Abel E. Prieto: El resultado es un libro profundo, conmovedor, apasionante, que debemos promover con particular intención entre nuestros lectores y en especial entre los jóvenes.
Cubasí publica las palabras de presentación en el lanzamiento del libro Zona Roja pronunciadas por Abel E. Prieto, asesor del presidente cubano. La experiencia cubana del ébola, del escritor y periodista Enrique Ubieta Gómez, en la Casa del ALBA, el 12 de febrero de 2016, en el marco de la Feria Internacional del Libro de la Habana.
Ubieta me dice que están aquí los doctores Jorge Pérez, director del IPK y responsable del entrenamiento en Cuba de la brigada, y Félix Báez, el único cubano que enfermó de ébola, que se curó y regresó luego a la misión. Quiero decirles que una de las páginas más emotivas de este libro es aquella que cuenta cómo Jorge, en un hospital de Ginebra, habla por teléfono a través de un cristal con Félix, y Félix le dice “profe, yo me siento mal, pero me voy a curar y regreso a Sierra Leona” (190). Este diálogo tiene lugar en una coyuntura de incertidumbre, en que, como explica el propio Dr. Jorge Pérez, Félix está muy grave. Pero Félix se curará, efectivamente, y regresará a Sierra Leona. Dirá después que su regreso a la misión venía a ser “una punta de lanza moral”.
Saludo también la presencia en esta sala de mi querida amiga la Dra. Marcia Cobas y de la compañera Tita (Teresa Amarelle), Secretaria General de la FMC. Debo decirte, Tita, que, aunque para la batalla contra el ébola se escogieron solo hombres, Ubieta les dedica un capítulo muy hermoso a las mujeres cubanas y cuenta, incluso, cómo una doctora que estaba allá, aplicando el Programa Integral de Salud, hizo una carta muy sentida y muy valiente donde solicitaba quedarse con sus compañeras y participar en aquella misión tan riesgosa.
Debo empezar confesándoles que este libro me sorprendió. Cuando Ubieta me pidió que lo presentara en la Feria, le dije que sí, por supuesto, pero pensé que iba a toparme con un texto que ofrecía más información, mejor organizada, más completa, sobre algo que ya conocía a través de nuestros medios. Pero Zona Roja trata de personas, de hechos, de situaciones, que en realidad yo no conocía, de eso me di cuenta leyendo el libro, y creo que va a provocar una reacción similar en muchos otros lectores. La hondura, el rigor, la pasión, con que Ubieta se adentra en este tema, hacen de Zona Roja un libro excepcional.
Hay que felicitar a Ubieta por haber sabido captar de modo tan brillante y efectivo la epopeya cubana contra el ébola. Supo combinar la frescura y la fuerza de los testimonios que recogió con descripciones muy bien logradas de los sitios visitados y oportunos análisis de carácter histórico y social. El resultado es un libro profundo, conmovedor, apasionante, que debemos promover con particular intención entre nuestros lectores y en especial entre los jóvenes. Aquí están, descritas, la abnegación, la entrega sin límites, la lucha cara a cara contra la muerte, y están también los principios y las convicciones que sostienen a los médicos y enfermeros cubanos. (Les comento que hablé con el compañero Danilo Sirio, presidente del ICRT, para que Zona Roja se convierta en un documental, y Danilo enseguida apoyó la idea. Tendríamos que hacer un buen documental con este libro. Ubieta está dispuesto a escribir el guión, y trabajarían con él los dos compañeros de la televisión cubana que viajaron a los tres países infectados por la epidemia.)
Este es el tercer libro de Ubieta sobre el internacionalismo practicado por la Revolución cubana: antes había publicado La utopía rearmada. Historias de un viaje al Nuevo Mundo (2002), sobre la respuesta solidaria de Cuba a los desastres causados por los huracanes Mitch y George en Nicaragua, Honduras, Guatemala y Haití y la creación del Programa Integral de Salud; y Venezuela rebelde. Solidaridad vs dinero (2006), acerca de la labor de médicos y enfermeros cubanos en toda la geografía venezolana con la Misión Barrio Adentro.
