lunes, 23 de abril de 2012

Amargas raíces de azúcar

Ariel Terrero
Dentro del Consejo de Ayuda Mutua Económica (CAME), Cuba encontró condiciones favorables de intercambio para expandir la agroindustria azucarera, hasta más de 8 millones de toneladas establemente en los años 80, y financiar un ambicioso proceso de industrialización, construcción de infraestructura y expansión de obras sociales. Pero la Isla quedó atada a su papel de economía exportadora de azúcar y alguna materia prima más –cítricos y níquel.
Para agravar la dependencia, la industria en desarrollo y hasta la agricultura permanecieron sujetas a la importación de materias primas, equipamiento y otros suministros desde la lejana Europa oriental. La dependencia era total en el frente de la energía (Pérez Villanueva, 2010).
Esa espada de Damocles cayó sobre la economía cubana en 1990. Casi de golpe, se desplomaron la Unión Soviética y el resto del campo socialista europeo, compradores del 80% de las exportaciones cubanas, y suministradores del 85% de las importaciones y del 80% de las inversiones. El producto interno bruto (PIB) cubano perdió un 35% de 1990 a 1993. Estados Unidos aprovechó la recesión para arreciar el bloqueo económico (Rodríguez, 2011).
De manera traumática, en la década final del siglo XX quedó planteada la ruta hacia una transformación radical del comercio exterior y de la economía cubana, por primera vez en la historia. La agroindustria azucarera sufrió un colapso brutal y cedió el lugar al turismo, al níquel, al tabaco y a la industria médico-farmacéutica. En el nuevo siglo, la exportación de servicios profesionales, médicos en primer lugar, ocupó el trono.
Aunque la agroindustria azucarera resucite, la política económica aprobada en el 2011 por el VI Congreso del Partido Comunista de Cuba apuesta a una diversificación más equilibrada de sectores económicos, socios externos y hasta formas de propiedad. Las condiciones objetivas respaldan un rumbo que deja poca oportunidad para un retorno al absolutismo azucarero. Incluso, ya asoman rasgos de un cambio más ambicioso: de economía productora de pocas materias primas y servicios fundamentados en ventajas naturales del país a economía basada en el conocimiento (Triana, 2005).
En esa evolución, el recurso principal es el capital humano formado a lo largo de cinco décadas de Revolución, y el desafío más grande, crear condiciones para que aporte de una vez eficiencia y competitividad a la economía cubana.

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