Carlos Aznárez
Resumen Latinoamericano
Escribo esta nota desde las entrañas y con toda la parcialidad que el momento que vive el continente exige. Conmovido hasta el límite por la nueva demostración de sabiduría, valentía y entusiasmo que brindó al continente el pueblo bolivariano.
¿Qué no han hecho en estos últimos meses los enemigos de la paz para que este día venturoso no llegara nunca? ¿Qué no ha generado la maquinaria de muerte y terror de una oposición que hoy ha quedado aplastada por toneladas de votos para que usted doña y usted don, se quedara paralizado en su vivienda y no saliera a cumplir con el mandato histórico de derrotarlos?.
Apelaron a todo: a querer matar de hambre con el desabastecimiento, a que niños y ancianos padecieran la falta de medicamentos elementales, solo por poner al chavismo de rodillas. Mientras en los barrios y parroquias humildes de cada gran ciudad surgían colas (a veces de desespero) para conseguir leche, harina pan o papel de baño, ellos, los opulentos de siempre se jactaban que en sus barrios del Este todo les sobraba. ¡Criminales!
Cuando esa maldita guerra económica ya no les alcanzaba movilizaron todo ese dinero que les llega por millones desde Miami o los centros de poder occidental adversos a esa Revolución que quisieran ver enterrada, y generaron otro tipo de guarimbas, más letales, más destructivas, más inimaginables para cualquier persona con sentido común.
Quemaron vivos a sus propios vecinos, lincharon con horcas que rememoraban al Klan estadounidense, o a golpes de bate de béisbol. Asesinaron por doquier, y se “enorgullecieron” de hacerlo porque para ello tenían y tienen a los medios hegemónicos de su lado. ¡Criminales!
Hoy mismo, desesperados porque el pueblo no les responde destruyeron máquinas de votación y atentaron con explosivos, allí en pleno centro de esa plaza de Altamira que utilizan como santuario, a guardias nacionales bolivarianos. Su propuesta siempre es el terror y se sentían impunes hasta hace muy poco, cuando las Fuerzas Armadas Bolivarianas (a las que intentaron vanamente quebrar) ganó las calles para defender al pueblo.
A nivel de presión internacional, estos que hoy no saben como explicarles a sus amos qué es lo que ha ocurrido, también tuvieron un acompañamiento descomunal. No faltó nadie en el tren de la injerencia y la desestabilización. Desde Trump con sus sanciones económicas y nueva forma de bloqueo hasta las maniobras de Almagro, la OEA, Macri, Temer, Bachelet, Kuzinsky, Cartes, Rajoy, Felipe González y la madre que los parió. Todos y todas ellos se anotaron en la lista de los posibles “reconstructores” de la Venezuela destruida por los cachorros locales del ISIS. Se imaginaban Libia e Iraq, pero no se dieron cuenta que Venezuela se parece más a la victoriosa Siria de Bachar y el pueblo hecho ejército.
Por fin, arribaron a esta última semana, de bomba en bomba, de incendio en incendio, de amenaza internacional a discurso provocador. Pusieron todo lo que tenían y más, para que Caracas ardiera por los cuatro costados y que algunos Estados se fragmentaran en islotes “balcánicos” frente al gobierno “tiránico” de Maduro. La CNN bramaba de mentiras, “El País” españolazo convocaba, junto a Felipe González, a un golpe militar. ¡Patéticos!
Todo este derroche para que un pueblo no votara. Parece broma, cuando los que tanto se llenan de la palabra “democracia” se oponen ahora a que el soberano emita un sufragio. Lo que no harían (ya lo sabemos, por experiencia) si este pueblo harto de provocaciones decidieran tomar otros caminos de autodefensa!
Sin embargo, el famoso “Día D” de la MUD se fue postergando hora a hora, el paro general quedó chamuscado por falta de apoyo, las barricadas del miedo se redujeron a su barrios y tanto destruyeron que hasta sus propios alentadores (los vecinos que antes les abrían sus puertas para que cargaran gasolina en sus molotov) empezaron a regañarlos y a apartarse. Un fiasco esta “resistencia” que jamás debería haber osado apoderarse de esa sacrosanta palabra de nuestros pueblos de la Patria Grande.
Hasta que llegamos a este domingo de júbilo para la democracia participativa. La gente salió a votar desde las primeras horas, desbordó algunos centros como el Poliedro de Caracas, cruzó ríos y caminó por montes (como en Táchira) para evitar a los violentos, se fueron ayudando unos a otros, mano con mano, haciendo de la fraternidad un símbolo tal que los mercenarios del MUD jamás habrán de conocer. Esa sublime dignidad que no se forja en el poder del dinero, sino en lo que el Comandante Eterno Hugo Chávez tanto repetía: “amor con amor se paga”.
El voto se hizo masa, y la masa arrasó con toda la carroña que intentó insuflar el imperio y sus discípulos locales. Este domingo es de gloria. Solo basta ver la impotencia en los rostros de los “comunicadores” del sistema. Queda reafirmada la Revolución, el liderazgo de los de abajo, los poderes comunales, la fuerza indestructible de la unidad pueblo y ejército, el mandato de Nicolás Maduro y por sobre todo el legado de Hugo Chávez Frías. Todos estos elementos se combinaron para que las mujeres y hombres de Venezuela se sintieran más bolivarianos que nunca y se echaran la mochila al hombro para salir a votar. Vencedores, alegres y rebeldes, auténticos resistentes para imponer la paz, le guste a quien le guste.
A partir de mañana, comienza una nueva etapa, el enemigo planeará nuevas maldades pero está herido del ala, y los que hoy se jugaron el cuerpo para decirle presente a la Revolución, exigirán profundizarla, corregir los errores, eliminar las barreras burocráticas, eliminar a los corruptos. Querrán más socialismo. ¿Con todo lo hecho este domingo, quien se animará a decirles que esperen, que aún no es tiempo?
lunes, 31 de julio de 2017
sábado, 29 de julio de 2017
DEBATE EN FACEBOOK: Arturo López-Levy / Enrique Ubieta Gómez (SEGUNDA PARTE)
ARTURO LÓPEZ-LEVY: Enrique Ubieta ha tenido la buena
idea de reproducir un diálogo que tuvimos en el muro de Facebook del profesor
Carlos Alzugaray en su blog La Isla
desconocida. Lo agradezco porque expresé allí, como en mi artículo “La
moderación probada del espíritu de Cuba”, mis ideas con bastante claridad; algo
que es loable también en su respuesta. Desafortunadamente, parece que cuando
Ubieta publicó el intercambio quizás no conocía que había escrito esta dúplica
a su réplica. No estoy reportando un comportamiento inadecuado, simplemente
quiero dar a conocer mi modo de pensar.
Enrique Ubieta me ha llamado
“enemigo” y le he respondido a varias de sus afirmaciones contrarias a
evidencias, como el artículo que le puse el link. Lo menciono no para llover
sobre mojado, sino por lo contrario. Al leer lo que ha escrito en sus últimos
comentarios en esta serie me he ratificado en algo que pensé después de leer
sus Ensayos de identidad, y es que
dada la matriz patriótica que compartimos, no me puedo considerar su enemigo.
Somos adversarios en ideología o en la diversidad natural que nos separa, pero
“enemigo” mío, no lo será ningún cubano mientras subscriba la centralidad del
pensamiento martiano como punto focal desde el cual Cuba como “proyecto de
nación” –para usar su expresión– se levanta. Es El Apóstol (no el
Lugareño, ni Eliseo Giberga), nuestro delegado.
Apruebo su aclaración de que no hay
república cubana soberana solo para las élites. “Con todos y para el bien de
todos” no es claramente “con la justicia y la injusticia”. La república social
de Martí era un proyecto para que no quede un cubano detrás. La medida última
de la viabilidad de un proyecto de nación cubana se mediría en un desarrollo
económico sustentable que levante al cubano o cubana más vulnerable o
discriminado, el indigente por el que se ha preocupado Iroel Sánchez en una de
sus últimas notas, por ejemplo.
Claro que “con todos y para el bien
de todos” no significa que la Casa Cuba –para usar una expresión del padre
Carlos Manuel de Céspedes– este desprovista de paredes, y puertas. Los
plattistas, que no confían en las capacidades de su pueblo y apoyan cualquier
tutelaje externo o persiguen obtener concesiones de política interna usando
políticas extranjeras que violan la soberanía del país se autoexcluyen. No hay
dudas que en un mundo signado por los estados nacionales, las asimetrías de
poder importan y Cuba no es un gran poder material, y tiene que diseñar
políticas para proteger su economía, su cultura, su política, su sociedad de la
indebida injerencia extranjera.
