y por ahí mismo entrábamos nosotros cuatro, los colaboradores de las especialidades de maxilofacial, otorrino, electromedicina y dermatología. Después de la muerte de ese médico, el hospital se declara en huelga y cierran casi todos los servicios; el personal nacional se niega a trabajar por el riesgo al contagio, pero nosotros continuamos prestando asistencia médica, ya no entrábamos por ese lugar, sino por otro, pero los pacientes pedían el alta, apenas quedaban pacientes ingresados. Murieron muchas enfermeras que trabajaban en la clasificación en el cuerpo de guardia.
La situación cada día se hacía más difícil y a la consulta del otorrino llegaban pacientes sangrando y con síntomas que no tenían que ver con su especialidad, al máxilo también le llegaban pacientes en malas condiciones y con fiebre, y a mí que era la dermatóloga, con problemas ginecológicos y con otros síntomas. Sabíamos que las enfermeras no los estaban clasificando y solo había dos médicos en el cuerpo de guardia, de una ONG. En el pasillo donde estaban la consulta del otorrino y la mía, los pacientes se caían y cuando los llevaban para el cuerpo de guardia, morían de ébola.
Los hombres de esa brigada se sintieron compulsados por el ejemplo de las mujeres. El doctor Jacinto del Llano Rodríguez, con misiones anteriores en Gambia y en Venezuela, reconoce el valor de sus compañeras: “En algún momento sentimos miedo. Es una enfermedad muy difícil, desconocida, no había un tratamiento específico, pero somos cubanos y hemos vivido otras crisis. Las mujeres fueron un pilar muy importante. Ellas no querían irse, querían completar la misión que se cumplía en abril. Todos los hombres y las mujeres dimos nuestra disposición de si era necesario pasarnos a la brigada del ébola”.
Opinión que comparte y amplía el electromédico de la brigada, Pedro Luis Ferreira Betancourt, de 60 años, con misiones previas en Mozambique y en Honduras:
Nuestra jefa de brigada siempre estuvo muy preocupada porque todos cumplieran con las medidas de seguridad, yo estuve en dos recorridos con ella por las provincias asegurando eso, pero las mujeres demostraron su grandeza. Estuve en Kenema en agosto, cuando surgía el primer foco, el foco rojo, allí estaban dos compañeras y su respuesta fue que se quedaban allí, que no las trasladaran. Siempre hay alguien que se asusta más, pero nadie abandonó su puesto de trabajo. Ninguna mujer flaqueó, fue muy inesperada la noticia de que debían abandonar la misión.
Por eso fue tan dura la decisión —tomada en el mes de octubre, cuando la epidemia empezaba a declinar— de que las mujeres debían regresar a Cuba. La impetuosa Eneida envió una sentida carta a Cuba, que reproduzco porque expresa el sentir de esas mujeres ejemplares, y de las mujeres cubanas:
Estimados compañeros:
En reunión extraordinaria del Consejo de Dirección al cual pertenezco por mi condición de jefa de la BMC permanente en Sierra Leona, convocada por la dirección de la Misión estatal, recibí con asombro y desconcierto la triste noticia del retiro inmediato de las mujeres que integran nuestra brigada, que en su mayoría hace más de dos años prestan servicios en este país y se han ganado la admiración y el respeto de nuestros compañeros, del pueblo sierraleonés, sus autoridades sanitarias y políticas.
Desde el comienzo de la epidemia de ébola, las mujeres nos hemos mantenido firmes y fieles a las ideas de Fidel, Raúl, nuestros padres y la Revolución, convencidos de que nunca abandonaríamos a este pueblo en los duros momentos que atraviesa.