En el umbral de este libro hay una cita de Fidel de un discurso del 17 de octubre de 1962, en la inauguración de la Escuela de Medicina Playa Girón: “…conversando hoy con los estudiantes, les planteábamos que hacen falta 50 médicos voluntarios para ir a Argelia (…). Y estamos seguros de que esos voluntarios no faltarán. (…)…hoy podemos mandar 50; dentro de 8 ó 10 años no se sabe cuántos, y a nuestros pueblos hermanos podremos darles ayuda…” El 18 de octubre de 2014 Fidel comentaba en una de sus “Reflexiones”: “El personal médico que marcha a cualquier punto para salvar vidas, aun a riesgo de perder la suya, es el mayor ejemplo de solidaridad que puede ofrecer el ser humano, sobre todo cuando no está movido por interés material alguno…” (38-39) Cuando Ubieta y su equipo llegan a Guinea, se encuentran con el hijo y la viuda de Sékou Touré y hablan de la 1ª visita de Fidel a Guinea, de su relación con el líder guineano, del apoyo y la amistad de la Cuba revolucionaria hacia Guinea (92). Mohamed Touré subraya: “Si vamos a hablar de los grandes líderes históricos de África, tenemos entonces que empezar por Fidel Castro Ruz, quien es para nosotros un africano, un cubano, un hombre del mundo, un héroe de la lucha de liberación de África.” (97)
“En Guinea acabé de comprender [comenta Ubieta] que si quería escribir sobre la hazaña internacionalista de los médicos cubanos en el combate contra el ébola, tendría que mencionar como antecedente el medio siglo de acciones solidarias de Cuba en África.” (95)
El embajador Jorge Lefebre, aquí presente también, evoca la llamada telefónica que recibió de Raúl: “hemos valorado todo y vamos a ayudar a África y necesitamos que te comuniques con los presidentes de los dos países [Sierra Leona y Liberia] porque mañana vamos a hacer pública nuestra decisión”. Añade: “Te estoy hablando de la segunda quincena de septiembre, y el 2 de octubre estaba aterrizando el primer avión en Sierra Leona.” Para Lefebre, “La locomotora de ese esfuerzo internacional fue Cuba (…). Realmente la presencia de los médicos cubanos fue la que haló el resto del esfuerzo internacional”. (32-33)
Aunque nos ofrece un trabajo documental de extraordinario valor sobre la epopeya cubana frente al ébola, este libro de Ubieta va más allá. Por un lado, se abre paso en sus páginas la mirada crítica, tan aguda y martiana, de su autor en torno al colonialismo cultural. Por otro, entre descripciones y relatos muy impactantes y los testimonios de médicos, enfermeros y personalidades de los países atacados por la epidemia, Ubieta va trazando el drama de África en toda su estremecedora magnitud.
Así nos dice al llegar a Monrovia: “Vivimos cargados de imágenes falsas que la televisión y el cine, y más recientemente Internet, introducen de contrabando en nuestra retina, y predeterminan lo que miramos. No es que sean falsas del todo, es que conforman estereotipos infranqueables. Cuando, cámara en mano, buscamos la imagen preconcebida, estamos mirando sin ver. Quiero dar con los seres humanos que habitan la ciudad. Para entender al médico, hay que entender al paciente. En las calles, muchos protestan airados si intentamos sacar la cámara. Al africano le molestan los fotógrafos impertinentes, los extranjeros que vienen a retratar la pobreza y convierten en paisaje a los seres humanos que habitan su continente, una y otra vez saqueado y humillado. Están cansados de ser objetos exóticos para viajeros indiferentes.” (52)
Más adelante se referirá a una patética iniciativa “solidaria” de unos músicos famosos del Norte que en noviembre de 2014 “se unieron para grabar una canción de ‘solidaridad’ con los enfermos de ébola. Pero no indagaron mínimamente en la cultura de los pueblos que padecían la epidemia (…). El título de la canción ‘¿Saben qué es Navidad?’, era fatal para conectar con una población –en dos de los tres países infectados [Sierra Leona y Guinea] — mayoritariamente musulmana, y la letra, lejos de ser educativa, resultaba inexacta en la descripción de la epidemia e infundía miedo a los europeos. (…) En África, provocó rechazo.” Una estudiosa liberiana de temas africanos respondía, airada, a la canción, en un despacho de BBC Mundo citado por Ubieta: “Preguntar si sabemos qué es la Navidad… pues sí lo sabemos, pero no la celebramos.” (160)