Eso no es lo mismo que abogar a
favor de estándares internacionales de derechos humanos, una vez que la
política de cambio de régimen por coacción se derogue. Si bien es importante
que Estados Unidos respete la soberanía de Cuba, esta condición patriótica
existe no para consolidar la capellanía de ninguna ideología, sino para dejar
al pueblo decidir. La soberanía cubana no es partidista del PCC; es popular, de
la ciudadanía cubana. Eso no implica invocar la amnesia sobre la historia
patria o ser ingenuo al afrontar los retos políticos impuestos al Estado cubano
por la geografía, sino aceptar que cualquier modelo político cubano si es
natural –para usar una expresión realista martiana que ambos invocamos–
requiere ser tan plural dentro del patriotismo como incluir cotas que impidan
la organización de partidos racistas, anexionistas, o plattistas.
Es loable que admita que sería
soberbio juzgar las intenciones de los demás y acusar a alguien de estar al
servicio o la paga de agendas imperialistas sin pruebas. Así que como no hay
pruebas, todas esas acusaciones de querer obtener lo mismo que la ley Helms por
otros medios, es sano que se las guarden. Usted infiere –y aquí empieza un
punto de discrepancia, pues dice que “constata”– que abogar por un paradigma
económico de economía social de mercado como la postulada por el pensamiento
socialdemócrata y un modelo más afín a la Declaración Universal de derechos
humanos y sus interpretaciones legales, es otro vericueto hacia un “capitalismo
dependiente del imperialismo” en Cuba. En ese punto reposa una divergencia
porque lo que infiere para un futuro plausible, es mi diagnóstico del presente.
Quisiera estar equivocado, pero en
mi diagnóstico el camino más directo al capitalismo dependiente va por la
incapacidad de construir una economía sustentable para las conquistas de la
Revolución. Como indiqué en el artículo “La moderación probada del espíritu de
Cuba”, existe sustancial evidencia, compilada incluso en la primera tabla del
libro de Joseph Stiglitz (“Hacia una sociedad de conocimiento”) que demuestra
como las economías centralizadas de comando tuvieron un récord muy inferior a
un grupo de economías de mercado cercanas; incluso aquellas en el mundo
postcolonial, que tenían un nivel similar de desarrollo en 1947. Esas economías
de mercado no siguieron, en general, un patrón neoliberal en el cual la
política pública fue esclava del mercado; sino paradigmas en las cuales el
Estado intervino para eliminar fallas de coordinación, complementar y aumentar
las eficiencias y orientarlas como sociedades de bienestar y acceso universal
al conocimiento, no de mercado.
Tiene usted razón al mirar al
capitalismo como un sistema global en el cual las economías neoliberales en el
sur terminan reforzando su dependencia, aun cuando aumenten sus estándares de
crecimiento; pero decir que Cuba está destinada a eso es ignorar varias
experiencias de países de industrialización tardía, principalmente en el Este
de Asia, pero también en el norte de Europa, y otras latitudes. La afirmación
teleológica por la cual cualquier economía de mercado en Cuba implica el
“retorno” al capitalismo dependiente elimina la capacidad de agencia y
autonomía que creó la Revolución mediante la modernización del Estado y su
capacidad reguladora; una de sus mayores conquistas estratégicas si fuese
propiamente implementada, capaz de producir importantes saltos de desarrollo
económico y bienestar.
Nunca he abogado por una economía
de mano invisible de mercado, porque la teoría moderna sobre las economías de
información la ha probado falsa. El neoliberalismo es una construcción ideológica
sin evidencias y teóricamente tan débil como la propuesta leninista de arribar
al socialismo empezando por “el eslabón más débil” y construyendo una economía
estatizada. Una estrategia integral de economía de mercado regulado requiere la
mano visible de un Estado autónomo de los sectores de negocios nacionales o
internacionales, como el creado por la Revolución que dirigió Fidel Castro;
pero mucho más eficiente, y con instituciones capaces de gobernar y ser
regulado. No es de izquierda defender un Estado ineficiente, donde la
corrupción aumenta. El compromiso con los pobres “del arroyo y la sierra”, con
los humildes que comparten su visión ideológica pero también el socialismo
democrático, se sirve mejor por un mercado competitivo regulado y monitoreado por
el Estado, que por las estructuras monopólicas sin balance significativo que
pululan en la actual situación de reforma parcial en Cuba. Experiencias
internacionales contra la evasión fiscal, la corrupción, las desigualdades
asociadas al mercado, la mejoría en la calidad del sector público
(desarrolladas en experiencias socialdemócratas y desarrollistas) constatan,
para usar su palabra, que puede lidiar con esas falencias mejor que una
economía estatizada con segmentos reprimidos de mercado.
Abordaré otro punto donde descansa
la polémica, desde un punto de vista personal, porque allí usted lo ubicó.
Agradezco que aprecie la transparencia y considere loable luchar por el respeto
a la soberanía de Cuba, pero no puedo seguir su exhortación a abogar por el comunismo
como forma óptima que se ha dado el pueblo cubano para realizar su
independencia. No creo en ella, y ni usted ni los demás que la asumen como
premisa o principio han aceptado someterla a una discusión de razones. No
considero a mis antiguos compañeros comunistas mis enemigos; pero no puedo
abogar por ideas que considero anacrónicas dado el contexto actual del país.
La soberanía es de las generaciones
vivas. Lo que el pueblo cubano expresó con su acción en la víspera de la
batalla de Girón fue el apoyo por una Revolución socialista y democrática en
aquellas circunstancias. La política de hoy nos corresponde a los cubanos de
hoy decidirla a partir de nuestros intereses, valores y prioridades; sin
amnesia, pero también sin nostalgia o idealización de las posturas tomadas
entonces.
El día que no haya una situación de
emergencia coaccionando al pueblo cubano desde fuera (como el bloqueo), el PCC
debe someterse a la competencia con cualquier grupo de cubanos leales al
proyecto de nación. El PCC y Fidel Castro tienen un lugar primordial en el
nacionalismo cubano, pues lograron estructurar una resistencia de la cual
cualquier proyecto de nación soberana será deudor; pero la historia no es el
elemento decisor del futuro. Si el PCC es el mejor instrumento para avanzar ese
proyecto de nación (dígase desarrollo económico con equidad social y
soberanía), no debe temer someterse a un escrutinio público en competencia
contra una oposición leal con claras regulaciones contra la injerencia
extranjera. Si no es el mejor instrumento en las nuevas condiciones históricas,
¿bajo qué preceptos reclamaría ser “vanguardia” de la nación cubana toda?
Como ve, las inferencias sobre el
rumbo al que llevan los ordenamientos políticos y económicos del país pueden
ser diversas, incluso partiendo de una matriz martiana común. La diversidad es
lo natural porque diversos son los intereses, valores, identidades que
conforman pueblos nuevos como el nuestro, y diversas las experiencias de sus
componentes. Martí llamaba a una política de unidad y conciliación de intereses
con concepciones de libertad más allá del liberalismo; pero también alertó
sobre los peligros de la idea socialista, que la evidencia ha demostrado son
mayores en torno al papel del funcionariado estatal en el comunismo, que en las
propuestas socialistas de su época o socialdemócratas posteriores.
Justo es su reclamo de tratar cada
idea suya sin agrupamientos artificiales con intelectuales afines. No fui yo
quien hablo de una corriente “centrista” y asumir un pensamiento en colectivo.
Su llamado es compartido, pues es un progreso para definir los estándares por
los cuales resolvemos los puntos polémicos o simplemente coincidimos en que no
coincidimos. No trate como un liberal a quien no lo es. A usted lo trato como
un martiano y comunista.
Si escribí “La moderación probada
del espíritu de Cuba” fue porque quería ser tratado con justicia y no dañar con
agrupamientos absurdos de “centrismo” a otras personas. Al escribir desde una
posición socialdemócrata aclaré que no lo hacía a nombre de Cuba Posible,
sino como mero participante en la positiva experiencia de un “laboratorio de
ideas”. No quiero que mi postura sea usada para cuestionar a amigos que admiro
como el profesor Alzugaray, o el cantautor Silvio Rodríguez, mi oponente de tesis
en el ISRI e intelectual reconocidísimo Aurelio Alonso, o el fundador del blog
“La Joven Cuba”, Harold Cárdenas. Esas personas creen que el PCC como partido
de la nación cubana puede ser la gran tienda donde quepa la pluralidad
patriótica que Cuba produce desde su diversidad política. No es mi caso.
