ARTURO LÓPEZ-LEVY: Enrique Ubieta ha tenido la buena
idea de reproducir un diálogo que tuvimos en el muro de Facebook del profesor
Carlos Alzugaray en su blog La Isla
desconocida. Lo agradezco porque expresé allí, como en mi artículo “La
moderación probada del espíritu de Cuba”, mis ideas con bastante claridad; algo
que es loable también en su respuesta. Desafortunadamente, parece que cuando
Ubieta publicó el intercambio quizás no conocía que había escrito esta dúplica
a su réplica. No estoy reportando un comportamiento inadecuado, simplemente
quiero dar a conocer mi modo de pensar.
Enrique Ubieta me ha llamado
“enemigo” y le he respondido a varias de sus afirmaciones contrarias a
evidencias, como el artículo que le puse el link. Lo menciono no para llover
sobre mojado, sino por lo contrario. Al leer lo que ha escrito en sus últimos
comentarios en esta serie me he ratificado en algo que pensé después de leer
sus Ensayos de identidad, y es que
dada la matriz patriótica que compartimos, no me puedo considerar su enemigo.
Somos adversarios en ideología o en la diversidad natural que nos separa, pero
“enemigo” mío, no lo será ningún cubano mientras subscriba la centralidad del
pensamiento martiano como punto focal desde el cual Cuba como “proyecto de
nación” –para usar su expresión– se levanta. Es El Apóstol (no el
Lugareño, ni Eliseo Giberga), nuestro delegado.
Apruebo su aclaración de que no hay
república cubana soberana solo para las élites. “Con todos y para el bien de
todos” no es claramente “con la justicia y la injusticia”. La república social
de Martí era un proyecto para que no quede un cubano detrás. La medida última
de la viabilidad de un proyecto de nación cubana se mediría en un desarrollo
económico sustentable que levante al cubano o cubana más vulnerable o
discriminado, el indigente por el que se ha preocupado Iroel Sánchez en una de
sus últimas notas, por ejemplo.
Claro que “con todos y para el bien
de todos” no significa que la Casa Cuba –para usar una expresión del padre
Carlos Manuel de Céspedes– este desprovista de paredes, y puertas. Los
plattistas, que no confían en las capacidades de su pueblo y apoyan cualquier
tutelaje externo o persiguen obtener concesiones de política interna usando
políticas extranjeras que violan la soberanía del país se autoexcluyen. No hay
dudas que en un mundo signado por los estados nacionales, las asimetrías de
poder importan y Cuba no es un gran poder material, y tiene que diseñar
políticas para proteger su economía, su cultura, su política, su sociedad de la
indebida injerencia extranjera.
Eso no es lo mismo que abogar a
favor de estándares internacionales de derechos humanos, una vez que la
política de cambio de régimen por coacción se derogue. Si bien es importante
que Estados Unidos respete la soberanía de Cuba, esta condición patriótica
existe no para consolidar la capellanía de ninguna ideología, sino para dejar
al pueblo decidir. La soberanía cubana no es partidista del PCC; es popular, de
la ciudadanía cubana. Eso no implica invocar la amnesia sobre la historia
patria o ser ingenuo al afrontar los retos políticos impuestos al Estado cubano
por la geografía, sino aceptar que cualquier modelo político cubano si es
natural –para usar una expresión realista martiana que ambos invocamos–
requiere ser tan plural dentro del patriotismo como incluir cotas que impidan
la organización de partidos racistas, anexionistas, o plattistas.
Es loable que admita que sería
soberbio juzgar las intenciones de los demás y acusar a alguien de estar al
servicio o la paga de agendas imperialistas sin pruebas. Así que como no hay
pruebas, todas esas acusaciones de querer obtener lo mismo que la ley Helms por
otros medios, es sano que se las guarden. Usted infiere –y aquí empieza un
punto de discrepancia, pues dice que “constata”– que abogar por un paradigma
económico de economía social de mercado como la postulada por el pensamiento
socialdemócrata y un modelo más afín a la Declaración Universal de derechos
humanos y sus interpretaciones legales, es otro vericueto hacia un “capitalismo
dependiente del imperialismo” en Cuba. En ese punto reposa una divergencia
porque lo que infiere para un futuro plausible, es mi diagnóstico del presente.
