Rubén Zardoya Loureda
1. Son tres, en mi opinión, los problemas fundamentales que se alzan ante el pensamiento revolucionario marxista de nuestros días: primero, el balance crítico de la experiencia histórica del socialismo; segundo, la investigación de la metamorfosis por la que atraviesa el imperialismo contemporáneo; y, tercero, el estudio de las nuevas formas de organización de la subjetividad revolucionaria. No se trata, en esencia, de tres problemas diferentes, sino de un único problema: el problema de la Revolución en las condiciones que impuso a la humanidad la destrucción de la Unión Soviética y la transnacionalización del capitalismo.
2. No hay manera de escapar de la historia del socialismo: quien no sabe de dónde viene, no sabe a dónde va. Tanto peor si el desconocimiento de la historia es proyectado de forma intencional o si ésta es presentada como la historia de “otro”, según la idea de que nos han convidado al entierro de un muerto que no es nuestro.
3. Pero si no podemos escapar de la historia del socialismo, sí podemos eludir la manera un tanto sádica y, en ocasiones, masoquista, en que se ha hecho frecuente manipularla en las últimas décadas. Este género de manipulación crítica ha llegado a convertirse en una suerte de carta de presentación y, diríamos, en una profesión particular. Así escuchamos y leemos una y otra vez los mismos estereotipos ya aburridos sobre el “modelo del socialismo de Estado”, que, como norma, descontextualizan los procesos revolucionarios de la historia concreta de la lucha de clases a escala nacional e internacional y los convierten en una especie de antro del error y el mal, coloreado con los mismos colores lóbregos con que son presentados en las versiones burguesas de esta experiencia histórica. Se trata, nos dicen, de una sociedad antidemocrática, patriarcal, burocrática, corporativa, despótica, represiva, de economía estatizada (“no socializada”), en la que la dictadura del proletariado es transformada en dictadura de la élite partidista, todas las organizaciones sociales son convertidas en correas de transmisión de una voluntad dictatorial y el productor directo no se realiza como propietario. Por supuesto, este tipo de sociedad no se parece a las utopías, a los espacios sociohistóricos soñados por uno u otro constructor de mundos ideales.
4. La lógica que opera en tales caracterizaciones es análoga a la lógica de la construcción de las ideas de Dios y del Diablo: todas la virtudes humanas se separan del hombre y se atribuyen a Dios (¿quién será Dios en este caso?), en tanto los vicios se concentran en el animal oscuro y peludo con el tridente en la mano. Huelga constatar que una caracterización objetiva –despojada de todo aliento satánico– del socialismo real está obligada a determinar la medida en que estos rasgos estuvieron presente en él, y a explicar el proceso histórico de desfiguración de la más recia y promisoria de las revoluciones de la historia de la humanidad, que abrió la posibilidad de crear y consolidar un poderoso polo internacional del trabajo frente al capital. Pero habrá que desechar la caricatura ingeniosa, casi metafísica, que suele presentarse en la forma de aquella letanía de males, en la cual no encuentran lugar –o se mencionan de pasada y como una suerte de concesión– las extraordinarias conquistas del primer empeño por hacer salir al ser humano de su prehistoria, y casi se olvida que el socialismo histórico –a pesar de haberse desarrollado en países que hoy llamaríamos subdesarrollados, obligados a poner colosales energías en superar la distancia histórica que los separaba de las naciones capitalistas desarrolladas en términos de cultura material y espiritual, y en enfrentar el hostigamiento de un imperialismo infinitamente más poderoso– logró ritmos de crecimiento económico jamás conocidos en la historia de la humanidad, sin que ello tuviera asiento en la expoliación de los países subdesarrollados, como ocurre en el caso de los potencias imperialistas; alcanzó una distribución infinitamente más equitativa de la riqueza creada; levantó a naciones pobladas por masas de hambrientos y desarrapados a niveles de desarrollo cultural superiores a los de la enorme mayoría de las naciones capitalistas; y, sobre todo, desbrozó el camino para la creación de un tipo de ser humano superior en todo sentido al que produce y reproduce la sociedad burguesa.