La evidencia de 25 años después del
IV congreso del PCC es, por lo menos, ambigua sobre esa posibilidad de un
sistema unipartidista, plural en lo ideológico, como un frente patriótico; y no
toda la cerrazón se debe a presiones externas. El PCC se ha abierto hoy a un
mayor pluralismo en lo económico y social, incluso en lo político; el
presidente Raúl Castro ha hablado de que no hay que ser miembro del mismo para
desempeñar funciones oficiales.
Pero en lo ideológico, que coincido
con usted es de primera importancia, lo “comunista” sigue prevaleciendo sobre
la apertura de lo “martiano”. De ello infiero, no constato (pues el proceso de
decisiones en Cuba es bastante opaco y mis evidencias serían limitadas), que la
preocupación comunista por el control social es responsable de que problemas
concretos de la población (como los mangos que se pierden o la baja inversión
extranjera para el desarrollo), no se discutan en los marcos adecuados y sin
sesgos anti-mercado. En Cuba, cuando hay un problema económico en el que la
economía estatal falla, se prueba dos y tres veces con otra solución estatal.
Solo cuando el desastre sea bien grande, como en la coyuntura de 1993, se han
abierto “avenidas” a soluciones amistosas al mercado, como los mercados
agropecuarios.
Por tanto, creo –sin reír ni llorar,
sino tratando de comprender– que el reloj para que los que aboguen por una
pluralidad política e ideológica y una economía eficiente dentro del sistema de
un solo partido está sonando en tiempo de descuento. Fue un comunista, y no un
socialdemócrata, quien afirmó que el tiempo de caminar por el borde del abismo
se acababa.
ENRIQUE UBIETA GÓMEZ: Arturo López-Levy, me he retrasado unos días en la respuesta
a su respuesta. Pido disculpas, pero eran días feriados, y quise tomármelos de
asueto. En definitiva, celebrábamos el Día de la Rebeldía Nacional, el que nos
trajo hasta aquí. Por otra parte, al leer los dos primeros párrafos de su
réplica, y luego, algunos pasajes específicos del texto, usted casi me convence
de que las diferencias que suponíamos tan acentuadas, eran superfluas.
Martianos al fin, ambos tomamos partido, decididamente, por los “pobres de la
Tierra”. Esa, por cierto, no es una declaración abstracta de humanismo; aunque
no lo asumiera de forma explícita –conozco lo que escribió al respecto–, asoma
en ella el fantasma de la lucha de clases.
Vistas así las cosas, no somos enemigos, palabra que remite
a una guerra que usted considera inexistente o al menos, evitable. A pesar de
ello, como bien dice, somos “adversarios en ideología”, y ese concepto, de
inmediato nos reubica en campos hostiles: no se trata de que simpaticemos con
diferentes partidos en una campaña electoral –es lo que usted propone para Cuba–,
que tributaría a la “diversidad” orgánica del sistema capitalista y garantizaría,
con cambios periféricos sujetos a remoción cada cuatro o cinco años, la
continuidad del orden social; nuestros partidos, en realidad, se encuentran
fuera del sistema que el otro defiende.
En el suyo, un comunista es un jugador out side; a veces es tolerado, porque da color y los mecanismos de
funcionamiento le impiden llegar al gobierno (mucho más al poder); si se
produjese alguna “rotura”, algún desajuste que anunciara su inusitada victoria
electoral, el sistema “democrático” desataría una verdadera cacería –mediática,
en primer lugar, pero dispuesta a todo–, para impedirlo. Y de no lograrlo, la
guerra adquiriría matices bélicos. El sistema que yo defiendo desarticula la
“democracia” burguesa, la que ha sido concebida para perpetuar a la burguesía
en el poder, y construye una nueva democracia (heredera de aquella), más participativa, al servicio
del poder popular.
Detrás, o a nuestro lado, incidiendo de manera directa,
existen intereses: imperialistas y trasnacionales, empresariales, personales,
ferozmente opuestos a los de los pobres, los humildes, los desplazados (que
usted como martiano ha declarado defender). Intereses de clase, que son
impuestos por el poder burgués a sangre y fuego (obsérvese si no el caso de
Venezuela). Entonces, no es sensato deshacerse de palabras en el discurso –por
incómodas o incivilizadas que parezcan– que habremos de asumir en la práctica.
Si no es mi enemigo en ideología, tendrá que objetar el retorno al pasado en
Cuba (no insista en que se opone al capitalismo “dependiente”, mi pregunta es
sencilla: ¿se opone al capitalismo?). No discutimos solo ideas o teorías, también
proyectos de vida –por eso suelo hablar de “guerra cultural”–, que defienden y
obstruyen intereses, según la posición social en la que se encuentre el sujeto.
Un sujeto que no es únicamente nacional, porque como barruntaba en los sesenta
el Che Guevara, la contradicción fundamental de nuestra época es entre países
explotadores y países explotados.
Su consideración de que “la
soberanía de Cuba […] existe no para consolidar la capellanía de ninguna
ideología sino para dejar al pueblo decidir”, asume una premisa falsa y
soberbia. ¿Por qué cree que el pueblo no ha decidido y que solo son válidos los
mecanismos de la democracia burguesa? La contraposición de los conceptos de
socialismo democrático y socialismo revolucionario es confusa; alude en todo
caso a la existencia de un “socialismo”, el suyo, que respeta las rígidas
normas de la democracia burguesa, imperfecta y no perfectible, y de otro, el
nuestro, que establece un nuevo tipo de democracia, imperfecta pero
perfectible. No existe socialismo sin democracia popular. Por cierto, los
tigres asiáticos que pone de ejemplo no suelen practicar ningún tipo de
democracia, ni la suya ni la nuestra, y en sus territorios se asientan bases
militares estadounidenses.
Es falso suponer, como hace usted, que esa voluntad popular
tiene como única referencia la declaración pública en 1961 del carácter socialista
de la Revolución, refrendada con la vida de los milicianos caídos en las arenas
de Playa Girón. Propongo un sucinto recuento: en 1976 se aprobó en referendo nacional
la Constitución socialista; al desarticularse el justo sistema económico de
ayuda mutua como consecuencia de la desaparición del llamado campo socialista
en los inicios de los 90, e iniciarse así un período de enormes dificultades
materiales, la Revolución extendió las sesiones de la Asamblea Nacional a los
colectivos obreros. En 45 días se efectuaron más de 80 mil parlamentos obreros en todo el país, con una participación superior a los 3 millones de trabajadores y más de 258
mil cooperativistas y campesinos. Reuniones similares se efectuaron en los
centros de segunda enseñanza y en los universitarios, involucrando a más de 300
mil jóvenes. Esas reuniones aportaron ideas que contribuyeron a organizar la
resistencia. En el año 2000, millones de ciudadanos respaldaron con su rúbrica el
Juramento de Baraguá –una declaración de resistencia anticapitalista– y en el 2002,
el pueblo apoyó de forma masiva la irreversibilidad del socialismo en Cuba. Ya
sé lo que dice la prensa trasnacional: que las masas, las nuestras desde luego,
votan por compulsión. Pero no es posible que el Estado cubano, donde no existen
desaparecidos ni asesinatos extrajudiciales, pueda obligar a una población con
niveles medio-superiores de instrucción, a votar a favor de un proyecto de
nación que considera contrario a sus intereses.
A fines del 2010 e inicios del 2011, se desarrolló un
intenso proceso de consultas –en centros de trabajo, barrios, organizaciones
políticas y de masas– en torno a una primera propuesta de Lineamientos de la
Política Económica y Social. Las sugerencias de la población y de los delegados
al Congreso modificaron el documento en un 68 por ciento con respecto a su
contenido inicial e incorporaron 36 nuevos lineamientos. Por último, en esta
incompleta lista de eventos democráticos, hay que situar el debate y la
recolección de criterios –con la participación de más de un millón 600 mil
ciudadanos cubanos– sobre las propuestas de Conceptualización del Modelo Social
y Económico y de un Plan Nacional de Desarrollo Económico y Social hasta el
2030, elaborados ambos con la asesoría de académicos de más de 50 centros de
investigación. ¿Cree que es posible desconocer la existencia de esos documentos
consensuados, simplemente porque no recogen su idea individual de nación? ¿Los ha
estudiado? No son rígidos, admiten las adecuaciones que la práctica de su
implementación sin dudas impondrá, pero establecen el largo y el ancho del
socialismo cubano: dentro, todo.