Quisiera estar equivocado, pero en
mi diagnóstico el camino más directo al capitalismo dependiente va por la
incapacidad de construir una economía sustentable para las conquistas de la
Revolución. Como indiqué en el artículo “La moderación probada del espíritu de
Cuba”, existe sustancial evidencia, compilada incluso en la primera tabla del
libro de Joseph Stiglitz (“Hacia una sociedad de conocimiento”) que demuestra
como las economías centralizadas de comando tuvieron un récord muy inferior a
un grupo de economías de mercado cercanas; incluso aquellas en el mundo
postcolonial, que tenían un nivel similar de desarrollo en 1947. Esas economías
de mercado no siguieron, en general, un patrón neoliberal en el cual la
política pública fue esclava del mercado; sino paradigmas en las cuales el
Estado intervino para eliminar fallas de coordinación, complementar y aumentar
las eficiencias y orientarlas como sociedades de bienestar y acceso universal
al conocimiento, no de mercado.
Tiene usted razón al mirar al
capitalismo como un sistema global en el cual las economías neoliberales en el
sur terminan reforzando su dependencia, aun cuando aumenten sus estándares de
crecimiento; pero decir que Cuba está destinada a eso es ignorar varias
experiencias de países de industrialización tardía, principalmente en el Este
de Asia, pero también en el norte de Europa, y otras latitudes. La afirmación
teleológica por la cual cualquier economía de mercado en Cuba implica el
“retorno” al capitalismo dependiente elimina la capacidad de agencia y
autonomía que creó la Revolución mediante la modernización del Estado y su
capacidad reguladora; una de sus mayores conquistas estratégicas si fuese
propiamente implementada, capaz de producir importantes saltos de desarrollo
económico y bienestar.
Nunca he abogado por una economía
de mano invisible de mercado, porque la teoría moderna sobre las economías de
información la ha probado falsa. El neoliberalismo es una construcción ideológica
sin evidencias y teóricamente tan débil como la propuesta leninista de arribar
al socialismo empezando por “el eslabón más débil” y construyendo una economía
estatizada. Una estrategia integral de economía de mercado regulado requiere la
mano visible de un Estado autónomo de los sectores de negocios nacionales o
internacionales, como el creado por la Revolución que dirigió Fidel Castro;
pero mucho más eficiente, y con instituciones capaces de gobernar y ser
regulado. No es de izquierda defender un Estado ineficiente, donde la
corrupción aumenta. El compromiso con los pobres “del arroyo y la sierra”, con
los humildes que comparten su visión ideológica pero también el socialismo
democrático, se sirve mejor por un mercado competitivo regulado y monitoreado por
el Estado, que por las estructuras monopólicas sin balance significativo que
pululan en la actual situación de reforma parcial en Cuba. Experiencias
internacionales contra la evasión fiscal, la corrupción, las desigualdades
asociadas al mercado, la mejoría en la calidad del sector público
(desarrolladas en experiencias socialdemócratas y desarrollistas) constatan,
para usar su palabra, que puede lidiar con esas falencias mejor que una
economía estatizada con segmentos reprimidos de mercado.
Abordaré otro punto donde descansa
la polémica, desde un punto de vista personal, porque allí usted lo ubicó.
Agradezco que aprecie la transparencia y considere loable luchar por el respeto
a la soberanía de Cuba, pero no puedo seguir su exhortación a abogar por el comunismo
como forma óptima que se ha dado el pueblo cubano para realizar su
independencia. No creo en ella, y ni usted ni los demás que la asumen como
premisa o principio han aceptado someterla a una discusión de razones. No
considero a mis antiguos compañeros comunistas mis enemigos; pero no puedo
abogar por ideas que considero anacrónicas dado el contexto actual del país.
La soberanía es de las generaciones
vivas. Lo que el pueblo cubano expresó con su acción en la víspera de la
batalla de Girón fue el apoyo por una Revolución socialista y democrática en
aquellas circunstancias. La política de hoy nos corresponde a los cubanos de
hoy decidirla a partir de nuestros intereses, valores y prioridades; sin
amnesia, pero también sin nostalgia o idealización de las posturas tomadas
entonces.
