Enrique Ubieta Gómez
No hay que ponerse solemnes para sentir orgullo de lo que somos los cubanos, los negros, mulatos y blancos mestizos de sangre y de cultura que habitamos esta geografía y esta historia desbordada, tan llena de quijotes cuerdos. Ahí estuvimos, en Panamá, convocados por los pueblos latinoamericanos; nunca estuvimos solos y ahora menos.
Pero quiero hablar esta vez de nosotros, y del ahora que vivimos. Porque si estuvimos en Panamá, es que llegamos, que no abandonamos, que pese a todo vencimos. Lo dijo con la sinceridad como estandarte la presidenta Cristina Kischner: "Cuba está aquí, porque luchó por más de 60 años con una dignidad sin precedentes, con un pueblo, que como recién lo indicaba Raúl, el 77 por ciento nació bajo el bloqueo, que sufrió y sufre aún muchísimas penurias, y porque ese pueblo fue conducido y dirigido por líderes que no traicionaron su lucha, sino que fueron parte de ella".
Quiero decir que en esos días me sentí representado en Panamá por mis compatriotas de todas las edades, por Raúl que llevaba en el pecho a su hermano mayor, por el maestro Fernando Martínez Heredia, por los jóvenes diputados, periodistas e intelectuales que asistieron a los diferentes foros, por mi amigo Capote y mi amigo Elier, por los académicos y los directivos de la sociedad civil cubana. Sé que para los más jóvenes, este evento será un parteaguas en sus vidas, porque en él tuvieron la oportunidad de ser protagonistas, de fajarse con la historia, mano a mano.
Siento no haber estado, pero quiero decir que unos días antes había conocido a otros jóvenes y no tan jóvenes –qué bueno que las generaciones se indiferencian para ciertas cosas esenciales, que de repente no parece importante delimitar edades--, que peleaban en África por la vida de otros pueblos, arriesgando la propia. Siempre hay una vanguardia, se me dirá, incluso hay una dentro de la propia vanguardia. Pero cuando se comprende que la de Cuba, a veces inadvertida en la tensa cotidianidad, es tan numerosa, tan diversa y a la vez tan unánime en la defensa del humanismo revolucionario, se revelan envejecidos los cínicos que se vendían como jóvenes, no importa la edad. Sospecho siempre de los que alegan y documentan la locura del Quijote literario, para tomar distancia del personaje, de su arrebato justiciero.
No hay que ser solemne para decir una verdad sencilla y rotunda: qué grandes nos hizo a los cubanos, a los latinoamericanos, Fidel y esa Revolución que su generación, y atrás otra, y después la mía y las que llegan ya, hicieron, hacen, harán. Qué grandes nos hizo el Che o Allende, Chávez o Evo, y antes Bolívar, Martí, Zapata y Sandino, con sus maneras distintas e iguales de enarbolar la dignidad de nuestros pueblos. Qué grande y que fuerte es un pueblo que tiene un Camilo, y unas pocas décadas después, un Gerardo, un Tony, un Ramón, un Fernando, un René. Que sabe que hay hijos que actúan en el silencio o el anonimato, ahora mismo, porque conoce el rostro de los pocos que finalmente fueron revelados. Que acuna a jóvenes intelectuales comprometidos con su tiempo, y a médicos capaces de saltar sobre todas las previsiones individualistas y curar a los necesitados en África o dónde sea.
No hay que ser solemnes, pero tenemos derecho a sentirnos orgullosos.
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