Al asumir como suyo un razonamiento que aparece expuesto con
claridad en los documentos del VI y el VII Congresos del Partido Comunista,
parece haberse perdido una parte no insignificante de la película: “Quisiera estar equivocado –afirma usted–
pero en mi diagnóstico el camino más directo al capitalismo dependiente va por
la incapacidad de construir una economía sustentable para las conquistas de la
revolución.” En su discurso del pasado 26 de julio, el Segundo Secretario
del Comité Central, José Ramón Machado Ventura, lo ha reiterado: “La economía constituye la tarea esencial,
porque es la base que permite sostener todas las conquistas de la Revolución.”
A menudo usted retoma mis palabras, aparenta situarse en
ángulos visuales cercanos a los míos, e incluso, cuando polemiza, construye
afirmaciones e introduce conceptos –pretendidamente opuestos a los que defiendo–,
que pueden hallarse con otro sentido en la Conceptualización de nuestro Modelo
Social y Económico. Por ejemplo, insiste en la necesidad de implementar una
economía de “mercado regulado”. La Conceptualización, que reconoce varias
formas de propiedad y gestión –la socialista de todo el pueblo (la principal), la
cooperativa, la mixta, la privada, la de entidades de la sociedad civil sin
interés de lucro– expresa algo similar, pero diferente: “El sistema de dirección planificada del desarrollo económico y social
tiene en cuenta la vigencia de las relaciones de mercado y regula el accionar
de ellas en función del desarrollo socialista (…) El mercado regulado ha de
tributar a la satisfacción de las necesidades económicas y sociales de acuerdo
con lo planificado, sobre la base de que sus leyes no ejercen el papel rector
de la vida económica y social, y se limitan los espacios de su actuación.” La
capacidad reguladora del mercado que creó la Revolución solo podría ser
efectiva en esas condiciones. La ineficiencia y la corrupción son enemigas del
socialismo. No por afán teoricista hablaba yo de la necesaria diferenciación
entre discurso y direccionalidad discursiva, entre significado y sentido.
La socialdemocracia es un fenómeno político esencialmente
europeo –no haré este breve recuento para decirle lo que usted sabe, pienso
sobre todo en los posibles lectores de la polémica–; surge como partido obrero
de ideología marxista y a partir de la Primera Guerra Mundial se fracciona en
dos tendencias: una revolucionaria, que derivará en comunista, y otra
reformista, que conservará el nombre original. Las reformas que propugna la
socialdemocracia en su período de esplendor –años 50, 60 y 70– serán
implementadas por ella y a veces también por gobiernos conservadores, porque
eran las que entonces necesitaba el capitalismo. En esos años se oficializa su
ruptura con el marxismo como ideología de base. El declive de la
socialdemocracia se inicia a fines de los 70, cuando el capitalismo adopta
otras corrientes de pensamiento más afines a las necesidades de ese período y
los socialdemócratas, por instinto de conservación, desechan sus antiguas
demandas. El PSOE, por ejemplo, llega tarde al poder en España, en 1982, y debe
reajustar su programa hasta convertirlo en neoliberal. Los socialdemócratas de
las últimas décadas, los Felipe González, los Tony Blair, los Hollande, son tan
neoliberales como los que oficialmente representaban esa tendencia. Hoy casi no
existen gobiernos socialdemócratas en el mundo, han perdido el prestigio y el
apoyo de sus bases. En América Latina hay un ejemplo digno de socialdemócrata:
el del chileno Salvador Allende, pero su período presidencial coincidió con la
época de esplendor de esa tendencia y él aún se asumía como marxista. Por digno,
precisamente, fue depuesto de manera cruenta por el imperialismo
estadounidense. Pero sin dudas, de todos los lenguajes que favorecen la
adopción del sistema capitalista, el socialdemócrata es el que más se parece al
nuestro, el que puede confundir a los menos instruidos. Si entramos por la
puerta de la cocina al capitalismo (no hace falta decir que dependiente), ¿cree
de verdad que una socialdemocracia prístina regirá los destinos de una isla sin
recursos naturales a 90 millas de los Estados Unidos? Las ideas de la
socialdemocracia son verdaderamente anacrónicas para el capitalismo de hoy, y
cuando son reivindicadas por partidos no tradicionales, asustan al poder
burgués.
Por cierto, me parecen útiles los frentes amplios de la
izquierda –respondo por esta vía a un teórico orgánico de la derecha–, pero
advierto que si llegan al gobierno solo tendrán dos opciones: o se radicalizan
o mueren. La pluralidad patriótica que existe y enriquece al Partido, la de los
revolucionarios cubanos, militen o no en él, no se traduce en una pluralidad
ideológica. El Partido existe como fuerza aglutinadora de inteligencias y
voluntades para la construcción del socialismo; la diversidad de sus fuentes
garantiza que ese socialismo nazca de tradiciones y necesidades nacionales. No
existen partidos en el capitalismo –me refiero a los que se turnan en el
gobierno, a republicanos y demócratas en los Estados Unidos, a panistas, priistas
o perredistas en México, a los del Partido Popular y el PSOE en España, etc.–
que sean antisistema: la pluralidad en el capitalismo no incluye a los que
pretenden derribarlo (de verdad).
Finalmente, una aclaración necesaria: no acepto
agrupamientos artificiales, pero no me deslindo de mis compañeros de ideas, de
los que comparten preocupaciones y exponen sus criterios sin calcular
consecuencias personales. Prefiero militar en el bando de los necios y defender
no las ideas de moda, sino las que circulan por mis venas.
lunes, 24 de julio de 2017
DEBATE EN FACEBOOK: Arturo López–Levy / Enrique Ubieta Gómez
Arturo López-Levy: Enrique Ubieta, voy a aprovechar que Ud. me menciona para atender lo que Ud. llama posiciones ideológicas que le quedan “claras” y desgranar lo que son acusaciones suyas de las que acepto. Lo hago porque la táctica que han usado contra Carlos Alzugaray es construir una equivalencia entre mi posición socialdemócrata y el anexionismo para después mancharlo a el por carambola de lo mismo o de una ingenuidad. No me he comunicado con Carlos por privado ni una sola vez, porque lo que no han entendido ustedes es su integridad, y que los ingenuos son los que han subestimado su capacidad de análisis y carácter. Trate de responder su artículo con un comentario en Cubadebate pero el sectarismo ha convertido esa plataforma en un feudo de facción, no en espacio martiano de conversación en Cuba como casa de todos los hijos que la quieren. Para eso es necesario distinguir entre la oposición leal y la apostasía, pero eso exige un pensamiento sofisticado del que el maniqueísmo que Ud. ha adoptado, no creo que piense asi desde su capacidad, se lo impide.
Mi artículo en Cuba Posible no quitó máscara alguna, mi preferencia por el socialismo democrático es harto conocida. Desde hace mucho tiempo Iroel Sánchez venía denunciándola, y cuando pregunté en la embajada cubana en Washington en una visita del grupo Cuban Americans for Engagement – CAFE, se nos dijo que esa era posición personal del señor Sánchez, y que no había orientación de cortar el diálogo con nosotros. De sus acusaciones de anexionismo, autonomismo, plattismo, y la del señor Gómez de anticomunismo, uds. no han demostrado nada con la campañita anticentrista. Ni siquiera estableces un criterio para definir de lo que me acusas. Empezaron por hablar de plumas vendidas, y no han logrado demostrar que hubiese recibido un centavo de nada vinculado a la política de bloqueo/embargo ni de fondo alguno vinculado a la ley Helms. Ni lo vas a demostrar porque es mentira. Ahora dices que ser pluma vendida o no, es irrelevante y que soy su enemigo por querer “retornar” a Cuba al capitalismo dependiente del imperialismo. ¿Cómo y cuando has demostrado eso si siempre he puesto la soberanía cubana como mi criterio de definición. Por fin ¿Cuál es el criterio legal o político para acusar a alguien de trabajar a favor de una potencia extranjera si no recibe ni orientaciones ni dinero? Explícalo.