El día que no haya una situación de
emergencia coaccionando al pueblo cubano desde fuera (como el bloqueo), el PCC
debe someterse a la competencia con cualquier grupo de cubanos leales al
proyecto de nación. El PCC y Fidel Castro tienen un lugar primordial en el
nacionalismo cubano, pues lograron estructurar una resistencia de la cual
cualquier proyecto de nación soberana será deudor; pero la historia no es el
elemento decisor del futuro. Si el PCC es el mejor instrumento para avanzar ese
proyecto de nación (dígase desarrollo económico con equidad social y
soberanía), no debe temer someterse a un escrutinio público en competencia
contra una oposición leal con claras regulaciones contra la injerencia
extranjera. Si no es el mejor instrumento en las nuevas condiciones históricas,
¿bajo qué preceptos reclamaría ser “vanguardia” de la nación cubana toda?
Como ve, las inferencias sobre el
rumbo al que llevan los ordenamientos políticos y económicos del país pueden
ser diversas, incluso partiendo de una matriz martiana común. La diversidad es
lo natural porque diversos son los intereses, valores, identidades que
conforman pueblos nuevos como el nuestro, y diversas las experiencias de sus
componentes. Martí llamaba a una política de unidad y conciliación de intereses
con concepciones de libertad más allá del liberalismo; pero también alertó
sobre los peligros de la idea socialista, que la evidencia ha demostrado son
mayores en torno al papel del funcionariado estatal en el comunismo, que en las
propuestas socialistas de su época o socialdemócratas posteriores.
Justo es su reclamo de tratar cada
idea suya sin agrupamientos artificiales con intelectuales afines. No fui yo
quien hablo de una corriente “centrista” y asumir un pensamiento en colectivo.
Su llamado es compartido, pues es un progreso para definir los estándares por
los cuales resolvemos los puntos polémicos o simplemente coincidimos en que no
coincidimos. No trate como un liberal a quien no lo es. A usted lo trato como
un martiano y comunista.
Si escribí “La moderación probada
del espíritu de Cuba” fue porque quería ser tratado con justicia y no dañar con
agrupamientos absurdos de “centrismo” a otras personas. Al escribir desde una
posición socialdemócrata aclaré que no lo hacía a nombre de Cuba Posible,
sino como mero participante en la positiva experiencia de un “laboratorio de
ideas”. No quiero que mi postura sea usada para cuestionar a amigos que admiro
como el profesor Alzugaray, o el cantautor Silvio Rodríguez, mi oponente de tesis
en el ISRI e intelectual reconocidísimo Aurelio Alonso, o el fundador del blog
“La Joven Cuba”, Harold Cárdenas. Esas personas creen que el PCC como partido
de la nación cubana puede ser la gran tienda donde quepa la pluralidad
patriótica que Cuba produce desde su diversidad política. No es mi caso.
La evidencia de 25 años después del
IV congreso del PCC es, por lo menos, ambigua sobre esa posibilidad de un
sistema unipartidista, plural en lo ideológico, como un frente patriótico; y no
toda la cerrazón se debe a presiones externas. El PCC se ha abierto hoy a un
mayor pluralismo en lo económico y social, incluso en lo político; el
presidente Raúl Castro ha hablado de que no hay que ser miembro del mismo para
desempeñar funciones oficiales.
Pero en lo ideológico, que coincido
con usted es de primera importancia, lo “comunista” sigue prevaleciendo sobre
la apertura de lo “martiano”. De ello infiero, no constato (pues el proceso de
decisiones en Cuba es bastante opaco y mis evidencias serían limitadas), que la
preocupación comunista por el control social es responsable de que problemas
concretos de la población (como los mangos que se pierden o la baja inversión
extranjera para el desarrollo), no se discutan en los marcos adecuados y sin
sesgos anti-mercado. En Cuba, cuando hay un problema económico en el que la
economía estatal falla, se prueba dos y tres veces con otra solución estatal.
Solo cuando el desastre sea bien grande, como en la coyuntura de 1993, se han
abierto “avenidas” a soluciones amistosas al mercado, como los mercados
agropecuarios.
Por tanto, creo –sin reír ni llorar,
sino tratando de comprender– que el reloj para que los que aboguen por una
pluralidad política e ideológica y una economía eficiente dentro del sistema de
un solo partido está sonando en tiempo de descuento. Fue un comunista, y no un
socialdemócrata, quien afirmó que el tiempo de caminar por el borde del abismo
se acababa.
ENRIQUE UBIETA GÓMEZ: Arturo López-Levy, me he retrasado unos días en la respuesta
a su respuesta. Pido disculpas, pero eran días feriados, y quise tomármelos de
asueto. En definitiva, celebrábamos el Día de la Rebeldía Nacional, el que nos
trajo hasta aquí. Por otra parte, al leer los dos primeros párrafos de su
réplica, y luego, algunos pasajes específicos del texto, usted casi me convence
de que las diferencias que suponíamos tan acentuadas, eran superfluas.
