Atilio A. Boron
Si hay una pregunta que resulta ociosa –¡y hasta ridícula!- en relación a la situación imperante en Venezuela es aquella que se interroga sobre si Estados Unidos está jugando o no un papel en los desmanes y violentos disturbios promovidos por un sector de la oposición que transitó desde la protesta pacífica a la sedición, entendida ésta como toda acción que pretenda cambiar por la vía de la violencia el orden constitucional o las autoridades legalmente establecidas en un país. Merced a su férreo control de la prensa gráfica, radial y televisiva la derecha vernácula y el imperialismo denuncian al gobierno bolivariano por acosar a la oposición y reprimir manifestaciones “pacíficas”, siendo que sólo lo ha hecho luego de que las fuerzas de seguridad del estado tolerasen toda clase de agresiones, de hecho y de palabra, y que los sediciosos se lanzaran “pacíficamente” a incendiar edificios gubernamentales, medios de transporte o a destruir centros de salud, escuelas o cualquier propiedad pública.
La pregunta es ociosa, decíamos, porque la injerencia de Estados Unidos en Venezuela obedece a la propia lógica del imperio: dado que Washington ejerce un poder global, planetario, si bien declinante, sería absurdo pensar que permanecería de brazos cruzados en un país que al día de hoy cuenta con la mayor reserva petrolera (comprobada por fuentes independientes) del planeta, superiores a las de Arabia Saudita y situado a pocos días de navegación de su gran centro receptor de petróleo importado, Houston. Estados Unidos se involucra permanentemente en todos los países, con variable intensidad según su significación geopolítica global. Como Venezuela tiene una importancia excepcional en este rubro no es casual que la Casa Blanca haya ejercido una permanente vigilancia e influencia a lo largo de todo el siglo veinte, para asegurar que la riqueza petrolera sería explotada por las empresas apropiadas; que luego del Caracazo intensificara su injerencia ante la certeza de que el viejo orden de la Cuarta República se estaba desmoronando; y que con la llegada de Hugo Chávez Frías al gobierno conspirara activamente para derrocarlo, primero promoviendo y reconociendo de inmediato el golpe del 11 de Abril del 2002 y, fracasado éste, impulsando el “golpe petrolero” de Diciembre 2002-Marzo 2003. Frustrado este nuevo intento y derrotado su proyecto continental, el ALCA. en Mar del Plata, precisamente impulsado por Chávez Frías, Estados Unidos trató por todos los medios de acabar con Chávez y el chavismo. Pero nada de esto resultó como quería el imperio, y su intromisión en asuntos internos de terceros países sigue su curso. Quien tenga dudas consulte los datos aportados por Wikileaks o las revelaciones de Edward Snowden sobre el espionaje a escala planetaria, sobre aliados y enemigos por igual, practicado por la NSA, la Agencia Nacional de Seguridad.
Para intervenir en estos países Estados Unidos cuenta con un gran número de agencias e instituciones: algunas públicas, otras semipúblicas y muchas de carácter privado pero siempre articuladas con las prioridades de Washington. La CIA es la más conocida, pero está lejos de ser la única; el Fondo Nacional para la Democracia (National Endowment for Democracy, o NED) es uno de sus principales arietes en esta campaña mundial. El NED es un “desestabilizador invisible”, como lo denomina un experto en el tema, Kim Scipes, de la Universidad Purdue. En una nota reciente este autor demuestra que pese a que el NED pretende pasar por “independiente” fue creada por el Congreso de Estados Unidos durante la presidencia de Ronald Reagan (¡no precisamente un demócrata!) y gracias a un especial pedido de tan archireaccionario presidente. Cuenta para su funcionamiento con abultados fondos públicos, aprobados por el Congreso y entre los miembros pasados y presentes de su Directorio sobresalen los nombres de algunas de las principales figuras del establecimiento conservador de los Estados Unidos, como Henry Kissinger (según Noam Chomsky, el principal criminal de guerra del mundo); Madelein Albright; Zbigniew Brzezinski; Frank Carlucci (ex Director Adjunto de la CIA); Paul Wolfowitz; el Senador John McCain; el inefable Francis Fukuyama y otros halcones de la derecha norteamericana. Uno de sus primeros directivos, Allen Weinstein, de la Universidad Georgetown admitió en una nota publicada en el Washington Post el 22 de Septiembre de 1991 que “mucho de lo que hoy hacemos nosotros fue hecho veladamente por la CIA hace 25 años.”[1] El NED opera a través de su núcleo central y de una red de institutos, varios de los cuales han estado actuando intensamente en Venezuela desde 1997, cuando la marea chavista aparecía ya como inexorable. Los principales son el Instituto Republicano Internacional (dirigido por McCain); el Instituto Nacional Demócrata para Asuntos Internacionales (dirigido por Albright); el Centro para la Empresa Privada Internacional, manejado por la Cámara de Comercio de Estados Unidos; y el Centro Estadounidense para la Solidaridad Obrera Internacional, manejado por la AFL-CIO.
En el Informe Anual del NED correspondiente al 2012, que es el último disponible, se revela que tan sólo en ese año la NED destinó 1.338.331 dólares a organizaciones y proyectos en Venezuela, en temas tales como responsabilidad gubernamental, educación cívica, ideas y valores democráticos, libertad de información, derechos humanos y otros por el estilo. Pero aparte de ello en ese mismo año se le asignó 465.000 dólares para reforzar al movimiento obrero en América Latina mientras que el Instituto Republicano Internacional aportaba 645.000 dólares y el Instituto Nacional Demócrata para Asuntos Internacionales contribuía con otros 750.000 dólares. Estamos hablando de sumas oficialmente registradas aportadas por la NED. Es decir, la punta del iceberg, si se tiene en cuenta los aportes por debajo de la mesa hecho por la CIA, la NSA, la DEA y tantas otras agencias públicas, para ni hablar de los que proceden del mundo privado, por ejemplo la Fundación Sociedad Abierta de George Soros, o el Diálogo Interamericano, que también canalizan fondos y ofrecen asistencia técnica para “fortalecer la sociedad civil en Venezuela”, es decir, para organizar y financiar a la oposición antichavista inventando un Capriles o un López en ese país, o un Mauricio Rodas recientemente en Ecuador. Un cálculo hecho por Eva Golinger, abogada y especialista en la relación Estados Unidos-Venezuela, afirma que desde el 2002 hasta la fecha los Estados Unidos han transferido por sus diversas agencias e instituciones “promotoras de la democracia y la sociedad civil” más de 100 millones de dólares para apoyar las actividades de la oposición al gobierno bolivariano. Todo esto no sólo en violación a la legislación vigente en Venezuela sino también a la que Estados Unidos tiene en su propio territorio, donde está absolutamente prohibido que organizaciones de terceros países financien a partidos o candidatos en las elecciones que tienen lugar en ese país. Pero la mentira y el doble discurso son dispositivos esenciales para el sostenimiento del imperio. Esto fue tempranamente advertido por Simón Bolívar, quien con su excepcional clarividencia sentenció que “nos dominan más por la ignorancia que por la fuerza.”
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