Alberto Híjar Serrano
Cuando parecía que las palabras
solidaridad, fraternidad, trabajo liberador, organización colectiva para
el bien común, habían perdido sentido, la respuesta
al desastre ha reactivado la lucha por la vida. Sin más convocatoria que
la urgencia de salvar vidas, aliviar la situación de quienes perdieron
todo y de organizar la remoción de escombros y la aportación de
herramientas, artefactos y maquinaria para lograrlo,
ahí donde es necesario, llegan apoyos y ayudas. Ciudad Universitaria,
como otros espacios similares, tuvo una noche con una multitud que otra
vez reúne a profesores, investigadores, trabajadores administrativos y
estudiantes para atender lo necesario. A oscuras
y con las calles cerradas, brigadas de motociclistas y ciclistas
transportaron médicos y todo lo necesario ahí donde la comunicación
efectiva realizaba la llamada de auxilio. Una jovencita con mochila a la
espalda, llega, desparrama la vista, mide sus fuerzas
frente a la cadena por la que pasa de mano en mano las cubetas de
escombros y rápido decide hacerla de agente de tránsito. Alguien le da
un silbato para culminar su buen desempeño. Seguro encontró compañeras y
compañeros para acordar todo lo necesario incluyendo
el digno orgullo de trabajar por la vida. En alto contraste, el lector
de noticias de Canal 13 actúa en mangas de camisa de manera semejante a
la abyecta Anahí que hizo filmar su declaración de que sin arreglo y
despeinada y a sabiendas de que sus fans quisieran
oírla cantar, prefiera servir a los inundados, aunque no haya noticia
alguna de lo hecho al respecto por ella y su esposo el gobernador de
Chiapas. Tiempo ha, la película
Los Inundados de Fernando Birri dio cuenta de las simulaciones de
los funcionarios mientras los sobrevivientes de una inundación en
Argentina aliviaban su terrible situación gracias a la solidaridad de
los pobres. Testimonios
filmados como éste, dieron lugar al Tercer Cine en los sesenta y setenta
contra el star system de Hollywood y el intimismo de la Nueva Ola
Francesa. Ahora, por unos días, las televisoras hacen el milagro de
ponerse del lado de los damnificados para informar
y establecer enlaces y redes. Ya se sabe que esto es excepcional y que
volverá la bazofia sensiblera, sentimentalera a favor de la
competitividad y demás zarandajas neoliberales. Una necesidad humana
profunda mueve la sustitución de todo esto por el trabajo
solidario.
Pulsión de muerte, llaman los freudianos
a la presencia constante y necesaria del imprevisible fin de la vida.
Al discutir el fetichismo de la mercancía como
falsa aspiración de compraventa y de advertir la enajenación ocultadora
del trabajo para bien de todos y no para el provecho personal del
patrón, Marx abrió la reflexión práctica del trabajo. Herbert Marcuse
titula
Eros y civilización a la investigación del constante
enfrentamiento entre el amor pleno como esencia vital y la amenaza de
Tánatos como tendencia destructiva y maligna, pero aceptable en la
medida en que parece omnipotente.
Los desastres y las tragedias sociales construyen un saber amoroso
concretado en trabajo para el bien de todos, sin más ganancia que la
digna satisfacción de saberse del lado de la vida. He aquí la esperanza
como política sin mediaciones espurias ni reconocimientos
estatales. Hay un proceso acumulativo que pasa por Tlaltelolco, Atenco,
Ayotzinapa, el repudio al fraude electoral de los +132 y del ejemplo de
figuras discretas y soberanas como Francisco Toledo organizando cocinas
comunitarias, papalotes en vuelo por los
+43 y llamando a la reconstrucción libre de los negocios de las
constructoras y a favor de materiales, técnicas y distribución de
espacios característicos de la arquitectura sin arquitectos, al menos de
esos arquitectos enriquecidos por las necesidades suntuarias
de los explotadores. Que nadie regrese a las rutinas luego de trabajar
por el bien de todos.
20 septiembre 2017
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