Alberto Híjar Serrano
La voz austriaca kitsch designa objetos y ambientes de imitación falsaria de modelos culturales canónicos. El canon renacentista, por ejemplo, da lugar a las miles de versiones de la Última Cena de Leonardo que alcanzan el kitsch cuando se llenan de colorido intenso o soportes y materiales inusitados. El canon grecorromano es violentado con Venus de Milo doradas, plateadas, pisapapeles, adorno de jardín o señal de entrada a casas con dinteles griegos de concreto, columnas dóricas, jónicas o salomónicas muy gustadas por sus formas en espiral. Al esplendor de estos pórticos y al gusto vasconceliano por las cúpulas de iglesia, abundantes en Chapultepec Hydes hoy Polanco y Lomas, Diego Rivera clasificó como barroco siriolibanes. Signo de poder son los frontones griegos sobre columnas del gusto de banqueros y fundadores de Estados en todo el mundo.
La falsía decorativa prevalece en las fiestas de quince años con carroza de Cenicienta, chambelanes y damas trajeadas como si fueran de una corte real para bailar un vals de Strauss. Los discursos, los “recuerditos”, los arreglos de las mesas, el pastel, las elegancias forzadas, el descenso de la escalinata entre hielo seco y luces, concretan un gusto modelado por un poder significante degradador al exigir sin violencia sino con placer, la imitación de lo inaccesible como culto a los explotadores. De aquí los sacos masculinos en los respaldos de las sillas y las corbatas aflojadas con el botón superior de la camisa desabotonado cuando la fiesta exige relajamiento y licencia a la quinceañera y las damas para cambiar los tacones por zapatillas y tenis facilitadores del baile que sigue al preparado por el experto en cuadrillas palaciegas donde no falta la elevación de la princesa por los adiestrados chambelanes.
Fundamental para el sometimiento de clase, es la reproducción del kitsch. Se repite todo el tiempo la historia de Cenicienta en las telenovelas y las canciones más difundidas sólo hablan de amor infortunado o alcanzan la procacidad en el mercado pirata paralelo. Las ceremonias escolares, las bodas, los concursos de belleza, exigen casi siempre trajes y corbatas, vestidos largos para las mujeres, peinados y maquillajes para parecer lo que no se es. Las togas y birretes lo mismo uniforman graduados que doctorados honoris causa y ministros de la Suprema Corte.
En fin, no faltó detalle kitsch en las recepciones del Papa, una vez que la pareja presidencial lo obligó a salir de la alfombra roja, al estilo Hollywood. Niños bien vestidos y arreglados recibieron la caricia obligada, mientras Televisa lucia a sus representantes: Cristian Castro, Isabel del Grupo Pandora, Pedro Fernández con una capa tan kitsch como su traje de charro o el sombrero que Don Francisco tuvo que lucir como señal de amor kitsch al pueblo de México, todo al lado de las bailarinas que Amalia Hernández nos heredó, girando para que las faldas subieran y dejaran ver los calzones a la altura de los papales ojos. El “Cielito lindo” perfectamente inapropiado: “ese lunar que tienes cielito lindo junto a la boca”. El ritual de los niños, de los enfermitos, de la mujer llorosa, fueron garantía de ternura kitsch. La cosa se puso seria en la cárcel y en la desatención a los familiares victimas de desaparición forzada, asesinato o presión política, en fin, a los crímenes de Estado presentes en el conteo masivo de los 43 guiados por seminaristas con hábito marcando el ritmo en un acto de misericordia excepcional. Esto alcanzó el umbral del cinismo con los personajes en primera fila como Calderón y su esposa que tiene de modelo a Cantinflas para lucir el rebozo como la gabardina del cómico. El Papa denostando al egoísmo y el lucro devastador, llamando a la misericordia ante los impíos más inmisericordes, intentó superar la producción Televisa. Recibió de Mancera, el jefe-gobernador de la Ciudad de México un disco con cantos sacros incluyendo los de los Ángeles Azules.
Globos, palomas al vuelo, atavíos indígenas recién salidos de la tintorería, espurios bastones de mando y guirnaldas inspiradas en el turismo hawaiiano, el telón con la foto de la fachada de la catedral de San Cristóbal, todo kitsch frente a los escasos actos de autentica misericordia convocada en el Año Santo proclamado en noviembre de 2015. La visita a la tumba del querido Samuel Ruíz, Tatic de los indígenas explotados, las declaraciones en el Vaticano del lunes 22 sobre el pueblo de México y los indios en particular agraviados durante siglos de explotación criminal, no borra, sino acentúa el dolor tardío del obispo de Chiapas Felipe Arizmendi por los diez mil impedidos para participar en la misa.
Merece reconocimiento especial el programa radiofónico El Hueso y en especial el músico poeta Fernando Rivera Calderón, por la parodia de melosa fatiga de lugares comunes cantada como para festival de la OTI con coros, solos de mujer conmocionada y palmeos sin instrumentos. En la canción preparada por Angélica Rivera despreciada por el Papa, la aguda voz de Amanda Miguel consigue el climax del paroxismo kitsch. Dice Lyotard que el arte actual se da entre la academia y el kitsch pero el problema es que éste se define desde fuera porque entre sus actores y espectadores prevalece el fingimiento de la piedad.
22 febrero 2016
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