Pero las barreras del colonialismo cultural no están solo en famosos del mundo del espectáculo: también aparecen en extranjeros que han ido allí a ayudar y hasta en la política de comunicación de los gobiernos: “…los especialistas que enviamos para hacer el trabajo de sensibilización contrataban al personal de las ONGs. Pero si usted es extranjero y va a una región en la que no es conocido, tendrá dificultades para convencer a la gente. Hay que utilizar a la gente de esas regiones, por ejemplo, a curanderos, sabios, imanes…”, señala el propio presidente de Guinea Alpha Condé. “…se estableció una absurda y dañina puja entre los pobladores y las autoridades, en la que los primeros se las arreglaban para burlar todas las medidas sanitarias que los segundos establecían. ‘Enfadados, frustrados y asustados por esa enfermedad que los estaba matando y por esas recomendaciones que chocaban con sus sistemas de creencias, se sentían incomprendidos y abandonados por el mundo entero’, comentaba el antropólogo senegalés Cheikh Ibrahima Nang.” (158) Hasta estos obstáculos culturales tuvieron que sortear las brigadas cubanas, y, según se revela en este libro, lograron hacerlo eficazmente, gracias a su entrega y a la solidaridad real, palpable por los pacientes, por las comunidades, que sostenía sus empeños.
Un antecedente devastador del ébola fue la guerra de más de 10 años entre Liberia y Sierra Leona. Un especialista cubano, siguiendo el criterio de un historiador sierraleonés, “enumera las causas más hondas: la injusticia política y social, la mala administración, la sobrecentralización de los poderes y los recursos, la pobreza y el analfabetismo. La ausencia de expectativas para la mayoría de los jóvenes –sin estudios y sin trabajo– alimentaron en ambos países una confrontación desideologizada, que rápidamente (…) instauró la violencia como un modo de vida y usó el factor étnico a conveniencia, (…) en una despiadada lucha de sus líderes por el control del comercio ilegal de diamantes. (…) Cuando el ébola llegó con su carga de muerte, ya la guerra había terminado, pero las estructuras sanitarias de ambos países habían sido destruidas y desarticuladas.” (46)
“Las tensiones interétnicas en África son conocidas [nos recuerda Ubieta]: los colonialistas se repartieron los territorios como se reparte una torta, cada quien con el pedazo de ‘naturaleza’ (entiéndase ‘recursos naturales’) mayor, o el más apetitoso o simplemente el posible, dividiendo sus culturas, lenguas y tradiciones autóctonas. Para el colono era más importante mantener la unidad de una mina de cualquier cosa (oro, diamantes, etc.) que una cultura. Ello también facilitaba la dominación. Usaron a unos grupos étnicos contra otros (…). Los estados ‘nacionales’ independientes finalmente se constituyeron sobre esas particiones esquizofrénicas y certificaron el conflicto étnico.” (114) Y cita a unos especialistas cubanos: “La mayoría de los partidos políticos africanos han sido instituciones mixtas en su naturaleza (nominalmente de corte ‘moderno’, pero las más de las veces de base étnica). …los gobiernos independientes imprimieron continuidad a la alianza tejida (tanto en lo económico como en lo político) con el universo étnico en la etapa colonial, y aplicaron formas de gobierno a menudo cercanas a las que diseñara la metrópoli.” (114) Y Ubieta cita además al etnólogo Rodolfo Stavenhagen: “Cuando las desigualdades regionales y sociales en la distribución de los recursos económicos muestran diferencias entre determinados grupos étnicos, la disputa por asuntos sociales y económicos fácilmente se convierte en conflicto étnico.” (115)
La desigualdad más abismal y dolorosa nos la da Ubieta con una pincelada: su visita en Conakry a “un insólito oasis urbano”, “la llamada Plaza Diamant”. “En la maqueta, la ciudad ‘futurista’ aparece rodeada de áreas verdes. En realidad, estas no existen: puestos, casas y casuchas, y centenares de vendedores rodean este extraño paraíso, al que no se llega por buena conducta.” (117) Se llega, por supuesto, con dinero, con mucho dinero. La guía les explica que una casa promedio en este “oasis” cuesta un millón y medio de dólares.