Martianos al fin, ambos tomamos partido, decididamente, por los “pobres de la
Tierra”. Esa, por cierto, no es una declaración abstracta de humanismo; aunque
no lo asumiera de forma explícita –conozco lo que escribió al respecto–, asoma
en ella el fantasma de la lucha de clases.
Vistas así las cosas, no somos enemigos, palabra que remite
a una guerra que usted considera inexistente o al menos, evitable. A pesar de
ello, como bien dice, somos “adversarios en ideología”, y ese concepto, de
inmediato nos reubica en campos hostiles: no se trata de que simpaticemos con
diferentes partidos en una campaña electoral –es lo que usted propone para Cuba–,
que tributaría a la “diversidad” orgánica del sistema capitalista y garantizaría,
con cambios periféricos sujetos a remoción cada cuatro o cinco años, la
continuidad del orden social; nuestros partidos, en realidad, se encuentran
fuera del sistema que el otro defiende.
En el suyo, un comunista es un jugador out side; a veces es tolerado, porque da color y los mecanismos de
funcionamiento le impiden llegar al gobierno (mucho más al poder); si se
produjese alguna “rotura”, algún desajuste que anunciara su inusitada victoria
electoral, el sistema “democrático” desataría una verdadera cacería –mediática,
en primer lugar, pero dispuesta a todo–, para impedirlo. Y de no lograrlo, la
guerra adquiriría matices bélicos. El sistema que yo defiendo desarticula la
“democracia” burguesa, la que ha sido concebida para perpetuar a la burguesía
en el poder, y construye una nueva democracia (heredera de aquella), más participativa, al servicio
del poder popular.
Detrás, o a nuestro lado, incidiendo de manera directa,
existen intereses: imperialistas y trasnacionales, empresariales, personales,
ferozmente opuestos a los de los pobres, los humildes, los desplazados (que
usted como martiano ha declarado defender). Intereses de clase, que son
impuestos por el poder burgués a sangre y fuego (obsérvese si no el caso de
Venezuela). Entonces, no es sensato deshacerse de palabras en el discurso –por
incómodas o incivilizadas que parezcan– que habremos de asumir en la práctica.
Si no es mi enemigo en ideología, tendrá que objetar el retorno al pasado en
Cuba (no insista en que se opone al capitalismo “dependiente”, mi pregunta es
sencilla: ¿se opone al capitalismo?). No discutimos solo ideas o teorías, también
proyectos de vida –por eso suelo hablar de “guerra cultural”–, que defienden y
obstruyen intereses, según la posición social en la que se encuentre el sujeto.
Un sujeto que no es únicamente nacional, porque como barruntaba en los sesenta
el Che Guevara, la contradicción fundamental de nuestra época es entre países
explotadores y países explotados.
Su consideración de que “la
soberanía de Cuba […] existe no para consolidar la capellanía de ninguna
ideología sino para dejar al pueblo decidir”, asume una premisa falsa y
soberbia. ¿Por qué cree que el pueblo no ha decidido y que solo son válidos los
mecanismos de la democracia burguesa? La contraposición de los conceptos de
socialismo democrático y socialismo revolucionario es confusa; alude en todo
caso a la existencia de un “socialismo”, el suyo, que respeta las rígidas
normas de la democracia burguesa, imperfecta y no perfectible, y de otro, el
nuestro, que establece un nuevo tipo de democracia, imperfecta pero
perfectible. No existe socialismo sin democracia popular. Por cierto, los
tigres asiáticos que pone de ejemplo no suelen practicar ningún tipo de
democracia, ni la suya ni la nuestra, y en sus territorios se asientan bases
militares estadounidenses.