Evitas atender los puntos donde la polémica descansa. Sigues sin poder demostrar conexión histórica o política entre el anexionismo y el autonomismo, que son corrientes hoy muy marginales o el plattismo con una postura nacionalista y socialdemócrata. No atiendes siquiera la pregunta sobre los términos de la polémica, si historia o política. Nunca dije que había que renunciar a la historia de la revolución, ni a Martí ni a Fidel, escribí que el centro de la discusión debía definirse a partir de mirar los problemas concretos del país, y buscarle solución sin anteojeras ideológicas, no de interpretar que hubiesen hecho Fidel o Martí según lo que era su experiencia en otros tiempos. Lo sigo pensando. En Cuba, además de su obsesión con el “centrismo” hay muchos problemas que Uds. que denuncian tanto no tienen espacio ni tiempo para denunciar. Mientras se pudren los mangos por mala gestión y el pueblo no se puede comer una modesta mermelada, los abusos al consumidor son mayores que en una economía de mercado. No son los socialdemócratas abogando por un mercado regulado, los que dejaron podrir los mangos, son Uds. con las concepciones caducas de estatismo y acopio los que no han tenido la flexibilidad de adoptar soluciones a un problema como ese que no es tan complicado.
Con la etiqueta de centristas andan atacando posiciones de izquierda moderada de cubanos que han sacado el tiempo de su trabajo, y su propio dinero, para abogar por una nueva política de EE.UU hacia Cuba, y que han pedido a veces más que muchos de los intelectuales que de Cuba vienen a acá, el respeto por la soberanía de Cuba tal y como la entiende el derecho internacional y con todas las prerrogativas al país y al estado nacional asociadas a ese estatus. Esa es la definición de patriotismo que desglosé en el artículo. Puede estar mal pero si tienes una mejor proponla y la debatimos en su mérito. Lo que es una treta es que evites el punto donde la polémica descansa (la definición de patriotismo) con un criterio implícito que equipara comunismo con esa identidad. Ni en tu libro Ensayos de identidad partes de esa premisa. Nunca me he negado a cooperar en la lucha contra el bloqueo/embargo con quien sea, sea o no comunista. Siempre desde la claridad de lo que es cada cual, y que la mayor legitimidad se alcanza no en virtud de preferencias ideológicas sino de la acción concreta. Vuelvan tu, Elier Ramírez Cañedo y Gómez a leer la carta contra el pacto de Miami y vean a Fidel Castro decir que la unidad se hace en la acción concreta no en etiquetas ni definiciones abstractas. En ninguna parte del mundo se entiende por patriotismo ser comunista o aceptar el unipartidismo comunista a perpetuidad. Eso es una pillería de ustedes para poner la coyunda política de una lealtad a sus propuestas sin persuadir ni reconocer la diversidad que es lo natural, un concepto que por tus ensayos sé que sabes es central a Martí y la política que postula. En mi artículo para Cuba Posible lo traté e insisto en tratarlo como el intelectual que es, no el agitador propagandista que en Cubadebate insiste en ser.
He ido a Temas cuando me ha invitado Rafael Hernández y lo seguiré haciendo si se me vuelve a invitar pero ni Ud. ni nadie va a dictar su propio concepto de patriotismo asociándolo a tus preferencias ideológicas ni va a dictar cuándo ni dónde puedo hablar sobre Cuba. ¿Cuáles son los espacios apropiados? ¿Acaso aquellos donde su capilla aplica el concepto sectario de patriotismo como equivalente a comunismo impidiendo la ponencia de posiciones que uds no aprueban? Elier Ramírez y yo, por mi invitación, compartimos dos paneles en las conferencias de LASA, abiertos a personas de la más diversa posición política. ¿Por qué no tener este mismo debate que estamos teniendo en Dialogar Dialogar? Coordinemos y me pago mi pasaje a la Habana con gusto. Mil criticas se le pueden hacer y le he hecho a Cuba Posible pero sectaria no ha sido.
El más bajo nivel de complejidad de
una polémica es sobre hechos. Compórtese con la altura ética del José Martí que
tanto evocamos los dos. La frase “la moderación probada del espíritu de Cuba”
como criterio de orden no es una manipulación mía- como me acusa. La cite del
Manifiesto de Montecristi. ¿Sabe quien me llamó la atención sobre ella? Un gran
patriota cubano que no era comunista, el padre Carlos Manuel de Céspedes que la
usaba a menudo. Discutámosla entre cubanos. Como citó el embajador Carlos
Alzugaray en frase que incomodó al señor Arnold August, la opinión del Apostol
sobre la conveniencia para Cuba de procurar una buena relación con EE.UU es
textual. Si el mismo que escribió la carta a Manuel Mercado no tenía esa
preferencia por lo contencioso que es típica del político extremista que es lo
opuesto de moderado. Radical es ir a la raíz y también ver los matices de los
problemas. La misión ética de Marti era curar. Si levanto hombres contra
hombres lo hizo como ultimo remedio de la dignidad plena de los cubanos para
una independencia republicana con separación y balance de poderes.
Tanto que citan a Gramsci y parecen
no entender la diferencia entre dominación y hegemonía. La segunda puede
lograrse dentro de un espectro que va de la coacción al consenso. Un orden
mundial donde Estados Unidos trate de persuadir a Cuba a retornar a un
capitalismo que no le convenga, le ofrece a Cuba la posibilidad de no ser
persuadida, y diseñar su propia respuesta. Esa respuesta no es necesariamente
andar “oyendo voces” como Juana de Arco de una batalla contra EE.UU. para la
siguiente. Se trataría de hacerlo cuando nos convenga en ese nuevo contexto o
se trate de políticas de dominación que a diferencia de la hegemonía implican
coacción y control y por tanto dejación de soberanía, algo que siempre he
considerado inaceptable. Por eso he abogado por un multipartidismo acotado, sin
derogar la ley 88, y con normas legales establecidas contra la intervención del
dinero extranjero u otra injerencia en política nacional. Termino con una
exhortación sencilla. Ud. afirmo que yo había criticado al bloqueo solo por
ineficaz. A solo dos semanas antes de su acusación infundada, en onCuba
publique este artículo que atiende exactamente lo que denuncia sin base. Aquí
le pongo el artículo en la esperanza martiana de que tenga el civismo de
reconocer que juzgo mal. Se trata sencillamente de establecer un hecho? He
criticado al bloqueo por ilegal e inmoral ¿o no? Lea el artículo y diga: http://oncubamagazine.com/.../los-derechos-humanos-como.../
Enrique
Ubieta Gómez:
Arturo López-Levy, le pido que no hable en plural. Cada autor implicado en esta
polémica, al menos aquellos que defienden posiciones cercanas a las mías, tiene
sus propias ideas y las expone libremente. No he usado ninguna táctica contra
Carlos Alzugaray, sencillamente porque no he escrito una sola palabra sobre él.
De nada lo acuso a usted, ese término no está en mi vocabulario. Simplemente
constato. En todo caso, no podría acusarlo de tener “malas intenciones” –como
innumerables foristas han hecho con respecto a mi persona–; mi preocupación
radica en las consecuencias de su prédica. No soy diplomático ni empresario. En
toda sociedad, esas dos son funciones que no suelen mezclarse con temas
ideológicos –aunque representen determinadas posiciones–, es suficiente con que
la contraparte sea honesta. Encuentro bien que usted sea recibido en la
embajada, y también en Cuba. Pero si participa en una plataforma que se propone
construir tendencias ideológicas contrarias al rumbo libremente adoptado por
los ciudadanos del país, ese si es un tema que nos concierne a todos. El
restablecimiento de relaciones entre los Estados Unidos y Cuba es bienvenido,
pero no bajo el supuesto de que Cuba deba cambiar su sistema social. Eso no
está ni en el espíritu ni en la letra de las numerosas intervenciones de
nuestro Presidente.
Pero insisto en esto: no he acusado
a nadie en particular de estar vendido a nada ni a nadie. Si alguien lo
estuviera –descubrirlo no es mi trabajo–, quedaría de inmediato descalificado.