Señala Ubieta acertadamente: “La modernidad no ha pasado de largo: África participó en su fundación, es una de sus protagonistas, solo que en el lado oscuro. Le entregó esclavos, materias primas, culturas cortadas de tajo que renacían en tierras lejanas (…). África aportó a la naciente modernidad su propio estancamiento.” (175) Y en las memorias de Oscar Oramas encuentra unos reveladores “consejos” que le da un alto funcionario de la cancillería de Mali: “Lo primero que tienes que estudiar son las tribus, los grandes imperios que se formaron a partir de ellas. (…) Cuando el colonizador llega, aquí había un desarrollo, una cultura y todos esos valores fueron subvertidos o destruidos y ahí radica el origen de nuestros males de hoy.” (176) Y concluye Ubieta: Independientemente de los factores que pudieron contribuir a diseminar la epidemia, “esta es resultado, en primer lugar, de la pobreza heredada. El mayor agente productor y trasmisor de enfermedades letales es la pobreza, con todas sus consecuencias sociales y culturales. Y la pobreza africana es hija de la modernidad, es decir, del capitalismo. El capitalismo engendra pobreza, armas biológicas, ansias de lucro y catástrofes ecológicas.” (176) Como señala el antropólogo mexicano Miguel Ángel Adame Cerón, citado por Ubieta, “las poblaciones donde se han dado los brotes más agudos de esta epidemia están bajo verdaderos estados de pauperismo e indefensión biológica, ecológica y socioeconómica (producto de la macglobalización capitalista que polariza al extremo las situaciones de riqueza para minorías y la extrema pobreza para las mayorías)”. (177)
Uno de los médicos entrevistados por Ubieta (Dr. Graciliano Díaz) subraya que, en Guinea, “No hay estadísticas, datos, es difícil hablar de cuadro higiénico-sanitario en el país, no hay conciencia higiénico-sanitaria en ninguno de los niveles y eso ha permitido la propagación de la enfermedad (…). Estamos hablando del ébola, pero ya desde antes estaba el paludismo, la meningoencefalitis, el cólera, la fiebre tifoidea, la tuberculosis, el sida…” Y Ubieta añade algunos datos aterradores: Liberia, tasa de mortalidad infantil por cada 1000 nacidos vivos: 56, mortalidad materna por cada 1000 nacidos vivos: 990, 0,1 médicos por habitante; Sierra Leona, mortalidad infantil: 117, materna: 860, 0,2 médicos por habitante; Guinea, mortalidad infantil: 65, materna: 980, no hay cifras de médicos por habitante. (181) Según le contó a Ubieta Jorge Lefebre, embajador concurrente ante los gobiernos de Freetown y Monrovia, la ministra de Salud de Sierra Leona, cuando llegó la brigada médica del Programa Integral de Salud, le dijo: “Usted no se imaginará cuánto nosotros apreciamos esta ayuda médica que Cuba nos está dando, porque en todos los países del mundo, el hecho de que una mujer salga embarazada es motivo de felicidad para la familia; en mi país, es un motivo de profunda tristeza. Significa que al final del embarazo, uno de los dos fallece: o la madre, o el hijo. Ustedes nos van a ayudar a que eso no sea así”. (181)
Un agradecimiento similar le expresó a Ubieta el canciller de Liberia: “en los meses de septiembre y octubre Liberia parecía un infierno (…), porque nuestra gente moría masivamente (…). Cuba (…) nos envió a su personal médico y ellos compartieron ese riesgo con nosotros, sus vidas estuvieron potencialmente en peligro, pero no les importó el riesgo, decían que eran hermanos que venían desde el otro lado del océano para ayudarnos.//…cuando se cuente la historia de cómo logramos vencer esta enfermedad, un capítulo importante estará dedicado a Cuba y al papel de los médicos cubanos”. (48)