Es falso suponer, como hace usted, que esa voluntad popular
tiene como única referencia la declaración pública en 1961 del carácter socialista
de la Revolución, refrendada con la vida de los milicianos caídos en las arenas
de Playa Girón. Propongo un sucinto recuento: en 1976 se aprobó en referendo nacional
la Constitución socialista; al desarticularse el justo sistema económico de
ayuda mutua como consecuencia de la desaparición del llamado campo socialista
en los inicios de los 90, e iniciarse así un período de enormes dificultades
materiales, la Revolución extendió las sesiones de la Asamblea Nacional a los
colectivos obreros. En 45 días se efectuaron más de 80 mil parlamentos obreros en todo el país, con una participación superior a los 3 millones de trabajadores y más de 258
mil cooperativistas y campesinos. Reuniones similares se efectuaron en los
centros de segunda enseñanza y en los universitarios, involucrando a más de 300
mil jóvenes. Esas reuniones aportaron ideas que contribuyeron a organizar la
resistencia. En el año 2000, millones de ciudadanos respaldaron con su rúbrica el
Juramento de Baraguá –una declaración de resistencia anticapitalista– y en el 2002,
el pueblo apoyó de forma masiva la irreversibilidad del socialismo en Cuba. Ya
sé lo que dice la prensa trasnacional: que las masas, las nuestras desde luego,
votan por compulsión. Pero no es posible que el Estado cubano, donde no existen
desaparecidos ni asesinatos extrajudiciales, pueda obligar a una población con
niveles medio-superiores de instrucción, a votar a favor de un proyecto de
nación que considera contrario a sus intereses.
A fines del 2010 e inicios del 2011, se desarrolló un
intenso proceso de consultas –en centros de trabajo, barrios, organizaciones
políticas y de masas– en torno a una primera propuesta de Lineamientos de la
Política Económica y Social. Las sugerencias de la población y de los delegados
al Congreso modificaron el documento en un 68 por ciento con respecto a su
contenido inicial e incorporaron 36 nuevos lineamientos. Por último, en esta
incompleta lista de eventos democráticos, hay que situar el debate y la
recolección de criterios –con la participación de más de un millón 600 mil
ciudadanos cubanos– sobre las propuestas de Conceptualización del Modelo Social
y Económico y de un Plan Nacional de Desarrollo Económico y Social hasta el
2030, elaborados ambos con la asesoría de académicos de más de 50 centros de
investigación. ¿Cree que es posible desconocer la existencia de esos documentos
consensuados, simplemente porque no recogen su idea individual de nación? ¿Los ha
estudiado? No son rígidos, admiten las adecuaciones que la práctica de su
implementación sin dudas impondrá, pero establecen el largo y el ancho del
socialismo cubano: dentro, todo.
Al asumir como suyo un razonamiento que aparece expuesto con
claridad en los documentos del VI y el VII Congresos del Partido Comunista,
parece haberse perdido una parte no insignificante de la película: “Quisiera estar equivocado –afirma usted–
pero en mi diagnóstico el camino más directo al capitalismo dependiente va por
la incapacidad de construir una economía sustentable para las conquistas de la
revolución.” En su discurso del pasado 26 de julio, el Segundo Secretario
del Comité Central, José Ramón Machado Ventura, lo ha reiterado: “La economía constituye la tarea esencial,
porque es la base que permite sostener todas las conquistas de la Revolución.”
A menudo usted retoma mis palabras, aparenta situarse en
ángulos visuales cercanos a los míos, e incluso, cuando polemiza, construye
afirmaciones e introduce conceptos –pretendidamente opuestos a los que defiendo–,
que pueden hallarse con otro sentido en la Conceptualización de nuestro Modelo
Social y Económico. Por ejemplo, insiste en la necesidad de implementar una
economía de “mercado regulado”. La Conceptualización, que reconoce varias
formas de propiedad y gestión –la socialista de todo el pueblo (la principal), la
cooperativa, la mixta, la privada, la de entidades de la sociedad civil sin
interés de lucro– expresa algo similar, pero diferente: “El sistema de dirección planificada del desarrollo económico y social
tiene en cuenta la vigencia de las relaciones de mercado y regula el accionar
de ellas en función del desarrollo socialista (…) El mercado regulado ha de
tributar a la satisfacción de las necesidades económicas y sociales de acuerdo
con lo planificado, sobre la base de que sus leyes no ejercen el papel rector
de la vida económica y social, y se limitan los espacios de su actuación.” La
capacidad reguladora del mercado que creó la Revolución solo podría ser
efectiva en esas condiciones. La ineficiencia y la corrupción son enemigas del
socialismo. No por afán teoricista hablaba yo de la necesaria diferenciación
entre discurso y direccionalidad discursiva, entre significado y sentido.