Desconozco si usted lo está. Dije y repito que discuto ideas, y ciertamente,
todo aquel que intente hacer que Cuba regrese al capitalismo es mi enemigo. Los
apellidos que le pone, “dependiente del imperialismo”, no se asocian
necesariamente a una malvada intención suya. Es decir, no se trata de que usted
trabaje para una potencia extranjera, al menos conscientemente, el problema es
más complejo: el capitalismo en Cuba no podría existir de otra manera.
Abandonemos por un instante la
descripción histórica de las características del autonomismo y del anexionismo.
Las visiones reformista y revolucionaria, tal como las veo, nada tienen que ver
con el uso o no de la violencia; no es un problema de estrategia de lucha, sino
de radicalidad en la comprensión y en la solución del estado a superar.
Comprendamos que son corrientes reformistas de pensamiento que se articulan
desde el nacionalismo burgués. Es a partir de esta definición y de sus
consecuencias prácticas que aparece la conexión histórica. El nacionalismo
burgués (esencialmente reformista), más allá de sus intenciones, solo puede
proyectar un país dependiente.
Todos miramos el mundo desde
determinada ideología. No existe posibilidad alguna de que desideologicemos
nuestras miradas. Toda desideologización es una reideologización. Pero la
ideología revolucionaria adquiere su sentido en la solución de los problemas de
las mayorías subordinadas, de los más humildes. Con los pobres de la Tierra,
quiero yo mi suerte echar, es una declaración martiana de principios. Ya lo he
escrito con anterioridad: no se es revolucionario porque se sea marxista, sino
porque se sirve a los pobres, a los humildes, a los frágiles. Esa es la
ideología revolucionaria. El marxismo en todo caso es un instrumento para ese
servicio, y si en algún momento la teoría falla, si las ideas se revelan
incompletas o el mundo se mueve de lugar, la prioridad sigue siendo salvar,
defender a los más necesitados, a los humildes, a los frágiles, a las personas
concretas. Discutir sobre temas ideológicos, desde estos presupuestos, no es
darle la espalda a los problemas cotidianos. Algunos quieren impedir el debate
ideológico con la excusa de que debemos hablar solo de los problemas
cotidianos, para introducir subrepticiamente otras ideologías que no buscan la
justicia social.
Pero, ¿qué significa poner a un
lado la historia y la ideología para buscarle solución a los problemas
concretos del país? No existe comprensión de fenómeno alguno sin el
conocimiento de su historia. No podemos saber lo que harían Fidel y Martí ante
cada nuevo problema, pero saber lo que hicieron ante problemas análogos es un
privilegio histórico que tenemos los cubanos. No se trata de otorgar a una
ideología la representación de una identidad nacional. Usted puede querer
entrañablemente a su país como espacio físico, porque en él transcurrió su
infancia, su primera juventud, tuvo amores, esperanzas, sueños, vivió momentos
que marcaron su existencia; puede llevar con orgullo las señas físicas de esa
identidad: una manera de hablar español, de mover las manos, de caminar; puede
exhibir gustos musicales o culinarios afines a los de esa comunidad y disfrutar
del béisbol o jugar cada tarde dominó. Todo ello, aún cuando sean estereotipos,
delinea su cubanidad. Los puertorriqueños lo saben: aman su bandera, su equipo
de béisbol o de basquet, su caribeña manera de ser y sentir, su lengua, su
música. Pero carecen de un Estado que los represente.
El problema es que el patriotismo
implica algo más: la construcción de un proyecto de Nación. Martí estaba en
Guatemala cuando el Gobierno colonial español –después de la firma del Pacto
del Zanjón– ofreció la amnistía política a todos los emigrados y en carta a un
amigo rechazó la idea de que su Patria estuviese en Cuba, es decir, en aquella
Cuba sometida: su Patria iba con él, estaba en él, no era “la tierra que pisan
nuestras plantas”, era un proyecto de Nación. Ese proyecto, en época de Martí
ya aspiraba a diferenciarse del que existía en los Estados Unidos y en los
restantes países latinoamericanos, la frase “con todos para el bien de todos”,
nunca significó “con los injustos y con los justos”, porque sería un
contrasentido. Los que pretenden en pleno siglo XXI que el proyecto nacional se
sustente en el abrazo de los explotadores y de los explotados, falsifican el
legado martiano. No habrá Patria –justa, equitativa, soberana, democrática–
capitalista; la única posibilidad que tiene una pequeña nación como la nuestra
de sostener su soberanía, de defender la justicia social e individual de sus
ciudadanos, estriba en la defensa del socialismo.
Martí, como Fidel, fue político e
ideólogo (que son condiciones que rara vez coinciden en una misma persona). Fue
sobre todo un fundador. Combatió el autonomismo –y el positivismo cientificista
típico de los autonomistas– y el anexionismo, pero trató de conquistar para la
Revolución, como Fidel, a personas concretas. Cada vez que atisbaba esa
posibilidad, tendía su mano. Así pudo rescatar para el independentismo a
Enrique José Varona. No pudo sin embargo hacer lo mismo con el anexionista José
Ignacio Rodríguez. Las palabras de Martí fueron en muchas ocasiones moderadas,
conciliadoras; no lo fueron sus ideas ni sus actos. Martí fue el pensador más
radical de la segunda mitad del siglo XIX en las Américas. Preparó sí, contra
su naturaleza poética, la guerra necesaria, no porque la prefiriese (eso no
determina la condición del revolucionario) sino porque era imprescindible; fue
en eso, como en todo, más realista que los que se declaraban pragmáticos y
realistas: el autonomismo nunca pudo realizarse. El independentismo, sí. Martí
procuraba la convivencia civilizada con su vecino más poderoso, precisamente
porque comprendía la naturaleza expansionista y corruptora de su sistema de
vida. Una convivencia basada en el respeto –ganado en el ejercicio de sus
derechos–, y no en relaciones de dependencia.
Es loable que emplee su tiempo y su
dinero en la defensa de Cuba, de su soberanía, tal y como lo entiende el
derecho internacional. Sé que el lugar de residencia no determina el grado de
patriotismo. Y si usted se opone al bloqueo por su crueldad y no por su
ineficiencia política para el cambio de sistema, opóngase también a cualquier
intento de cambiar el rumbo socialista que libremente eligió su pueblo. No
objeto sus sentimientos patrióticos, pero advierto que su punto de mira, al
eludir la experiencia histórica del capitalismo internacional, es extemporáneo;
en especial para un país que hizo su Revolución socialista, emancipadora, hace
casi seis décadas. Cuando los jóvenes me preguntan por qué deberían defender el
socialismo, no les hablo de las conquistas alcanzadas, las que debemos
conservar, les digo sencillamente: si queremos solucionar todas aquellas
deficiencias que arrastramos, habrá que conservar el socialismo. Eso quiere
decir que ese socialismo es imperfecto, y también que es perfectible.
La democracia burguesa no es la
Democracia. Mire a su alrededor. El socialismo democrático no es el
socialdemócrata, es el revolucionario. Por eso, tratamos de perfeccionarlo y lo
describimos en nuestros documentos rectores como independiente, soberano,
socialista, democrático, próspero y sostenible. Espacios apropiados hay muchos
y no tendría reparos en discutir con usted en cualquiera de ellos. No lo haría,
desde luego, en plataformas que han sido construidas con un claro perfil
editorial subversivo, como Cuba Posible. Eso fue lo que escribí a propósito del
comentario de Alzugaray. Ni siquiera hablé de dinero enemigo. Me parece bien
que Iroel haya compartido la mesa en un debate de ideas con él, pero la
salvedad es pertinente.
Las falacias en su centro
Enrique Ubieta Gómez
La verdad social puede ser escurridiza. No basta con pretenderla para hallarla. A diferencia de la manzana de Newton, no siempre cae hacia abajo. En gran medida su descubrimiento depende de nuestros ojos; y más que de los ojos, de nuestra mirada, o para ser más exactos, de nuestro ángulo de visión, de nuestra atalaya. Existe con independencia de los individuos; pero la guerra en torno a su legitimación expresa intereses. Las simplificaciones más comunes acogen extremos falsos: que la verdad está repartida entre todos, que es la suma de todos los ángulos de visión; que sin la verdad de los explotadores es parcial e incompleta la verdad de los explotados. Es curioso, pero los extremismos se ubican, paradójicamente, en la comodidad del centro.