5. No sólo se trata de hacer justicia histórica y de mostrar a las nuevas generaciones de revolucionarios lo que es capaz de edificar el socialismo, a pesar del peso brutal de la herencia histórica, los balbuceos propios de la primera infancia, los espejismos epocales, los errores y aberraciones de unos u otros dirigentes, las sucesivas agresiones militares y económicas y las múltiples formas de subversión del poder obrero y campesino practicadas por el imperialismo. Hay algo, a mi juicio, mucho más importante: el ensimismamiento autodestructivo o la ligereza exterminadora que provoca aquel género de crítica contribuye a la desunión de las fuerzas revolucionarias, herederas de diversas tradiciones de lucha y de las correspondientes visiones sobre el socialismo, profundiza el descrédito de los ideales socialistas ante la conciencia planetaria y la desmoralización de las filas revolucionarias, y no permite construir nada en lugar de lo que se destruye, salvo elucubraciones abstractas acerca del “socialismo posible” o el “socialismo que queremos”.
6. Es indudable que las elucubraciones sobre el “socialismo posible” constituyen un complemento necesario de la crítica sádica y superficial a la experiencia histórica del socialismo y evidencian un embotamiento parcial o total de la capacidad de organizar a las masas para la lucha. Así las vemos desbordar de retórica especulativa, de conceptos y términos asimilados de uno u otro discurso puesto en boga por los ideólogos de la burguesía y de frases bonitas sobre la democracia, el pluripartidismo, la división de poderes, la libertad de expresión, la conciliación del mercado y el Estado, la separación de este último de la sociedad civil, la incorporación “no utilitaria” de las reivindicaciones de los movimientos feministas, juveniles, ecologistas, de minorías étnicas y sociales, etc.; por lo general, desconocedoras (o conocedoras sólo a través de libros, comentarios de sobremesa y visitas esporádicas) de la naturaleza de una revolución social triunfante, de la colosal resistencia de las clases explotadoras derrocadas y del acoso imperialista, ajenas a las determinaciones fundamentales del capitalismo contemporáneo y a casi toda condición concreta de tiempo y lugar. En el mejor de los casos, tales construcciones –presentadas como “alternativas” al neoliberalismo e, incluso, al capitalismo–, no pasan de ser ejercicios mentales, composiciones graciosas con fines propagandísticos; cuando no formas de destilar el enojo que producen las dificultades para tomar el poder en uno u otro espacio concreto de lucha.
7. Una vez descuartizada la experiencia histórica en la forma de un modelo de “socialismo real” satánico, y santificado un nuevo arquetipo ecléctico de “socialismo democrático”, la tentación más lamentable es la de superponer ambas construcciones sobre la práctica concreta de construcción socialista en los países que han resistido los embates del imperialismo y la ola contrarrevolucionaria mundial desatada en el entronque de las décadas de los años ochenta y noventa. Los motivos conscientes de esta superposición pueden ser destructivos o constructivos, pero su lógica y sus resultados son los mismos: a la prosaica realidad se le opone un ideal vaporoso, concebido como un dechado de perfecciones, o una proyección ideal del “mejor de los mundos posibles”, frente al cual ninguno de los mundos reales existentes podría mantener la cabeza erguida. El proceso de construcción socialista en estos países se apretuja de manera más o menos acabada o parcial en el modelo de socialismo elaborado en correspondencia con la lógica de la construcción de las ideas de Dios y del Diablo; y a él se le contraponen, bajo la forma de recetas –en ocasiones, tras la portada del “apoyo crítico”–, las bondades del modelo positivo elaborado, de la nueva esquemática universal. Suele esperarse que surjan muestras de agradecimiento por este divertimento aparentemente ingenuo con esquemas y “recomendaciones”, los cuales, de forma voluntaria o involuntaria, hacen el juego a la ofensiva ideológica imperialista contra los países socialistas que, en medio de las más colosales dificultades y sacrificios de sus pueblos, han realizado la proeza histórica de mantener erguida la bandera de la justicia social y la solidaridad humana, y que -es importante subrayarlo- constituyen en la actualidad las principales contratendencias históricas al proceso y al proyecto de dominación transnacional del imperialismo, y la demostración palpable de que, pese al mensaje omnipresente del llamado pensamiento único, es posible un mundo diferente de aquél de los monopolios transnacionales, la especulación financiera, los carnavales electorales, la exclusión social y la desnacionalización progresiva de la aplastante mayoría de los países del mundo.