En este libro no hay retórica. El heroísmo de los médicos y enfermeros cubanos se va revelando a partir de sus testimonios y de sus actos. Es significativo que los internacionalistas entrevistados no den ninguna importancia al momento en que se les preguntó si estaban dispuestos a unirse a la brigada. Aquí en el panel el Dr. Juan Carlos Dupuy se refirió al carácter estrictamente voluntario de la misión y a cómo la respuesta afirmativa se daba de la manera más espontánea, sin rimbombancia alguna. El Dr. Ángel Enrique Betancourt Castillo, de Centro Habana, conocido también por Kike, dice “Yo no tengo problema, me voy pa’l ébola”, en una frase cubanísima, eterna, que sintetiza esa actitud que no ofrece espacio a la duda. Sin embargo, muchos de ellos sí se refieren a ese otro momento muy difícil en que debieron informar a sus familias que habían decidido ir a combatir el ébola: “Con mi familia fue más compleja la cosa”, relata el Dr. Rotceh Ríos Molina, “…me llamaron y acepté, pero demoré algunos días en hablar con ellos. Hasta que (…) ya el jueves o el viernes de la semana previa a irme tuve que sentar a toda mi familia, a mi mamá, a mi esposa, y explicarles cuál era la misión. Ellos me entendieron, pero (…) Todavía no se les ha pasado el susto, (…) mi mamá y mi esposa (…), cada vez que pongo un video y muestro las fotos que tomé allá, empiezan a llorar desconsoladamente, se ponen nerviosas (…), preguntan algunas cosas muy puntuales de la misión, que les responda eso, pero que no hable más, quieren borrarlo, como que ya pasó”. (87-88) El ya citado Dr. Ángel Enrique, Kike, cuenta: “Me llamaron y entonces mi esposa me dijo que no dijera que sí. …pero yo tenía una historia (…); si mi papá se murió en aquel momento, por qué no voy a poder ir. [Su padre era médico de Samora Machel y murió en 1986, en el atentado que llevó a estrellarse al avión donde viajaba la comitiva presidencial.] Yo tengo que cumplir. Yo soy loco, yo no me parezco a nadie. Mi mujer no se quedó conforme, mi mamá no se quedó conforme, todos los días de este mundo han estado llorando. Esta es una misión suicida. (…) El grupo que tenemos es increíble, usted se siente seguro si sabe que tiene a dos o tres hermanos aquí, es lo más importante, lo demás es aprender a vivir con este panorama de la enfermedad”. (63)
El licenciado en Enfermería Eduardo Almora Rdguez, entrevistado por Ubieta en Monrovia, dice: “…mi mamá se puso terrible cuando me oyó decir que venía, se puso a llorar, triste; me repetía, por favor, cuídate. Pero en ningún momento dijo no, no vayas, como otras personas que me dijeron, no, tú estás loco, ustedes están locos, se van a matar. (…) Mis niños, principalmente el mayor (de 12 años), me dijo, papá, cuídate, regresa, sabes que vas pa’ la muerte, así mismo me dijo, ¡me erizo!” (37)
El Dr. Ivo Zúñiga, de 28 años, testimonia: “Vine con el apoyo de mi familia, que al principio no quería que viniera, pero después me apoyó, le hice ver que yo como médico tenía que ver esta enfermedad, tocarla con las manos.” (111) El licenciado en Enfermería Rogelio Labrador Alemán recibió el apoyo de sus hermanos (uno de ellos combatiente internacionalista en Angola), pero “A mi mamá, que entonces cumplía 93 años, le dije que iría a Haití a dar clases (…). // Al finalizar la misión, mi mamá ya se había enterado dónde estaba yo realmente. Cuando regresé, muy emocionada, fue a esperarme a la Dirección Provincial de Salud (…). Desde varios días antes se estaba preparando. El viaje se demoró más de lo previsto y la gente le decía, espérelo en la casa. “No –respondía--, hoy llega mi hijo héroe.” (125)
