Esta entrevista se publicó en el portal Cubasí en el 2012, cuando el libro Cuba, ¿revolución o reforma? apareció por primera vez bajo el sello editorial de la Casa Editora Abril
Cubasí
En alrededor de 200 páginas (en la edición del 2017 el libro tiene 265 páginas), Ubieta va desentrañando los conceptos de revolución, reforma, evolución, izquierda o derecha, consumismo, homo frivolus... y va defendiendo otros como la solidaridad o el heroísmo, en tiempos de cinismo universal. Como sus textos anteriores, porque todos los libros son al final una prolongación de un mismo libro, Cuba: ¿revolución o Reforma? expone las contradicciones y desvelos de una Isla que navega a contracorriente, una isla que sigue buscándose y encontrándose, y sobre todo, apostando por un destino colectivo común, una opción transformadora, socialista. Con el autor, que desde ya advierte querer provocar, molestar al lector para llevarlo al debate, estuvo conversando vía e-mail, Cubasi.
Revolución o Reforma es una disyuntiva que ha atravesado la historia y la identidad nacional. ¿Por qué retomar esa polémica, justamente ahora?
Los revolucionarios en el poder podemos y a veces debemos hacer reformas, pero no ser reformistas. Es una diferencia sutil, pero esencial. En la historia de Cuba el espíritu revolucionario –del que José Martí y Fidel Castro han sido paradigmas–, es creador, el reformista es crítico y descriptivo; frente a lo aparente imposible el primero revela (o construye) la posibilidad latente, mientras que el segundo cae abrumado y vencido. Uno acepta “lo posible” como el límite de toda actividad política; el otro descubre nuevas posibilidades en el territorio de “lo imposible”. En palabras de Martí, el revolucionario vuela como el cóndor, y el reformista –falto de fe en el ser humano y en la posibilidad de construir mundos mejores, y deseoso de conservar su pequeño “rancho”–, “insectea” por lo concreto. Los cambios, las posibles reformas, jamás deben conducirnos al reformismo, como quieren nuestros enemigos históricos: tenemos ojos de cóndor y necesitamos ver el mundo desde lo alto.
El libro describe y dialoga con la apuesta cultural que intenta restaurar el capitalismo en Cuba. ¿Cuáles son, a su juicio, las principales aristas de esa tendencia?
El juego es diabólico: los medios y los ideólogos del capital trasnacional presentan los cambios como si el Gobierno cubano retrocediera hacia el capitalismo, con el objetivo de hacer efectivo ese retroceso (que ellos califican de avance, claro). Los empujones, que a veces son jubilosos, a veces críticos –se golpea desde la derecha y desde “la izquierda” sistémica al capitalismo–, no ocurren para preservar la pureza revolucionaria (ya sabemos que la pureza no existe), sino para hacernos perder el equilibrio. Pero la guerra no se manifiesta solo en el terreno político, se expresa sobre todo –de manera menos perceptible–, en el terreno cultural: favorecer, estimular que se abran las compuertas del consumismo, y establecer los paradigmas globales de vida. Frente a la “pesadez” del conocimiento que el socialismo propone –toda revolución auténtica necesita alfabetizar y elevar al máximo el nivel de instrucción de la población–, el capitalismo se presenta como juego, fiesta, diversión frívola. La industria del entretenimiento no se concibe para hacernos pensar, sino para evitar que pensemos. Los hombres y mujeres de éxito, no son para el capitalismo aquellos que trabajan duramente entre cuatro paredes para descubrir el agente trasmisor de una enfermedad, los artistas que sufren en la soledad de sus estudios para crear una nueva obra, los deportistas que entrenan día tras día, sin el aplauso de las gradas, para conseguir una medalla o una marca; para el capitalismo los exitosos son los mejor pagados, los que más venden, los que mejor visten. Ese es el simbolismo equivocado de las cadenas de oro, que a veces cuelgan en el pecho de nuestros cantantes y deportistas de éxito. Trabajamos porque el científico, el artista, el deportista o el trabajador que produce bienes, tengan una remuneración acorde a lo aportado, sin que su valor social se pervierta y se deduzca de lo que tengan o exhiban. El libro pretende que miremos hacia nuestros valores y nos percatemos de que la guerra que nos puede tumbar no necesariamente empieza por la toma del poder, aunque termine en ella; si nos cambian el concepto de vida, si nos dejamos devorar por la cultura capitalista (la del consumismo), ya perdimos la batalla. El socialismo, o es la adopción conciente de un modo de vida, de una cultura alternativa a la capitalista, o es nada.
Ante los cantos de sirena de esa vertiente ¿cómo seducir a los jóvenes, que constantemente reciben influencias de todo tipo?, ¿es una utopía "posible" el proyecto de una individualidad socialista?