8. El problema no radica aquí en el ejercicio de la crítica –necesaria como el aire a los procesos revolucionarios y siempre bienvenida cuando es honesta–, sino en el esquematismo, el escolasticismo, en la pretensión de que se puede aprender a nadar fuera del agua, de que una revolución puede ser calcada de “libros viejos” (la expresión es de Lenin) e, incluso, de libros nuevos. A fuer de superficial, el análisis realizado de la experiencia del propio “socialismo real” no permite percibir la forma en que envejecen de inmediato los libros nuevos ante cada giro de las circunstancias históricas en el proceso revolucionario. No hay salto mortal más difícil que aquel que se ejecuta desde la teoría (siempre gris, diría Goethe) a la práctica, tanto más si se trata de la práctica revolucionaria.
9. Un corolario de esta postura “teórica” suele ser la sobrevaloración de las fuerzas con que cuenta el imperialismo para mantener el statu quo y la subvaloración de las fuerzas de que disponen los pueblos para subvertirlo. A mi juicio, precisamente este modo de pensamiento político ha determinado que, durante los últimos años, los debates teóricos en torno al proceso de transformaciones mundiales en curso hayan estado dominados por el énfasis en las nuevas dificultades que se presentan ante los sujetos revolucionarios para la conquista del poder y la construcción del socialismo. Se insiste en el “papel decreciente” de la clase obrera en los procesos productivos, en la “estratificación” del trabajo asalariado, en el desempleo, el subempleo y la “informalización” como obstáculos insuperables para la necesaria unidad de clase; se repite una y otra vez que la fragmentación nacional y social dificulta la lucha de los pueblos contra los poderes transnacionales y se afirma que los intereses y motivaciones de los “nuevos sujetos sociales” no encuentran explicación ni lugar en la teoría de la lucha de clases. Con particular fuerza se trasmite la idea de que el imperialismo ha emergido victorioso de la contienda con el “socialismo real“, robusto y todopoderoso, presto a expandir con facilidad su sistema de dominación a todos los recodos del planeta.
10. No se precisa mucha sagacidad para comprender que el más devastador de los efectos de la estrepitosa caída de la Unión Soviética y el campo socialista europeo, fue la derrota ideológica y la consecuente desmoralización, evidente en el lamento y la mutua acusación, en la búsqueda de un culpable y en el afán de tomar distancia, en aras de preservar la credibilidad propia, no sólo con respecto al “socialismo real”, sino también a la historia íntegra del movimiento socialista mundial. En medio de las disquisiciones acerca de si pagaron o no justos por pecadores y sobre quiénes son los justos y quiénes los pecadores, y en el empeño de hacer leña del árbol caído, queda en un segundo plano la historia y la realidad aberrante del capitalismo –que no ha dejado de chorrear sangre y lodo por todos sus poros–, y se esfuma toda posibilidad de enfrentar lo que, a mi juicio, constituye el reto teórico fundamental de nuestros días para el pensamiento socialista: someter a una crítica integral la metamorfosis por la que atraviesa el imperialismo contemporáneo como condición indispensable para la organización de los sujetos revolucionarios.