El hijo del Dr. Félix Báez, aquí presente, cuando supo, por la nota del MINSAP, que la prueba diagnóstica del ébola realizada a su padre había dado positiva, circuló un mensaje que sirvió de título a un capítulo de este libro: “Papá, sé fuerte, todo va a estar bien.” Después hizo un segundo mensaje: “Sí, mi papá enfermó pero eso no quiere decir como muchos dicen que no debió ir. Yo digo que es todo lo contrario, mi papá estaba allí porque él se sintió en el deber de ayudar a quienes más lo necesitan poniendo su vida en riesgo. …lo que nos hace humanos es poner el bien común por encima del personal y ser capaces de darlo todo por ayudar a quien necesita una mano…” (186) El Dr. Iván Rdguez Terrero, entrevistado por La Calle del Medio cuando estaba entrenándose en el IPK, dice: “Soy consciente de que es una misión a la que sabemos que vamos, pero de la que no podemos garantizar el retorno. Tus hijos están dolidos, pero se sienten orgullosos. Tu esposa está triste (…), pero a la vez se siente orgullosa. Y que mis hijos digan: ¡mi papá fue a cumplir una misión arriesgada, tuvo el valor de ir!, sirve de estímulo también para tu familia”. (36) El licenciado en Enfermería y babalawo Orlando O’Farril Martínez explica: “Era una misión de la patria, pero tenía que consultar con mis orishas y me dieron el permiso. Me dijeron que todo iba a salir bien. (…) Yo vivo con mi abuela, que tiene 102 años, y con mi mamá, que tiene 75. Yo no les dije que iba para el ébola. (…) Ellas vienen a saber ahora la magnitud de la decisión que tomé. (…) La gente nos tildaba de locos. La mujer mía me dijo que estaba loco. (…) Al final mi familia aceptó lo que hice, decía, ¿tú fuiste capaz de hacer eso?, ¿y cómo no nos dijiste nada? Ahora se sienten orgullosos de mí, ahora solo queda el orgullo. Esto marcó mi vida.” (84-86)
El orgullo, esa palabra, en su acepción más limpia y noble, aparece a menudo en este libro. Monrovia, cuando llegaron los colaboradores cubanos, era, nos dice Ubieta, “una ciudad fantasma”. Luego, en la medida en que la epidemia va cediendo, la ciudad revive, vuelve a llenarse de gente. El Dr. Leonardo Fdez compara la Monrovia que vio a su llegada con esta que va renaciendo: “Encontramos una ciudad desierta. No había casi autos en las calles, ni personas, no se veía a nadie. (…) Y ahora, lo veníamos comentando, señores, qué diferencia…, entonces uno se va con ese orgullito: yo puse algo para que esta ciudad estuviera otra vez llena de gente.” (47)
Ese orgullo estaba más que justificado. En Kerry Town, Sierra Leona, se instaló una Unidad de Tratamiento del Ébola (UTE) donde trabajaron, juntos, nuestros médicos y enfermeros y personal de distintas procedencias. Andy Mason, el director británico, al despedir a la brigada cubana, declaró: “Aquí estuvimos [la ONG británica] Save the children, la brigada cubana, el Ministerio británico de Salud (…) y luego también los hermanos y hermanas de Sierra Leona; pero la parte central de esta capacidad de respuesta era la brigada cubana, ese era el corazón de la respuesta aquí. (…) Tengo la confianza (…) de que nuestras cifras van a demostrar (…) cómo ha bajado la mortalidad. Eso no hubiese sido posible (…) sin un cuidado esmerado de los pacientes. Y nuestros colegas cubanos fueron fundamentales en ese cuidado”. (73)
En Maforki-Port Loko, también en Sierra Leona, “se ubicaron 42 brigadistas”. “Durante la estancia de los cubanos se atendieron a 499 pacientes (…) y se salvaron 132 vidas. ‘Más de tres vidas salvadas por colaborador’, me dijo con orgullo el doctor Manuel Seijas Glez, coordinador del equipo cubano en esa Unidad.” (74)
El Dr. Rotceh hace un balance de la misión, también con orgullo legítimo: “Le voy a decir lo primero que me deja: la gran satisfacción de haber salvado tantas vidas. Puede ser que alguien considere que son pocas, o que sean muchas, pero yo sentí que hice mucho por la humanidad y por esas personas que cuando llegamos a darles asistencia no tenían nada. Lo más grande que tenían, éramos nosotros. Y sentir ese reconocimiento es bueno. Lo segundo fue el hecho de la competencia intelectual, de saberse un médico internacional. …se habla, por ejemplo, de un médico de Harvard, (…) o que trabaja en una clínica inglesa. No, no le debemos nada a esa gente. Estamos al mismo nivel, los médicos cubanos hacemos maravillas y tenemos una formación profesional que no tiene nada que envidiarle a ninguno de los médicos de esos países. (…) Y lo otro es (…) el espíritu de solidaridad, el compañerismo, la hermandad, que yo creo que fue lo que nos trajo a todos para acá sanos y salvos, excepto los dos que perdimos…” (88-89)