No se trata de seducir a los jóvenes con un proyecto de vida que contradiga sus deseos o aspiraciones más íntimas. Ellos no son objetos, sino sujetos del cambio. Ellos viven en una sociedad concreta, algunos la trascienden, otros no. El reto es construir una sociedad en la que “ser” signifique más que “tener”, en la que el conocimiento y la diversión, la realización personal y el interés colectivo se condicionen mutuamente, una sociedad solidaria, capaz de procesar todas las influencias y salir airosa. La Revolución eliminó muchas de las trabas que impedían la realización individual de la mayoría de los cubanos, los hizo más instruidos, más cultos; ahora debe respetar e incentivar el desarrollo de esas nuevas individualidades, sin caer en el barranco del individualismo burgués. No podemos (ni debemos) pagar a nuestros jóvenes científicos el salario con que las trasnacionales de la biotecnología roban los talentos del tercer mundo, ni hacer millonarios a nuestros peloteros; pero podemos construir un país, una sociedad, en la que los jóvenes ganen de acuerdo a sus resultados, en la que se sientan protagonistas y dueños de su destino, en la que el placer de ser útiles y de participar sea infinitamente superior al de poseer. Si no creyera en la posibilidad de construir lo que en mi libro llamo “una individualidad socialista”, en oposición a la burguesa, no creería en el socialismo. Y sí, ya que utilizas la palabra “seducción”, debemos aprender a seducir: no basta con persuadir, porque la felicidad no está hecha de razonamientos, sino de vivencias. Tenemos que aprender a divertirnos, incorporar la dosis de frivolidad que toda vida humana requiere, sin renunciar a la razón y al conocimiento.
Aunque usted aclara que el libro no es para objetar a personas concretas, en sus páginas aparecen nombres y textos con los que polemiza…
Para los que reclaman que ciertos intelectuales orgánicos de la contrarrevolución deben tomarse en cuenta como autores cubanos, respondo: yo lo hago, y tomo partido frente a ellos. Pero en este libro lo importante no son las personas sino las ideas, los caminos objetados. Por eso aspiro a que el lector ideal siga el hilo lógico de mis argumentos, en el orden expuesto.
Una vez más vuelve sobre la solidaridad, un concepto al que ha dedicado con anterioridad dos libros. ¿Por qué esa insistencia?
Es cierto. Mis libros La utopía rearmada (2002) y Venezuela rebelde (2006) abordan el tema de la solidaridad, desde el internacionalismo. Este lo retoma desde Cuba. La solidaridad es la quintaesencia del socialismo. Insisto en ello porque es la clave del triunfo o del fracaso de una cultura alternativa a la capitalista. Cuando escribo, no solo expongo lo que es, trato también de ayudar a construir lo que puede ser.
¿Cómo se insertaría la idea que defiende en su libro Cuba: ¿revolución o reforma? dentro del nuevo contexto de cambio de mentalidad y rediseño del modelo económico de la Isla?
Si lees el informe central al VI Congreso del Partido en códigos culturales, notarás el énfasis de Raúl en revalorizar la individualidad socialista: la iniciativa creadora del individuo, el respeto a la diversidad de criterios y de opciones, la descentralización de la vida económica, el papel crítico de la prensa, la transición de un modelo de subvención de los productos hacia uno de subvención de las personas necesitadas, etc. El libro aborda estas aristas culturales, conciente a la vez de que el nuevo modelo crea un escenario mucho más complejo y dinámico, más peligroso, en el que crecerán las diferencias sociales que deben fundarse en el trabajo, en el esfuerzo personal. El reto es dominar las fuerzas que estamos desencadenando en el propósito de preservar el socialismo –ese largo camino hacia un lugar mejor, que nos aleje de la cultura capitalista–, y para ello tendremos que inventar nuevos métodos de movilización, nuevos estímulos morales, y ser capaces de rectificar una y otra vez, ante cualquier señal de desvío. Mi libro contiene quizás más dudas que certezas, pero su propósito fundamental es contribuir modestamente a un debate cultural que complemente el actual debate económico.
¿Qué riesgos entraña convertir en un solo cuerpo discursivo, ensayos que antes aparecieron sueltos y casi todos escritos para un blog?
Al releerlos, comprendí que eran parte de un solo cuerpo discursivo, aún cuando fueron escritos como ensayos independientes. El tono de polémica lo aporta el origen bloguero, en algunos casos, a veces la coyuntura por la que fueron escritos, pero no se distancian de mis preocupaciones fundamentales, más bien las retoman desde otras perspectivas. Sin embargo, ese tono de polémica era el adecuado para el tema que quería exponer. No fue difícil, creo, darles una unidad, pero en cualquier caso no me importa si son leídos como textos autónomos, porque unos van complementando a los otros, y así el lector puede descansar, tomarse su tiempo, discrepar un poco o no, y seguir con la lectura de otros fragmentos o ensayos. Puede incluso seleccionar los temas que más le interesan y leerlos por separado, aunque aspiro a un lector ideal que siga el hilo lógico de la totalidad.
Cada libro supone un desgarramiento ¿Cuántas pieles se dejó esta vez por el camino?
Los autores de libros, como norma, solo escriben uno solo en varios o muchos tomos y tonos. Cada libro es la continuación del anterior o su complemento. Su nacimiento es un desgarramiento en la misma medida en que lo es un parto: son hijos de letras a los que uno quiere igual, aunque conoce sus virtudes y defectos. Con cada libro, uno tiene la ilusión de que finalmente podrá agotar el tema, presentarlo de forma definitiva, pero en las primeras reescrituras comprende que será defectuoso e incompleto como todos los anteriores. Pero el problema es que uno necesita decir ciertas cosas, y aprender a decirlas es una manera de ahondar en ellas, la forma en la que se dicen es también parte primordial de lo que dicen. Cuando la vocación literaria se entrelaza a un ideal revolucionario, la necesidad de decir, de expresar ideas y convicciones, de discutir caminos, se convierte en requisito de vida: participar, contribuir, ser útil, de la mejor manera que sabemos, es decir, mediante la escritura y la polémica. Este libro, además, es declaradamente polémico, salta sobre cualquier consenso prefabricado, quiere mortificar al lector para hacerlo discutir. No me conformo con su publicación, salgo de inmediato por las universidades cubanas a debatirlo con los jóvenes. Ojalá cumpla su misión.
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