Algunos textos de apreciados colegas que fueron publicados en medios digitales y la entrevista que Cubadebate me hiciera –aparecida también en las páginas de Granma–, todos sobre el supuesto centrismo de corrientes ideológicas que intentan asentarse en Cuba, provocaron un enorme revuelo en diversas plataformas digitales, algunas de abierto perfil contrarrevolucionario. Lo paradójico es que, al menos en las primeras jornadas, los aludidos y los que no habían sido aludidos –pero sintieron que podían serlo–, en lugar de discutir los argumentos, invirtieron los roles: nos acusaron de victimarios, de censores. La exigencia de que hablásemos de los problemas de la agricultura, o de la burocracia, o de cualquier asunto no resuelto, y no de tendencias ideológicas, paralizaba el debate. Pero la excusa es insostenible: ninguno de los problemas actuales que enfrenta el país podrá ser resuelto si perdemos la Revolución (1).
Iniciaré estas reflexiones, que pretenden rescatar el debate extraviado, con una breve referencia al artículo que Cuba Posible –principal plataforma en la web del más sutil pensamiento restaurador– coloca como primera respuesta a la denuncia de su intención desmovilizadora, e iré abriendo el análisis a otros tópicos. El autor del texto, Lennier López, acepta y reivindica el término desde el propio título: "La centralidad del tablero es radical, demócrata, socialista e ilustrada". Para ello apela a dos o tres ideas muy simples, impracticadas e impracticables: hay que eliminar los “discursos polarizadores”, la “política de guerra”, porque según su aséptica comprensión, la política “es la administración efectiva del poder”, y no “una batalla desleal, sin reglas”, por eso propone sustituir el eje “izquierda-derecha” por “la centralidad del tablero (…) de una partida en desarrollo”. Todo esto, reconozcámoslo, dicho de forma elegante, desde una torre que llaman “laboratorio de ideas” –como se autodenomina esa Cuba que solo sería posible si perdemos a Cuba–, construida, según declaración reciente de sus fundadores, para propiciar “una evolución gradual del actual modelo sociopolítico cubano”, mientras otros desde Washington, y desde algunas otras sedes alternas y subcapitalistas de América Latina, mueven en Caracas los hilos de la “política de guerra”, de la violencia, o alternan funciones en el reparto de zanahorias y garrotes para Cuba (Obama dixit).
Lennier insiste en la metáfora de la partida de ajedrez –empleada antes por el derechista Aznar, cuando era primer ministro de España y respondida por Fidel– para entender la política: “las piezas –dice el articulista citado– están dispersas ocupando columnas, diagonales y casillas en todos los sectores del tablero. La centralidad resulta, entonces, un intento de hacer política desde la transversalidad”. Viene al caso la respuesta de Fidel al político español: “hubo un caballerito que como en un tablero de ajedrez me dijo que si Cuba movía fichas, ellos movían fichas y yo le dije que el destino de un país no se juega en un tablero de ajedrez”. Lennier, desde luego, no pretende una discusión de pueblo, aunque la invoque y enumere deficiencias o carencias no estructurales, que cualquiera reconocería, para eludir los temas de fondo.
Hay señales de olor en el texto que atraen al público entendido, capaz de “degustarlo”; actitudes correctísimas, que prestigian mucho: Lennier defiende, por supuesto, la Razón y adopta el discurso de la Ilustración, el de la burguesía en ascenso, en una suerte de utopía reaccionaria, aunque se declara, a la vez, moderno, postmoderno y postestructuralista. Pretende estar en el centro, ser antidogmático, pero asume todos los dogmas de la derecha. Hay que reconocer que fue creativo al utilizar el término Centralidad… ¡qué hallazgo! Como me comentaba alguien que no respeta esa portentosa imagen: es un gato en el centro del tejado de zinc caliente. Y en un quejido lastimero declara: “¡Qué desperdicio para una nación el dejar fuera de la participación política a varios segmentos de sí misma!” ¡Sí, qué desperdicio, digo yo, que haya clases y lucha de clases, naciones opresoras y naciones oprimidas, patriotas y vendepatrias! Lennier es tan socialista como Felipe González.
Porque en lo común no se trata de perspectivas o de opiniones diferentes, sino de intereses contrapuestos. Repito y preciso: intereses de clase. El conflicto histórico de los Estados Unidos con Cuba, el que hoy todavía nos separa, nada tiene que ver con una diferente comprensión de los derechos humanos. Batista, Trujillo, Somoza, Pinochet, fueron socios –en el sentido cubano del término– del imperialismo (no hablo únicamente de los gobernantes estadounidenses). Donald Trump acaba de regresar de Arabia Saudita, adora a los jeques sauditas –el nombre del país se deriva del apellido de la familia real–, y les venderá armas con componentes israelíes. No se confundan: no es el abrazo final de árabes y judíos, es el abrazo de árabes ricos, judíos ricos y estadounidenses ricos en contra de sus respectivos pueblos. En los 70 del siglo pasado, los hippies enfrentaron al sistema con audacia y candor: “hagamos el amor y no la guerra”, decían y recibían una paliza tras otra como respuesta, mientras los B52 partían con sus armas químicas –ahora son drones o misiles “inteligentes”, la muerte se administra por computadora–, sordos de ira, hacia Viet Nam. La guerra imperialista en Indochina terminó porque el pueblo vietnamita expulsó con las armas en la mano a los invasores y a sus mercenarios locales ¿Es cosa del pasado?
¿Los frentes amplios de la izquierda son centristas?
Todo pareciera conducir en el mundo al centrismo: los movimientos revolucionarios construyen frentes amplios que incorporan a una militancia no tradicional, históricamente desmovilizada y descreída, que exige el cumplimiento estricto de la democracia burguesa. Ello es saludable, es un paso de avance y una estocada de muerte, ya que sabemos que en tiempos de crisis el sistema ni quiere ni puede cumplir con unas reglas que fueron concebidas para reproducir el poder burgués, no para socavarlo. Sin embargo, el proceso debe servir para educar a las masas, y sobre todo, a los dirigentes; la democracia burguesa solo los llevará al gobierno si está rota, si alguno de sus conductos de oxigenación está obstruido por la crisis, y aún así, nunca al poder; entonces, ya en el gobierno, tendrán dos alternativas: o mantienen un perfil anodino, de infinitas dejaciones y concesiones, de espaldas al pueblo, lo que desilusionará a los electores en la próxima ronda (y no evitará la cruenta demonización mediática) o intentan tomar el poder, es decir, radicalizarse.
Si anuncian que van a por más, que quieren el poder, el tigre (que no es de papel) saltará al cuello, a morder la yugular; y si lo anuncian y no se mueven, la pierden. Si, en cambio, permanecen en los límites precisos de la democracia burguesa y a pesar de ello entorpecen los proyectos de enriquecimiento trasnacional –de los que la viceburguesía antinacional obtiene siempre alguna ganancia–, el ALCA por ejemplo, el sistema judicial encargado de proteger a los ricos intentará castigarlos de manera drástica. Para eso existe la “separación” de poderes, todos en manos de una minoritaria clase social. Escoja usted la variante más eficaz: golpes de estado judiciales (Honduras, Paraguay, Brasil), procesos y condenas a expresidentes “indisciplinados” que conservan el apoyo de las masas y pueden regresar al Gobierno –nunca tuvieron el poder– (Dilma y Lula en Brasil, Cristina Fernández en Argentina).
Finalmente, si el frente amplio toma el poder, será declarado totalitario, antidemocrático, y populista (una palabra que despojan de sus significados históricos y concretos para reducirla a la acepción más grosera, la de demagogia). Y vaya paradoja, los restantes frentes que puedan existir en el mundo en lucha electoral, tendrán que moderar aún más el lenguaje, evitar hablar de los que consiguieron llegar, desmarcarse de ellos. Da igual, el sistema los acusará de ser sus cómplices o peor, sus seguidores: ahora por ejemplo está de moda espantar al electorado colonizado –y a los políticos “correctos”– con la amenaza de que la nueva izquierda quiere convertir el país en otra Venezuela, o en otra Cuba.
La verdad social puede ser escurridiza. No basta con pretenderla para hallarla. A diferencia de la manzana de Newton, no siempre cae hacia abajo. En gran medida su descubrimiento depende de nuestros ojos; y más que de los ojos, de nuestra mirada, o para ser más exactos, de nuestro ángulo de visión, de nuestra atalaya. Existe con independencia de los individuos; pero la guerra en torno a su legitimación expresa intereses. Las simplificaciones más comunes acogen extremos falsos: que la verdad está repartida entre todos, que es la suma de todos los ángulos de visión; que sin la verdad de los explotadores es parcial e incompleta la verdad de los explotados. Es curioso, pero los extremismos se ubican, paradójicamente, en la comodidad del centro.