En los meses de julio, agosto y septiembre, cuando la situación de la epidemia se hizo más difícil y nos encontramos prácticamente solos en este país, nos comunicábamos diariamente con los colaboradores y las mujeres siempre respondieron valiente y positivamente, ninguna abandonó su puesto de trabajo y algunas asumieron los servicios del personal médico extranjero y nacional que se marchó por temor a la epidemia. Visitamos Kenema, segundo foco rojo por aquellos días, para valorar la permanencia de nuestros compatriotas ubicados en ese distrito y la respuesta de la doctora Vanesa, la Licenciada Teresa y el doctor Larramendi fueron muy precisas y estimulantes, continuarían extremando las medidas de protección para permanecer allí donde eran tan necesarios.
Nunca recibí ninguna queja de alguna de nuestras compañeras, ni en los momentos de mayor peligro, cuando inclusive algunos de nuestros hombres dudaron en permanecer en sus puestos de trabajo, por temor al contagio. Acataremos disciplinadamente las decisiones de nuestros superiores, pero pienso que precisamente ahora, cuando la epidemia está decreciendo notablemente como registran los reportes oficiales, están garantizados los medios de protección adecuados y contamos con la presencia alentadora de la Brigada Médica del Contingente Henry Reeve y un representante permanente del MINREX, nos merecemos un voto de confianza para al igual que los hombres, cumplir enteramente con nuestro compromiso.
Todavía no he sido autorizada para comunicar esta nueva decisión a las demás compañeras, pero estoy convencida de que todas compartirán mi sentir.
El mejor reconocimiento a nuestro sacrificio y entrega sería regresar en abril a la Patria, todos juntos, hombres y mujeres, con el inmenso orgullo del deber cumplido como dignas herederas de Mariana, Celia, Vilma y tantas otras heroínas que a lo largo de los gloriosos años de Revolución han entregado lo mejor de sí, para poner en alto el nombre de la mujer cubana.
Revolucionariamente
Dra. Eneida Álvarez Horta
Coordinadora de la Brigada Médica Cubana Permanente en Sierra Leona.
A pesar de esta sentida carta, todas las mujeres que estaban en Guinea y Sierra Leona fueron llamadas de regreso a Cuba, fueron condecoradas con la Orden 23 de agosto, que otorga la Federación de Mujeres Cubanas. Todas las mujeres y los hombres del PIS que estaban en los países del ébola recibieron además la Medalla Hazaña Laboral. Las mujeres, casi todas, partieron hacia otros países, a cumplir nuevas misiones internacionalistas. La doctora Eneida se encuentra, en el momento en que redacto estas líneas, en Mozambique.
Es imprescindible también que dedique unas palabras a las esposas y a las madres de los brigadistas cubanos. Algunas estaban embarazadas cuando sus esposos partieron —y sus hijos nacieron mientras estos se exponían en África Occidental—, otras tenían niños pequeños, de uno o dos meses; todas recibieron el impacto de la selección de sus compañeros o hijos para una misión que se vislumbraba desde el mundo como suicida, y sin embargo, en su mayoría los apoyaron. Todas sufrieron la muerte por paludismo de los dos colaboradores, Jorge Juan y Coqui y la enfermedad de Félix, como si hubiese sido la de sus hombres o hijos. Las hay de todas las esferas laborales, porque hay más mujeres profesionales en Cuba que hombres, y sin embargo, tuvieron que cargar con todas las responsabilidades, sociales y familiares, que antes compartían. Como recodaba el presidente Raúl Castro en la “Conferencia de líderes globales sobre igualdad de género y empoderamiento de las mujeres: un compromiso de acción”, el 17 de septiembre de 2015, en Nueva York:
La esperanza de vida al nacer de las cubanas es de 80,4 años; la tasa de mortalidad materna directa es solo de 21,4 por cada 100 000 nacidos vivos, una de las más bajas del mundo; representan el 48 % del total de las personas ocupadas en el sector estatal civil y el 46 % de los altos cargos de dirección; el 78,5 % del personal de salud, el 48 % de los investigadores científicos y el 66,8 % de la fuerza de mayor calificación técnica y profesional. Cursan, como promedio, 10,2 grados y son el 65,2 % de los graduados en la Educación Superior. 

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