Este libro nos deja un extraordinario saldo ético: el Dr. Leonardo Fdez, de 63 años, estuvo en Nicaragua, en Pakistán, en Timor Leste, en Haití, en Mozambique. “Cuando hablan de voluntarios”, dice, “levanto mi mano y después pregunto para qué”. (61) Sobre la batalla contra el ébola, piensa que “el impacto mediático de esta misión (…) ha hecho que algunos de nosotros (…) nos asumamos como héroes. Yo pienso que nosotros hemos cumplido con un deber, con una ética revolucionaria y con una ética médica. (…) Yo había oído hablar del ébola, conozco el África, había atacado fiebres hemorrágicas en Mozambique, y levanté la mano, y acá estoy. Nada del otro mundo. Es la vida. Mientras tenga fuerzas y me acepten, voy a donde tenga que ir”. (61-62)
La naturalidad con que este médico se refiere a su vocación de servicio tantas veces probada, es algo que aflora constantemente de los testimonios recogidos por Ubieta. Son héroes, por supuesto, dignos de la mayor admiración, pero se refieren a las más angustiosas experiencias con sencillez y parquedad.
De este mismo modo natural cuenta el Dr. Graciliano (quien estaba en Guinea implementando el Programa Integral de Salud, ya casi al término de su misión) cómo llegó un lunes al hospital donde trabajaba “y me encontré que solo había un enfermero y cuando pregunté por los médicos y los internos (…) me dijeron que ninguno estaba (…)…el jefe del cuerpo de guardia del hospital había muerto de ébola. La gente se negaba a trabajar, entonces el jefe de los servicios y yo tuvimos que atender solos a los pacientes de la sala…” El Dr. Graciliano, “Aunque ya le tocaba el regreso a casa, accedió a integrar la nueva brigada”, es decir, la que enfrentaría la epidemia del ébola. (122)
El Dr. Rotceh, jefe del equipo cubano en la UTE de Waterloo Addra, en Sierra Leona, explica: “Cuando nosotros llegamos el día 9 de octubre, y entramos a una sala de ébola, aquello parecía un almacén de enfermos, no un hospital. Muchos tirados en el piso, no se les canalizaba una vena, no se les ponía un medicamento, entonces tuvimos que cambiar esa idea de que no se podían tocar. Los empezamos a tratar y empezaron a sobrevivir más enfermos…” (179)
O la anécdota del licenciado en Enfermería Juan Carlos Curbelo, en esa misma UTE de Waterloo Addra, acerca de “una embarazada con diagnóstico de ébola que necesitaba una transfusión y el hospital no contaba con los recursos para comprar las bolsas de sangre”, y entre los cubanos se hizo “una ponina, que cada cual diera lo que tuviese en ese momento”. “La jefa de enfermeras del hospital nos decía que aquello era inútil, que de todos modos se iba a morir, pero no podíamos dejar de hacer lo posible por salvarla. Al cabo de los días la mujer falleció, pero estábamos tranquilos con nuestra conciencia”. (75-76) El licenciado en Enfermería Víctor Lázaro Guerra, “el brigadista cubano más joven de los tres países”, que cumplió 26 años en la misión, habla de “un niño que necesitaba una canalización de vena urgente y había que transfundirlo. Ningún familiar quería donar la sangre para el niño, y la familia no tenía dinero para pagar la transfusión. Entonces nosotros reunimos un dinerito (…) y buscamos la bolsa de sangre. …gracias a lo que hicimos se salvó”. Víctor confiesa que “cerrarle los ojos a un niño es muy difícil, y más cuando uno tiene hijos. Pero lo importante era que sintieran que aún en ese momento crítico de la enfermedad tenían a alguien al lado, dándoles apoyo, y eso fue lo que hicimos” (78).