Algunos textos de apreciados colegas que fueron publicados en medios digitales y la entrevista que Cubadebate me hiciera –aparecida también en las páginas de Granma–, todos sobre el supuesto centrismo de corrientes ideológicas que intentan asentarse en Cuba, provocaron un enorme revuelo en diversas plataformas digitales, algunas de abierto perfil contrarrevolucionario. Lo paradójico es que, al menos en las primeras jornadas, los aludidos y los que no habían sido aludidos –pero sintieron que podían serlo–, en lugar de discutir los argumentos, invirtieron los roles: nos acusaron de victimarios, de censores. La exigencia de que hablásemos de los problemas de la agricultura, o de la burocracia, o de cualquier asunto no resuelto, y no de tendencias ideológicas, paralizaba el debate. Pero la excusa es insostenible: ninguno de los problemas actuales que enfrenta el país podrá ser resuelto si perdemos la Revolución (1).
Iniciaré estas reflexiones, que pretenden rescatar el debate extraviado, con una breve referencia al artículo que Cuba Posible –principal plataforma en la web del más sutil pensamiento restaurador– coloca como primera respuesta a la denuncia de su intención desmovilizadora, e iré abriendo el análisis a otros tópicos. El autor del texto, Lennier López, acepta y reivindica el término desde el propio título: "La centralidad del tablero es radical, demócrata, socialista e ilustrada". Para ello apela a dos o tres ideas muy simples, impracticadas e impracticables: hay que eliminar los “discursos polarizadores”, la “política de guerra”, porque según su aséptica comprensión, la política “es la administración efectiva del poder”, y no “una batalla desleal, sin reglas”, por eso propone sustituir el eje “izquierda-derecha” por “la centralidad del tablero (…) de una partida en desarrollo”. Todo esto, reconozcámoslo, dicho de forma elegante, desde una torre que llaman “laboratorio de ideas” –como se autodenomina esa Cuba que solo sería posible si perdemos a Cuba–, construida, según declaración reciente de sus fundadores, para propiciar “una evolución gradual del actual modelo sociopolítico cubano”, mientras otros desde Washington, y desde algunas otras sedes alternas y subcapitalistas de América Latina, mueven en Caracas los hilos de la “política de guerra”, de la violencia, o alternan funciones en el reparto de zanahorias y garrotes para Cuba (Obama dixit).
Lennier insiste en la metáfora de la partida de ajedrez –empleada antes por el derechista Aznar, cuando era primer ministro de España y respondida por Fidel– para entender la política: “las piezas –dice el articulista citado– están dispersas ocupando columnas, diagonales y casillas en todos los sectores del tablero. La centralidad resulta, entonces, un intento de hacer política desde la transversalidad”. Viene al caso la respuesta de Fidel al político español: “hubo un caballerito que como en un tablero de ajedrez me dijo que si Cuba movía fichas, ellos movían fichas y yo le dije que el destino de un país no se juega en un tablero de ajedrez”. Lennier, desde luego, no pretende una discusión de pueblo, aunque la invoque y enumere deficiencias o carencias no estructurales, que cualquiera reconocería, para eludir los temas de fondo.
Hay señales de olor en el texto que atraen al público entendido, capaz de “degustarlo”; actitudes correctísimas, que prestigian mucho: Lennier defiende, por supuesto, la Razón y adopta el discurso de la Ilustración, el de la burguesía en ascenso, en una suerte de utopía reaccionaria, aunque se declara, a la vez, moderno, postmoderno y postestructuralista. Pretende estar en el centro, ser antidogmático, pero asume todos los dogmas de la derecha. Hay que reconocer que fue creativo al utilizar el término Centralidad… ¡qué hallazgo! Como me comentaba alguien que no respeta esa portentosa imagen: es un gato en el centro del tejado de zinc caliente. Y en un quejido lastimero declara: “¡Qué desperdicio para una nación el dejar fuera de la participación política a varios segmentos de sí misma!” ¡Sí, qué desperdicio, digo yo, que haya clases y lucha de clases, naciones opresoras y naciones oprimidas, patriotas y vendepatrias! Lennier es tan socialista como Felipe González.
Porque en lo común no se trata de perspectivas o de opiniones diferentes, sino de intereses contrapuestos. Repito y preciso: intereses de clase. El conflicto histórico de los Estados Unidos con Cuba, el que hoy todavía nos separa, nada tiene que ver con una diferente comprensión de los derechos humanos. Batista, Trujillo, Somoza, Pinochet, fueron socios –en el sentido cubano del término– del imperialismo (no hablo únicamente de los gobernantes estadounidenses). Donald Trump acaba de regresar de Arabia Saudita, adora a los jeques sauditas –el nombre del país se deriva del apellido de la familia real–, y les venderá armas con componentes israelíes. No se confundan: no es el abrazo final de árabes y judíos, es el abrazo de árabes ricos, judíos ricos y estadounidenses ricos en contra de sus respectivos pueblos. En los 70 del siglo pasado, los hippies enfrentaron al sistema con audacia y candor: “hagamos el amor y no la guerra”, decían y recibían una paliza tras otra como respuesta, mientras los B52 partían con sus armas químicas –ahora son drones o misiles “inteligentes”, la muerte se administra por computadora–, sordos de ira, hacia Viet Nam. La guerra imperialista en Indochina terminó porque el pueblo vietnamita expulsó con las armas en la mano a los invasores y a sus mercenarios locales ¿Es cosa del pasado?
¿Los frentes amplios de la izquierda son centristas?
Todo pareciera conducir en el mundo al centrismo: los movimientos revolucionarios construyen frentes amplios que incorporan a una militancia no tradicional, históricamente desmovilizada y descreída, que exige el cumplimiento estricto de la democracia burguesa. Ello es saludable, es un paso de avance y una estocada de muerte, ya que sabemos que en tiempos de crisis el sistema ni quiere ni puede cumplir con unas reglas que fueron concebidas para reproducir el poder burgués, no para socavarlo. Sin embargo, el proceso debe servir para educar a las masas, y sobre todo, a los dirigentes; la democracia burguesa solo los llevará al gobierno si está rota, si alguno de sus conductos de oxigenación está obstruido por la crisis, y aún así, nunca al poder; entonces, ya en el gobierno, tendrán dos alternativas: o mantienen un perfil anodino, de infinitas dejaciones y concesiones, de espaldas al pueblo, lo que desilusionará a los electores en la próxima ronda (y no evitará la cruenta demonización mediática) o intentan tomar el poder, es decir, radicalizarse.
Si anuncian que van a por más, que quieren el poder, el tigre (que no es de papel) saltará al cuello, a morder la yugular; y si lo anuncian y no se mueven, la pierden. Si, en cambio, permanecen en los límites precisos de la democracia burguesa y a pesar de ello entorpecen los proyectos de enriquecimiento trasnacional –de los que la viceburguesía antinacional obtiene siempre alguna ganancia–, el ALCA por ejemplo, el sistema judicial encargado de proteger a los ricos intentará castigarlos de manera drástica. Para eso existe la “separación” de poderes, todos en manos de una minoritaria clase social. Escoja usted la variante más eficaz: golpes de estado judiciales (Honduras, Paraguay, Brasil), procesos y condenas a expresidentes “indisciplinados” que conservan el apoyo de las masas y pueden regresar al Gobierno –nunca tuvieron el poder– (Dilma y Lula en Brasil, Cristina Fernández en Argentina).
Finalmente, si el frente amplio toma el poder, será declarado totalitario, antidemocrático, y populista (una palabra que despojan de sus significados históricos y concretos para reducirla a la acepción más grosera, la de demagogia). Y vaya paradoja, los restantes frentes que puedan existir en el mundo en lucha electoral, tendrán que moderar aún más el lenguaje, evitar hablar de los que consiguieron llegar, desmarcarse de ellos. Da igual, el sistema los acusará de ser sus cómplices o peor, sus seguidores: ahora por ejemplo está de moda espantar al electorado colonizado –y a los políticos “correctos”– con la amenaza de que la nueva izquierda quiere convertir el país en otra Venezuela, o en otra Cuba.
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