11. Pues de eso se trata: de reconstruir las condiciones subjetivas para la Revolución. El balance crítico de la experiencia histórica de construcción socialista y la investigación del imperialismo contemporáneo no pasarían de ser meros ejercicios académicos, si no se conciben como una requisito imprescindible para la organización efectiva de sujetos revolucionarios capaces de dar al traste con el sistema de compraventa de la fuerza de trabajo y de enajenación de todas las relaciones sociales con respecto a sus propios productores. Es cierto que el proceso de transnacionalización del capitalismo monopolista “relativiza” el concepto de poder político en los límites de la mayoría de los Estados nacionales, introduce cambios importantes en la estructura socioclasista y tiende a debilitar muchos de los instrumentos políticos y de las formas tradicionales de organización de los sujetos revolucionarios. Sin embargo, estas transformaciones incluso si admitiéramos el dudoso criterio de que resultan adversas para las luchas populares , han de ser analizadas en el contexto del agravamiento de las contradicciones antagónicas del modo de producción capitalista. Nos referimos a la agudización de la contradicción capital trabajo, resultante del creciente desempleo, el deterioro de los salarios, la precarización del trabajo y la intensificación de la explotación capitalista; el agravamiento de la contradicción capital capital, que incrementa las pugnas interimperialistas y la estratificación y fragmentación de la burguesía; la acentuación de los efectos sociales de la ley general de la acumulación capitalista, que genera el crecimiento vertiginoso de la masa absoluta -y relativa- de la población mundial marginada de la relación capital trabajo, y pone de manifiesto el agotamiento histórico del modo de producción capitalista; la permanente amenaza de crisis de superproducción y superespeculación, con su singular potencial para generar situaciones revolucionarias; y el cúmulo de obstáculos que se alza ante el burguesía para garantizar los requisitos políticos de su dominación en las condiciones de una rotación transnacional del capital que desborda la jurisdicción del Estado nación. Esta realidad incontestable va creando las condiciones objetivas que hacen posible la unidad de los oprimidos asalariados, marginados e, incluso, sectores de las burguesías nacionales que van siendo arrastrados a sus filas en torno a un proyecto emancipador común, construido a partir de la resistencia popular frente a las políticas neoliberales, en el entendido de que, por su propia naturaleza, la lucha contra el neoliberalismo, en tanto expresión política, económica e ideológica del capitalismo transnacional, posee un carácter antimperialista, y, aunque muchos de sus protagonistas aún no tomen conciencia de ello, es también, en esencia, una lucha anticapitalista. La forma y los límites del movimiento del capitalismo siempre estarán condicionados por la fortaleza ideológica, y la capacidad de resistencia y oposición de las fuerzas revolucionarias.
12. No cabe duda de que aún andamos con la resaca a cuestas provocada por el desplome del socialismo en la Unión Soviética y Europa del Este. Pero ya la ola contrarrevolucionaria ha comenzado a estrellarse contra nuevas rocas firmes en la costa. Tras un apoyo mayoritario incauto a las consignas iniciales de la perestroika -totalmente explicable cuando se considera la más vocinglera de estas consignas: “más socialismo significa más democracia”-, la preocupación creciente ante su curso errático, ya evidente a partir de 1988, y la desorientación y el desaliento provocados por las contrarrevoluciones de terciopelo y las estatuas de Lenin derribadas con sogas atadas al cuello, el movimiento revolucionario ha emprendido un camino, aún ahora lento y penoso, de recuperación política e ideológica. Los lamentos y las acusaciones de ortodoxia y heterodoxia que amenazaban con fragmentarnos hasta el absurdo infinito y motivaban la complacencia de los ideólogos de la burguesía, han comenzado a ceder terreno a un análisis mucho más sereno de la realidad, en particular, a una crítica fundamentada del proceso de metamorfosis histórica del imperialismo. Cada vez parecerán más extemporáneos los intentos reiterados de construir esquemáticas universales abstractas sobe la historia del socialismo y sobre el ideal (o la “utopía“) socialista y, correspondientemente, de superponer estas esquemáticas sobre el socialismo histórico, tanto sobre el que fue derrumbado como sobre el que se encuentra en el poder.
13. Nunca como hoy se escucha con tanta actualidad la sentencia de José Martí: “De pensamiento es la guerra mayor que se nos hace: ganémosla a pensamiento”. La gran batalla a que nos convoca la época sigue siendo la batalla de las ideas. Con toda certeza es posible afirmar que el tiempo histórico que resta al capitalismo es el tiempo en que demoremos en ganar esta batalla.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
Formidable, está bueno ya de posiciones vergonzosas. ¡Qué viva la Revolución!
ResponderEliminarMi profe Zardoya, alguien me da pistas? Sto es lo que necesitamos para la lucha.
ResponderEliminarEstoy de acuerdo, es muy bueno. Compañero Enrique Ubieta, creo que su excelente blog ganaría mucho si continuara publicando trabajos de carácter teórico, junto a losque tratan temas de actualidad. Lo felicito por su trabajo. Y yo también doy vivas a la Revolución SOCIALISTA cubana.
ResponderEliminarEstá barbarísimo eso que dice de la lógica del diablo para calificar a la Unión Soviética. Hay mucha gente que ha vivido de eso durante mucho tiempo.
ResponderEliminar