La socialdemocracia es un fenómeno político esencialmente
europeo –no haré este breve recuento para decirle lo que usted sabe, pienso
sobre todo en los posibles lectores de la polémica–; surge como partido obrero
de ideología marxista y a partir de la Primera Guerra Mundial se fracciona en
dos tendencias: una revolucionaria, que derivará en comunista, y otra
reformista, que conservará el nombre original. Las reformas que propugna la
socialdemocracia en su período de esplendor –años 50, 60 y 70– serán
implementadas por ella y a veces también por gobiernos conservadores, porque
eran las que entonces necesitaba el capitalismo. En esos años se oficializa su
ruptura con el marxismo como ideología de base. El declive de la
socialdemocracia se inicia a fines de los 70, cuando el capitalismo adopta
otras corrientes de pensamiento más afines a las necesidades de ese período y
los socialdemócratas, por instinto de conservación, desechan sus antiguas
demandas. El PSOE, por ejemplo, llega tarde al poder en España, en 1982, y debe
reajustar su programa hasta convertirlo en neoliberal. Los socialdemócratas de
las últimas décadas, los Felipe González, los Tony Blair, los Hollande, son tan
neoliberales como los que oficialmente representaban esa tendencia. Hoy casi no
existen gobiernos socialdemócratas en el mundo, han perdido el prestigio y el
apoyo de sus bases. En América Latina hay un ejemplo digno de socialdemócrata:
el del chileno Salvador Allende, pero su período presidencial coincidió con la
época de esplendor de esa tendencia y él aún se asumía como marxista. Por digno,
precisamente, fue depuesto de manera cruenta por el imperialismo
estadounidense. Pero sin dudas, de todos los lenguajes que favorecen la
adopción del sistema capitalista, el socialdemócrata es el que más se parece al
nuestro, el que puede confundir a los menos instruidos. Si entramos por la
puerta de la cocina al capitalismo (no hace falta decir que dependiente), ¿cree
de verdad que una socialdemocracia prístina regirá los destinos de una isla sin
recursos naturales a 90 millas de los Estados Unidos? Las ideas de la
socialdemocracia son verdaderamente anacrónicas para el capitalismo de hoy, y
cuando son reivindicadas por partidos no tradicionales, asustan al poder
burgués.
Por cierto, me parecen útiles los frentes amplios de la
izquierda –respondo por esta vía a un teórico orgánico de la derecha–, pero
advierto que si llegan al gobierno solo tendrán dos opciones: o se radicalizan
o mueren. La pluralidad patriótica que existe y enriquece al Partido, la de los
revolucionarios cubanos, militen o no en él, no se traduce en una pluralidad
ideológica. El Partido existe como fuerza aglutinadora de inteligencias y
voluntades para la construcción del socialismo; la diversidad de sus fuentes
garantiza que ese socialismo nazca de tradiciones y necesidades nacionales. No
existen partidos en el capitalismo –me refiero a los que se turnan en el
gobierno, a republicanos y demócratas en los Estados Unidos, a panistas, priistas
o perredistas en México, a los del Partido Popular y el PSOE en España, etc.–
que sean antisistema: la pluralidad en el capitalismo no incluye a los que
pretenden derribarlo (de verdad).
Finalmente, una aclaración necesaria: no acepto
agrupamientos artificiales, pero no me deslindo de mis compañeros de ideas, de
los que comparten preocupaciones y exponen sus criterios sin calcular
consecuencias personales. Prefiero militar en el bando de los necios y defender
no las ideas de moda, sino las que circulan por mis venas.
¿Qué reflexiones hizo el Comandante en jefe sobre la idea de establecer multipartidismo en Cuba?
ResponderEliminar(...) "Realmente veo el espectáculo de lo que ocurre en algunos países que tienen 100 partidos, 120. No creo que se puede idealizar eso como forma de gobierno, no se puede idealizar eso como democracia, esa es la locura; esa es una manifestación de enajenación. Cada vez que aparece un caudillito y cada vez que aparece un demagogo cualquiera, organiza un partido y tienen 100 partidos. Yo quiero que tú me digas si un país del Tercer Mundo se puede hoy organizar y desarrollar con 100 partidos, si eso conduce a alguna fórmula saludable."
(...) " Estoy seguro que Martí, Bolívar, Juárez, y otros se quedarían horrorizados con el espectáculo que hoy se observa en muchos de nuestros países latinoamericanos, la desorganización, la división, el caos."