Los enfermeros Reynaldo Hernández y Ricardo Zamora se refieren a experiencias similares: “ver a un niño de 7 años, a una niña de 12, a una muchacha de 18 que se salvan, te produce una inmensa alegría. Tengo fotos ahí guardadas. Había un niño que perdió a la madre, al padre y al hermano, se quedó solo”, dice Hernández; y Zamora recuerda: “Llegaba ese niño en un estado avanzado de la enfermedad y prácticamente ya no podías hacer casi nada. (…) Eran impactos muy fuertes y lo que siempre nos venía a la mente eran nuestros hijos, prácticamente de la misma edad, cuatro, cinco años. Salvamos a muchos, pero fallecieron muchos también.” (54-55)
Ubieta define en síntesis a todos estos héroes: “Sin trajes especiales son indiferenciables del resto de los mortales. Tocan la muerte con las manos, pero llegan haciendo chistes que distienden el ánimo propio, el de enfermos y colegas de otras nacionalidades. Sienten miedo, pero se sobreponen a él, hasta que lo olvidan y se tornan temerarios.” (14) En ellos, en ustedes, ha estado todo el tiempo presente (no podía ser de otra manera) ese componente sustancial de la resistencia de Cuba: el humor. Y en muchas páginas de Zona Roja, en medio del horror de la epidemia, en medio de la muerte, aflora el choteo, la broma, la Risa Cubana. Colaboradores de distintas provincias rivales en la pelota, se dan “chucho” mutuamente; otros ponen música en un móvil para los pacientes salvados que van a recibir el alta y ríen y bailan con sus salvadores; otros opinan que los entrenadores que debían asesorarlos en Freetown eran como karatecas cinta negra, quinto dan, que nunca habían entrado al tatami; otros llegan al ritual previo a la entrada en la zona roja con “su bulla peculiar” y “saludos aspavientosos”.
Y, como comenta el propio autor de este libro, lo que hicieron en términos éticos y morales los cubanos que enfrentaron la epidemia del ébola, contrasta con el mundo envilecido de este siglo XXI. Su lucha, paciente por paciente, para vencer a la muerte y salvar a un niño, a una madre, a seres humanos indefensos, contrasta escandalosamente con el drama de los emigrantes que naufragan día a día en las costas de Europa o que son rechazados por alambradas, muros, tropas armadas y el egoísmo más cruel. Contrasta con la noticia que lleva varios días circulando sobre los 10 mil niños emigrantes desaparecidos, ya en manos probablemente de una “estructura criminal paneuropea” dedicada a esclavizar y a prostituir a menores. Contrasta con la perversa filosofía neoliberal, que desecha sin piedad a la masa de débiles, de “perdedores”, a los que no tienen nombre ni rostro, pues son pura estadística, y considera, por ejemplo, que un porciento apropiado de desempleo resulta ventajoso para el crecimiento económico. Contrasta con una llamada “opinión pública” que debe habituarse a contemplar (como un espectáculo televisivo) guerras, catástrofes humanitarias y medioambientales y el genocidio cotidiano del neoliberalismo.
Hoy, cuando en medio de las dificultades cotidianas hablamos tanto de los valores que se han deteriorado entre nosotros, necesitamos que alguien nos ponga delante las hazañas que recoge Zona Roja. No es un libro que habla de remotas páginas de la historia. No revive los épicos 60. Sus protagonistas están aquí y ahora en Cuba, algunos en este mismo salón, o cumpliendo alguna otra misión internacionalista. Algunos tienen menos de 30 años; otros, 10 ó 20 más. En todos ellos, a pesar de avances y retrocesos, de carencias y contradicciones, hay una prefiguración indudable de aquel “hombre nuevo” de que hablaba el Che. Son portadores ejemplares de los más puros ideales de la Revolución cubana. Llegue a ellos también, a ustedes, los que nos acompañan aquí, nuestra admiración y nuestro homenaje.
Nota:
Los números entre paréntesis se corresponden con las páginas de la edición mencionada.
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