(...)" Si nosotros nos autodestruimos, los yankis estarían felices; si nosotros nos dividimos en 10 fracciones y empieza aquí una pugna por el poder tremenda, entonces los yankis se sentirían las gentes más felices del mundo y dirían: Ya nos vamos a liberar de la Revolución Cubana. Pero nosotros no nos vamos a autodestruir, eso debe quedar muy claro."
Fragmento de entrevista con la periodista Beatriz Rangel, de la revista mexicana Siempre. Lugar: Palacio de la Revolución. Ciudad de La Habana. Fecha: 09/05/1991
Permitanme,
ResponderEliminarEl socialismo fracasa porque los costes de organización son enormes. Casi todo está sobre-escalado, y por lo tanto no resulta rentable. Solo hay que ver el número de burócratas, el número de reuniones, etc.
Por cierto, señor Levy, la sobre-escala también se dá en el capitalismo. De hecho, vivimos en un mundo de corporaciones sobre-escaladas. Y una de las principales causas, si no es la principal, es la participación del Estado. Recuerde que cada regulaciôn es un costo extra, que se le hace más difícil asumir a las empresas pequeñas que a las grandes.
Gracias.
Francisco A. Domínguez
Un ejemplo que ilustra el comentario anterior:
ResponderEliminarUn par de muchachos se van a un banco y piden dinero prestado para poner un taller de bicicletas. Ponen su taller. Pronto se dan cuenta de que hay personas a los que el tamaño de la bicicleta no corresponde a las dimensiones de su cuerpo y abren un servicio de bicicletas personalizadas, para lo cual emplean a un experto en la medida del cuadro. A la vez contratan una agencia de publicidad para que le deje saber a la gente. Esta les aconseja que formen un equipo ciclista, por lo que se buscan unos cuantos muchachos, los ponen encima de unas bicicletas y emplean un entrenador y a un ayudante del empleador, así como un oficinista que comience a llevar las cuentas. Los muchachos progresan y entonces se les ocurre comprar una fábrica de cuadros de bicicleta, incluyendo a sus seis empleados. La oficinista ya no dá a basto, así que contratan un gerente intermedio, y a dos mecánicos de bicicleta para poder ellos salir a vender... En eso el gobierno aprueba una ley que requiere que toda empresa con más de tres empleados le pague seguro mèdico a cada uno. Como el negocio ha prosperado, no solo le pagan el seguro a todos sus empleados, sino que compran una tienda competidora que no puede lidiar con el costo del seguro médico. Se ven obligados a contratar otra oficinista y otro gerente. Ahora, todos los viernes hay reunión para poner las dos tiendas al día. Se contrata a un restaurante para que haga la comida. En eso otra tienda rival cae en quiebra y la compran. Las reuniones del viernes comienzan a no ser suficiente, así que cada martes, cada dos semanas hay reunión extra. Se compra un local para las reuniones y además como almacén central. Emplean un guardia de noche para cuidar el local. Compran otra tienda en quiebra, la cual se une a la anterior. Emplean a otro gerente y un camionero. Compran un camión. Se ponen a hacer ropa de ciclismo para lo cual compran otra pequeña fábrica. Las reuniones se tornan más turbulentas porque al gerente de la fábrica de ropa le es imposible entenderse con los gerentes de las tiendas. Como los fundadores no tienen tiempo para esto, emplean otro gerente, por encima de todos los otros gerentes... El numero de horas no productivas va en aumento... Entonces el gobierno aprueba otra ley que exije crear un jardín infantil en los centros de trabajo que emplean a cinco o más madres de niños pequeños... Deciden venderle las tiendas a una cadena gigantesca de ventas minoristas, la cual cierra todas las tiendas. El equipo ciclista también desaparece.
Francisco A. Dominguez
Francisco, siga haciendo cuentos infantiles, explique el surgimiento del Capital como una historia de emprendedores, y para no asustar a los niños (así nos trata) ahórrese el lodo y la sangre... Pero recuerde que no estamos en la era de la acumulación originaria, ahora existen trasnacionales, maquiladores y poderes globales. En fin, sus cuentos me sirven al menos pra dormir a mis nietas.
ResponderEliminarLe faltó agregar a mi amigo Ubieta que el bloqueo es una soga al cuello del que, ya quisieran algunos, nos "salvarán" un día en una de esas "elecciones libres" uno de esos partidos "socialdemocratas cubanos" pagados por los mismos que desde hace más de medio siglo intentan asfixiar el ejemplo del socialismo en América.
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